De Largo Caballero a Pedro Sánchez: La analogía entre estos dos líderes socialistas
El periodista Julio Merino describe en esta entrega sobre la historia del socialismo español cómo rompieron las urnas.
Pedro Sánchez Pérez-Castejón tomó este pasado viernes la decisión de decretar el Estado de Alarma para la Comunidad de Madrid en contra de los deseos del Gobierno regional de Isabel Díaz Ayuso que prefería volver al confinamiento por zonas sanitarias. No es la primera vez que un líder socialista se arma de "razones" e impone su voluntad al resto del país. Para demostrarlo haremos historia, volvamos en el tiempo 87 años. A 1933, solo tres años previos a la Guerra Civil española.
¿Tiene algo que ver la situación actual con la de entonces? Mucho más de lo que pensamos.
En las elecciones del 1933 el Partido Socialista presentaba el siguiente programa electoral:
- Nacionalización de la tierra.
- Dedicación del ahorro nacional en un porcentaje a proyectos de regadíos.
- Reforma de la enseñanza pública en un sentido igualitario y laico.
- Disolución de todas las Órdenes religiosas e incautación de todos sus bienes y expulsión de las que se consideren peligrosas para la República.
- Disolución del Ejército en su actual estructura y reorganización del mismo sobre una base democrática.
- Disolución de la Guardia Civil y creación en su lugar de una milicia popular.
- Reforma de la burocracia y depuración de los elementos desafectos al Régimen.
- Mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores industriales, excluyendo, por el momento, la nacionalización de la industria, dada su debilidad.
- Reforma fiscal, mediante modificaciones del impuesto sobre la renta y transmisiones hereditarias.
- Implantación inmediata, mediante decreto, de los puntos precedentes, con ratificación por los órganos legislativos que libremente se dé el pueblo, así como cesación en sus funciones del presidente de la República.
Y ahora vamos a desarrollar la historia y vamos a ver cómo fue ciertamente la ruptura democrática del PSOE de los años 30 y cómo fue lo que yo, simbólicamente, llamo “ruptura de urnas”. ¿Rompieron los socialistas las urnas entre 1933 y 1936…? Indudablemente, sí. Si así se interpreta la decisión de abandonar el “socialismo democrático” y dejarse arrastrar al “socialismo dictatorial” del marxismo comunista…
“Y yo digo –es Julián Besteiro quien habla- ¡Bueno! Que nos hemos hecho todos bolcheviques. Pero, ¿para eso hemos estado tanto tiempo luchando con el Partido Comunista Español? ¿Y para eso murieron algunos de nuestros compañeros luchando con los comunistas? ¿Y para eso un compañero nuestro fue asesinado en la Casa del Pueblo? ¿Para acabar siendo bolcheviques nosotros? ¡Ah, no, no! Yo sería, ya digo, bolchevique si llegara el caso de Rusia, donde, como estaba deshecha y no quedaban más que los soldados, que venían de las trincheras e iban a Moscú y Petrogrado, y las organizaciones obreras, el Soviet principalmente, que había dominado sobre las demás, y entonces era una utopía la Asamblea Constituyente y el Gobierno Kerenski. El pueblo quería firmar el tratado de paz y tierra para labrarla, y eso no se lo podían ofrecer más que los bolcheviques; por eso fue para éstos el Poder. En España hay un problema semejante; pero en el grado de Rusia, no. Y nosotros no vamos a desestimar la fuerza de nuestros adversarios. Nuestros adversarios están débiles; pero no podemos creer que estén deshechos, como cuando la guerra estaba deshecha Rusia, y un ejemplo de esta naturaleza sería perturbador.
