03 de mayo de 2024
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FIN DE SEMANA

El político socialista fue enviado especial por el periódico 'El Liberal de Bilbao' a Marruecos, desde donde relató los trágicos sucesos de 1921

Ciento un años 'Desastre de Annual' (VIII): Crónicas de Indalecio Prieto antes de ser ministro de la II República

El Cierre Digital en Indalecio Prieto.
Indalecio Prieto.
Diversos investigadores rehacen para El Cierre Digital, en varios capítulos, la derrota militar española que pasaría a la Historia como “el desastre de Annual”. El periodista Julio Merino recoge en esta entrega los hechos narrados por el socialista Indalecio Prieto, enviado especial por el periódico 'El Liberal' de Bilbao, que desde Marruecos relataba en sus crónicas los horrores sufridos por los españoles en Annual.

El socialista Indalecio Prieto fue enviado especial por el periódico El Liberal de Bilbao y desde allí, “in situ”, envió 27 crónicas que se publicaron en el periódico vasco y, después, en El Socialista, el órgano oficial del PSOE. Hoy publicamos la primera, a su llegada a Melilla. 

 La vergüenza del Desastre 

"A las cuarenta y ocho horas de mi estancia en Melilla, persuadido de que es inútil confiarse al telégrafo, cojo la pluma para transcribir a toda prisa, desordenada y confusamente, las impresiones recogidas durante estos dos días. Y confieso que, por sonrojo, voy a apartarme de escarbar más en el fondo cenagoso del desastre iniciado en Annual, huida sin precedentes, dispersión alocada, torrente de pánico que lo arrolló todo y no respetó nada. A navajazos se disputó la posesión de mulos y caballos para huir. Deber de quien tenga una representación política es inquirir las causas que produjeron tan vergonzosos efectos.

Cuando en ellas se ahonde, podrá verse cuán funestamente irradian ciertas desmoralizaciones. Lo que pudiéramos llamar acción colonizadora española no tiene enmienda. Las tristes experiencias del pasado no nos sirven de lección. En cada nueva empresa los vicios de antaño, lejos de evitarse, se centuplican; el esfuerzo de la acción tutelar o protectora del Estado se pierde entre las mil corruptelas de sus agentes, y el contagio en estos casos no tiene límites".

La situación de Melilla 

"He ahí lo que un espíritu curioso pretende afanosamente inquirir en cuanto aquí se aposenta.

Todos reconocen que Melilla estuvo, uno, dos, tres días, a merced de los moros. Estos no entraron porque no se les ocurrió o no se les antojó. No había en la plaza fuerzas materiales ni morales con que oponerles resistencia. Las fuerzas materiales estaban dispersas o en poder del enemigo; las morales habían sido derruidas por el espectáculo de los fugitivos que, no considerándose seguros en la ciudad, asaltaban los buques y pedían a los capitanes que encendieran las calderas y se hiciesen a la mar.

Cien años de 'El desastre de Annual'.

Aquello ya pasó. ¿Pero está hoy segura Melilla? Los técnicos dicen que sí y la tranquilidad del vecindario parece un síntoma excelente. He visto las líneas de defensa que la protegen, los blocaos, las baterías, las tropas alineadas. Sí, parece bastar; pero Melilla no puede considerarse jamás segura sin el dominio del Gurugú, de su cima y de esa serie de lomas pardas que son sus estribaciones y que se extienden sobre la ciudad como ondulaciones de una ola gigante.

Es inconcebible que el Gurugú no estuviese fortificado. Con unas medianísimas defensas y unas reducidas guarniciones en sus puntos más dominantes, aunque hubiera sido mayor el desastre -mayor no era posible-, aunque se hubiesen desmoronado como desmoronó el miedo todas las posiciones, la tranquilidad de la plaza estaría plenamente garantizada desde las crestas del Gurugú con unos cañones que barrieran los barrancos y breñales desde donde ahora hostilizan los moros, produciendo a diario una sangría en los convoyes, y dejando empotradas sus balas de fusil en las casas del barrio del Real.

