
La fortuna de Hamad bin Hamdan: El jeque de Abu Dabi que se pasea por El Rocío
Apodado “el jeque arcoíris”, el emiratí Hamad posee más de 200 vehículos y un patrimonio estimado en 21.000 millones
Miles de peregrinos que acudieron a El Rocío en los últimos días de mayo quedaron atónitos al ver cómo un vehículo gigantesco, de estética imposible, recorría las calles de Coria del Río y atravesaba la aldea almonteña. El coche, una fusión entre un Dodge RAM y un Jeep Wrangler, había sido bautizado como Mid Spider y parecía más una atracción de feria que un medio de transporte convencional.
Pero lo más llamativo no era el diseño del coche, sino su propietario. Se trata de Hamad bin Hamdan Al Nahyan, un jeque emiratí con una biografía tan desbordante como su todoterreno.
El suceso, que muchos tomaron como una curiosidad anecdótica, permitió arrojar luz sobre esta figura. Aunque alejada del foco institucional, representa mejor que nadie el lujo, la simbología y el poder silencioso de ciertas élites del Golfo Pérsico.

Nacido en 1950, Hamad bin Hamdan pertenece a la poderosa familia Al Nahyan, que gobierna el emirato de Abu Dabi y lidera, desde hace décadas, la federación de Emiratos Árabes Unidos. La dinastía ha ocupado el poder político desde el siglo XVIII, aunque en el presente es su hermano Mohamed bin Zayed el que ostenta la jefatura del Estado. Además, representa la cara institucional de los EAU.
Hamad, en cambio, ha seguido un camino propio, alejado de los despachos gubernamentales. No ocupa cargos ministeriales ni funciones diplomáticas, pero eso no le ha impedido convertirse en una figura notoria dentro y fuera del mundo árabe. Su notoriedad se ha construido sobre una combinación de riqueza sin límites y pasión por el coleccionismo de vehículos.
Una fortuna de proporciones petroleras
La familia Al Nahyan concentra una porción considerable de la riqueza petrolera mundial. Abu Dabi posee el 95 % del petróleo de Emiratos y más del 6 % de las reservas globales. A través de la estatal ADNOC (Abu Dhabi National Oil Company), el clan gestiona la producción, comercialización y expansión energética del país.
A esta fuente se suman los ingresos de fondos soberanos como ADIA (Abu Dhabi Investment Authority) y Mubadala, que invierten en infraestructuras, tecnología, turismo y transporte en todo el planeta.
Aunque las cifras son opacas por naturaleza, se estima que el patrimonio personal de Hamad ronda los 21.000 millones de dólares. Una cantidad plausible teniendo en cuenta sus posesiones materiales y capacidad de gasto. La fortuna colectiva de la familia Al Nahyan supera los 300.000 millones. Sus inversiones llegan a sectores estratégicos de Europa, Asia y Norteamérica.
Uno de los elementos que han dado fama global a Hamad bin Hamdan es su obsesión por los vehículos. Apodado el Rainbow Sheikh (el jeque arcoíris), por su colección de siete Mercedes-Benz Clase S cada uno pintado de un color distinto, Hamad posee más de 200 coches.
Pero no se trata de modelos cualquiera: muchos son piezas únicas, híbridos imposibles entre distintos modelos. Algunos son réplicas a gran escala o diseños encargados específicamente para él.

Entre sus creaciones más célebres figuran un camión Dodge Power Wagon a escala colosal —capaz de albergar una vivienda completa en su interior—. También cuenta con un globo terráqueo motorizado, un Hummer XXL y el ya citado Mid Spider. Toda esta colección está reunida en el Emirates National Auto Museum. Un edificio en forma de pirámide que se alza en el desierto y que el propio jeque financió con fondos personales.
Una de las obras más comentadas del jeque es también una de las más simbólicas. En la isla privada de Al Futaisi, mandó excavar su nombre, ‘HAMAD’, en letras de más de un kilómetro de longitud.
La inscripción es tan grande que puede distinguirse desde imágenes satelitales, y fue concebida como un gesto de afirmación personal sobre el paisaje natural. Aunque más tarde el trazado fue cubierto por agua tras trabajos de reordenación costera, durante años fue una de las expresiones más llamativas del poder estético del jeque.

A pesar de la extravagancia de su faceta pública, Hamad también ha apoyado causas filantrópicas. En Marruecos, por ejemplo, ha financiado la creación de quirófanos especializados en el tratamiento de cálculos renales, dolencia que él mismo padeció.
Su enfoque filantrópico es inusualmente sobrio: no busca visibilidad mediática ni asociaciones con marcas o fundaciones. Rara vez sus actos de beneficencia son anunciados oficialmente.
Un perfil reservado, una vida íntima inaccesible
Pese a su presencia mediática a través de los vehículos y el arte del exceso, Hamad mantiene una vida personal completamente blindada. Está casado con Maryam bint Abdullah bin Sulayem Al Falasi, aunque apenas existen registros gráficos de la pareja.
No se conocen detalles sobre sus hijos ni sobre su círculo íntimo. No concede entrevistas, no participa en foros internacionales y rara vez aparece en actos públicos o delegaciones oficiales.

Esta elección deliberada de privacidad le otorga una aura mitológica, muy alejada del político o el empresario clásico.
Dada la creciente atención sobre los vínculos entre el rey emérito Juan Carlos I y las monarquías del Golfo, muchos se preguntan si Hamad ha tenido alguna relación con el monarca. La respuesta es clara: no existe evidencia oficial que lo vincule ni con donaciones, ni con cuentas, ni con estructuras fiduciarias en Abu Dabi. Pero es importante recordar que el entorno de Hamad ha sido uno de los más involucrados con el bienestar de Juan Carlos en el exilio.
Presencia en Europa: movimientos silenciosos y fondos familiares
Aunque no figura como accionista en ninguna empresa registrada en Europa, Hamad forma parte de una estructura que sí está muy presente en el continente. Todo a través de Mubadala y ADIA, que han invertido en empresas como Aston Martin, CityFibre (Reino Unido) o consorcios tecnológicos en Alemania y Francia. Todo indica que Hamad no está al frente de estas operaciones, pero podría beneficiarse indirectamente del capital generado.
La visita de Hamad bin Hamdan a El Rocío —sin discurso, sin anuncio y sin intención institucional— fue suficiente para devolverlo a los titulares. No necesitó una comitiva oficial ni una rueda de prensa. Le bastó con un coche fuera de lo común, una ruta bien escogida y la mirada perpleja de miles de curiosos.
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