Y si triunfase, traería dificultades a la clase trabajadora, y esta República de un pueblo que, por fortuna, tiene horror a la sangre sería la República más sanguinaria que se ha conocido en la historia contemporánea o tendría que ser barrida por los adversarios. Y yo digo: en estas condiciones, yo me atengo a la democracia, y deseo que el Partido Socialista sea el cuerpo de esa democracia burguesa, porque corresponde que con las fuerzas republicanas no dificultemos la democracia (mientras no podamos desembocar en una República socialista), sino que la vitalicemos y procuremos el desenvolvimiento de la organización obrera y de nuestro proletariado, que es lo capital, tal como lo definió en la última parte de su vida Lenin. ¿Veleidades bolchevistas aquí ahora? ¿Para qué hemos hecho esfuerzos por traer la República? Hubiéramos dejado que siguiera la monarquía deshaciendo al país, y en un momento de suprema debilidad nos hubiéramos incautado del Poder y hecho de Lenines. Pero entrar en una República democrática, emplazando como emplazaron nuestros antecedentes socialistas, y hacer que podamos desarrollar nuestras fuerzas para, llegado el día, realizar nuestro ideal socialista plenamente, y luego, a la primera contrariedad, desahogar y decir que venga la dictadura, francamente, me parece un contrasentido…”
Porque frente a Besteiro y los socialistas moderados estaban Francisco Largo Caballero, 'El Lenin español', y sus asesores “prosoviéticos” Luis Araquistain y Álvarez del Vayo, que, a la postre, fueron los que supieron arrastrar al grueso de los socialistas al “marxismo revolucionario”.
Sobre todo Largo Caballero, de quien Radio Moscú hablaba en ese tiempo “como del hombre que en Europa más cerca está, sin ser oficialmente comunista, del espíritu de la Rusia soviética” y de quien Araquistain escribía en el prólogo a sus Discursos electorales: “Mal le conocen los que viéndole trabajar en silencio, por mínimas mejoras para la clase obrera, durante la Monarquía, se lo imaginaban como un oportunista sin voluntad ni horizontes para mayores empresas. Como Lenin durante sus largos años de destierro en Suiza, esperaba Largo Caballero su momento. Su reformismo no era un fin, sino un medio, como el de todo socialista genuino. Era un medio –lo ha dicho en uno de sus admirables discursos electorales- hasta la República burguesa que instauramos el 14 de abril de 1931: el fin es la República socialista que se está forjando ya en las entrañas del pueblo español…”
Las palabras de Largo Caballero
Naturalmente, las palabras de Largo Caballero eran más contundentes, sobre todo a partir de su salida de la cárcel en 1935, ya que abierta y frontalmente se lanzó por la vía revolucionaria a la conquista del Poder, como hicieran en Rusia, tras la revolución burguesa de febrero del 17, Lenin y sus seguidores:
“Ya sabéis que ahora se habla de teorías revolucionarias y no revolucionarias. Para muchos, eso parece que es una cosa inventada por algunos compañeros. No es una cosa baladí; no es una cosa pueril. Nosotros tenemos que ir a las verdaderas fuentes de nuestras ideas y sacar de ellas toda la enseñanza que sea necesaria para nuestra lucha, y no podemos renunciar, de ninguna manera, a lo que verdaderamente somos: socialistas. Pero tened presente que hay mucha gente que se llama socialista. ¿No habéis oído hablar, por ejemplo, de católicos socialistas? Cuando alguna vez discutís con alguien, ¿no os han dicho, para cortar la discusión: ¡A mí déjeme usted; si yo soy más socialista que usted!? Digo que no basta decir que se es socialista. Nuestro principal maestro, el fundador del socialismo científico, combatía a otro socialismo, que era el socialismo utópico. Y ese fundador del socialismo científico, para diferenciarse de los socialistas de entonces, de los socialistas utópicos, tuvo que llamarse comunista. No consideraría tan baladí la cuestión cuando no quiso confundirse con otros socialistas de aquella época y se llamó comunista. Pues se da el caso de que en España los fundadores del socialismo eran discípulos de Carlos Marx, y se inspiraban todos en la crítica del régimen actual, en El capital y en la orientación política, en El manifiesto comunista; es decir, que para los socialistas españoles, las fuentes de sus ideales están en El capital, en la crítica y en El manifiesto comunista, en la orientación política. Ésta es también la fuente de sus ideales para muchos trabajadores que tienen otro título que el nuestro, otro nombre, pero que, realmente, no les separa de nosotros una gran diferencia. ¡Qué digo, ninguna diferencia!
