27 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA
Patio de columnas

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Julio Merino

Los viajes de Alberti a Moscú

Me complace reproducir, como lectura veraniega, lo que hace años publiqué sobre los viajes de Rafael Alberti y su amada Maria Teresa León a Moscú en mi libro “El viacrucis de los escritores españoles durante la II República, la Guerra Civil y el exilio”.

Decía así:

“En marzo de 1937, o sea en plena Guerra Civil, Rafael Alberti y María Teresa León, los intelectuales más comprometidos con la causa republicana, hicieron un nuevo viaje a la Unión Soviética, con tres objetivos. El citado francés Allison Taillot lo cuenta así:

“En primer lugar, se trataba para estos dos heraldos de la causa republicana de entrar en contacto con el pueblo ruso y de movilizarlo mediante «mítines, [...] conversaciones, [...] discursos, [...] representaciones teatrales». Entre los actos a los que asistieron, cabe destacar la celebración de un gran mitin en el Teatro Bolshoi con motivo del día jubilar de la mujer, el 8 de marzo, y con motivo del cual María Teresa León pronunció un discurso destinado a dar cuenta de los sucesos españoles. En “Memoria de la Melancolía” y con el lirismo que la caracteriza, la intelectual explica que les contó a las mujeres de la Unión Soviética «cómo [en España] se moría de pie, porque no habían podido arrodillarnos», a consecuencia de lo cual «la sala, repleta de mujeres, lloró fraternalmente unida al destino de un país lejano del que sabía poco». Se ve aquí una clara inversión de papeles. A principios de los años 1930, era de la Unión Soviética de la que se hablaba muy poco en España, lo que había llevado a Rafael Alberti y a María Teresa León a esforzarse por difundir los principios y los valores del desconocido modelo soviético. En cambio, en 1937, les tocaba a ambos intervenir en el terreno político para informar al mundo y dejar constancia de la realidad de la Guerra de España. En este sentido, se trataba más radicalmente para ellos de solicitar el apoyo del régimen soviético.

Este segundo objetivo se concretó en uno de los episodios más importantes de esta estancia: la entrevista de María Teresa León y Rafael Alberti con Stalin. Mientras que en sus viajes anteriores habían tenido por principales interlocutores sus homólogos soviéticos, pudieron, en 1937, pasar más de dos horas con el líder soviético que calificaron de «sencillo y paternal» en el diario Ahora del 18 de abril. En todos los relatos y artículos dedicados al asunto en la prensa republicana, la pareja se contenta con expresar su admiración por él. A diferencia de un André Gide en su polémico “Regreso de Moscú” (junio de 1937), no hay ninguna huella de crítica al «gran jefe de la Unión Soviética», a la falta de libertad, a las desigualdades o a la represión. Tal parcialidad viene a confirmar la idea de los dos intelectuales como auténticos y duraderos propagandistas y emisarios de la República. Es de notar en efecto la continuidad que existe entre las declaraciones de la pareja al respecto publicadas en la prensa republicana tras su vuelta a España y sus autobiografías. A la insistencia de ambos en dar cuenta, en abril de 1937, de la «simpatía [del pueblo soviético] y su amor hacia nuestra lucha y nuestros héroes» hace eco la descripción del gabinete de Stalin en Memoria de la Melancolía “Sobre el muro se extendía un gran mapa de España lleno de señales; en otra pared, un plano de Madrid. Los puntos de colores eran batallas, bombardeos”.

Por su parte el propio Alberti contaría así su tercer viaje a Moscú:

“Mi tercera visita a Moscú. Mi tercera despedida. Esta vez, más que nunca, me siento como si fuera un viajero que se marchara sin irse, que pudiera verse a sí mismo de camino y a la vez quedándose entre vosotros. Me vuelvo a España, a Madrid. En 1934, cuando vine como delegado al Congreso de escritores soviéticos, embarqué en Odessa. Era el mes de octubre. Embarcaba entonces hacia la España de la revolución de Asturias; luego, la de Gil Robles y la represión más violenta. En 1937, ahora, salgo de Leningrado hacia la misma España que dejé hace dos meses: la heroica de la guerra civil, de los defensores de Madrid, de los más bravos antifascistas del mundo. Siempre que vine a la Unión Soviética encontré algo de mi país entre vosotros. Esta última vez, desde que atravesé la frontera, me encontré con él por entero. Desde Belosostrov, el nombre de España empezó a llenarme los oídos, a hacerme la respiración más profunda. 

