29 años del brutal asesinato de Gregorio Ordóñez: Terrorismo con alfombra roja
Maite Arnaiz recuerda encuentro con Eduardo Chillida horas antes del atentado de ETA al diputado del PP
Este 23 de enero mi memoria me trasladó 29 años atrás. Lo que prometía ser un día tranquilo, especialmente grato personal y profesionalmente, se convirtió, una vez más, en la tortuosa rutina informativa de los periodistas en el País Vasco. Intentar sustraerse era difícil, conseguirlo una utopía. La iniquidad canallesca de ETA nos llevaba, un día más, al abismo. La misma semana del asesinato a Gregorio Ordoñez, en un documento interno la coordinadora abertzale KAS sugería atentar contra “medios y periodistas”, acusando a la prensa de "ocultar la opresión del Estado sobre Euskadi".
Horas antes conversaba con Eduardo Chillida
Sobre el Peine del Viento XV, obra magna de Eduardo Chillida, Intzenea, la casa familiar del escultor, se erguía mostrando la insuperable belleza de la bahía de La Concha, la isla de Santa Clara… el Urgull. Pili Belzunze, la matriarca, nos preparó un café riquísimo, alrededor del cual iniciamos una distendida charla en torno a la obra de Chillida, envuelta en anécdotas personales de una gran familia con ocho hijos: “Cada año, hacemos un viaje todos juntos. Eso es sagrado”.
En la finca Zabalaga, en Hernani, propiedad de Chillida, el incipiente Chillida Leku, ya en proceso avanzado para su inauguración, mostraba majestuosas las esculturas que emergían de la tierra, de lo que ahora es el Museo Chillida. Sobre la litografía de una de sus esculturas, la llamada 'Gure aitaren etxea' (La casa del padre), que se inauguró en Gernika en 1987 como un monumento a la paz en el 50º aniversario del bombardeo de la ciudad, Chillida tuvo la generosidad de plasmar su firma con una cariñosa dedicatoria. Fue un encuentro memorable.
Llegué a San Sebastián, rumbo al bar La Cepa, haciendo una llamada previa a mi querido amigo, compañero del alma, Paco Apaolaza, Pacorro para los amigos. No estaba en casa, tampoco Amparo, su mujer. Hablé con Elena, su madre, y le dejé el recado: “Dile que me voy a La Cepa a tomar algo”.
Eran algo más de las dos y media de la tarde cuando llegué al bar. Como siempre estaba a tope. Me acerqué a la barra; Cote Villar, secretario del grupo municipal del PP en el Ayuntamiento de San Sebastián, vino a saludarme; “Estoy ahí con Gregorio y María; nos vamos enseguida” y me invitó a sentarme con ellos. Se lo agradecí, pero decidí salir, dejándole un recado para Apaolaza: "Dile que me voy al Borda-Berri, que estará más tranquilo". Es lo que hice. Tomé un pintxo con Isidro y volví a La Cepa, por si llegaba Pacorro. Fue justo al llegar a la entrada cuando sonó un disparo. Un tipo encapuchado (chándal color granate) escapaba a toda velocidad, empujando a un chaval que chocó conmigo.
Inmediatamente detrás y corriendo, salía María San Gil en un digno y arriesgado intento de alcanzar al asesino de Gregorio: el etarra Juan Ramón Casatorre.
Fueron minutos de desconcierto; Gregorio Ordoñez, había sido abatido de un certero disparo en la nuca, maca inequívoca de los asesinos de ETA. Casatorre fue el ejecutor de Ordoñez, pero se dice que no iba solo. En el exterior de La Cepa le esperaban otros dos secuaces para facilitar su escapatoria. Me quedé clavada. Apaolaza no llegaba; esto le evitó ser testigo del asesinato de su amigo Pelopintxo, que es como él llamaba cariñosamente a Gregorio Ordoñez.
Al día siguiente, en el funeral oficiado por el obispo de San Sebastián, monseñor Setién, coincidí con Eduardo Chillida. Me dio un abrazo tan fuerte, que sobraban las palabras.
Mucho han cambiado los tiempos y a peor. Ahora, los palmeros de ETA, como Otegui y compañía, viven a costa de los españoles gracias al Gobierno de España.
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