En la teoría, se mantiene que la clase trabajadora tiene que apoderarse del Poder político. Esto no es una cosa inventada hoy; en el programa socialista de hace muchísimos años está, como primer punto, la conquista del Poder político para la clase trabajadora. ¿Y para qué quiere ésta el Poder político? Nuestros enemigos nos acusan de que, con el Poder político, queremos establecer la dictadura del proletariado, no para reformar, sino para transformar el régimen actual. Ya en otra ocasión manifesté que muchas veces, sobre todo en nuestro país, que más se fija en las palabras que en su sentido, se considera la conquista del Poder para implantar la dictadura del proletariado como una aberración y una enfermedad. Incluso hay socialistas que hablan en contra de todas las dictaduras. Y nosotros, como socialistas marxistas, discípulos de Marx, tenemos que decir que la sociedad capitalista no se puede transformar por medio de la democracia capitalista. ¡Eso es imposible!
Esta es la diferencia que puede haber entre algunos camaradas y otros. Hay quien tiene todavía la esperanza de que el capitalismo va a ceder en su actuación y va a dejar el camino libre al socialismo marxista para la instauración de un nuevo régimen; y otros creemos, porque la historia así nos lo dice, que eso no es posible, que no hay ninguna clase que, voluntariamente, estando en el Poder, abandone ese Poder y se lo entregue a otra clase. Ese poder lo defenderá hasta última hora, y si se quiere conquistar, habrá que conquistarlo, no ya como dijo Marx sino incluso como decía nuestro querido maestro en España, Pablo Iglesias: revolucionariamente. Revolucionariamente, porque la nobleza, por ejemplo, no abandonó por sí el Poder ante la clase burguesa, sino por la revolución, y la clase burguesa no abandonará el Poder, el usufructo del Poder, más que ante la revolución. Esa es la discrepancia. Y no basta decir que no se niega eso; lo que hace falta es mantenerlo en todo momento y llevar a la mente de la clase trabajadora la idea de que sólo con su propio esfuerzo es como puede lograr la conquista del Poder y la transformación de la sociedad capitalista en una sociedad socialista. Porque si eso no se lleva a la mente de la clase trabajadora, por muy crecido que sea su número, si no tiene, como decía antes, una ideología ni un principio teórico bien fundamentado, esa masa, al primer choque con el enemigo, se disgregará y no habrá posibilidad de defenderla.
No quiere decir esto que todos los días tengamos que estar en la calle, en la revolución; no. Lo que quiere decir es que la clase obrera tiene que saber y debe de saber que por medio de la democracia burguesa, jamás, jamás, podrá ser Poder y podrá transformar el régimen”.
“No vengo aquí arrepentido de nada, absolutamente de nada –diría Largo Caballero en el “Cine Europa” de Madrid en el transcurso electoral de 1936-. Yo declaro paladinamente que, antes de la República, nuestro deber era traerla; pero, establecida la República, nuestro deber es traer el Socialismo. Y cuando yo hablo de socialismo, no hablo de socialismo a secas; hablo del socialismo marxista. Y al hablar del socialismo marxista, hablo del socialismo revolucionario… La clase burguesa y sus representantes entienden que se ha llegado ya a la meta de las instituciones políticas en nuestro país, y tenemos que decirles que no; la República no es inmutable; la República burguesa no es invariable; la República burguesa no es una institución que nosotros tengamos que arraigar de tal manera que haga imposible el logro de nuestras aspiraciones. ¿De qué manera? ¡Como podamos! Ya lo hemos dicho muchas veces. Nuestra aspiración es la conquista del Poder político… la República socialista.”
Historia de una larga crisis
En resumen: Que la historia del Partido Socialista Obrero Español más que una historia de “cien años de honradez” es la historia de una larga crisis… o tal vez –como dice Salvador de Madariaga- de una inacabada “guerra civil” entre socialistas (y como “guerra civil” habría que ver las bofetadas que se dan Araquistain y Zugazagoitia en el Retiro de Madrid y los tiros que le pegan a Indalecio Prieto en Écija).
