19 de mayo de 2024
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FIN DE SEMANA
Patio de columnas

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Manuel Ollé

Kofi Annan, un convencido de la paz

Recuerdo a la figura Kofi Annan, el primer africano negro Secretario General de la ONU, Premio Nobel de la Paz, y gran convencido de la lucha por la Paz en el Mundo.

En el mes de septiembre de 1998 escuché por primera vez a Kofi Annan y todavía hoy lo recuerdo. Probablemente, jamás, hasta ese momento, me había impresionado tanto la convicción de la palabra de un ser humano. El discurso, por razones idiomáticas, me costó seguirlo. Sin embargo, su tono, sus gestos, las formas, las miradas y tantos detalles de aquella inmediación, me hicieron descubrir al recién nombrado secretario general de las Naciones Unidas como el hombre de la convicción. El entonces desconocido, para muchos, Kofi Annan me regaló una gran lección: para crear, para progresar y para respetar los derechos humanos hay que estar convencido.

Desde entonces seguí, en lo que pude, su vasta labor en la casa de las Naciones Unidas, especialmente en aquellos temas que me interesaban y se relacionaban con mi trabajo, como la defensa de los derechos humanos. Pero como a todo ser humano, a Kofi Annan le acompañaron en su mandato algunas sombras. Cuántas veces me he preguntado, por ejemplo, si aquel genocidio de Ruanda en el que se masacró a machete a la etnia tutsi por los hutus se pudo evitar. Si Naciones Unidas se debió implicar más en los conflictos de Sudán o de Somalia. También me cuestioné por qué aquellas esperanzas de paz del final del último cuarto del siglo pasado se fulminó con la invasión de Irak por los Estados Unidos de América, o por qué no se disuadieron los caprichos de Marruecos que con tan execrable desprecio por la legalidad internacional negaron, y niegan, la libertad del pueblo del Sahara Occidental. ¿Por qué no se empleó más a fondo Kofi Annan? 

Este debe se compensa, sin duda, con su haber. Annan, el premio nobel de la paz, inició las necesarias reformas para tratar de democratizar el sistema de gobierno de las Naciones Unidas. También impulsó la creación de diferentes instrumentos internacionales para la protección de los derechos humanos relacionados con los ámbitos de trabajo de Naciones Unidas. Cuántas veces también he disfrutado releyendo sus informes, sus prefacios o sus cartas en las que, entre otros muchos temas que ahora me vienen a la memoria, se refería al respeto al imperio de la ley, a la utilización del progreso para defender los derechos humanos, a la tolerancia, al pluralismo, al respeto por la diversidad de los pueblos, a la lucha contra la criminalidad y contra los empoderados interesados en controlar nuestras vidas y gobiernos, a la dignidad de los seres humanos, o a la erradicación de la miseria. Asimismo recuerdo ese párrafo que Kofi Annan extraía de la Declaración del Milenio: “los hombres y las mujeres tienen derecho a vivir su vida y a criar a sus hijos con dignidad y libres del hambre y del temor a la violencia a la opresión o la injusticia”.

Carácter dialogante

A pesar de la dificultad, si tuviera que elegir algún logro especial de este africano internacionalmente reconocido, es el Annan dialogante en la búsqueda insaciable de la justicia frente a la barbarie. A él le debemos la inimaginable puesta en marcha de la Corte Penal Internacional. Como nos recuerda el preámbulo de su Estatuto, millones de niños, mujeres y hombres habían sido víctimas de atrocidades en el siglo pasado, que conmovían —y lo siguen haciendo— la conciencia de la humanidad. Ante estos crímenes que amenazaban la paz, la seguridad y el bienestar de la humanidad, era necesario ese tribunal de justicia mundial donde los responsables de esas fechorías fueran juzgados y su impunidad fuera difuminada.

También a Kofi Annan le debemos la creación de la importante doctrina de la responsabilidad de proteger. Annan se empeñó, y lo consiguió poco antes de acabar su mandato, que en el Documento Final de la Cumbre Mundial 2005 se plasmara su extraordinaria idea. Cada Estado es responsable de proteger a su población de los más graves crímenes. Y esta responsabilidad, para Annan, ensanchaba el concepto de soberanía de los Estados como derecho a la no injerencia de otros Estados. Ese fue su gran logro: que la soberanía de los Estados fuera sinónimo de responsabilidad y que el Estado donde se cometan los crímenes tenga la responsabilidad de enjuiciarlos, y, en el caso que ese Estado o no quiera o no pueda, tendrá que intervenir la comunidad internacional. 

La idea de Annan no era otra que pasar por encima del mal ejercicio de la soberanía de los Estados, de tal forma que son éstos los que deben salvaguardar a sus ciudadanos frente a estos crímenes internacionales y, si estos Estados incumplen este deber protector, será la comunidad internacional la que adoptará las medidas necesarias para que esta obligación estatal incumplida se corrija.

Hace unos años, no más de seis o siete, soy incapaz de recordarlo, vi por última vez a Kofi Annan en Sevilla. Era ya la persona que había recuperado la cotidianeidad del ciudadano de a pie, despojado de las aureolas de los cargos. Mientras observaba como bailaba sevillanas, me trasladé a aquel septiembre de 1998: seguía siendo el mismo hombre, aquél luchador y convencido de lo que creía. Hasta en un simple baile, en una tarde borrascosa, demostraba poseer esa virtud que ejecutaba a la perfección. Era el reflejo de un hombre alegre y satisfecho. Cuando nos estrechamos la mano le trasladé mi gratitud por su trabajo y los logros en beneficio de la paz del mundial.

Hoy se contará y se escribirá en todos los medios de los cinco continentes sobre este gran hombre. También desde “el cierre digital” que me brinda la oportunidad de esta columna, y que concluyo con ese párrafo de la Carta de las Naciones Unidas que abanderó el buen hacer de Kofi Annan:

“Nosotros los pueblos de las naciones unidas resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles; a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas; a crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional; a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad.

Y con tales finalidades a practicar la tolerancia y a convivir en paz como buenos vecinos; a unir nuestras fuerzas para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales; a asegurar, mediante la aceptación de principios y la adopción de métodos, que no se usará, la fuerza armada sino en servicio del interés común, y a emplear un mecanismo internacional para promover el progreso económico y social de todas los pueblos.

Hemos decidido aunar, nuestros esfuerzos para, realizar estos designios”.

Kofi Annan descanse en paz.

 

Manuel Ollé Sesé

Profesor de Derecho penal internacional de la Universidad Complutense de Madrid.

Ex presidente de la Asociación Pro Derechos Humanos de España.

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