Historias Olímpicas: Jesse Owens, el primer atleta negro que desafió al nazismo
En 1931, Alemania fue elegida sede de los Juegos en la República de Weimar, pero Hitler las aprovechó como propaganda.
Alemania fue elegida sede de las Olimpiadas en 1931, durante la República de Weimar, pero Hitler aprovechó los Juegos para mostrar al mundo que su país era una potencia y que la raza aria era superior. La llamada al boicot solo encontró eco en la España republicana, que organizó una competición alternativa en Barcelona, aunque aquella Olimpiada Popular no llegaría a celebrarse debido al golpe de Estado de 1936.
El ministro Joseph Goebbels engrasó la maquinaria propagandística, que surtiría efecto, y encargó inmortalizar los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 a la cineasta Leni Riefenstahl, quien se valdría de prodigios técnicos para rodar el documental Olympia, estrenado en 1938, tres años después de la película propagandística El triunfo de la voluntad. Carl Diem propuso la primera carrera de relevos con la antorcha olímpica, que llegó desde Grecia, como símbolo de la herencia recibida por el Tercer Reich de la Roma y la Grecia clásicas.
Jesse Owens (Alabama, 1913 - Arizona, 1980), nieto de esclavos y criado en una plantación de algodón, aterrizó en Berlín en agosto de 1936 siendo ya una celebridad en los Estados Unidos. Lo que consiguió en su país en 1935 durante una competición universitaria, la Big Ten Conference, fue y sigue siendo considerado como "los mejores 45 minutos del deporte". Y es que en menos de 45 minutos, Jesse batió cinco récords mundiales e igualó otro. Uno de ellos, el de salto de longitud (ocho metros y trece centímetros), se mantuvo en vigor durante 25 años.
Y aquel agosto se proclamó el mejor atleta del mundo, pues se impuso en las pruebas de 100 metros lisos, 200 metros lisos, relevos 4x100 y salto de longitud ganando cuatro medallas de oro.
El 5 de agosto, Goebbels anota en su diario: "Nosotros, los alemanes, hemos ganado una medalla de oro; los estadounidenses, tres, de los cuales dos eran negros. Es una desgracia. Los blancos deberían avergonzarse. Pero eso es típico de un país sin cultura".
Al nazismo le molestó que un atleta negro ganase cuatro medallas de oro, si bien el hecho de que Hitler abandonase el palco tras su victoria en los 100 metros lisos para evitar el saludo es historia de las Olimpiadas. El Führer, efectivamente, no felicitó al atleta de Alabama, pero tampoco a otros alemanes. El primer día solo había saludado a la delegación nazi, aunque le advirtieron de que tenía que ajustarse al protocolo, que establecía que debía estrechar la mano a todos los ganadores o a ninguno, por lo que eligió la segunda opción. Aunque más tarde recibiría una carta de felicitación del Gobierno alemán.
Owens derrotó al nazismo o, al menos, a la supuesta superioridad de la raza aria. Pero no puede negarse el triunfo de Hitler en los Juegos Olímpicos, donde proyectó al mundo un evento organizado al milímetro y un país poderoso en cuya capital no había rastro de carteles ni de lemas contra los judíos, una tregua del dictador con fines propagandísticos. Muchos visitantes y periodistas extranjeros se habían dejado seducir por la artimaña del Führer y regresaron encantados y engañados a sus países.
Después de alcanzar la cima (los alemanes le pedían autógrafos y era felicitado por los aficionados), Jesse volvió a los Estados Unidos esperando un reconocimiento por parte de su gobierno que nunca llegó. Mientras que en Alemania a Owens se le había permitido viajar y alojarse en los mismos hoteles que a los atletas blancos, al llegar a su país natal, el campeón fue menospreciado, ya que por aquel entonces los afroamericanos no disfrutaban de los mismos derechos que la población blanca.
Por si fuera poco, el presidente Franklin Delano Roosevelt nunca llegó a recibirlo en la Casa Blanca porque su prioridad era conseguir el voto de la población sureña, abiertamente racista. Ni siquiera le envió una felicitación por escrito. Tras el desfile en honor a los campeones que tuvo lugar en Nueva York, a Owens no se le permitió entrar en el hotel Waldorf Astoria por la puerta principal, y tuvo que llegar a la recepción del hotel subido en el montacargas.
Su momento de gloria se evaporó rápidamente y Owens fue encadenando trabajos sin importancia: gerente de una lavandería, e incluso fue bailarín de jazz. También probó suerte en el cine junto a la niña prodigio Shirley Temple, llegando a "vender" sus veloces piernas en espectáculos de tres al cuarto en los que corría contra un caballo, un perro o un automóvil.
Pero Jesse Owens fue también un hombre culto: leyó y escribió mucho y poseía extraordinarios conocimientos de jazz. En la década de 1950, el presidente Dwight Eisenhower lo nombró embajador de buena voluntad de los Estados Unidos para el Tercer Mundo, con un sueldo anual de 75.000 dólares. Sin embargo, al final de la década, Owens se alejó definitivamente del deporte y de todos los actos sociales para crear su propia empresa de relaciones públicas. El exatleta se dedicó a dar discursos motivacionales por todo el país, en los que narraba anécdotas de su vida que hicieron de él la figura que todo joven negro quería ser: honesto y puro.
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