26 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA
Patio de columnas

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Lucio Séneca

Requien por "la monarquía de todos"

Corinna Larsenn.
Corinna Larsenn.

¡Dios, que mal lo debe estar pasando Luis María Ansón! al ver lo que está viviendo su "Monarquía de todos",  la de aquel famoso artículo de 1966 que le llevó al exilio por defender a pecho descubierto y con la inteligencia de su juventud la Monarquía de Don Juan en contra de la Monarquía de Franco. Es verdad que el "vía crucis" de la familia real actual comenzó desde el principio, o sea desde el mismísimo momento que el Príncipe Juan Carlos tuvo que aceptar ser Príncipe de España y no Príncipe de Asturias (Instauración y no Restauración) e incluso jurar los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional al aceptar ser heredero de Franco a título de Rey:

"Presidente de las Cortes:   "En nombre de Dios y sobre los Santos Evangelios, ¿juráis lealtad a su excelencia el jefe del Estado, fidelidad a los principios del movimiento nacional y demás leyes fundamentales del Reino?

Príncipe Don Juan Carlos: "Sí, juro lealtad a su excelencia el Jefe del Estado y fidelidad a los principios fundamentales del Movimiento y demás leyes fundamentales del Reino".

Presidente de las Cortes: "Si asó lo hicieréis que Dios os lo premie y, sino, os lo demande".

Después tomó la palabra el Príncipe y leyó un discurso para la Historia, que entre otras cosas decía: "Mi general, señores Ministros, señores procuradores: plenamente consciente de la responsabilidad que asumo, acabo de jurar, como sucesor a título de Rey, lealtad a Su Excelencia el Jefe del Estado y fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales del Reino.

Quiero expresar, en primer lugar, que recibo de su excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo Franco la legitimidad política surgida el 18 de julio de 1936, en medio de tantos sacrificios, de tantos sufrimientos, tristes pero necesarios, para que nuestra Patria encauzase de nuevo su destino (...)" .

Después de haber dicho y repetido que "nunca, nunca aceptaré la Corona mientras mi padre viva" (¡Dios, que mal lo pasaría aquel día Luis María Ansón!). Como mal lo debió pasar el "23-F" cuando se viera en la lista del Gobierno de Armada sin saberlo y cuando toda España creyó que el Rey estaba detrás. Y cuando surgió el "lío amoroso" con Corinna, la cacería de Botsuana y el traslado de la amante al palacete del Pardo... Y cuando estalló el "caso Urdangarin" con la Infanta Cristina sentada en el banquillo... Y ahora con el Comunicado de la renuncia a la herencia contaminada, como anticipo de la explosión retardada que puede llegar... ¿será posible que el Rey que hizo posible la Democracia pueda verse haciendo compañía a su yerno? (No puede extrañar, pues, que el gran Ansón diga que prefiere estar muerto antes de ver la llegada de la III República). ¿Podrá seguir manteniendo lo que tan solo hace unos días (8-3-2020) le decía a Daniel Ramírez en "El Español"? ( "Pongo las manos en el fuego por la honradez de Don Juan. Lo de Corinna fue una aventura").

Pero, más grave que los "líos de faldas" o los "líos económicos" (¡qué curioso, por los mismos líos tuvo que marcharse al exilio Isabel II, la de los tristes destinos) es la quema de las fotos de Felipe VI, que lo pateen en Barcelona y que digan y repitan en la Prensa, la Radio, la TV, la calle, los Parlamentos que "El Rey de España ya no es nuestro Rey", "Borbones, al paredón"... ¿Dónde? ¿Dónde queda, dónde está ahora mismo aquella "Monarquía de Todos" que le costó el exilio al fiel Ansón?... ¿Sigue siendo la actual Monarquía la de todos los españoles de hoy? ¿Podrá resistir Don Felipe VI una España sin Cataluña y probablemente sin Euskadi y Galicia... Quosque tandem Catilina?

