Seis años de guerra en Madrid entre Trinitarios y Dominican Don't Play.
Los Latin Kings y Ñetas han perdido poder por desarticulaciones de sus cúpulas y capítulos.
Si la primera “gran guerra” entre bandas de Madrid la protagonizaron las bandas de los Latin Kings y los Ñetas durante la primera década del milenio del 2000, la segunda lleva el sello de los machetes de los Dominican Don`t Play y los Trinitarios, bandas de origen dominicano.
A principios del año 2000 los Latin King y Ñetas, formados por jóvenes mayoritariamente de origen ecuatoriano, se enfrentaban y perdían la vida en las calles de Madrid, simplemente por seguir unos colores y unas estrictas reglas importadas desde Estados Unidos y el Caribe. Unas reglas carcelarias escritas hacían más de cuarenta años, que sometían a los integrantes de las bandas a una dura disciplina. Esa rígida estructura favoreció su crecimiento y también fue el principal factor de su caída.
Entonces, el perfil de los pandilleros era el de hijos de familias inmigrantes y desestructuradas, nacidos en Latinoamérica, que al llegar a España se sentían marginados y buscaban en las bandas un lugar que les acogiera y librara del sentimiento de desarraigo. Les prometían una suerte de hermandad basada en unos valores de exaltación de la “raza latina” que escribieron presos latinoamericanos en una América racista de los años 50. A cambio la banda les explotaba.
El entonces máximo responsable policial incidía en un aspecto fundamental que los pandilleros de España no lograban discernir: “en América los pandilleros viven de las bandas, en España la banda vive de los pandilleros”. La banda vivía de los pandilleros hasta el punto de que los jóvenes entregaban sus vidas a cambio de un sinsentido absurdo que eran incapaces de descubrir.
No eran grupos mafiosos, no desarrollaban una delincuencia reseñable, apenas obtenían ganancias. Salvo algún pequeño atraco o menudeos de droga, simplemente morían y mataban porque se sentían parte de un grupo y les daba “poder” en sus barrios. Su estructura rígida favoreció que en las sucesivas desarticulaciones de sus “cúpulas” muchos aprovecharan para cambiarse de banda o abandonar el absurdo de la violencia por unos colores y unos valores que no se cumplían dentro de la propia banda. Una época de violencia que dejó más de una decena de muertos y muchos más heridos en Madrid hasta 2010.
Mucho ha cambiado desde entonces. Los Latin Kings y los Ñetas, castigados por las sucesivas desarticulaciones de sus cúpulas y sus “capítulos” de distritos de Madrid, pasaron a un segundo plano y fueron desplazados por los DDP y Trinitarios, más violentos y desorganizados. Sus ataques a machetazos se han cobrado ya un número similar de muertos durante la segunda década de los 2000, y siguen con la guerra que arrancó tras la gran reyerta de la Puerta del Sol que se cobró la vida de un joven de 15 años. La realidad les daba la razón a los expertos de la policía que durante unos años redujeron el fenómeno delictivo de las bandas a su mínima expresión: “sabemos que es un fenómeno que no se puede extirpar del todo, pero nuestro objetivo es reducirlo al mínimo”.
Hasta 2016 la policía consiguió su objetivo. A un ritmo de más de un centenar de pandilleros detenidos al año, la policía actuó con dureza contra los pandilleros con delitos violentos e intentó separar de la banda a los miembros menos violentos abriéndoles los ojos de la realidad. Para entonces, los jueces comenzaron a sumar a las condenas de los pandilleros el delito de pertenencia a grupo organizado que suponía añadir un par de años de cárcel a las penas de turno.
El método funcionó durante unos años, hasta que DDP y Trinitarios comenzaron a despuntar. Desde entonces, Madrid vive una segunda guerra de banda pero con protagonistas diferentes. Los pandilleros ya no son en su mayoría jóvenes nacidos en Latinoamérica. Muchos son jóvenes de origen latinoamericano nacidos en España, pero también magrebíes, rumanos, y muchos españoles.