Temo a la audacia mora. Si de aquellas crestas en poder suyo se lanzasen en masa contra nuestras alambradas, nuestras trincheras y nuestras baterías, ¿podría resistirse su ímpetu? Los técnicos dicen que sí, que la primera oleada, la segunda, la tercera y la cuarta las aniquilarían nuestros fusiles, nuestras ametralladoras y nuestros cañones. Así lo aseguran los técnicos. Pero mientras el Gurugú no esté en poder de las tropas españolas..."

Los contingentes moros

"Hay optimistas -aquí predomina el más reconfortante optimismo- que llegan a suponer la jarca en dispersión, y hasta entregada a luchas fratricidas por la posesión del botín, y que quienes hostilizan son una docena de merodeadores. Hay quien supone, en suma, que para el avance no se hallará resistencia. No tanto, no tanto...

En las cercanías de Melilla hay grandes contingentes moros. Ayer mismo hubo una gran concentración en Nador. Y están envalentonados, borrachos por su indiscutible victoria.

Francisca Sevilla y Francisca Díaz, dos ancianas habitantes en las casas de la mina Setolazar, llegadas ayer después de un cautiverio de mes y pico, han referido detalles interesantes.

En Nador, por las ventanas abiertas de las casas, se ve a los moros en descanso, tumbados como príncipes, sobre las muelles camas. Otros se solazan en el dulce vaivén de las mecedoras. Cuelgan jubilosos de sus cintos una pintoresca variedad de armas blancas; un machete, un sable, un espadín. Con las telas más ricas y vistosas que hallaron en las casas saqueadas han enjaezado nuestros caballos, en los cuales pasean jactanciosos, haciéndoles caracolear.

Pero la presa más codiciada para ellos, más que el fusil y el caballo, es la mujer española. Espanta la tragedia de Francisca Díaz, la más vieja de estas dos mujeres: vio degollar a su yerno y vio cómo un jefe de cabila, imponiéndose a otros cabileños que también la pretendían, se llevó a su hija, encinta, aterrada aún por la visión del asesinato del esposo, ¡y con una niñita de seis años!

Los moros, en sus ultrajes a las mujeres cristianas, no respetan ni su estado ni su edad.

Estas infelices cautivas, ante cuyos relatos parece partirse el corazón, cuentan cómo llegan de las más apartadas zonas del Rif legiones de cabileños que hablan de asaltar Melilla y llevan su delirio del triunfo al extremo de querer pasar el mar en busca de las tierras peninsulares que antes fueron sus dominios.

Cien años de 'El desastre de Annual'.

-Moros tener cañones para tirar Melilla y después coger fragatas y tomar Granada, que ser nuestra.

He ahí el ensueño de los vencedores.

¿Que es una locura lo que piensan? Sí; pero ¿a qué límites no eleva su moral de combatientes esa misma locura?

¿Y tienen acaso enfrente la misma febril idealidad que empuja con fuerza irresistible hacia la muerte?"

La acción militar 

"El azar entra por mucho en la suerte de las armas. A veces es él, con sus caprichos, quien decide las batallas. Es demencia meterse a averiguar sus designios. Pero siempre, siempre, hay que prevenirse contra él.

Quizá el mayor acierto de Berenguer haya consistido en no intentar hasta ahora nada fundamental.

No han venido las tropas llegadas de la Península poseídas de bélicos ardores, no. Todo eso pertenece a los tópicos e idiotez de ministros lerdos y de periódicos jingoístas. Además, en eso no creen sino unos centenares de majaderos. Esta guerra ni ha despertado, ni despierta, ni despertará entusiasmos en España, Trabajo mando a quien se empeñe en demostrar lo contrario.

Pero esas tropas, sin espíritu bélico, tampoco venían deprimidas. Esta es lisa y llanamente la verdad.

La depresión podía producirse aquí, al contacto con los restos de la guarnición de Melilla, aún bajo los terribles efectos de la debacle. A una mirada perspicaz, si se fija en la forma de acampar y distribuir refuerzos, no se le puede ocultar que se ha procurado el aislamiento entre quienes estaban aquí el 24 de junio y quienes vinieron después. Pero el aislamiento absoluto es imposible, y sin el aislamiento no cabe impedir el contagio.

