02 de mayo de 2024
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FIN DE SEMANA
Patio de columnas

Patio de columnas

José Francisco Roldán

Efemérides

Miguel Ángel Blanco.
Miguel Ángel Blanco.

Es muy socorrido recurrir a los antecedentes de la historia para conocer acontecimientos, que no dejan de ser un referente para comprobar y comparar. Desde que existen registros, las hemerotecas se han hecho imprescindibles para contrastar la coherencia de quienes pretenden ser referentes sociales y protagonizar escenarios de influencia y poder.

La memoria, sin calificativos absurdos o falsos, se comporta como una operación matemática, que suele servirnos para restar egos o sumar orgullos. Muy pocas organizaciones superan con nitidez el examen de su historia, porque hay demasiadas sombras en el caleidoscopio de sus vivencias, donde hay mucho que reprochar y, por tanto, callar.

Nadie, ni siquiera los más mentiroso, pueden vanagloriarse de haber cumplidos años con honradez. Demasiados sinvergüenzas, agazapados en los recodos de la influencia, se han aprovechado para descrédito propio y ajeno. Hay fechas determinadas que sirven en bandeja la miseria humana, como el éxito compartido al que nos agarramos con firmeza para sentirnos orgullosos, mientras los enemigos callan discretamente esperando ver sobrepasada la euforia colectiva.

Los cobardes, siempre, se esconden en los rincones de las retaguardias, agazapados, para saltar sobre los inocentes o descuidados cuando más indefensos están. Hay ejemplos paradigmáticos del comportamiento traidor de indolentes y traidores aprovechando las circunstancias para alcanzar sus objetivos. Muchas victorias ajenas se sustentan sobre comportamientos desleales de gentes aparentando firmeza hasta que no les hace falta disimular. No es preciso alejarse demasiado en el calendario para comprobar conductas que se acomodan en el escaparate de lo reprochable ético, porque los resquicios de las leyes facilitan hechos despreciables.

En estos últimos días hemos repasado acontecimientos de entonces para experimentar alegrías o revivir tragedias impresionantes. No hace tanto, doce años, que nuestro paisano, el irrepetible Iniesta, metía el gol que nos hacían campeones del Mundial de Fútbol, donde sufrimos las vuvuzelas sudafricanas; una explosión irrefrenable de orgullo patrio vestido con la bandera invadió los rincones de España -algunos trasteros del resentimiento sectario aguantaron su rabia como pudieron-. Dos años antes y dos después, hablando de fútbol, nuestra selección regaló alegrías generosamente.

Han pasado dos años desde que un nuevo miembro se incorporó con energía a una familia cualquiera, que sigue añadiendo razones para ser dichosa. Dos años han pasado, más o menos, desde que perdimos buenos amigos en unas circunstancias despreciables. Otros se vieron abandonados para morir o sufrir secuelas inacabadas. Los recuerdos más tristes dejan señales en la memoria colectiva, que ennudecen la realidad más falaz.

Cuando se rememoran determinados acontecimientos hay personajes que se pierden en la indecencia disfrazada de homenajes o sobreactuaciones, que ofenden al sentido común. Hace veinticinco años pudimos ver a un hombre desorientado, mirando hacia ninguna parte, saliendo de un coche, después de haber estado deseando morir casi dos años, preso de una banda de asesinos, encerrado en un agujero, donde sirvió de mercancía para una extorsión criminal. Aquella imagen de su rescate sirvió para recuperar el ánimo y comprobar, como en otros casos, que la buena gente podía ir venciendo al terror, cuando se repetían funerales de servidores públicos asesinados escondiéndolos por las iglesias de una tierra marcada con fuego y sangre.

Una emoción colectiva que se vio traicionada por otro crimen de dimensiones desproporcionadas. En pocos días era asesinado otro inocente, que lo más despreciable de la condición humana usó para recuperar la iniciativa del terror. Una fecha para la memoria colectiva, que produjo una explosión de desprecio suficiente como para hacer cambiar el curso de los acontecimientos. Una sociedad agotada de muerte no quería perder su futuro. Estos días, algunos han mostrado su desnudez al caerse los oropeles, que disfrazaban la traición. La miseria humana sucumbe ante determinadas efeméride.

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