La intrahistoria de las batallas internas en ETA: Traiciones, secuestros y dos bandos
Los dos bandos defendían la misma ideología, hubo una ‘guerra civil’ que mucho de lo que hablar.
La historia de la organización terrorista ETA (Euskadi Ta Askatasuna, "País vasco y libertad" en euskera) no es lineal como en ocasiones se cuenta en los medios de comunicación. La formación terrorista ha sufrido varias escisiones y muchos enfrentamientos internos. La base en todos era siempre la misma: la legitimación o no de la lucha armada para conseguir la independencia de Euskal Herria.
La organización se creó en 1958 tras la expulsión de miembros de las Juventudes del Partido Nacionalista Vasco (PNV). Estos miembros del histórico partido nacionalista fundado por Sabino Arana tenían puntos de fricción con el partido. Empezando por su relación con la religión y por la influencia marxista que los alejaba de los postulados más conservadores del PNV.
En ETA, durante los años sesenta hubo un debate que llegó hasta el final del grupo: lucha armada sí o no. La banda buscaba la independencia de Euskadi y desde 1968 hubo una parte que lo quería a través de la política y otro a favor de la lucha armada.
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Desde un principio, según cuenta José María Garmendia en su libro 'Historia de ETA', en la organización hubo siempre intención de actuar con violencia. Los primeros nueves años se dedicaron a crear daños materiales, nada que pudiera provocar muertes. Amenazas, sustos y hechos que simplemente servían para introducir miedo. Al fin y al cabo, en los inicios ETA estaba compuesta por estudiantes.
El 7 de junio de 1968, un joven guardia civil llamado José Pardines, fue asesinado por Txabi Etxebarrieta. Fue el primer crimen que ETA cometió, y desde entonces se abrieron las hostilidades dentro de la organización. El saldo de ETA desde entonces es abrumador: 853 víctimas mortales, 3.500 atentados y más de 7.000 heridos.
Violencia contra Franco
En un contexto de dictadura, la banda terrorista encontró gran apoyo popular tanto dentro como fuera de España. Hoy en día a muchos les incomoda reconocer que la banda llegó a tener una gran aceptación del pueblo, pero lo cierto es que los años de la dictadura y en los primeros de la Transición, cuando la democracia empezaba a andar con más dudas que certezas, las acciones de ETA, como de otras organizaciones de extrema izquierda de la época, no eran vistas con el ojo crítico de hoy.
Atentados que costaron la vida a Melitón Manzanas, con acusaciones de ejercer torturas y, sobre todo, al presidente del Gobierno el almirante Luis Carrero Blanco el 20 de diciembre de 1973 fueron auténticos golpes de efecto del grupo armado. A nivel internacional este último atentado fue su gran espaldarazo publicitario. Durante años la visión que se tendría de ellos en la prensa de los países democráticos era la de una organización violenta que se oponía a la última dictadura de origen fascista en Europa.
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Sin embargo, el debate entre si usar la violencia o no, siempre estuvo en el seno de la organización. De hecho, se produjo una división entre aquellos que querían implantar sus pensamientos cometiendo crímenes y usando las armas; y los que preferían participar del Estado a través del diálogo.
Una asamblea clave
La decisión de asesinar se aclaró durante las conversaciones que tuvieron lugar durante la V Asamblea de ETA en diciembre de 1966 ya supuso la ruptura total entre ambos bandos. Nació así ETA Berri, primera escisión oficial de la banda y que renunciaba al uso de las armas.
En el mensaje del lado violento comunicaron se mantuvieron firmes: “España obtiene demasiadas ventajas económicas de Euskadi como para que podamos creer que vendrá el día en que se resigne a perder su 'colonia', si nosotros no estamos dispuestos a conquistar nuestro derecho por la fuerza. Partiendo de esa premisa, es evidente que el camino que hemos de seguir es similar al de los argelinos o los angoleños”.
Y en segundo lugar, se dio el comunicado del grupo pacifista: “La dictadura de Franco y, en general, la dominación de Euskadi por parte de España, se basa en la fuerza. Atacarla con medios violentos sería llevar la lucha a su terreno. La acción no-violenta permite emplear a gente que, por sus principios pacíficos, no trabajaría con ETA si esta tuviese un significado violento. Nuestro comunicado, sin embargo, está en las antípodas de los que no están dispuestos a arriesgar siquiera una temporada de cárcel por el ideal. Es decir, en las antípodas de los franquistas engañados a sí mismos”.
Violencia contra los disidentes
A finales de 1973, tras el atentado que le costó la vida a Carrero Blanco, varios miembros de ETA decidieron abandonar la organización. Pero la gota que colmó el vaso fue la bomba colocada en la Cafetería Rolando en la calle del Correo de Madrid, el 13 de septiembre de 1974, que mató a una docena de clientes en la que fue la primera matanza indiscriminada de civiles de su historia.
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Tras esto, se celebró la VI Asamblea, y las discrepancias siguieron vivas. “Estas bestias han convertido Euskadi norte en un Estado policial. No logro zafarme de esta dinámica infernal de conspiraciones, infundios y mentiras que tienden a eliminar a los rivales políticos no por el debate, sino a través de sucias maniobras”, declaró Eduardo Moreno, máximo dirigente del grupo más pacífico. El 23 de julio de 1976 recibió una carta anónima para acudir a una reunión. Allí se presentó, y desde entonces no se supo nada más de él. ETA empezó con él a hacer pagar caro las disidencias dentro del grupo.
José María Garmendia, que fue catedrático, estuvo en los inicios de ETA y se desvinculó porque no estaba de acuerdo con las decisiones violentas que se tomaba. Años después, tras su abandono explicó: “Estuve en el nacimiento de un monstruo”.
Son muchos los casos como el de Garmendia que acabaron siendo los más críticos con las acciones de ETA cuando la organización recrudeció sus acciones ya instalada la democracia. Una división en el seno de la izquierda abertzale que fue mucho más allá cuando a lo largo de los años ochenta los partidos de esta tendencia, en especial Herri Batasuna (HB) empezaron a participar con naturalidad de la vida política e institucional en Euskadi.
Desde finales de los ochenta la política de 'socialización del terror' que puso en práctica ETA, ampliando sus objetivos más allá de políticos, militares y empresarios a ciudadanos civiles hizo que la brecha entre unos y otros se hiciese insalvable. Muchos grupos de ideología abertzale pacifistas surgieron en Euskadi esos años aunque no empezaron a ser importantes hasta la reacción social que generó el atentado de Miguel ángel Blanco en julio de 1997. ETA entró así en un lento agonizar en el que siguió segando vidas pero sin el apoyo popular que durante años tuvo.
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En los años más duros de la banda hubo muchos grupos disidentes en la izquierda abertzale, críticos con la lucha armada y la violencia y que, en muchos casos, nacieron en el seno de la propia ETA.
La historia de una organización con ETA, todo un fenómeno político, social y de violencia, que se mantuvo en activo casi medio siglo, no se puede explicar mediante el trazo grueso y lo lineal como hacen en muchos medios de comunicación. La historia de ETA se escribe mediante sus crueles acciones y las vidas que aniquiló pero también mediante sus instigadores y sus críticos que, en no pocas ocasiones, pagaron con su vida denunciar desde el ámbito ideológico de la izquierda abertzale el uso de la violencia.
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