Los camaradas Apletin, Kelyin y Mirzov, que fueron de Moscú a Leningrado para recibirme, eran la primera muestra de esa España que luego había de hallar en todos los corazones soviéticos. ¿Cuál es mi visión de Moscú, de este Moscú de mi tercera visita? Como en las fotografías superpuestas, no lo puedo mirar sin ver que España se me transparenta debajo. ¿Qué veo? Siempre el mapa de mi país en todas partes. La casa más inesperada me recibe abriéndomelo sobre sus muros, marcados con exactitud sobre su bella forma (de abierta piel de toro, hoy martirizada, todos los frentes de combate, seguidos con emocionada atención). Su presencia ya no ha de abandonarme nunca durante mi estancia. He de verlo continuamente ante mí, de manera real, o he de seguirlo en el recuerdo a través de las conversaciones, de los mítines, de los discursos, de las representaciones de teatro. Antes, los otros años, cuando visitaba, por ejemplo, una fábrica, el principal interés de los obreros era el de demostrarme el aumento de la producción, la mejora de la calidad de los productos, etc. Ahora, esta vez... 

Nos invitaron una tarde, a mi compañera y a mí, los trabajadores de la fábrica Thaelmann, de encajes. En el salón de actos, la camarada Kaganovich, con motivo del día de la mujer, leía un detallado informe a un extenso auditorio, compuesto en su mayoría de trabajadoras. En primera fila, las más viejas obreras de la fábrica vestían los antiguos trajes populares. 

Cuando aparecimos, estalló una inmensa ovación, coronada de vivas a España, de calurosas manifestaciones de simpatía y amor hacia nuestra lucha y sus héroes. Tocando una trompeta plateada, aparecieron formados los pioneros. Después de saludarnos, se destacaron dos, subiendo a la tribuna. La ceremonia fue sencilla, llena de ingenuidad y gracia. Empinándose y alzando los brazos, mientras nosotros curvábamos el cuerpo, nos rodearon el cuello con la roja corbata que les distingue, anudada por un pequeño broche plateado, haciéndonos el honor de nombrarnos pioneros, rejuveneciéndonos con esto hasta la más primera adolescencia. Las viejas trabajadoras, con una agilidad imprevista, cimbreándose y cantando a la vez, bailaron al son de una antigua melodía que recordaba los villancicos españoles. Los saludos, los discursos, las más pequeñas intervenciones, todos los aplausos fueron para España. Aquel Moscú, aquellos ciudadanos soviéticos que tenía ante mis ojos se exaltaban por mi país, me llevaban a él, dejándomelo clavado ya toda la noche en la memoria. Y así, por todos los sitios, esa misma sensación de España transparentándose a través de Moscú, fundiéndose en un solo entusiasmo, en una sola cosa.

-       No te vayas, quédate con nosotros – me suplicaron los niños de ya no sé qué escuela.

-       María Teresa, ven al Asia Central -le dijo en el Mostorg a mi compañera, reconociéndola de pronto, un soldado rojo.