Y dicho esto hay que aclarar, para que el lector no se pierda, lo siguiente:
- Que el Socialismo español, al menos hasta 1939, fue marxista y como marxista partidario de la lucha de clases y la implantación del Estado marxista.
- Que en el seno del PSOE siempre hubo radicales y moderados… es decir, los que para conquistar el Poder se inclinaban por la vía revolucionaria y los que defendían la vía democrática.
- Que durante la Segunda República, sobre todo a partir de la derrota electoral de 1933, el Partido Socialista –con Largo Caballero a la cabeza- se radicalizó hacia la vía revolucionaria e intentó conquistar el Poder político e implantar la “Dictadura del proletariado”.
- Que la única diferencia que hay entre el Socialismo y el Comunismo es de táctica y no de fondo…, puesto que tanto uno como otro son partidos marxistas y aspiran al modelo de Estado marxista.
Y dicho esto vamos a entrar en el cisma que se produjo en el PSOE tras la llamada “falsamente”, Revolución de Asturias de 1934… y digo “falsamente” porque, en verdad en verdad, aquello no fue una “Revolución localizada” (aunque tuviera como foco principal el reino de Asturias) sino el intento revolucionario del socialismo español. Un ensayo general a la “rusa” para transformar la República burguesa en República socialista… O sea, una copia de lo que hicieron Lenin, Trotski y los soviéticos en Rusia desde febrero a octubre de 1917.
Porque eso y no otra cosa fue lo que vulgarmente ha pasado a la gran Historia como “Revolución de Asturias”. La ruptura del socialismo español con la democracia burguesa y parlamentaria y el intento de hacer de España una “República Socialista Soviética".
De ahí lo de “Los socialistas rompen las urnas”. Porque eso fue, realmente, lo que hicieron los socialistas de Largo Caballero entre 1933 y 1936: romper las urnas democráticas y cogerse de la mano con los comunistas prosoviéticos; apartarse del “socialismo democrático” de Julián Besteiro, Kautsky, Rosa Luxemburg y los marxistas reformistas y echarse en manos del “socialismo dictatorial” de Lenin, Trotski, Stalin y los soviéticos.
Desgraciadamente, el final de aquella “aventura revolucionaria” fue la que fue: la guerra civil más sanguinaria de nuestra historia. Un fracaso total que dejó a España sembrada de cadáveres y al Partido Socialista Obrero Español en manos del comunismo.
Discurso de Julián Besteiro
Y es que –como había profetizado Julián Besteiro- la situación y el estado de España no eran los de Rusia de 1917…, ni Largo Caballero era Vladimir Ulianov Lenin. Desgraciadamente, tendría que ser el propio Besteiro (el sucesor de Pablo Iglesias en la Presidencia del PSOE y la UGT y luego miembro del Consejo Nacional de Defensa del coronel Casado) el que leyera por la radio el día 5 de marzo de 1939 estas palabras:
“¡Conciudadanos españoles! Después de un largo y penoso silencio hoy me veo obligado a dirigiros la palabra por un imperativo de la conciencia desde un micrófono de Madrid.
Ha llegado el momento en que irrumpir con la verdad y rasgar la red de falsedades en que estamos envueltos, es una necesidad ineludible, con deber de humanidad y una exigencia de la suprema ley de la salvación de la masa inocente e irresponsable.
¿Cuál es la realidad de la vida actual de la República? En parte lo sabéis; en parte lo sospecháis o lo presentís; tal vez muchos, en parte al menos, lo ignoráis. Hoy, esa verdad por amarga que sea, no basta reconocerla sino que es preciso proclamarla en alta voz para evitar males mayores, y dar a la actuación pública urgente toda la abnegación, todo el valor que exigen las circunstancias.
La verdad es, conciudadanos, que después de la batalla del Ebro, los Ejércitos Nacionalistas han ocupado totalmente Cataluña, y el Gobierno republicano ha andado errante durante largo tiempo en territorios franceses.
