'La Chelito', la artista que reinó en las varietés y fue amante de Alfonso XIII
Consuelo Portella nació en Cuba ya que su padre era capitán de la Guardia Civil, y vivió su infancia en Albacete.
El periodista José Fidel López, en el sitio web 'Cuentos de Cine', habla sobre una gran figura de la escena española. Se trata de Consuelo Portella Audet, lo cual puede que no diga mucho -o nada-, pero si se le añade su nombre artístico la cosa cambia: La Chelito. La artista vivió su infancia en el barrio de San Agustín, en la capital de Albacete. Residía en la calle del Puente, actual Alcalde Conangla, y desde allí se convirtió en una de las mayores estrellas de las varietés de este país durante varias décadas. A su llegada a Madrid, pasó a ser fija en los carteles de los más destacados teatros y locales del género. Y no sólo en España. Hoy, su vida sigue envuelta en un halo de misterio y habladurías.
Nacida en Placetas, en la provincia cubana de Villa Clara, la fecha de su nacimiento es otra de las incógnitas que rodean la biografía de esta artista, ya que las hemerotecas arrojan informaciones que indican que vino al mundo en 1880, aunque los registros ubican su alumbramiento en 1885, el 12 de febrero para más señas. De cualquier manera, el hecho de que su madre, Antonia Audet Solsona, nacida en 1863, la trajera al mundo en Cuba fue casual. Por aquel entonces, su padre, Isidro Portella Gutiérrez, era capitán de la Guardia Civil y estaba destinado en el Tercer Tercio de la Benemérita, en la Comandancia de Holguin, en la zona este de la isla de Cuba. El capitán Portella era oriundo de Campo (Huesca). El padre de La Chelito recorrió diversas plazas conforme iba ganando galones en el cuerpo de la Benemérita.
Según explicó en varias entrevistas, con apenas 15 días su familia regresó a España, donde todavía pasó por diversas ciudades hasta hacer de Madrid su último destino tras el fallecimiento de su padre, que se produjo cuando Consuelo ni siquiera era adolescente. El capitán Portella fue tratado en la popular clínica de su cuñado, el doctor Ramón Audet Solsona, que desplegó toda una red de establecimientos sanitarios por España para abordar enfermedades cardíacas, impotencia, cáncer, sordera, herpes, nervios… y tisis, patología en la que el tío de La Chelito era especialista.
Su tío Ramón fue pionero en el marketing publicitario. Los rotativos de finales de siglo están plagados de anuncios vendiendo las virtudes de los tratamientos del doctor Audet Solsona en su Hotel de la Salud, a quien, en determinados círculos, lo calificaban de charlatán y cuyas gotas "viriles" se las sorteaban los caballeros de la época, fruto, posiblemente de una sarta de anuncios milagro.
Vecina de Albacete
Pero antes de convertirse en una estrella, La Chelito residió en la capital albaceteña. Un artículo publicado en El Defensor de Albacete en 1932, el 26 de julio, daba detallada cuenta de ello. "Consuelito Portella ha vivido en Albacete. Nosotros nos honramos con su amistad, con la de sus padres, con la de su hermana y con la de su hermano, Milagros y Luis (...) acompañamos al piano unas sevillanas o unos panaderos que Consuelito, una niña monísima y muy discreta, bailaba admirablemente antes de dedicarse al género ínfimo, en el que tantos triunfos y tan general popularidad ha logrado", añadía el artículo.
Con el tiempo, Alberto Mateos Arcángel, bibliotecario y archivero municipal de Albacete, añadió en un reportaje publicado en La Verdad el 27 de mayo de 1984, que, de niña, Consuelito cursó estudios en el Colegio de las Madres Dominicas, a las que visitaba siempre que sus contratos profesionales la traían a la ciudad manchega, lo cual sucedió en diversas ocasiones.
Y la belleza parece que no era exclusiva de Consuelo, puesto que su hermana se proclamó ganadora de un popular concurso de belleza organizado por el periodista Tomás Serna en la frontera entre los siglos XIX y XX.
Pero si regresamos a su familia, destaca que su progenitor tuvo serios problemas económicos -con deudas reclamadas por boletines oficiales de miles de pesetas- y también de salud. Su fallecimiento supuso un cambio radical en la vida de la familia Portella Audet, sobre todo, porque llegaron agobios pecuniarios.
La matriarca doña Antonia, a la que El Defensor de Albacete consideraba una mujer "terrible", se puso al frente de la prole cuando enviudó, viéndose incluso inmersa en algún caso judicial a cuenta de un robo. Comenzaron los viajes por toda España después de que la niña, con unas excelentes dotes artísticas, debutara encima de un escenario. Su otra hija también se convirtió en una fija del género ínfimo, a veces junto a su hermana, en otras ocasiones con artistas del género, presentándose con el nombre artístico de Divoleta.
