Los grandes naufragios que nos han acechado: Del Prestige al Villa de Pintanxo
Un buque gallego se hundió en Terranova, Canadá, dejando al menos diez muertos y once desaparecidos.
El 26 de enero el buque gallego Villa de Pitanxo salió del puerto de Vigo con destino al caladero de NAFO (siglas que corresponden, en inglés, a Organización de Pesquerías del Atlántico Noroeste). A bordo viajaban 24 marineros. Algunos de ellos no volverán a casa.
El pasado martes sobre las 5:30 de la madrugada llegaron dos señales de socorro: una en el Centro de Coordinación de Madrid y otra en Halifax (Canadá). Media hora más tarde se notificó el hundimiento del barco pero, para cuando los pesqueros cercanos llegaron, solo quedaban tres supervivientes en uno de los botes salvavidas.
El naufragio ha dejado, por el momento, a diez fallecidos y once personas desaparecidas. Las causas todavía están por determinar, pero todo parece apuntar al temporal que se encuentra actualmente en la zona de Terranova, según informa La voz de Galicia. Una isla cuyas aguas albergan más de un barco en sus profundidades.
Terranova: aguas malditas
La zona marítima de Terranova es hostil. Tiene mucha inestabilidad atmosférica y sus aguas tienen una temperatura que ronda entre los dos y los cuatro grados, con diversos bloques de hielo diseminados a lo largo de ellas. Fue uno de ellos el que provocó una de las catástrofes marítimas más sonadas del mundo: la del Titanic. El transatlántico británico surcaba estas aguas cuando chocó contra el iceberg que hundió el barco y arrebató la vida a 1.500 personas.
Sin embargo, esta zona también vio el hundimiento de un barco español: el ballenero San Juan. Fue en 1565 cuando, después de la búsqueda de bacalao y ballenas, el barco estaba dispuesto a volver a Guipúzcoa. Sin embargo, una fuerte tormenta impidió que el buque volviera a tierras hispanas. Sí lo hicieron sus tripulantes, que lograron salvarse y volver en otras embarcaciones.
Otros dos barcos españoles se vieron azotados por la ardua condición marítima de la zona: los vigueses Arcay en 2003 y Monte Galiñeiro en 2009. Afortunadamente, todos los marineros volvieron a salvo a su hogar, aunque los barcos se quedasen en las profundidades de Terranova.
Ocho buques, grandes pérdidas
Por desgracia, no todos los marineros tienen la misma suerte. Los tripulantes del Villa de Pitanxo son un ejemplo que se une a otras de las grandes tragedias marítimas de buques españoles.
En 1984 el congelador gallego Montrove desapareció sin dejar rastro 20 días después de zarpar desde el Puerto de la Cruz en Las Palmas de Gran Canaria. A bordo llevaba 16 personas de las que nunca se supo nada; el único superviviente fue un miembro de la tripulación que no subió al barco por problemas familiares.
Ese mismo año el onubense Islamar III fue engullido por las aguas del atlántico. El barco se hundió en tal solo quince minutos, como afirmó uno de los dos supervivientes, a causa de un desnivelamiento de la carga del barco por un golpe de mar. Su hundimiento provocó cuatro muertes y 22 desaparecidos.
En 1991 otros 16 marineros (de los cuales 14 eran gallegos) desaparecieron. Esta vez fueron los tripulantes del palangrero Frank-C, de origen hispano alemán, que se hundió a 250 millas de Escocia. Solo una persona sobrevivió: el patrón del pesquero, que fue rescatado por un barco danés.
Ya en un nuevo siglo, en el año 2000, y con tan solo cinco días de diferencia, dos barcos naufragaron: el Arosa, el 3 de octubre, y el Amur, el 8 de octubre. Ambos barcos tenían banderas de otros países (Reino Unido y Santo Tomé, respectivamente), pero tenían base en España. El primero de ellos naufragó en aguas irlandesas y dejó siete muertos y cinco desaparecidos. El segundo lo hizo en el Índico con cinco muertos y tres desaparecidos.
Siete años después, cuando el pesquero Nueva Pepita Aurora volvía a Cádiz ocurrió una nueva catástrofe. A 14 millas de la costa de Barbate volcó como consecuencia del oleaje. Sus víctimas: cinco muertos y tres desaparecidos. Otros cinco marineros sobrevivieron al hundimiento.
El último gran hundimiento español tuvo lugar en 2014. El pesquero gallego Santa Ana se hundió en aguas asturianas, dejando dos muertos y seis desaparecidos como consecuencia. Antes de este suceso, también en el mar Cantábrico, pero en el año 2008 el arrastrero Rosamar dejaba tres muertos y cinco desaparecidos tras su hundimiento.
El Prestige y la pérdida medioambiental
En noviembre de 2002 otra catástrofe marítima acechó las costas españolas. La diferencia con las anteriores fue que toda la tripulación del barco (compuesta por 27 personas) fue rescatada. La pérdida, sin embargo, fue enorme.
El petrolero Prestige, procedente de Letonia transportaba 77.000 toneladas de fuel hasta Gibraltar. Sin embargo, a pocos kilómetros de Finisterra, el barco zozobró como consecuencia de un temporal que acaecía en la zona y que provocó una grieta por la que se iba filtrando el combustible hacia el océano.
El ministro de Fomento de la época ordenó remolcar el petrolero mar adentro para que no contaminase la costa pero los resultados fueron fatales: el barco siguió dejando su reguero negro océano arriba y abajo (consecuencia de las luchas entre países, que no querían al barco cerca de sus costas) hasta que finalmente se partió en dos a 250 kilómetros de la costa gallega.
El fuel transportado por el Prestige era uno de los derivados del petróleo menos biodegradables que existen, por lo que se tomaron medidas para recoger la mayor cantidad en el menor tiempo posible. Aunque eso no evitó que llegara a las playas gallegas.
Según informaba El País en 2017, al menos 745 playas de las 1.000 existentes entre Galicia y País Vasco tuvieron rastros del fuel. Esto afectó irremediablemente a la economía y la ecología de las zonas, lo que convirtió el desastre del Prestige en la mayor catástrofe medioambiental que ha sufrido España.
En un informe sobre el caso, Greenpeace afirmaba que “el impacto de la marea negra sobre los ecosistemas costeros y marinos, se dejará sentir durante décadas”, así como que los efectos se sentirán “tanto a corto, como a medio y largo plazo. Estos efectos ecológicos se traducirán de manera directa, en costes económicos, sociales y culturales dramáticos. El petróleo, en cualquiera de sus formas, ahoga la vida en el mar”.
La pérdida del ecosistema (que incluiría generaciones de peces, moluscos y crustáceos, así como multitud de aves contaminadas por la marea negra) no fue lo único que ocasionó el naufragio. Económicamente, las costas afectadas vieron interrumpida su actividad debido al vertido, y según cifras de El País, la Fiscalía habría considerado que los destrozos llegaban a los 4.442 millones de euros, frente a los 1.573 millones que la justicia española reclamó.
Pateras: los grandes naufragios olvidados
Los naufragios que provocan un mayor número de muertes anuales son, sin embargo, los provocados por las pateras. Con embarcaciones de cada vez peor calidad, son muchos los africanos que buscan una mejora en su calidad de vida siguiendo la ruta canaria hasta las costas españolas. Muchos de ellos mueren por el camino. La ONG Caminando Fronteras, en su Monitoreo anual del Derecho a la Vida anunció que durante 2021 las víctimas marítimas de las rutas de acceso a España ascendieron a 4.404, lo que supondría 12 muertes diarias y un aumento del 102,95% con respecto al 2020.
El 94,80% de los ciudadanos procedentes de 21 países, como indica el informe, desaparece en las profundidades del océano sin la posibilidad de recuperar sus cuerpos.
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