13 de mayo de 2024
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FIN DE SEMANA

LA ESCRITORA Y SEXÓLOGA VALÉRIE TASSO ANALIZA EL LIBRO DE LA ANTROPÓLOGA CARMEN MENESES

“Viviendo en el Burdel”: Un trabajo valiente y nada hegemónico

La escritora y sexóloga Valérie Tasso analiza para elcierredigital.com la obra de la antropóloga Carmen Meneses 'Viviendo en el burdel' (Editorial Comares, 2023).

Sucede en algunas prendas. Hay una hebra, la punta de un hilo que rompe la armonía y la uniformidad del conjunto. Entonces, tiras de ella, intentas extirparla y, cuando lo consigues, descubres que la prenda se ha desmenuzado. Se va desmenuzando ante tus propios ojos a medida que vas retirando aquello que te parecía que sobraba. La “desentramas”, la desvelas, la haces transparente. Debías haber seguido el consejo de la abuela: “No tires del hilo”.

Con la prostitución, sucede, desde hace miles de años, lo mismo: es una hebra díscola que parece romper la uniformidad moral de la composición social pero, cada vez que se ha intentado tirar de ella, lo que se ha puesto en juego es la propia composición social. La prostitución atraviesa la estructura del orden social, es medular a él. Radical a cualquier orden social. No se puede desmembrar un cerdo sin descuartizarlo, sin descomponerlo, sin haberlo matado antes. No puedes intentar extirpar la prostitución sin matar el principio de civilización. 

El motivo de que esto suceda así se debe a que, si bien el concepto de “prostitución” es relativamente “fácil” de definir, es imposible desvincularlo de las relaciones entre los sexos: mientras los sexos nos relacionemos, operará de alguna manera, y, mientras los humanos sigamos siendo humanos, nuestros sexos se relacionarán. “Ofrecer un servicio sexual o un saber erótico a cambio de una retribución”. Parece que con eso se categoriza todo, se entiende lo que es la prostitución. Pero, no se mide su alcance, la longitud de la hebra, la función estructural que cumple en el entramado. No nos damos cuenta hasta qué punto, con mil matices, todos hacemos esto, y hasta qué punto es sustancial a toda colectividad el hacerlo. 

Puritano es aquello que pretende que lo que es sea eso y no pueda ser cualquier otra cosa. Hará lo que sea por cancelar cualquier ambigüedad, lo que interrumpe y destruye cualquier otra lectura, cualquier sentido distinto al que estableció el puritano. Lo que reduce la complejidad, cualquier complejidad, a una simplicidad que debe ser tomada, además, como dogma. Por eso, el puritanismo es siempre fanático: aniquila cualquier diferencia, cualquier matiz, cualquier disonancia que rompa la estabilidad moral del entramado, aún a costa de dejar entender el propio entramado o precisamente para no entenderlo. El proceso puritano que se aplica como perspectiva única sobre la prostitución sigue una estrategia de propaganda conocida y sencilla. Equipara, de manera indiscutible, dogmática e irrefutable la prostitución a un enemigo común, simple de entender y moralmente deleznable para cualquiera de nosotros: el esclavismo.

El tráfico de personas. Hace de la parte el todo para que el todo solo se pueda entender parcialmente, fuera de su totalidad. Entorpece, con su puritano fetichismo parcial, la comprensión del fenómeno en su amplitud. Evita que emerja otro sentido que el sentido de que quien ejerce la prostitución sea indiscutiblemente el de alguien socialmente, moralmente, psicológicamente, forzado.

Aunque el profesional ni tan siquiera se sienta social, moral o psicológicamente forzado. Da igual. No concibe, de ninguna manera, pues de hacerlo se derrumbaría su argumentario y su sustento (conceptual y crematístico), que la prostitución, incluso en su más evidente manifestación de la chica o el chico que ofrece una felación por unos euros, pueda proceder de una voluntad libre o del uso de una razón instrumental que le muestra como más propio para el sujeto ejercer la prostitución que trabajar en un bufete de abogados.

No, no hay ninguna libertad en una elección así, porque nadie puede elegir eso, porque nadie, salvo quizá un tarado, puede elegir ser un esclavo. Para tu libertad, te indicaremos cuándo puedes ser libre o no. Ese es el argumento circular que limita, como el redil limita la movilidad de las ovejas, la comprensión del fenómeno “prostitución”. A partir de ahí, la contundencia de acción está, en la mente de un reduccionista puritano, moralmente justificada. No hay más que hablar ni cortapisa o reflexión que oponer a las acciones que emprendan. Por contundentes, injustas o estúpidas que sean.

