17 de junio de 2024
|
Buscar
FIN DE SEMANA
Patio de columnas

Patio de columnas

José Francisco Roldán

Pidienteros

/ Gente alzando la mano para pedir algo.

Hace mucho tiempo la sociedad comenzó a distinguirse entre poderosos y miserables. El poder de las armas impuso normas para diferenciarlos claramente. Los mendigos sobrevivían de las migajas ajenas. La evolución de los asentamientos fue apartando a los desesperados de la capacidad de subsistir, lo que determinaba muerte prematura, persecución implacable o entrega al que detentaba la fuerza.

Los siglos fueron desarrollando pueblos; las revoluciones repartieron justicia o terror para establecer sus parámetros sociales, que en algunos casos llegaron a considerarse moralmente correctos. En la Edad Media aparecieron definidos quiénes podían tener alguna posibilidad de prosperar o medrar. Las órdenes mendicantes no hacían más que implorar ayuda.

La picaresca española plasmó en palabra escrita o dicha lo que padecían quienes no habían sido elegidos por la fortuna. El Lazarillo de Tormes conoció pronto que el modo de malvivir era sirviendo, por eso se orientó hacia los favores del clero. Entre los más pobres, a costa de bulas y otros servicios para salvar almas, esos hombres piadosos iban comiendo y progresando con apreturas. Comer almendras, pistachos o tripas de animal suponía, en ocasiones, manjares reservados a unos pocos, porque se comía cualquier cosa. Las incipientes clases intermedias, que obraban para los poderosos, se convirtieron en potenciales víctimas de los que no veían más opción que apoderarse de sus bienes.

Rinconete y Cortadillo, como escribió Cervantes, constituyen el paradigma del ratero por una Sevilla poderosa y próspera, modelo para una formade relatar. A pesar de los avances de toda condición, los miserables, esos seres marginales sin más opción que vivir de la caridad ajena o despojando a sus semejantes con astucia, habilidad o violencia, han evolucionado viendo la prosperidad de una clase media trabajadora o quienes se han dedicado a desarrollar talento, ingenio, sacrificio y esfuerzo para mejorar y vivir mejor.

Los mendigos, como entonces, nos siguen recordando que la justicia social se ha quedado a medias, aunque, también, una parte de ellos no han hecho otra cosa que comportarse como parásitos abriendo la mano para recibir cualquier ayuda privada o pública sin propósito de trabajar. Entre tanto pedigüeño moderno, que ha renunciado al empleo, deberíamos discriminar y tratar de introducirlos por el aro de la actividad. No parece correcto regalar dinero para que el paro interesado se convierta en una profesión de futuro.

Falta mano de obra y sobran vagos de solemnidad. Aún así, una población desfavorecida por tantas y variadas razones, sigue necesitando subsistir de la mendicidad privada u oficial. Las colas pidiendo comida nos recuerdan que hay mucho por hacer, sobre todo por parte de esa nueva clase social, que se dedica al negocio de la actividad política improductiva, conformando una remora de sanguijuelas reteniendo iniciativas, que podrían hacer mucho y bien. Y entre los que tienen más o menos y quienes carecen de todo, se sitúan unos seres excepcionales, auténticos santos y bienhechores, empeñados en servir de intermediarios para hacer llegar a unos lo que regalan otros.

Es cotidiano contemplar undespliegue de huchas o lazos buscando solapas generosas donando dinero para los demás. Como hay mucha gente empujando de la iniciativa privada para cubrir esa retahíla de carencias, que las administraciones públicas han ido dejado como auténticos socavones de insolidaridad. Ahí están las asociaciones sin ánimo de lucro dedicando tiempo, esfuerzo y dinero para sacar adelante iniciativas de toda condición, en muchos casos para que su sociedad, de la que forman parte, pueda recibir ayuda y servicios dignos para tanta gente a la que le es imprescindible.

Las aventuras sociales de cualquier tipo, alejadas de egoístas intereses, deben ser enaltecidas y apoyadas generosamente por los poderes públicos. Hay muchas voluntades incuestionables buscando objetivos benefactores que deberían ser respaldadas, porque dignifican a sociedades que precisan estímulos. Hay que enaltecer y reconocer los méritos incalculables de esos modernos pidienteros.

El Cierre Digital no se hace responsable de las opiniones vertidas en esta sección que se hacen a título particular.

COMPARTIR: