
La princesa Leonor atrapada en el tiempo: Su tatarabuela Victoria de Prusia, su imagen
Leonor de Borbón y su tatarabuela guardan gran parecido físico y ambas han sido víctimas de rumores desde su juventud
Dicen que la historia está abocada a repetirse, siempre con nuevos protagonistas. Mientras la princesa Leonor de Borbón (19 años) inicia sus primeros pasos institucionales en España con su formación militar, no paran de resonar los ecos de la historia de Victoria Luisa de Prusia (1892 – 1980), tatarabuela de Leonor. Esos ecos resuenan como advertencia y espejo que parece que ser omitido.

Ambas hijas de la realeza, ambas protagonistas involuntarias de rumores sentimentales y presiones institucionales. Separadas por más de un siglo, pero unidas por la tensión entre el deber y el deseo.
Del escándalo diplomático al clic viral
En 1913, ocurrió la boda de la princesa Victoria Luisa de Prusia, única hija del káiser Guillermo II, con el duque Ernesto Augusto de Hannover.
Este evento no fue simplemente una celebración romántica entre dos jóvenes de la realeza. Fue, ante todo, una maniobra política minuciosamente calculada, orquestada en el tablero de ajedrez de las monarquías europeas.
Este matrimonio simbolizó nada menos que la reconciliación entre dos casas históricamente enemistadas.
La Casa de Hohenzollern, que gobernaba el Imperio Alemán. Y la Casa de Hannover, despojada del trono del Reino de Hannover en 1866 tras la anexión del territorio por parte de Prusia tras la Guerra Austro-Prusiana (14 jun 1866 – 23 ago 1866).

Durante décadas, esta disputa había sido una herida abierta en la aristocracia alemana. Con consecuencias diplomáticas, incluso, en el seno del Imperio Británico. Dada la conexión de los Hannover con la familia real británica.
El enlace sirvió como gesto simbólico de unidad nacional en un Imperio Alemán que, en vísperas de la Primera Guerra Mundial (28 jul 1914 – 11 nov 1918), necesitaba reforzar su imagen de cohesión interna.
Guillermo II, último emperador alemán, lo vio como una oportunidad de proyectar estabilidad dinástica y reconciliación interna. Todo esto en un momento ante el crecimiento de tensiones nacionalistas y la presión internacional.
Además, el matrimonio tuvo lugar apenas un año antes del estallido de la Gran Guerra, en un clima enrarecido por alianzas volátiles y rivalidades coloniales.
La prensa de la época, altamente controlada por el aparato imperial y enfocada en reforzar los símbolos de autoridad monárquica.
Presentó el enlace como 'un cuento de hadas'. Exaltando el carácter romántico de la unión entre la bella princesa y el apuesto duque. Se difundieron fotografías cuidadosamente seleccionadas, crónicas detalladas de la ceremonia en el Palacio de Berlín y reportajes que hablaban del "renacer de una casa ducal".
Sin embargo, bajo el velo nupcial se ocultaban los engranajes de la diplomacia de sangre: la obediencia a los designios imperiales, las alianzas por conveniencia y la lógica de continuidad dinástica.
Victoria Luisa, entonces con apenas 20 años, no era solo una novia; era un símbolo político, una pieza clave en el rompecabezas de legitimaciones cruzadas entre casas reales europeas en decadencia.
Más de un siglo después, la princesa Leonor se convierte en protagonista de una historia completamente distinta, pero con puntos en común. Durante su formación militar a bordo del buque escuela Juan Sebastián Elcano. A Leonor le surgieron rumores de una supuesta relación con un guardiamarina, acompañados incluso de detalles como un supuesto beso durante una fiesta en Brasil.

Como se contó en el programa 'TardeAR' en febrero de 2025. El joven madrileño, también 19 años, fue señalado por el periodista brasileño Fred Pontes que afirmó haber presneciado un beso entre Leonor y el joven de camisa azul desabrochada.

Estos rumores fueron rápidamente desmentidos por el entorno de la Casa Real. Lo sucedido pone en evidencia cómo la exposición mediática y el escrutinio público actual operan de manera similar a los controles de la corte prusiana. Solo que, ahora, con una inmediatez y viralidad que escapan a cualquier estrategia de contención.
Las diferencias entre ambas princesas, aunque físicamente iguales, son también un reflejo del cambio de época. Mientras que Victoria Luisa vivía bajo una autoridad familiar absoluta y debía plegarse a los designios políticos del káiser, Leonor goza de mayor libertad personal, al menos en términos formales.
No obstante, su vida sigue estando condicionada por su papel como heredera al trono en una monarquía parlamentaria, y sus decisiones personales son evaluadas públicamente con lupa. En lugar de la censura directa, ahora es el juicio social, amplificado por medios y redes, el que determina los límites de su autonomía.
Incluso la cobertura mediática ha cambiado de función. La prensa de principios del siglo XX fue utilizada como herramienta diplomática, legitimando alianzas y reforzando la imagen de la monarquía como garante de estabilidad.
Hoy, los medios actúan más como relatores del rumor y la intimidad, más pendientes de captar audiencias que de sostener instituciones.
En este nuevo escenario, los herederos reales caminan por una delgada línea entre lo público y lo privado, con menos capacidad de controlar el relato que sus antecesores. Piezas en el tablero geopolítico a figuras públicas bajo un escrutinio constante, en un equilibrio frágil entre representación institucional y vivencia personal.
Amor real, ¿ficción o derecho?
La narrativa mediática en torno al "amor real" ha cambiado radicalmente. Si antes los medios se alineaban con el relato institucional, hoy se mueven entre la fascinación por lo humano y la crítica a la sobreexposición.
El caso de Kate Middleton lo demuestra: su privacidad fue vulnerada durante unas vacaciones familiares, desatando un debate ético sobre los límites del derecho a la intimidad frente al interés público.
En 2012, la revista francesa Closer publicó unas fotos en topless de Kate Middleton. Las imágenes fueron tomadas con teleobjetivo mientras estaba de vacaciones con el Príncipe William en una casa privada en la campiña del sur de Francia.

La pareja estaba en un lugar aislado, aparentemente fuera del alcance de las cámaras. Sin embargo, un paparazzi logró tomar las imágenes desde una distancia considerable.
En este nuevo escenario, las redes sociales han intensificado la demanda de cercanía. La reciente publicación de un video por parte de la Princesa de Gales anunciando su tratamiento contra el cáncer fue recibida con una mezcla de empatía y escrutinio. Esta exposición ha sido definida por algunos analistas como una 'tiranía de la intimidad'.
El sociólogo Richard Sennett introdujo dicha idea en su obra 'El declive del hombre público' (1977). Sennett argumentó que, en las sociedades modernas, se ha erosionado la distinción entre lo público y lo privado. Todo ello promoviendo una cultura donde se valora más la expresión de emociones y experiencias personales que la participación en la esfera pública.
Esta tendencia, según Sennett, ha llevado a una forma de narcisismo social, donde la autenticidad se mide por la capacidad de compartir lo íntimo con los demás. Y una presión constante por mostrar lo privado, incluso en momentos dolorosos.
Princesas entre el deber y la libertad
La figura de la princesa ha estado históricamente ligada a ideales de obediencia, belleza y sacrificio personal por la institución. Hoy, aunque se reconoce el derecho a la autonomía, siguen vigentes ciertas expectativas sobre su comportamiento y elecciones personales.
Sabemos que Leonor, por ejemplo, está llamada a convertirse en jefa del Estado en un futuro. Su vida, desde su formación militar hasta sus posibles relaciones sentimentales, se observa bajo un microscopio público. Su reto es doble: asumir sus funciones institucionales mientras se le exige ser una joven “normal”, en un equilibrio muchas veces imposible.
La respuesta de Casa Real: silencio como estrategia
La Casa Real Española ha optado por una línea de comunicación clara, y nada nueva, la discreción. Frente a los rumores sobre la vida sentimental de Leonor, no ha emitido comunicados oficiales. Las respuestas, si llegan, lo hacen a través de fuentes cercanas que desmienten informaciones puntuales y restan importancia a las especulaciones.
Esto no nos resulta nuevo. El primer romance del entonces príncipe Felipe que captó la atención de la prensa fue con Isabel Sartorius. La relación se hizo pública el 6 de septiembre de 1981, cuando la revista '¡Hola!' publicó en portada fotografías de ambos navegando en Mallorca. En ese momento, Felipe tenía 21 años e Isabel, 24.

Isabel Sartorius era hija de Vicente Sartorius, marqués de Mariño, y de Isabel Zorraquín, lo que le otorgaba vínculos con la nobleza. Sin embargo, su familia había atravesado un divorcio, y su madre se había vuelto a casar con Manuel Ulloa, ex primer ministro de Perú. Lo que generó cierto recelo en sectores conservadores.
La Casa Real no emitió comunicados oficiales sobre esta relación, pero se percibió una actitud de discreción y reserva. A pesar de que la prensa de la época solía ser respetuosa con la vida privada de la familia real, el interés fue unánime.
La presión mediática y las expectativas sobre el futuro del heredero al trono contribuyeron a que la relación terminara tras cuatro años. Isabel Sartorius se trasladó a Londres, buscando alejarse del foco público
Es una estrategia coherente con el modelo monárquico español, que prioriza la estabilidad institucional frente al sensacionalismo. Sin embargo, en un entorno mediático tan hiperactivo como el actual, el silencio puede ser interpretado de múltiples formas.
Cuando el amor es una batalla interna
No solo las princesas viven este dilema. El Príncipe Harry, en sus memorias 'Spare'(enero de 2023), reveló las tensiones internas de la familia real británica y las renuncias que conlleva ser parte de la institución.
Su historia, junto a la de Meghan Markle, aunque polémica, pone en evidencia que el amor dentro de la realeza sigue siendo una elección complicada. Muchas veces enfrentada a una maquinaria que prioriza la imagen sobre lo íntimo.
Hoy, la figura de la princesa ya no se limita a encarnar la elegancia o la obediencia dinástica. Se espera de ella que sea empática, cercana, fuerte, pero también prudente. Que muestre humanidad sin perder la compostura.
Es, en definitiva, una figura en transformación, atrapada entre el relato idealizado de las monarquías del pasado y las nuevas exigencias de una sociedad que reclama líderes auténticos y emocionalmente accesibles.
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