Hasta ahora se baten con preferencia los legionarios -casta especial de combatientes- y los regulares de Ceuta, tropas todas ellas entrenadas en muy duras peleas. La víspera de mi llegada se perdió un blocao; para recuperarlo -se recuperó- fue movilizada una columna de 5.000 hombres. Pues bien; el día siguiente, sesenta legionarios se encargaron ellos solos de evacuar los heridos y relevar la guarnición.

Una fuerza peninsular que se bate también con gran arrojo es el regimiento de la Corona. ¿Quién conocía al regimiento de la Corona? Creo que es uno de esos Cuerpos constituidos últimamente, sin historia, sin leyenda, sin jefes laureados, sin cohesión, sin nada, en fin, de lo que constituye el prestigio de un Cuerpo. Estaba en Almería y fue el primer regimiento llegado a Melilla. Entró en fuego enseguida y no flaqueó un instante. Hoy hablan aquí todos con entusiasmo del regimiento de la Corona. En la guerra se dan muy raros fenómenos. Estados anímicos especialísimos y circunstanciales conducen lo mismo al heroísmo que a la cobardía.

Por eso importa mucho para el futuro de toda la acción militar el éxito rotundo del primer combate. El triunfo creará o levantará la moral de las tropas. Una derrota clara y hasta un resultado dudoso podría abrir de par en par las puertas a un nuevo e irremediable desastre.

Cien años de 'El desastre de Annual'.

He ahí, quizá, la razón de la cautela, de la parsimonia, de los aplazamientos en el comienzo de la ofensiva.

Mientras llega el material que se necesita, las municiones indispensables ante la cantidad enorme de que ahora disponen los moros, el mando atiende a hacer soldados de los hombres que se le han remitido, entrenándolos, fogueándolos. No hacen falta aquí más hombres. Por ahora, basta con los que hay. Incluso sobran mientras no se inicie con fruto la acción expansiva, porque no hay donde meterlos. Duermen a la intemperie en las calles, en los cerros no dominados por el fuego rifeño y en las tierras insalubres de la Restinga".

Los prisioneros 

"En el ánimo del Mando debe pesar como losa de plomo la situación de los prisioneros. No hay cálculo aproximado de su número; pero todos los informes e indicios conducen al pesimismo. Entre los millares de desaparecidos de la guarnición de Melilla, son más -muchos más- los muertos que los prisioneros.

No parecen hallarse éstos mal atendidos a juzgar por lo que Francisca Sevilla y Francisca Díaz me han referido; pero los rífeños amenazan cebarse en ellos ante cualquier ataque aéreo, reputando inadmisible el empleo de los aviones como elementos ofensivos. Sin embargo, si los moros pudieran utilizarlos los utilizarían. Pruébanlo esos anuncios aparecidos en Le Matin, de París, y en los diarios del Marruecos francés solicitando aviadores a buen sueldo “para el ejército de la independencia del Rif".

El espectáculo más angustioso que ofrece Melilla es el de los padres, madres e hijos peregrinando tras noticias de los seres queridos. Es la misma incertidumbre terriblemente dolorosa que aprisionaba el espíritu del hijo de Fernández Silvestre. Pero respecto al trágico fin de Silvestre, a pesar de las noticias de estos días, ya no cabe duda a juzgar por lo que me contó Abd-el-Kader, el moro amigo.

Un policía indígena vio caer muerto a Fernández Silvestre entre un pelotón de treinta a cuarenta soldados, jefes y oficiales. Este policía fue prisionero. Abd-el-Krim le puso en libertad, y al retornar a su cabila, pasó deliberadamente por el sitio en que vio caer a Silvestre, y, aunque desfigurado, con el rostro magulladísimo, pudo reconocer el cadáver del general, ya en franco período de descomposición.

Los rifeños se resisten al rescate de prisioneros. Saben que, conservándolos, tienen la mejor prenda, y aunque les corroe la avaricia, no la truecan por dinero.

¡Qué penalidades las de esos hombres, temerosos de que un éxito de sus compañeros de armas les cueste a ellos la vida!

El otro día -me lo contaba ayer Francisca Sevilla, testigo del hecho- un soldado de Artillería prisionero perdió adrede una pieza de un cañón emplazado en Nador. Los moros no admitieron sus excusas y le mataron en el acto.

Y la fuga es imposible. Cuantos desesperadamente la intentan caen atravesados por balazos o les siegan las cabezas las gumías."

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