26 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA
Patio de columnas

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Julio Merino

Don Alfonso XIII y la matanza de Ekaterimburgo

Sobre las elecciones del 12 de abril de 1931 y la posterior instauración de la República el día 14 se ha escrito mucho, casi todo, pero como siempre más allá de la Historia está la instraHistoria, la que no solo sabe lo que sucedió en público sino también lo que al mismo tiempo sucedía detrás de las cortinas. Miles de ejemplares hay en la Historia de la humanidad, ya desde los primerísimos pasos de Adán y Eva, porque algún día la intrahistoria abrirá las puertas de la verdad verdadera y podremos saber lo que sucedía en el Paraíso mientras Adán se comía la manzana de la discordia y Eva quedaba embarazada fruto de la primera infidelidad de la Historia… hasta el “suceso” que hoy nos devela en referencia a la noche del 13 de abril de aquel año fatídico que trajo la Segunda República, la del odio y la muerte, cuando don Alfonso XIII no pudo dormir pensando y leyendo la tragedia de Ekaterimburgo del año 1918 (16 de julio) .

La noche fue larga y desafiante para aquel Rey puesto en la terrible encrucijada del Apocalipsis: la guerra, la vida, la miseria o la muerte. Marcharse o luchar… y en ese estado de ánimo se entretuvo en leer los trágicos finales de otros Reyes, que se habían visto en la situación que él se veía: el de Carlos I de Inglaterra, el de su antepasado familiar Luis XVI de Francia, y el de aquel pobre Nicolas II  de Rusia.

Pues por el Conde de Romanones sabemos que don Alfonso, tras saber los resultados de las elecciones municipales del día 12, le pidió que le proporcionara la biografía de aquellos tres Reyes asesinados y por Gabriel Maura, el hijo de don Antonio y hermano de Miguel, el más íntimo de todos los amigos del Rey, sabemos que así se lo había contado S.M. la misma mañana del 14:

  • Gabriel, te aseguro que yo no voy a ser otro Nicolas de Rusia. Antes me voy al Perú. No quiero otro Ekaterimburgo.

Bueno, pues, leamos lo que fue aquella “matanza de Ekaterimburgo” que hizo cambiar la historia de España, ya que si don Alfonso XIII no lee aquella noche la tragedia rusa tal vez no habría huido al exilio como lo hizo.

Así fue la matanza de Ekaterimburgo

Y llegamos a la gran Revolución rusa de 1917 (o mejor dicho, a las dos revoluciones rusas, ya que en verdad fueron dos las revoluciones que azotaron a Rusia ese año crucial: la de febrero-marzo, de raíz burguesa, liberal y democrática, y la de octubre-noviembre, de claro signo marxista, roja y dictatorial). 

¿Qué hicieron los «revolucionarios burgueses» de Kerensky con la monarquía y con el Zar de todas las Rusias? 

En primer lugar, obligan a Nicolás II a abdicar (por cierto, que también la abdicación fue doble, ya que el Zar abdicó primero en su hijo Alexis y luego en su hermano Miguel). 

Luego, hacerle prisionero del Gobierno Provisional y degradarle. Después... ¡ay, después llegaron ya los verdaderos revolucionarios con Lenin a la cabeza y Rusia se transformó en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas! 

Pero ¿cuál fue el final del zar Nicolás II y el de toda la familia imperial?... Mucho se ha escrito sobre esto y, sin embargo, parece que la historia -hábilmente manipulada- hubiese decidido borrar de sus páginas los «sucesos de Ekaterimburgo». Entre otras cosas porque los soviéticos, que no dudaron en acabar con cualquier posibilidad de «retorno», echaron rápidamente mil toneladas de silencio sobre los trágicos acontecimientos de aquellas fechas... 