Los integrantes de las bandas cada vez ingresan antes en las pandillas, y el Observatorio de Bandas Latinas calcula que al menos 500 tienen menos de 14 años. El Observatorio estima que en Madrid conviven 2.500 pandilleros frente al millar que calcula Delegación de Gobierno. La mayoría tampoco proviene de familias desestructuradas y han encontrado en las redes una forma de expandir el reclutamiento que preocupa a los investigadores.
La Fiscalía ya advirtió hace meses
La guerra que sostienen desde hace seis años se mantiene en el tiempo. La Delegación del Gobierno en Madrid tiene razón cuando se refiere a que las cifras no demuestran un repunte de los hechos violentos protagonizados por bandas. No hay repunte, cierto, pero no es una buena noticia, lo que ocurre es que la violencia de las bandas juveniles simplemente se mantiene igual que antes de la pandemia y amenaza con crecer.
Si en 2019 hubo 180 atestados policiales relacionados con bandas en Madrid, en 2021 fueron poco más de 120. Menos, sí, pero las matemáticas demuestran un hecho indiscutible: en Madrid, hay un atestado policial por bandas latinas cada tres días. Eso sin contar las venganzas, reyertas, amenazas y heridos que no constan en las estadísticas porque no se denuncian, hecho del que alertaba la Fiscalía de Madrid en su último informe sobre bandas en la Región. “Las bandas son un fenómeno latente que se puede reactivar”, advirtieron. Tampoco cuadra la expresión de “actualmente no hay repunte” si se tienen en cuenta los datos de detenidos en 2021 que superaron con creces los de años anteriores.
Más detenidos, y más policías especializados con la creación, el pasado mes de octubre, de un nuevo grupo en la Brigada de Información (ya son tres) para combatir a las bandas juveniles, no parece que frenen el fenómeno. Tampoco las condenas por pertenencia a banda organizada.
Otras voces insisten en la otra vía, la que hace años practicaba con éxito el que fue el máximo responsable de la lucha policial contra las bandas, el comisario ya jubilado José Ricardo Gabaldón. Se trata de favorecer la reinserción de los jóvenes apartándolos de las bandas, del contacto más estrecho de la policía con las familias de los simpatizantes de las bandas para evitar que esos menores den el paso definitivo de entrar en una pandilla y arruinar su vida. Se trata, según el antropólogo y experto en bandas, Carles Feixa, de reconducir la vida de los pandilleros con ayudas sociales para que abandonen la violencia. Feixa aclara que los que cometan delitos deben responder por ello, pero a la vez hay que abrir puertas para sacar a los pandilleros de esa espiral destructiva.
Entre tanto, los miembros de los Trinitarios y DDP no se dan por aludidos y continúan con su violencia extrema y desorganizada. La pandemia les ha fortalecido, campan a sus anchas en las redes y pugnan por captar a bandas de “Rap” y de “Drill” para que cuenten sus “hazañas” de jóvenes incapaces de salir de una realidad que les arruina la vida. Han dado un paso adelante en su actividad delictiva y la policía ya les ha desmantelado varios narcopisos. Los pandilleros, también se han visto implicados en redes de prostitución de menores. Y tras el tiroteo que protagonizaron en el distrito de Ciudad Lineal en abril de 2021, es una obviedad su capacidad de acceso a las armas de fuego.
Así es como la Comunidad de Madrid llega hasta este fin de semana, con un despliegue policial sin precedentes para frenar la violencia pandillera en sus calles y municipios. La “manu militari” no parece la solución a largo plazo. Con los policías desplegados desde el pasado jueves, el viernes una llamada alertaba a los agentes del distrito de Carabanchel. Un joven caminaba junto a un instituto con un machete en la mano. Al pedirle la policía explicaciones, les contó que lo acababa de fabricar el mismo durante una clase de metales y fundición en su centro educativo. ¿El joven decía verdad o mentía? En cualquier caso, es un ejemplo visible de cómo afectan las circunstancias a los jóvenes madrileños.
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