Sin embargo, no hay más remedio que reconocer el valor que tuvo el joven Ansón para enfrentarse al Régimen cuando más fuerte estaba Franco y la clarividencia política para intuir lo que venía, aunque fuese de la Ley a la Ley. Por ello me complace reproducir el artículo que se publicó el 21 de julio de l966:

 La monarquía de todos

En la vieja Europa de las experiencias y de las sabidurías políticas, una serie de países avanzados, de alto nivel de vida, que han hecho una reforma social justa y han distribuido la riqueza de manera equitativa, sin necesidad de revoluciones armadas, ni de sangre; que, en fin, gozan de libertad en medio de paz prolongada y de ejemplar estabilidad política, son monarquías: Suecia, Noruega, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Inglaterra... Con esto no quiero negar la existencia de repúblicas justas y estables, sino sencillamente subrayar un hecho incuestionable: la Monarquía es un sistema que responde a las exigencias de la más avanzada modernidad social y política, y no solo no entorpece el progreso y la libertad, sino que, por el contrario, los favorece al máximo. De ahí se deriva, tal vez, la profunda popularidad de la institución monárquica en los países europeos que disfrutan de ella, en todos los cuales, por cierto, han gobernado o gobiernan los socialistas.

Que en Bélgica, en Dinamarca o Inglaterra el pueblo está con la Monarquía, nadie puede dudarlo. Por eso toda la propaganda antimonárquica desbordada en España por ciertos demagogos enraizados en ideologías más o menos totalitarias y torpemente planteadas sobre pintorescas imágenes de pelucas, marqueses empolvados, rigodones y explotación del pueblo, se desmorona como un castillo de arena ante la realidad de la Europa de hoy.

Mirando hacia Noruega o Suecia resulta verdaderamente difícil convencer a nadie de que la Monarquía es un sistema atrasado que utilizan los poderosos para exprimir al pueblo y privarle de la libertad y de su derecho a intervenir en la vida pública. Aún más, es cierto que algunas de las monarquías derribadas desde la crisis de la Gran Guerra se han convertido, tras pruebas durísimas, en repúblicas libres: la Alemania partida en dos, Austria, Italia, donde si gana el partido de la oposición se terminaría la democracia.

Pero la mayor parte de los países europeos que perdieron sus monarquías no lo hicieron en favor de la libertad, sino que, tras breves periodos republicanos, desembocaron en dictaduras. Así, Rusia, Hungría, un parte de Alemania, Yugoslavia, Albania, Rumanía, Polonia, Bulgaria... En Portugal y España, la caída de la Monarquía y la República consiguiente concluyeron en regímenes autoritarios occidentalistas. Hoy, en fin, libertad y Monarquía en Europa se identifican y eso no lo puede negar nadie.

Conviene tener en cuenta todas estas consideraciones ahora que se habla tanto en España de Monarquía. Porque la Monarquía en sí misma quiere decir poco. Si interesa a los españoles es en función de que cumpla una serie de condiciones: las mismas que satisfacen las monarquías europeas, según ha señalado certeramente Carlos Ollero, en su reciente y gran discurso académico. Habrá diferencias de matices y de tal o cual estructura, porque las circunstancias son también diferentes, pero, en líneas generales, la Monarquía española no podrá ser muy distinta de la belga, la noruega o la danesa.

El Rey Juan Carlos y Corinna Larsenn.

Desde 1945 el Régimen español -poco propicio a la permeabilidad- ha experimentado una evolución de noventa grados. Basta leer los discursos y los periódicos de entonces y los de ahora para comprobarlo. ¿Cómo se puede pretender entonces que dentro de veinte años la Monarquía sea igual que el Régimen de hoy? El inmovilismo sobre todo después del ejemplo del Concilio, es imposible, la evolución se impone y la Monarquía española, incorporada en el futuro, económica y políticamente a Europa de forma casi inevitable, será, en líneas generales, como sean las otras monarquías europeas, con sus inconvenientes, pero con todas sus inmensas ventajas de paz, continuidad, progreso económico y libertad.