El hecho es que la familia real rusa sucumbió en la medianoche del día 16 de julio de 1918... Tal como lo cuenta Robert K. Massie en su gran biografía de Nicolás y Alejandra: 

*** 

La ciudad de Ekaterimburgo está enclavada entre un grupo de bajas colinas, en las estribaciones orientales de los montes Urales. En la cima de la más alta de dichas colinas, cerca del centro de la ciudad, un rico comerciante llamado N. N. Ipatiev había hecho construir una hermosa casa de dos pisos. A fines de abril, cuando Nicolás y Alejandra fueron llevados allí desde Tobolsk, se le dieron repentinamente veinticuatro horas de plazo a Ipatiev para que desalojase dicha residencia. Y, tan pronto como lo hizo, un grupo de obreros levantó apresuradamente una alta empalizada de madera, que ocultaba la casa y su jardín a toda mirada desde la calle. Cinco habitaciones del piso superior fueron clausuradas. Los vidrios de las ventanas fueron pintados de blanco. El piso bajo fue rápidamente convertido en sala de guardia y oficinas. Y cuando quedaron terminados todos los trabajos, se le dio al edifico el ominoso nombre de la «Casa del Propósito Especial». 

En Ekaterimburgo, Nicolás y su familia fueron tratados realmente como prisioneros. Sus guardias estaban divididos en dos grupos, separados entre sí. Fuera de la empalizada, y a intervalos a lo largo de la calle, la guardia estaba compuesta por milicianos rojos. Dentro de la casa estaba formada por tropas bolcheviques de choque, integradas por ex obreros de las fábricas Zlokazovsky y Syseretsky, de la ciudad. Todos ellos eran revolucionarios fanáticos, curtidos por años de privaciones y amarguras. Día y noche, tres de aquellos hombres, armados de revólveres, mantenían guardia fuera de las cinco habitaciones ocupadas por la familia imperial. 

El día 16, el del asesinato múltiple, Yurovsky ordenó que saliese de la casa el pinche. A las cuatro de la tarde, el Zar y sus cuatro hijas salieron a dar su paseo de costumbre por el jardín. A las siete, Yurovsky llamó a su habitación a los hombres de la checa y les ordenó que reuniesen todos los revólveres de los guardias externos. Con doce pesadas armas de ese tipo colocadas ante sí sobre la mesa, dijo: 

- Esta noche daremos muerte a la familia, sin dejar ni uno. Que se notifique a los guardias externos que no deben alarmarse cuando oigan los disparos. 

La decisión fue cuidadosamente ocultada a la familia. Aquella noche, a las 10.30, todos se acostaron, ignorantes del espantoso peligro que se cernía sobre ellos. A medianoche, Yurovsky los despertó, ordenándoles que se vistiesen rápidamente y bajasen. Explicó que los checos y el Ejército de los rusos blancos se estaban acercando a Ekaterimburgo, y que el Soviet Regional había decidido que la familia abandonase la casa. La familia, todavía ignorante de su destino, se vistió y Nicolás y Alexis se pusieron sus gorros militares. Nicolás bajó la escalera con Alexis en brazos. Los demás les seguían. Anastasia apretaba entre sus brazos a su perrito Jimmy. 

En la planta baja, Yurovsky los llevó a una pequeña habitación cuyo tragaluz estaba protegido por una pesada reja de hierro. Les dijo que esperasen allí la llegada de los automóviles. 

Nicolás pidió unas sillas, sobre todo para su esposa, y Yurovsky hizo llevar tres, de las cuales, Alejandra ocupó una. Nicolás se sentó en otra, utilizando sus brazos y hombro para sostener a Alexis, que se tendió atravesado en el asiento de la tercera silla. Detrás de su madre se agruparon las cuatro hijas, el doctor Botkin, el sirviente Trupp, el cocinero Jaritonov y la sirvienta Demidova. Ésta había bajado con dos almohadas, una de las cuales la colocó tras la espalda de la Emperatriz. La otra la retuvo apretada entre sus brazos. Dentro de ella había sido ocultada una caja que contenía una colección de joyas imperiales. 

Una vez todos reunidos allí... Yurovsky volvió a entrar en la habitación, seguido por todos los hombres de la checa, armados de revólveres. Dio unos pasos hacia el grupo y declaró rápidamente: 

-Vuestros parientes han tratado de salvaros, pero fracasaron y ahora tenemos que daros muerte. 

