16 de junio de 2024
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FIN DE SEMANA

Comienzan a faenar desde los 13 años, en su mayoría suelen heredarlo de su familia y el 85% son mujeres

Retando a la muerte: El trabajo de los "percebeiros" y "percebeiras" al borde de cada acantilado

Percebeiro apañando con oleaje
Percebeiro apañando con oleaje
El mar es despiadado e impredecible. Bien lo saben todos los hombres y mujeres que salen a afaenar, a buscar entre la arena y en los escarpados acantilados de la costa lo que necesitan para subsistir año tras año con lo que ganan en la lonja. Los percebeiros y percebeiras tienen 150 días al año para “apañar”, con un máximo de 5 kilos de percebes al día cada uno controlados por la Xunta de Galicia.

El trabajo de los percebeiros es uno de los más peligrosos que existen. Cada amanecer, equipados con su traje de neopreno, zapatos antideslizantes y el saqueiro, salen a “apañar”, es decir, a recoger el preciado centollo que se encuentra adherido en las afiladas rocas de los acantilados. A mar más bravío, mejor percebe. Ahí coinciden todos.

Percebeiro "apañando" en medio del oleaje.

Una de las zonas predilectas para los que deciden dedicarse a esto es la famosa Costa da Morte (o “Costa de la Muerte”, cuyo nombre se le adjudica por razones evidentes). Es un tramo de aproximadamente 80 kilómetros de longitud que empieza en Malpica de Bergantiños y recorre toda la zona costera del noroeste del litoral gallego, en A Coruña. Un trayecto de atracción turística lleno de calas escondidas, mares embravecidos y ensenadas y acantilados.

Precisamente en un pequeño pueblo de la Costa da Morte, Corme, es donde se considera que se da el mejor percebe del mundo. Pero el pequeño centollo tiene un alto precio para los que se aventuran a recogerlo sin la debida experiencia y sin conocer cada palmo de la peligrosa costa, y es que solo a esa zona turística gallega llena de acantilados se le atribuyen casi mil naufragios.

El inminente peligro y un mar inmisericorde: El día a día de los percebeiros

Cada faena en el mar tiene sus riesgos, pero todos los que saben lo que es depender del caprichoso océano para sobrevivir todo el año coinciden: el trabajo más peligroso es el del percebeiro. En algunas zonas, trabajan con arneses para descolgarse de los acantilados y evitar ser arrastrados cuando golpea una ola contra las rocas, pero los que tienen más costumbre no se acostumbran al arnés.

Con el saqueiro (un pequeño cesto enrejado) a la cintura y el salabardo para cargar el resto de lo que recolectan, los percebeiros descienden a la zona más rocosa de la costa para recoger los percebes. Toda la concentración debe estar en la faena. Trabajan sin más conversación con los compañeros que la necesaria para advertir de una ola peligrosa. Se mueven como peces en el agua entre los escollos de la roca para ir “apañando”, y la selección es fundamental: un percebe pequeño o mal abierto baja el precio de la venta después.

Con el control de la Xunta por el saqueo, trabajan unos 150 días al año, previa licencia del organismo gubernamental gallego y con unas fechas y puntos asignados. Al día pueden recolectar 5 kilos como máximo, con controles aleatorios de peso. En temporada baja, el kilo puede rondarlos 45 euros, triplicándose o cuadruplicándose en Navidades, cuando se dificulta la recolección debido al mal clima, pero aumenta la demanda.

Vista en el pasado y en el presente, sin olvidar que no hay que dar la espalda al mar

Lo más importante es la experiencia. Todos los percebeiros empiezan a afaenar muy jóvenes, entre los 13 y los 16 años, y suele ser un trabajo “heredado” generación tras generación. Conocen cada palmo de la costa, cada roca y cada escollo, y saben interpretar el lenguaje del mar, porque es fundamental saber anticiparse a cada ola.

De todos los mariscadores, según una estimación de la Xunta en el año 2018, el 85 por ciento son mujeres. Y, de ese 85, el 80 por ciento tienen más de cuarenta años. Cada percebeiro y percebeira que ha hablado con los medios en alguna ocasión da las mismas claves para sobrevivir cada día, pero saber leer el mar no te protege siempre de lo peligroso del océano. Por eso, la Costa da Morte tiene, a cada poco, algunas cruces de piedra repartidas por el trayecto. En memoria de aquellos que perdieron la vida saliendo al impredecible océano.

Hay que vigilar el mar y no arriesgar. Se mueven rápido, pero saben adónde van y cómo llegar con el menor riesgo posible. Y siempre, sin olvidar la regla número uno de todo trabajador marítimo: nunca hay que darle la espalda al mar.

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