Por eso, en España los caminos políticos conducen a la Monarquía de Don Juan, que es la Monarquía a la europea, la Monarquía democrática en el mejor sentido del concepto, la Monarquía popular, la Monarquía de todos. En unos meses, desde Serrano Súñer a Tierno Galván, las principales figuras políticas españolas de numerosas tendencias han hecho declaraciones públicas en favor de Don Juan. Hace unos días hablaba yo con Hermenegildo Altozano, el político de más porvenir que tiene el Opus Dei, de este hecho significativo: En la cena que, con motivo de la onomástica del Jefe de la Casa Real Española, se celebró el 23 de junio pasado en Madrid, se encontraban presentes no sólo los sectores tradicionalmente conservadores y monárquicos desde Arauz de Robles y su grupo de carlistas a Joaquín Satrústegui y sus liberales, sino también -y esto es lo más significativo- los representantes de ideologías en otro tiempo hostiles a la Monarquía. Así, Villar Massó y sus socialistas, Federico Carvajal y los suyos.

Así, Dionisio Ridruejo y su grupo, los socialistas de Tierno y republicanos históricos como el magnífico Prados Arrarte o Félix Cifuentes, hombre de mente extraordinariamente fría y lúcida. Así, el equipo de la Revista de Occidente, con José Ortega a la cabeza, sin que faltara Aranguren, ni las adhesiones de Laín y Marías. Mención aparte, por cierto, para algunos sectores del grupo de democracia cristiana, centro de equilibrio de la vida política española, con hombres de la calidad humana y la inteligencia de Moutas, Adánez, Barros de Lis, Juan Jesús González, Guerra Zunzunegui. En la mesa donde yo cenaba estaba Miguel Ortega, hijo de Ortega y Gasset, miembro del Consejo Privado de Don Juan, y, viéndole yo pensaba: "Lo importante de esta noche no es la presencia de los grupos conservadores, de los grupos que el 18 de julio sustentaron el Régimen actual, y cuyos nombres sería demasiado largo enumerar ahora. Lo importante es que se encuentren en un acto en honor de Don Juan los que derribaron a su padre, los que dijeron “delenda est Monarchia”, y hoy, con un patriotismo admirable y una honestidad intelectual ejemplar, dicen: “La Monarquía debe ser construida”. Así se podrá cumplir el deseo del Jefe del Estado cuando al impedir a Don Juan incorporarse al frente durante la guerra afirmó que no debía pertenecer a los vencedores ni a los vencidos para poder ser un día el Rey de todos los españoles. Pensaba yo esto y pensaba también en la postura ejemplarísima de Don Juan Carlos cuando un periodista indiscreto le habló de sus posibilidades al Trono y el Príncipe hizo esta declaración perfecta, recogida en la revista “Time” de 21 de enero de 1966: “Nunca, nunca aceptaré la Corona mientras mi padre esté vivo”.

La Monarquía de Don Juan, pues, que es la del sentido común, significa la sucesión del Régimen sin alteraciones de la paz y del orden. No la convirtamos por matices bizantinos en un problema más, sino en un lugar común de convivencia para que los españoles de todas las tendencias puedan abordar pacíficamente la solución de los problemas de España. La Monarquía permanece en Inglaterra, en Bélgica o en Dinamarca porque es útil, mucho más útil que la República. No podemos actuar de espaldas a los tiempos que vivimos, y por eso es necesario, aun a costa de sacrificar matices o posiciones de grupo, ensanchar las bases de nuestra Monarquía. Porque la Monarquía no puede ser excluyente, como lo fue la República. De cara al futuro no hay más Monarquía posible que la Monarquía de todos, al servicio de la justicia social y de los principios de derecho público cristiano.
ABC, 21 de julio de 1966

Sí, era un sueño muy bonito, como bonito y ejemplar fue el exilio de su autor, o como lo fue el de Amadeo de Saboya. Soñar no cuesta dinero ¿o sí? ¿Y si no es la Monarquía de todos qué es?