Nicolás, que rodeaba el cuerpo de Alexis con sus brazos, hizo un movimiento como para levantarse y proteger a su esposa e hijo. No tuvo tiempo más que para decir: 

-¿Qué...? -cuando Yurovsky le apuntó con su revólver a la cabeza e hizo fuego. 

Nicolás II murió instantáneamente. Ésa fue la señal. Todo el escuadrón comenzó a disparar sus armas. Alejandra tuvo tiempo para alzar una mano y santiguarse, cuando cayó sin vida al recibir un proyectil. Olga, Tatiana, María, que estaban detrás de su madre, fueron alcanzadas inmediatamente después y murieron rápidamente. También cayeron Botkin, Jaritonov y Trupp. Demidova, la sirvienta, sobrevivió a la primera descarga, los verdugos la persiguieron, hiriéndola numerosas veces con las bayonetas de los fusiles que habían cogido de la habitación contigua. A saltos, intentó impedir que la alcanzasen las bayonetas, poniendo ante sí la almohada, pero por fin cayó, con más de treinta heridas en el cuerpo. El perrito Jimmy fue muerto de un culatazo de fusil que le destrozó la cabeza. 

La habitación, llena de humo y del acre olor a pólvora, quedó en silencio repentinamente. La sangre brotaba a borbotones de los cuerpos tendidos en el suelo. De pronto, se observó un movimiento y se oyó un débil quejido. Alexis, tendido sobre el piso y todavía apretado por los brazos de su padre muerto, movió una mano para aferrarse al cuerpo de Nicolás. Salvajemente, uno de los verdugos le propinó un feroz puntapié en la cabeza. Yurovsky se acercó y disparó dos veces, arrimando el cañón del revólver a una de las orejas del Zarevich. Y en ese momento Anastasia, que estaba solamente desmayada, volvió en sí y emitió un terrible grito de horror. A bayonetazos y culetazos los de la checa la atacaron, y unos segundos después yacía también sin vida. 

¡El holocausto había sido cumplido! 

Los cuerpos fueron envueltos en sábanas y subidos a un camión que se había estacionado frente a la pequeña puerta del sótano. Antes del amanecer, el vehículo, con su carga macabra, llegó a los «Cuatro Hermanos» y comenzó el proceso de descuartizar y destruir los cadáveres. Cada uno de ellos fue cuidadosamente cortado en pedazos por medio de hachas y serruchos, colocándose luego todos los restos sobre una enorme hoguera, que estuvo ardiendo durante largo tiempo, alimentándose las llamas con chorros de gasolina. Cuando las hojas de las hachas cortaban ropas y carne, muchas de las joyas allí cosidas fueron aplastadas y los fragmentos se desparramaron por entre el alto pasto, o quedaron enterrados en el barro. Como era de esperar, muchos de los huesos mayores resistieron el fuego y tuvieron que ser disueltos en ácido sulfúrico, proceso que no resultó, por cierto, fácil ni rápido. 

Durante tres días, los asesinos de Yurovsky trabajaron en aquella macabra tarea. Finalmente, las cenizas y residuos fueron arrojados a la pequeña laguna que las lluvias habían formado en el fondo de la galería de la mina. Y tan satisfechos quedaron los asesinos de haber hecho desaparecer todo rastro de sus víctimas, que Volkov, el miembro del Soviet de los Urales que había comprado la gasolina y el ácido sulfúrico, declaró orgullosamente: 

-El mundo no sabrá jamás lo que hicimos con ellos. 

Bueno, pues, según Gabriel Maura don Alfonso temió no solo por él sino por la familia, hasta el punto que se resistió a marcharse solo al ser amenazado por el Presidente provisional del Comité Revolucionario, don Niceto Alcalá-Zamora, con que no le podrían asegurar la vida de él y de los suyos si no se marchaba antes de la puesta del sol. Don Alfonso tuvo hasta ultimísima hora en su mente la matanza de Ekaterimburgo.  Así nos lo cuenta la intrahistoria.

Julio Merino

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