26 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA

Ana María tenía 32 años el 18 de enero de 2004 cuando desapareció sin dejar rastro, su asesinato se resolvió diez años después

Norma Beatriz, la vidente asesina de Las Ramblas: la desaparición de Ana María Martos fue resuelta una década después

Hay una extraña frontera que separa a un asesino de una mente sana. Esa frontera es tan diáfana que son apenas imperceptibles las diferencias hasta que ya es demasiado tarde. Los protagonistas de estos relatos de instintos criminales traspasaron esa barrera de manera brutal. Posiblemente, en su mente ya lo habían hecho antes de ejecutarlo. Un día su brutalidad llegó a tanto que pasaron a esa parte oscura de la Historia.

Ana María Martos Nieto tenía 32 años el 18 de enero de 2004, el día que desapareció. Trabajaba de enfermera en un centro de salud de Sant Feliu de Llobregat, en la provincia de Barcelona, aunque llevaba varios meses de baja por depresión. No estaba, ni mucho menos, en su mejor momento: se había divorciado meses atrás y según su familia y allegados, estaba muy triste, muy angustiada.

Daba la impresión de que Ana había decidido romper con su vida anterior: había vendido su casa, que compartía con su ex marido, y su coche y había anunciado que quería marcharse a vivir al campo. De hecho, sus padres tardaron casi un mes en presentar la denuncia por la desaparición y su madre durante mucho tiempo pensó que su hija se había ido de manera voluntaria, que no quería saber nada de su vida anterior. Así que la policía no consideró nunca la desaparición de Ana como de ‘alto riesgo’ o ‘inquietante’.

Se hicieron unas gestiones de manual, como marcaba la rutina policial. Se entrevistó a su entorno laboral, familiar, de amistades, a su ex pareja, a un compañero de piso que había tenido tras separarse, un hombre de nacionalidad colombiana…  No se encontró nada que hiciera sospechar y aunque lo cierto es que tampoco hubo pruebas de que Ana estuviese viva en alguna parte ya que no renovó DNI ni pasaporte, su nombre no aparecía en los controles fronterizos… Era como si se la hubiese tragado la tierra.

Norma Beatriz y su hijo. 

La familia pasó años de angustia, aunque albergaban siempre la esperanza de que algún día regresase. En enero de 2013, una de las asociaciones pioneras en la búsqueda de desaparecidos, Intersos, recibió una llamada telefónica a su teléfono de atención, el que aparece en la web. Un varón con acento argentino llamó desde un número oculto y dijo que Ana María Martos había sido estafada, robada y asesinada hace diez años. El comunicante dio datos muy precisos, así que los responsables de Intersos se pusieron en contacto con la Sección de Desaparecidos de la UDEV Central, con quienes tienen una muy fluida relación.

Las primeras gestiones en torno a esa llamada apuntaron a que había sido hecha desde Argentina y algo hizo pensar a los responsables policiales que aquello tenía visos de ser cierto. Los mejores hombres y mujeres de la Sección de Homicidios de la UDEV Central se pusieron a investigar la desaparición de Ana como si fuera el primer día tras la denuncia y comenzaron a reconstruir sus últimos pasos.

La policía fue a ver de nuevo a la ex pareja de Ana, que les dio un dato que, aislado, no tendría mayor importancia, pero que cobró mucha relevancia. El hombre contó que tras separarse y vender el piso que compartían, Ana le dijo que necesitaba dinero para entregárselo a un amigo argentino, propietario de un concesionario de coches. La mujer le pidió a su ex marido 16.000 euros, que el hombre consiguió pidiendo un préstamo personal.

La policía, con ese dato, hizo una investigación económica sobre la vida de Ana María en los meses previos a su desaparición y concluyeron que tenía una constante necesidad de dinero: gastó mucho y continuamente precisaba de liquidez. Vendió su coche y pidió a la tienda que le pagasen en metálico, solicitó varios préstamos a empresas de créditos inmediatos… Toda esta necesidad de dinero comenzó seis meses antes de desaparecer, en el verano de 2003. Y pronto siguieron apareciendo personajes relacionados con Argentina.

Los agentes de Homicidios hablaron con el colombiano que convivió con Ana tras su divorcio. Les contó que la había denunciado por quedarse con los electrodomésticos de su casa y les dijo que se había mudado a casa de una amiga, aunque él no sabía dónde ni cómo se llamaba esa nueva amiga. La policía localizó la empresa de mudanzas y allí les facilitaron el domicilio de Premiá de Mar, en la provincia de Girona, al que llevaron los enseres de Ana: el dueño de la casa era un hombre, pero allí había estado empadronada una mujer de nacionalidad argentina: Norma Beatriz Kuike, que podía ser esa última amiga de la joven desaparecida.