En la capital de España se asentó la familia, en la calle de Barbieri, donde la niña, que ya era un primor desplegando ante un público muy VIP sus cualidades artísticas, perfeccionó sus dotes en una academia cercana a su domicilio y dirigida por Isabel Santos. Entre sus admiradores, personajes de la intelectualidad española del momento, figuran desde Ramón Gómez de la Serna, Ramiro de Maeztu o José Martínez Ruiz 'Azorín'.
Urgencias económicas
La cuestión es que las urgencias económicas de la familia le llevaron a subirse a un escenario siendo una chiquilla, con apenas 15 años, y tras algunos intentos fallidos, terminó presentándose como Ideal Chelito en el París Salón de la calle Montera. Y lo cierto es que surgieron algunas complicaciones con su estreno, tanto legales por su corta edad, como por los nervios que le generaba subirse a las tablas, lo que provocó algún que otro intento fallido.
Pero su carrera cogió velocidad de crucero, y no pasó mucho tiempo hasta que actuó en el Variedades madrileño y en el Paralelo de Barcelona. Y en 1905 ya pasó a ser La Bella Chelito, con su propuesta artística, que sumaba picardía, ingenuidad y sensualidad. Hay quien asevera que con ella nació el término sicalipsis, "picardía erótica", Real Academia Española dixit.
Las crónicas que se conservan de la época afirman que los repertorios musicales eran prácticamente pornográficos, pero que mientras otras artistas con las que compartía escenarios hacían de la sensualidad y sexualidad el fuerte de sus interpretaciones, La Chelito cantaba lo que le enseñaban, incluso, sin entender ni siquiera las letras.
Recorrió la península y en 1910 doña Antonia y sus dos hijas se embarcaron rumbo a Nueva York, entrando en Estados Unidos por la Isla de Ellis, donde comenzaba para muchos inmigrantes el sueño americano. Tras una corta estancia en la ciudad de los rascacielos, marcharon a Cuba, la isla de la que salieron unos años antes y donde la fama y la leyenda de La Bella Chelito creció y llegó a los periódicos más populares y a publicaciones especializadas como la nortemericana Variety.
En La Habana consiguió un contrato para el Teatro Payret, y se daban ocasiones en las que tenía que salir escoltada ante la muchedumbre masculina que se agolpaba a la conclusión de sus actuaciones, que le llevaron, además, a otros escenarios, como el Molino Rojo y al Alhambra. Hasta una popular marca de puros lanzó al mercado una serie con el nombre de la artista. Parece que la tabacalera cubana en cuestión se vio inspirada por la sensualidad de Consuelo a la hora de fumar los cigarros, aunque también hubo Fósforos Chelito y Corbatas Chelito.
Actuó en Albacete y visitó la Feria
Sus antiguos vecinos albaceteños tuvieron la oportunidad de disfrutar de sus espectáculos y de sus rumbas, algunas tan conocidas como La Pulga, Pantorrillas y La noche de novios, los cuplés picarescos más populares que encerraban un doble sentido.
Actuó en el Salón Liceo, en los bajos del Casino Artístico, y también lo hizo en el Teatro Cervantes de Albacete en una Feria, la de 1922, y durante varios días. En la habitual oferta del coliseo cultural de la calle Ancha, ese septiembre festivo se combinaban varietés y cine, con dos pases, 22 y 24 horas, con los bailes de Carmen Salón, las canciones de Pepita Robles y las "celebradas canciones" de La Chelito, según la cartelera de El Defensor de Albacete.
Su presencia en la ciudad era muy sonada. Y la artista se dejaba ver, acudiendo, como era de rigor, a la plaza de toros para disfrutar de una tarde de sol y moscas, como lo atestiguan las fotos del maestro Luis Escobar.
Pero, además, La Chelito robó el corazón de algún que otro destacado albacetense, como narró Francisco del Campo Aguilar, en la revista Feria de 1963. En un reportaje titulado Un amor imposible de Fernando Franco, el popular periodista y escritor recordaba que su colega de profesión y amigo estaba "enamorado platónicamente" de La Chelito, e incluso, que se ofreció por carta para ser el editor de sus memorias.
Ese amor imposible se dio -o mejor dicho, no se dio- en 1912, y según Del Campo Aguilar, "Franco me hablaba de ella, sin revelarme jamás su nombre en unos términos altamente ponderativos: su hermoso pelo, su caída de ojos, su níveo cuello. De lo que no me dijo nada fue de sus dientes". En el artículo se cuenta que la artista "aspiraba a marquesita o cosa por el estilo. Fernando Franco se lamentaba de que no contestaba sus apasionadas cartas". E incluso le dedicó unos sonetos que le hizo llegar, vía epistolar, a la joven artista:
La mujer laboriosa, digna, honrada, / de seducciones y atractivos llena, / la que disipa en su mirar la pena / del alma que se rinde enamorada
La que ni en la desdicha se anonada / porque logra vencer, fuerte y serena, / la que en toda ocasión sabe ser buena / y debe ser por todos admirada
Y en este caso, sí, La Chelito le contestó al popular informador, agradeciéndole la 'joya' literaria, que calificó de "preciosa", y punto. Finalmente, Fernando Franco encontró su camino amoroso lejos de la reina de las varietés.