La verdad es que, cuando los ministros de la República se han decidido a retornar a territorio español, carecen de toda base legal y de todo prestigio moral necesario para resolver el grave problema que se presenta ante nosotros.
Por la ausencia, y más aún, por la renuncia del Presidente de la República, ésta se encuentra decapitada. Constitucionalmente el Presidente del Consejo no puede sustituir al Presidente dimisionario más que con la obligación estricta de convocar elecciones presidenciales en el plazo improrrogable de ocho días. Como el cumplimiento de este precepto constitucional es imposible en las actuales circunstancias, el Gobierno Negrín, falto de la asistencia presidencial y de la asistencia de la Cámara, a la cual sería vano dar una apariencia de vida, carece de toda legitimidad y no puede ostentar título alguno al respeto y al reconocimiento de los republicanos.
¿Quiere decir esto que en el territorio de la República exista un estado de desorden? El Gobierno Negrín, cuando aún podía considerarse investido de legalidad, declaró el estado de guerra, y hoy, al desmoronarse las altas jerarquías republicanas, el Ejército de la República existe con autoridad indiscutible y la necesidad del encadenamiento de los hechos ha puesto en sus manos la solución de un problema gravísimo, de naturaleza esencialmente militar.
¿Quiere decir esto que el Ejército de la República se encuentra desasistido de la opinión civil? Aquí, en torno mío, se halla una representación de Izquierda Republicana, otra del Partido Socialista, otra de la UGT y otra del Movimiento Libertario.
Todos estos representantes, juntamente conmigo, estamos dispuestos a prestar al Poder legítimo del Ejército Republicano la asistencia necesaria en estas horas solemnes.
El Gobierno Negrín, con sus veladuras de la verdad, con sus verdades a medias y con sus propuestas capciosas, no puede aspirar a otra cosa que a ganar tiempo, tiempo que es perdido para el interés de la masa ciudadana, combatiente y no combatiente. Y esta política de aplazamiento no puede tener otra finalidad que alimentar la morbosa creencia de que la complicación de la vida internacional permita desencadenar una catástrofe de proporciones universales, en la cual, juntamente con nosotros, perecerían las masas proletarias de muchas naciones del mundo.
De esta política de fanatismo catastrófico, de esta sumisión a órdenes extrañas, con una indiferencia completa ante el valor de la nación, está sobresaturada ya la opinión republicana toda. Yo os hablo desde este Madrid que ha sabido sufrir y sabe sufrir con emocionante dignidad su martirio; yo os hablo desde este «rompeolas de todas las Españas» que dijo el poeta inmortal que hemos perdido, tal vez abandonado en tierras extrañas; yo os hablo para deciros que cuando se pierde, es cuando hay que demostrar, individuos y nacionalidades, el valor moral que se posee. Se puede perder, pero con honradez y dignamente, sin negar su fe, anonadados por la desgracia. Yo os digo que una victoria moral de ese género vale mil veces más que una victoria material lograda a fuerza de claudicaciones y de vilipendio.
Yo os pido, poniendo en esta petición todo el énfasis de la propia responsabilidad, que en este momento grave asistáis, como nosotros los asistimos, al Poder legítimo de la República que, transitoriamente, no es otro que el Poder militar.”