El acto de fe ha comenzado y no hay Dios que lo pare. Quien ejerce la prostitución es una víctima del diablo, como lo era la bruja, pero una víctima tan particular que la solución al fin de su condición de víctima pasa por erradicar a la propia víctima, por echar más leña a la pira, por evitarle cualquier marco de protección, por desoír cualquier argumento que provenga de ella, por hacer de su sacrificio la exaltación moral del colectivo, como en aquel cuento de Monterroso en el que se fusilaban a las ovejas negras para poder glorificar el arte de la escultura. Para que no sigan existiendo víctimas porque ya han sido exterminadas. Cuando el perro ha sido confundido con la rabia, matar a los perros porque todos detestamos la rabia, está plenamente justificado.

Poco importa si la rabia, como enfermedad vírica aguda e infecciosa, afecta a todos los mamíferos, aéreos, terrestres o marítimos, poco importa si existe una vacuna eficaz contra ella o profundizar en el tratamiento de la enfermedad. Poco importa entender la rabia. Poco importa averiguar si lo que verdaderamente detestamos es al perro y no a la rabia. 


Es en ese contexto en el que las perspectivas se han limitado a mirar por el ojo de un canuto cuando se puede poner en dimensión la obra de Carmen Meneses, “Viviendo en el burdel” (2023, Editorial Comares). Meneses es antropóloga, investigadora y Profesora del Departamento de Sociología y Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Humanas y Sociales de la madrileña Universidad Pontificia de Comillas.

Es una autoridad volcada en la comprensión de lo femenino y las desigualdades de género a la que se le ocurrió algo sencillo pero arrojado: conocer la realidad de la prostitución conviviendo con prostitutas en burdeles. Que es como si un reputado analista político, especializado en Oriente Medio, se instala en la zona para conocer in situ, y no solo a través de las informaciones que recibe de terceros, las problemáticas propias de la región.

Tan sencillo, tan arriesgado y tan inteligente. Dejar el toreo de salón y meterse frente a un morlaco sin tener que matarlo. Dejar el relato para priorizar la realidad. Su inmersión en diversos burdeles de la geografía española dan para eso de conocer la realidad si se emplea para ello, no el sesgo, el prejuicio o el “se dice” sino las herramientas y metodologías propias de su disciplina, es decir, haciendo un estudio de campo serio y riguroso sobre los aspectos y agentes poliédricos que componen el complejísimo fenómeno que aborda. Talento de relojero, arquitecto o sastre: del que sabe qué tornillo se puede desatornillar sin que el mecanismo se estropee, qué pared derruir sin que el edificio se derrumbe o de qué hebra tirar sin desmenuzar el tapiz. El estilo narrativo de su obra es directo, franco, y la racionalidad no es ocultada por la manipulable frialdad del dato: la información no sepulta la sabiduría. El resultado final hila enormemente fino y no teme a las contradicciones, a los cuestionamientos, a las diferencias.

La impresión, tras leer el libro, no es solo su rigurosidad o inteligencia sino su extraordinaria honestidad. La autora sabe, y acepta, que viene condicionada por un discurso ya escrito y hegemónico, que ella, en ocasiones, ha suscrito, sobre lo que es la prostitución, con la misma honestidad con la que también sabe que, como en la física cuántica, su mera mirada altera la estructura atómica de lo estudiado o con la misma valentía con la que sabe, en su apreciación, matizar los aspectos de ese sentido ya dado que la realidad le va poniendo en cuestión.

No teme ni ratificar el prejuicio ni cuestionarlo, y eso es algo en nuestros tiempos del “conmigo o contra mí” de incontestable valor moral e intelectual. No hay pretensión alguna de dar la verdad última sobre el sujeto que aborda: no es un texto dogmático simplemente porque no es demagógico, pero, además, hace algo que hoy en día parece inconcebible: matiza. Decía Wilde que “el matiz es donde reside la inteligencia”. Sin matiz, no hay ni verdad ni comprensión, solo la aceptación única, incuestionable, preñada de la locura de la certeza, de un dogma. Carmen Meneses sabe oír y reflejar lo que oye, sabe ver y pintar lo que ve, sabe estar en lo complejo y transcribirlo de forma asequible. 

Se cuenta que, un día, un periodista norteamericano le pidió a Einstein si sería capaz de explicar con sencillez su Teoría General de la Relatividad. Einstein le respondió con una pregunta: “¿Puede usted explicarme cómo se fríe un huevo?”, a lo que el periodista, sorprendido, contestó que sí, que sin duda podría hacerlo. Einstein prosiguió: “Pues entonces, explíquemelo usted, pero suponiendo que yo no sé lo que es huevo, una sartén, el aceite, el acto de calentar o la necesidad de alimentarse”.

Carmen Meneses en “Viviendo en el burdel” explica, para horror de los perezosos a los que ya les frieron el huevo, y que lo único que saben hacer es cascarlos, el acto prodigioso, cotidiano y complejo de freír un huevo. La diferencia preñada de matices entre saber y asumir información, entre la titánica vocación de pensar y la tiránica asunción de la estupidez. La diferencia que enseña que, antes de abolir la Teoría de la Relatividad, primero conviene entenderla. Un libro fundamental, en definitiva, que todo el mundo debería leer. 

 Texto: Valérie Tasso, escritora y sexóloga

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