¿Qué veo? ¿Cuál es mi Moscú de 1937? Ticiano Tabizde, el gran poeta georgiano, me ofrece en una reunión de escritores un precioso álbum de poesías dedicadas a la guerra de España por los poetas de su país, cuya escritura y columnas de versos recuerdan la Alhambra de Granada. El Instituto del Petróleo nos entrega una carta, llena de fe en la victoria, dirigida a “Pasionaria”, al camarada Largo Caballero, al general Miaja y José Díaz. Los ferroviarios, los alumnos de una escuela de aviación, los ingenieros del Ejército Rojo, los redactores de “Izvestia”, los actores, los directores y el público de los cines y teatros, todo el mundo se pone de pie y nos aclama como homenaje al esfuerzo heroico, sobrehumano de los defensores de Madrid, de la valiente España popular y republicana que se bate contra las naciones más potentes y reaccionarias de Europa. Y, al final, como corona de toda esta devoción y cariño, el camarada Stalin, durante dos horas de charla familiar con nosotros, resumiendo el claro sentimiento de su pueblo hacia el nuestro; demostrándonos el conocimiento profundo de los más difíciles problemas planteados actualmente en nuestro país; sencillo, paternal, entusiasta de nuestra juventud, interesado por los campesinos, intelectuales y jefes de nuestro ejército popular; el camarada Stalin, digo, corona nuestra estancia en Moscú, dejándonos de la Unión Soviética, como recuerdo, las dos horas más agudas de emoción por España.

¿Qué queréis, camaradas y amigos? Mi Moscú de este año es el de la fraternidad y el entusiasmo por mi patria. Parece como si nuestro mapa se hubiese prolongado hasta el vuestro y mis pies siguieran pisando su propia tierra. He visto las nuevas construcciones de vuestra capital, la aparición de nuevos cafés, tiendas, almacenes. También he recorrido el Metro. Moscú se ensancha, crece, se perfecciona. Estáis alegres. Vivís cada vez mejor. Llega la primavera... Pero, cuando regrese a Madrid, permitidme que diga a sus defensores, a todos mis compañeros, que el Moscú de 1937, el mío, el que yo he visto y sentido, es el que, emocionado y con un sólo pensamiento, abre todas las mañanas los periódicos para leer las crónicas de Kolzov o Ehrenburg y los telegramas venidos de allá lejos: de los frentes heroicos de la Libertad.”

No obstante, el tercer objetivo de este viaje a la URSS induce a matizar la idea del protagonismo de la pareja en el terreno de las relaciones internacionales ya que su estancia se inscribía específicamente en el marco de la política cultural – y propagandística – republicana. Según María Teresa León, correspondía a la pareja solicitar la participación de los escritores soviéticos en el II Congreso Internacional de los Escritores para la Defensa de la Cultura que la AIEDC aspiraba a celebrar en Barcelona, Valencia y Madrid en julio de 1937.”

Muchos años después, a la muerte de Stalin en 1953, no pudo contenerse y escribió el famosísimo “Redoble muerto por la muerte de Stalin” que le marcaría para los restos de sus vidas.

Por su interés reproduzco algunos versos del Romance mortuorio:

III

No ha muerto Stalin. No has muerto.
Que cada lágrima cante
tu recuerdo.
Que cada gemido cante
tu recuerdo.
Tu pueblo tiene tu forma,
su voz tu viril acento.

No has muerto.
Hablan por ti sus talleres,
el hombre y la mujer nuevos.
No has muerto.

Sus piedras llevan tu nombre,
sus construcciones tu sueño.
No has muerto.

No hay mares donde no habites,
ríos donde no estés dentro.
No has muerto.

Campos en donde tus manos
abiertas no se hayan puesto.
No has muerto.

Cielos por donde no cruce
como un sol tu pensamiento.
No has muerto.

No hay ciudad que no recuerde
tu nombre cuando era fuego.
No has muerto.

Laureles de Stalingrado
siempre dirán que no has muerto.
No has muerto.

Los niños en sus canciones
te cantarán que no has muerto.
Los niños pobres del mundo,
que no has muerto.

Y en las cárceles de España
y en sus más perdidos pueblos
dirán que no has muerto.

Y los esclavos hundidos,
los amarillos, los negros,
los más olvidados tristes,
los más rotos sin consuelo,
dirán que no has muerto.   

La Tierra toda girando,
que no has muerto.
Lenin, junto a ti dormido

también dirán que has muerto.

Por la transcripción, Julio Merino

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