Y el que escribiera para El Socialista lo que sigue:
“La verdad real: Estamos derrotados por nuestras propias culpas (claro que el hacer mías tales culpas es pura retórica). Estamos derrotados nacionalmente por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que han conocido quizás los siglos. La política internacional rusa, en manos de Stalin y tal vez como reacción contra un estado de fracaso interior, se ha convertido en un crimen monstruoso que supera en mucho las más macabras concepciones de Dostoievski y de Tolstoi (Los hermanos Karamazof, El poder de las tinieblas). La reacción contra ese error de la república de dejarse arrastrar a la línea bolchevique, la representan genuinamente, sean los que quieran sus defectos, los nacionalistas que se han batido en la gran cruzada antikomintern. Pero la grande o pequeña cantidad de personas que hemos sufrido las consecuencias del contagio bolchevique de la República, no solamente tenemos un derecho que no es cosa de reclamar, sino que poseemos un caudal de experiencia, triste y trágica, si se quiere, pero por eso mismo muy valiosa. Y esta experiencia no se puede desperdiciar, sin grave daño para la construcción de la España del porvenir. Esta experiencia y la reacción de liberación consiguiente es la que representa el acto del 4 de marzo de 1939. El Consejo Nacional de Defensa representa la única legalidad subsistente en el derrumbamiento de la España republicana (la dimisión del presidente ha hecho manifiesto e indudable ese derrumbamiento que ya existía antes). Además, el Consejo Nacional de Defensa vino a tiempo. Antes, hubiese chocado con ese Himalaya de falsedades que la Prensa bolchevizada ha depositado en las almas ingenuas y se hubiese estrellado. Así y todo, el choque ha existido; pero no ha sido contra una montaña ingente y dura, sino contra un montón de arena, acumulado por un huracán del desierto. El percance, en estas condiciones, no ha tenido proporciones graves y ha podido ser superado. Si el acto del 4 de marzo no se hubiese realizado, el dominio completo de los restos de la España republicana por la política del Komintern hubiera sido un hecho, y los habitantes de esta zona hubieran tenido que sufrir probablemente durante algunos meses, no sólo la prolongación criminal de la guerra, sino el más espantoso terrorismo bolchevique, único medio de mantener tan enorme ficción, contraria, evidentemente, a los deseos de los ciudadanos.
Drama de la República
El drama del ciudadano de la República es éste: No quiere el fascismo y no lo quiere, no por lo que tiene de reacción contra el bolchevismo, sino por el ambiente pasional y sectario que acompaña a esa justificada reacción (teorías raciales, mito del héroe, exaltación de un patriotismo morboso y de un espíritu de conquista, resurrección de las formas históricas, que carecen de sentido en el orden social, antiliberalismo y antiintelectualismo enragés, etc.). No es, pues, fascista el ciudadano de la República con su rica experiencia trágica. Pero tampoco es, en modo alguno, bolchevique. Quizás es más antibolchevique que antifascista, porque el bolchevismo lo ha sufrido en sus entrañas y el fascismo, no. ¿Cómo este interesante estado de ánimo y esta rica experiencia puede contribuir a la edificación de la España de mañana? He aquí el gran problema. Porque pensar que media España pueda destruir a otra media sería una nueva locura que acabaría con toda probabilidad de afirmación de nuestra personalidad nacional, o mejor, con una destrucción completa de la personalidad nacional; peligro que hemos corrido y del cual hemos escapado, al parecer, poco menos que de milagro.
Para construir la personalidad española de mañana, la España nacional, vencedora, habrá de contar con la experiencia de los que han sufrido los errores de la República bolchevique, o se expone a perderse por caminos extraviados que no conducen más que al fracaso. La masa republicana útil no puede pedir, sin indignificarse, una participación en el botín. Pero sí puede y debe pedir un puesto en el frente de trabajo constructivo.”
¡A esas alturas –marzo de 1939- el Lenin español, don Francisco Largo Caballero, Indalecio Prieto, Luis Araquistain, Negrín, Álvarez del Vayo, Carrillo y los partidarios del “marxismo revolucionario” y de la “dictadura del proletariado” estaban ya a salvo y fuera de España! Curioso, pero cierto.
Porque, hay un “hecho” cierto y rotundo: el único líder socialista que se quedó al lado de “su” pueblo fue el mismo que tuvo que dimitir de sus altos cargos en el PSOE por defender la libertad y la democracia. Es decir, don Julián Besteiro.
Pero, entre 1879 y 1939 pasaron muchas cosas en España… y en el Partido Socialista Obrero Español como veremos después.
Las espinas del rosal
¡Ay!... pero las rosas son la flor del rosal y el rosal también tiene espinas. Esas espinas que defienden a las rosas como si fueran puños cerrados, y que, a veces, o casi siempre, arañan la piel y hacen brotar la sangre.
