27 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA
Patio de columnas

Patio de columnas

José Francisco Roldán

Desconfianza

Si los que detentan el poder siembran desconfianza, cosecharán desafección.
Si los que detentan el poder siembran desconfianza, cosecharán desafección.

En algunos ámbitos la credibilidad es esencial para lograr los objetivos propuestos. Y si no, que se lo digan a un estafador profesional, que dejará de tener éxito cuando su relato inspire suspicacias.

La mayoría de los mortales reclaman sinceridad, aunque no todos la practican. Defender la verdad supone un ejercicio de solvencia ética vinculado a la dignidad. El honor está emparentado con el cumplimiento de promesas o respaldar la ejecución de los deberes y sustenta la base de una sociedad democrática pendiente de leyes justas y ponderadas, escenario donde los ciudadanos pueden desarrollar sus estrategias políticas sin más limitación que el respeto a normas y personas.

Cuando la credibilidad se quiebra no hay más modo de imponerse que con otros modos poco edificantes. Los que detentan el poder disponen de herramientas para asegurar los criterios sin necesidad de faltar a las leyes pues maniobran legislativamente para adaptar sus intenciones al ordenamiento jurídico, aunque no siempre se compadece con lo que se considera justo. La confusión de poderes puede rectificar una deriva democrática contaminando sus fundamentos mediante el ejercicio incontrolado de la capacidad para ordenar y hacerse obedecer. Si los que detentan el poder siembran desconfianza, irremisiblemente, cosecharán desafección, desprecio y multitud de reproches, que pueden estallar en forma de quejas, desórdenes o reclamaciones de responsabilidad.

La tentación de quienes pierden la confianza de sus ciudadanos es promulgar normas acomodándolas a sus objetivos tratando de adormecer demandas o sobornando a una parte significativa del potencial elenco electoral, por eso, cuando se manosea el erario público para conservar el poder a toda costa las consecuencias desastrosas no se dejarán esperar.

No hay que irse demasiado lejos en el tiempo para recordar aquellas indicaciones oficiales sobre la eficacia de mascarillas para prevenir el contagio del virus. Con un desparpajo casi ofensivo decían que no eran necesarias. Más tarde, con el mismo descaro incuestionable, nos reconocían la falacia porque el mercado, en esos momentos, no disponía de mascarillas para los españoles. Mientras, algunos elegidos por el designio oficial se dedicaban a completar negocios lucrativos haciendo llegar a España, muy tarde, elementos de protección.

Pasajeros usando mascarilla. 

Una enorme lista de profesionales sanitarios, olvidados y contaminados, sumaba dígitos a la tragedia. El número total de muertos asustaba tanto, que alguien decidió maquillar la masacre. La ausencia de información veraz iba adornando de dudas un escenario maldito. Algunos empleados de la propaganda disimulaban repartiendo trolas. Los descreídos iban dejando a un lado los mensajes del poder. El abanico de disputas recogía demandas perpetuas porque el sectarismo avanzaba sin descanso minando la fortaleza de un Estado en peligro. Algunos líderes sociales repetían la matraca del orden constitucional enfrentado al separatismo en sus falsas reivindicaciones. Muchos confiaron en esa resistencia oficial para impedir la repetición de errores antiguos pertrechando exigencias separatistas. Esa aparente determinación institucional se ha ido erosionando gravemente porque parece tener prioridad conservar el poder. Algunos seguidores, albergando esperanzas, vieron derretirse la confianza.

La avaricia desmedida, sin premisas de honor, nos regala desasosiego porque la mentira oficial justifica el cambio de criterio más despreciable. Se manosean instituciones para acompasarlas a intereses oscuros. La negativa incuestionable se convierte en claudicación por esa aparente extorsión política de calado insondable.

Mientras muchos contemplamos la generosa cabalgata de terroristas presos, el poder disimula con argumentos insostenibles, algo que los afectados, vivos y en nombre de sus muertos, consideran un desprecio evidente. Los pactos con el comunismo no estaban en la agenda hasta que se puso en ella.

El despropósito de las vacunas ha generado otro esperpento de la falacia oficial. Como con las mascarillas, se manipula el mensaje para airear efectos secundarios de una vacuna tergiversando intenciones con malas artes. Es más sencillo explicar imponderables que distorsionar la realidad. Muchas decisiones y errores estratégicos, fruto de la incompetencia, nos están arrastrando a conflictos graves en el escenario diplomático internacional, donde no valen engaños como los domésticos. Ya no cuelan más mentiras porque se ha sembrado la desconfianza.

El Cierre Digital no se hace responsable de las opiniones vertidas en esta sección que se hacen a título particular.

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