26 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA
Patio de columnas

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Francisco Mercado

Vótame, que estoy amenazado

Reyes Maroto.
Reyes Maroto.

“Todos los demócratas estamos hoy amenazados”, proclamó la ministra de Industria y miembro de la candidatura socialista al Gobierno de Madrid Reyes Maroto. También pudo haber dicho “hoy todos somos Erdogan” si hubiera esperado unos días a que avanzara la investigación sobre la carta con una navaja que recibió. Porque la amenaza que se cernía sobre ella tenía como origen el mismo enfermo mental que había amedrentado por carta al presidente turco. Este potencial asesino en serie tenía como santo y seña poner en sus cartas de amenaza su remite real. Temía más que Correos traspapelara su carta que facilitar su dirección a la policía.

“¿Nos llegarían cartas con balas si propusiéramos privatizar la Sanidad y la Educación?”, preguntó Pablo Iglesias a su electorado tras recibir una carta amenazante para su pareja y padres con cuatro balas. Y acusó a la presentadora Ana Rosa Quintana de dar aliento al terror postal. “Volvía a difundir el bulo de que el responsable de las residencias de ancianos en Madrid era yo, y no la señora Ayuso. Una mentira que basta leer el BOE para desmentir, pero que está detrás de las amenazas de muerte que hemos recibido mi padre, mi madre, la ministra de Igualdad y yo, como pudo leer todo el mundo en la carta que recibimos que venía acompañada por cuatro balas".

Isabel Díaz Ayuso ha sufrido una carta amenazante. No ha culpado a quienes, como Iglesias, le achacan la mortandad de ancianos en las residencias de Madrid. Por el contrario, ha planteado que a tales amenazas hay que responder con la ley y con la mesura. Denunciarlas, pero no mitinear con ellas. De esto algo sabían los concejales vascos de PP y PSOE cuando cada día tenían que mirar con temor los bajos de sus coches, las esquinas, el buzón, la gente que entraba o salía en los bares donde tomaba una caña. Cuando tenían que soportar escoltas en su esfera privada o poner en peligro su vida. Y todo esto gracias a una banda cuyo prohombre político, Otegui, nunca ha recibido un bufido de Iglesias como el asestado a Ana Rosa Quintana.

La periodista podrá tener su corazoncito y criterio político para formular las críticas que desee a Iglesias con igual libertad y rigor que el líder morado las reparte. Pero ni Iglesias buzonea sobres con balas cuando manipula los datos de las muertes de ancianos en Madrid ni Ana Rosa contrata sicarios cuando le atribuye una competencia que no era suya. Y blandir como señuelo ventajista que quien le envía amenazas defiende la privatización en sanidad y educación…es atribuir una inmerecida altura intelectual a un sujeto que parece tener más balas que argumentos. Y el autor ni siquiera menciona la educación o la sanidad en su misiva. Sólo las muertes en residencias. Puestos a buscar origen político, ¿cabe que sea un enloquecido pro Hassel, que lanzó terribles ataques a Iglesias por sentirse traicionado? Lo dudo. Pero lo anoto para no airear sólo la hipótesis que gusta en el auditorio morado. Acaso lo que quería y ha logrado el escritor balístico es que toda España lea su mensaje: Iglesias, asesino de ancianos. Y en eso Iglesias le ha ayudado con gusto.

De este pastel cocinado con el victimismo, al final, parece resultar culpable de las misivas el que no vote a PSOE o Podemos. O les critique. La sensatez exige que se depuren las responsabilidades tanto de quienes enviaron tales cartas como de quienes facilitaron que arribaran a destino. Si hay que buscar cómplices de que tales misivas hayan llegado a Iglesias o a Maroto, entre otros, habrá que enfocar a los cargos de Correos que toleran una

tropa de vigilantes mal pagada y desbordada. Y a los responsables de Interior incapaces de garantizar un segundo filtro para que no llegaran a su destino unas cartas que no aparentan surgir de una organización profesional del crimen. Dejan no pocas pistas con las balas. Parecen actos individuales. Ya veremos qué personaje se esconde tras ellas. Ni cabe minimizar el peligro, ni cabe exacerbarlo antes de tiempo. No sea que luego una enfermedad mental desluzca la manifestación organizada. Y repartir cartas amenazantes en los mítines es el mejor estímulo para que proliferen los descerebrados con pasión postal.

Pero hay algo casi peor que criminalizar al opositor político o periodístico con las cartas amenazantes: pedir el voto por las misivas recibidas. Ningún concejal de PSOE o PP plantearon en sus mítines algo parecido: vótame porque ETA me amenaza. Hablaban de libertad y de mejoras para su municipio. No del sudor frío de cada día. Aznar hizo menos uso político de su atentado de lo que hemos visto estos días. “Tranquilos, que estoy bien”. PSOE y PP no llevaron sus muertos a los actos de campaña en los años del plomo. Y hablamos de muertes, no de cartas amenazantes. Algunos de sus huérfanos abanderan hoy el perdón y la reinserción en lugar de buscar votos fáciles.

Pero incluso si hablamos de cartas…aquéllas tenían un valor añadido: las amenazas de ETA siempre eran reales. Se cobraban a plazo fijo. Lo probaron no sólo los políticos. También empresarios y periodistas que tuvieron que abandonar Euskadi tras saberse en listas negras o sufrir paquetes explosivos en sus buzones. Hay corajudos periodistas que no han hecho bandera de tal hecho: léeme porque ETA me mutiló. Léeme porque tuve que huir.

Por si fuera poco, estas cartas amenazantes sepultan otras misivas no menos inquietantes. La que envió la Comunidad de Madrid a Sánchez exigiendo una cuarentena a los vuelos de India para que no se reprodujera la suicida tolerancia practicada durante semanas en los aeropuertos frente a la cepa del Reino Unido. O la pasividad frente a los vuelos de Italia en la primera ola (20.000 pasajeros diarios durante dos semanas y sin control). El gobierno ha tardado un mes en promover la cuarentena india. El brote indio lleva 200.000 muertos. Qué espanto. El doble que España. Pero tiene más de 1.400 millones de habitantes y nosotros 47 millones.

Otra carta amenazante acaba de llegar a todos los hogares: el recibo de la luz más caro de la historia, con un aumento del 47%. ¿Es culpa de algún enfermo mental o de algún ministro de Podemos o PSOE?

La Generalitat ha recibido otra amenaza por escrito. Ha tenido que ser obligada por la justicia a vacunar a la casta de los intocables en Cataluña, policías y guardias civiles. Es verdad que tan deliberada voluntad de que enfermen y mueran los agentes del Estado no figuraba en las cartas recibidas por Maroto, Iglesias, el ministro de Interior, Fernando Grande Marlaska o la directora de la Guardia Civil, María Gámez. Pobres. No tenían cómo saberlo, a menos que leyeran la Prensa. O los tuits públicos del caritativo Puigdemont.

Otra amenaza que no consta en los mítines de PSOE y Podemos, aunque afecta a trabajadores del estado que gobiernan. Los mismos que rastrean las cartas del terror y que protegen sus hogares y familias. Ninguna de las víctimas postales ha hecho una proclama ante tal chantaje vírico: “hoy todos somos policías o guardias”. Por ejemplo.

Cierro. Reitero que deseo ver ante la justicia a todos los escritores del terror, pero también a los que activan apedreamientos de las fuerzas de seguridad o de concentraciones rivales. Lo otro ya lo inventó Hitler: hay que detener a todos los comunistas por el incendio del Parlamento que hemos provocado nosotros.

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