Y una de esas espinas fue la de “LOS TIROS A PRIETO” durante el mitin en Écija de 1936. Porque allí, en el pueblo sevillano de más solera revolucionaria (y si no que se lo pregunten al joven Azorín de los tiempos de El Imparcial), en Écija, pudo morir asesinado el líder socialista Indalecio Prieto.
Sucedió el último día de mayo de 1936, cuando la "guerra civil" del socialismo español era ya un hecho y la "guerra civil" de toda España estaba a la vuelta de la esquina... Cuando las Juventudes Socialistas, con Santiago Carrillo al frente ("No hay más vanguardia revolucionaria del proletariado que el partido bolchevique, que crearemos con la unión de la izquierda del partido socialista y el partido comunista"), luchaban ya por la "dictadura del proletariado" y por un "Estado marxista soviético".
Cuando Prieto era ya "el del discurso de Cuenca", aquel que había dicho a voz en grito para que lo oyera España entera y muy en especial sus correligionanos del PSOE estas sencillas y grandes palabras: "A medida que la vida pasa por mí, yo, aunque internacionalista, me siento cada vez más profundamente español. Siento a España dentro de mi corazón y la llevo metida hasta el tuétano mismo de mis huesos. Todas mis luchas, todos mis entusiasmos, todas mis energías, derrochadas con prodigalidad que quebrantó mi salud, los he consagrado a España. No pongo por encima de ese amor a la Patria sino otro más sagrado: el de la justicia...
Pero yo os digo: si el desmán y el desorden se convierten en sistema perenne, por ahí no se va al socialismo, por ahí no se va tampoco a la consolidación de una República democrática, que yo creo nos interesa conservar. Ni se va a la consolidación de la democracia, ni se va al socialismo, ni se va al comunismo; se va a una anarquía desesperada, que ni siquiera está dentro del ideal libertario; se va a un desorden económico que puede acabar con el país...".
Sí, el Prieto de aquella jornada de Écija del 31 de mayo de 1936 era ya el Prieto que estorbaba al marxismo totalitario y al socialismo revolucionario del Lenin español...
Pero, dejemos al biógrafo Sainz Valdivielso que nos cuente lo que pasó en Écija y lo que pudo haber pasado si los que disparaban contra Prieto hubiesen acertado en el blanco: "La primavera de 1936 es un calvario de doloroso peregrinaje para Prieto. Su Gólgota va a ser Écija el último día de mayo. Allí acude para pronunciar un discurso en la plaza de toros. Escoltado por la motorizada y acompañado por González Peña y Víctor Salazar, que acaba de abandonar el presidio por lo de octubre del 34, Belarmino Tomás, Juan Negrín, entra en el coso taurino.
Ninguno de ellos puede hacer uso de la palabra. En los tendidos, repletos de caballeristas, ha estallado el grito, seguido de pedradas, botellazos y tiros. A duras penas puede abandonar el recinto. El doctor Negrín ha colocado por delante, pistola en mano, su corpulencia para protegerle. Al fin puede entrar en el automóvil, en cuyos estribos se sitúan el inspector de Policía Sáez y el jefe de la guardia municipal de Carmona, para proteger con sus cuerpos y sus armas la vida de Prieto, logrando abrir paso al vehículo hacia la carretera de Córdoba, mientras los muchachos de la motorizada, con la espalda pegada a los muros de la plaza de toros, cubren la retirada de don Inda, abriendo el fuego de sus pistolas ametralladoras. En el suelo, malherido, ha quedado Víctor Salazar".
Lo que en Ejea de los Caballeros habían sido gritos y protestas, se trocó en Écija en pedradas y tiros. ¡Y la agresión corrió a cargo de socialistas! ¿Por qué? Simplemente por aconsejar yo, coma medida salvadora, un Gobierno de elementos representantes de todas las izquierdas, sin exclusión de nadie.
En fin, aquí termina por hoy este paseo por el "jardín socialista". Un jardín lleno de "rosas" y "espinas" como cualquier otro jardín. Un jardín donde además de "honradez" y "libertad" hay botellazos, bofetadas, tiros, sangre y "dictadura".
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