En Ciudad Real
Pero las andanzas manchegas de La Chelito no fueron solo albaceteñas, también tuvieron su capítulo en otra ciudad manchega, Ciudad Real. En 1948, el sábado, 14 de agosto, el diario Lanza publicaba una información firmada por Duramo a propósito de la reaparición de Consuelo Portella tras años retirada de los escenarios. El reportaje narraba que la artista había residido "varios años" en Ciudad Real en uno de los destinos de su padre, Isidro Portella, como miembro de la Benemérita. "Nos lo han confirmado quienes aquí la conocieron a ella y a una hermana, también muy guapa, que acostumbraban a pasear juntas llamando siempre la atención por su belleza".
La carrera de La Chelito siguió avanzando en esa década de los años veinte, suavizando su repertorio, pero haciendo caja, y convirtiéndose en una mujer muy rica. Incluso, probó suerte en el mundo del cine. En los primeros días de diciembre de 1926 se publicaba en la prensa que los preparativos para el rodaje de la nueva película del director cántabro José Buch, El conde de las Maravillas, se estaban ultimando, y se hablaba de parte del reparto, de los decorados… pero sin desvelarse una de las grandes bazas de la cinta: la presencia de La Chelito.
Pasaron los días, y la grabación echó a andar. A mitad de diciembre ya se publicaron fotografías de los platós -que no eran sino calles y edificios históricos del Centro de Madrid como la Casa de la Villa, plaza de la Villa, calle del Codo o calle Cordón-, en los que Consuelo Portella ya era protagonista.
En esta película, ambientada en el reinado de Carlos IV, su personaje era el de La tirana, compartiendo cartel con uno de los grandes del cine español, Rafael Calvo, junto a otros artistas de la época, como Pedro Larrañaga, José Montenegro, Carmen Toledo… Con un guion basado en la novela El caballero d'Harmental de Alejandro Dumas, en la película, estrenada en marzo de 1927 en Madrid, también aparecía la hija de La Chelito, Consuelo María.
Reclamo para su única película
Resulta curioso comprobar cómo evolucionaron los anuncios publicitarios de la película, de ocho partes, puesto que si inicialmente se destacaba a su director, José Buch, al final se decía El conde de maravillas por La Chelito. El objetivo era hacer taquilla. Aunque, todo hay que decirlo, la crítica hacia la artista no fue negativa, sino todo lo contrario.
No obstante, no volvió a la gran pantalla, y en 1928, tras actuar en el Teatro Apolo, inició un prolongado parón en su carrera artística, puesto que Consuelo Portella decidió retirarse y centrarse en su carrera como empresaria, que le resultó muy rentable, no como otras artistas de la época, que terminaron sin un céntimo.
Sin tener en cuenta alguna que otra actuación benéfica, regresó temporalmente a los escenarios cuando "ya no era sino la sombra del sueño de lo que fue, un hilo de voz, una vaga cadencia", afirmaba el obituario que le dedicó el ABC cuando falleció. Ya, en 1951 dijo hasta siempre a las tablas en las que tantos aplausos, suspiros, deseos y anhelos provocó.
Fue una mujer de contrastes. En más de una ocasión confesó su devoción cristiana, e incluso, que era devota del Cristo de la Fe. Acudía a misa en la Iglesia de San Luis Obispo y en su casa mandaba una imagen del Jesús del Gran Poder. Hasta en 1923, una revista cinematográfica, El Cine, publicó que La Chelito se iba a meter en un convento, "si, yo, sí, la pecadora, la terrible Chelito", declaró a esta publicación. También se le atribuyeron un sinfín de amoríos, incluido un rey, Alfonso XIII, y todo ello antes de 1910. "Pues, sí señor, tuve amores con un rey que me quiso con locura", relató en una entrevista para una revista cubana, Bohemia, en 1957. Elcierredigital.com ha contado en varios artículos los amoríos secretos del abuelo de Juan Carlos I.
Pero, además, la artista reconocía que le encantaba también el juego, y no solo la Lotería, también la ruleta, trasnochando incluso hasta las siete de la mañana. "yo no concibo estar despierta hasta esa hora más que ante una mesa de juego... Es lo único que merece la pena", afirmó en una entrevista en Mundo Gráfico en 1935. Terminó sus días en su piso, ubicado sobre el Teatro y Cine Muñoz Seca, de su propiedad tras un complicado pleito. Y lo hizo a causa de una dolencia intestinal junto a sus hijos, Consuelo y José María. Fue el 20 de noviembre de 1959.
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