Y duro golpe ha tenido que ser para él la ruptura del hijo con el padre (con ese Comunicado de la Casa Real que ha puesto la carne de gallina a muchos españolitos de buena fé) por los millones de dólares secretos e ilegales y las infidelidades manifiestas con la tal Corinna… Al menos así se desprende de lo que escribía hace unos días (18-3-2020) en "El Mundo":

"La Monarquía es, antes que nada, un poder histórico vinculado a la identidad nacional, al interés de todos. Está al servicio de España y de los españoles. Se restauró en nuestro país, y aquí permanece, por que es útil. La Corona no puede convertirse, por razones personales o familiares, en un problema, porque la Institución se justifica como plataforma sobre la que se solucionan, con respeto a la continuidad histórica, los problemas de la Nación. Si la Monarquía se convierte en un problema y deja de ser una solución, no tiene razón de permanecer, ni siquiera en Inglaterra porque habría perdido su utilidad".

Sí, sí, sí... pero la mujer del César no sólo debe ser honrada sino parecerlo. Aunque sea verdad que los hijos no pueden ser responsables de lo que hagan los padres. Mal asunto. 

¿Y por qué no recordar ante una situación como la que vivimos aquel otro famoso artículo referido a la Monarquía que le quitó el sueño al bisabuelo del Rey actual y al abuelo del Rey abdicado hoy por sus "líos de faldas y económicos"? Como deben saber lo firmaba Don José Ortega y Gasset y se tituló "El error Berenguer".

 El error Berenguer

 “No, no es una errata. Es probable que en los libros futuros de historia de España se encuentre un capítulo con el mismo título que este artículo. El buen lector, que es el cauteloso y alerta, habrá advertido que en esa expresión el señor Berenguer no es el sujeto del error, sino el objeto. No se dice que el error sea de Berenguer, sino más bien lo contrario -que Berenguer es el error, que Berenguer es un error-. Son otros, pues, quienes lo han cometido y cometen; otros toda una porción de España, aunque, a mi juicio, no muy grande. Por ello trasciende ese error los límites de la equivocación individual y quedará inscrito en la historia de nuestro país….

He aquí los motivos por los cuales el Régimen ha creído posible también en esta ocasión superlativa responder, no más que decretando esta ficción: Aquí no ha pasado nada. Esta ficción es el Gobierno Berenguer.

Pero esta vez se ha equivocado. Se trataba de dar largas. Se contaba con que pocos meses de gobierno emoliente bastarían para hacer olvidar a la amnesia celtíbera de los siete años de Dictadura. Por otra parte, del anuncio de elecciones se esperaba mucho. Entre las ideas sociológicas, nada equivocadas, que sobre España posee el Régimen actual, está esa de que los españoles se compran con actas. Por eso ha usado siempre los comicios -función suprema y como sacramental de la convivencia civil- con instintos simonianos. Desde que mi generación asiste a la vida pública no ha visto en el Estado otro comportamiento que esa especulación sobre los vicios nacionales. Ese comportamiento se llama en latín y en buen castellano: indecencia, indecoro. El Estado en vez de ser inexorable educador de nuestra raza desmoralizada, no ha hecho más que arrellanarse en la indecencia nacional….

Pero no ha hecho esto, que era lo congruente con la desastrosa situación, sino todo lo contrario. Quiere una vez más salir del paso, como si los veinte millones de españoles estuviésemos ahí para que él saliese del paso. Busca a alguien que se encargue de la ficción, que realice la política del "aquí no ha pasado nada". Encuentra sólo un general amnistiado…

Y como es irremediablemente un error, somos nosotros, y no el Régimen mismo; nosotros gente de la calle, de tres al cuarto y nada revolucionarios, quienes tenemos que decir a nuestro conciudadanos: ¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo! ¡DELENDA EST MONARCHIA!”

¡Sí, Dios, que mal lo debe estar pasando el gran Luis María Ansón, el último monárquico convencido del Resto de España¡... como para decir que "Si la Monarquía se convierte en un problema, y deja de ser una solución, no tiene razón de permanecer".

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