Una timadora sin escrúpulos

Norma Beatriz es una gitana argentina, que se ganaba la vida echando las cartas allí al lado de Las Ramblas. Ella, su marido y sus hijos tenían antecedentes por estafa. Lo que hacían era abrir cuentas bancarias a nombre de indigentes o inmigrantes. Luego, con las tarjetas de crédito hacían compras de miles de euros y cuando el banco reclamaba la deuda no encontraba a nadie. Además, los hijos de Norma tenían un pequeño negocio de compra-venta de coches de segunda mano.

Sólo había indicios, nada sólido. De hecho, mientras la investigación está en marcha, Norma y uno de sus hijos, Diego Ismael Felipoff, abandonan España rumbo a Buenos Aires y la policía no pudo hacer nada por evitarlo. Eso sí, siguen investigando sobre la vida de la echadora de cartas y dan con un personaje clave, José María Tarraguel: un cliente de Norma que tuvo un gesto que la policía consideró demasiado generoso.

Guardia Civil descubriendo los restos de Ana María.

La policía averigua que, en 2004, la época de la desaparición de Ana, Tarraguel, empresario de la construcción y las reformas, le cedió gratis a Norma una de las dos fincas colindantes de las que era propietario en Lloret de Mar. Posteriormente, la policía descubre que la mujer argentina vendió la finca en 2010 por 19.000 euros, un precio muy bajo, como si se la quisiese quitar de encima. Esas operaciones inmobiliarias tan extrañas levantaron sospechas. En 2004 el boom del ladrillo estaba en todo lo alto, así que los investigadores profundizaron en la relación entre la echadora de cartas y el empresario.

Tarraguel, divorciado, con cuatro hijos, era un asiduo cliente de Norma desde 1996. Acudía a ella para solucionar todos sus males. Los dolores físicos, la mala suerte, los malos números de su empresa… La echadora de cartas no paraba de sacarle dinero. Incluso estando en Argentina, el hombre la llamaba y ella le decía que le enviase giros de 300 o de 500 euros para quitarle una molestia en la pierna, el dolor de riñones o simplemente para, según decía, limpiarle el alma.

La mujer le tenía completamente sometido, no paraba de sacarle dinero… Algo parecido a lo que le pudo pasar a Ana Martos, que, recordemos, tenía una continua necesidad de dinero justo antes de desaparecer. Ese es exactamente el razonamiento que hizo la policía. Pero es que, además, cuando la investigación estaba bastante avanzada se vuelve a recibir una llamada anónima con datos aún más precisos. El comunicante habla de que Ana María está enterrada en una obra. Como Tarraguel era constructor los agentes de Homicidios decidieron hacer una visita al constructor.

El constructor tardó menos de un cuarto de hora en decirle a la policía: “Les esperaba antes, han tardado mucho, yo sabía que esto tenía que pasar”. Confesó que el cuerpo de Ana Martos estaba enterrado en la finca que él regaló a la vidente Norma Beatriz. La extensión era grande, habían pasado casi diez años y Tarraguel no fue demasiado preciso, así que los agentes de la UDEV Central recurrieron al georadar. Costó más de veinte horas desenterrar el bidón en el que estaban los restos de la joven enfermera, sepultada bajo 180 toneladas de tierra.

José María Tarraguel dio su versión de los hechos: un día llegó a la finca acompañado de Ana María Martos y Norma Beatriz. Las dos mujeres se quedaron en el garaje, él escuchó unos gritos, un fuerte golpe y cuando regresó a la cochera, se encontró con el cuerpo de Ana en un charco de sangre. Al parecer, Norma la había apuñalado. La argentina le dijo a su cliente que dejase allí el cadáver, que en unos días ella se haría cargo de él.

Al cabo de unos cuantos días de ver el cuerpo de Ana tapado con una manta en su garaje Tarraguel decidió deshacerse del cuerpo de la mujer: la metió con todos sus efectos, ropa, cartera y documentación en un saco de los usados para los escombros y luego en un bidón metálico de un metro. Rellenó el bidón con cemento para que el cuerpo no desprendiese olor y lo enterró empleando la maquinaria de su propiedad en la finca de Lloret en el que la policía lo encontró casi diez años después. Por teléfono, Norma le dijo varias veces a José María que regresaría para cambiar el cadáver de lugar, aunque nunca lo hizo.

La policía argentina detuvo a Norma Beatriz y a su hijo. Los dos residían en el barrio bonaerense de Villa Devoto. La vidente fue condenada por el asesinato de Ana María, pero, ironías del derecho, no pudo ser procesada por estafa ya que Argentina no la había extraditado por ese delito.

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