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Personas celebrando con una bandera en una oficina y una mujer mirando a la cámara.
CULTURA

Carmen Díez de Rivera, clave en la legalización del PCE durante la Transición.

En 1977, política amiga de Suárez muestra complicidad con Santiago Carrillo en entrega de premios.

Sábado 9 de abril de 1977. Los españoles disfrutan de los últimos días de la Semana Santa y estaban a punto de asistir a un hecho de carácter histórico que ha pasado a la historia con el sobrenombre de 'Sábado Santo rojo'. Ya hacía más de un año de la muerte del general Francisco Franco y el país se encontraba inmerso en lo que se conoce como la Transición, pero todavía existía un clima político tenso.

Eran las diez de la mañana del lunes 11 de abril de 1977, dos días después del Sábado Santo rojo, cuando José Mario Armero, enlace secreto de Adolfo Suárez con Santiago Carrillo, descuelga el teléfono. Poco después, se hace pública la dimisión del ministro de Marina, el almirante Pita de Veiga, quien muestra así su profundo desacuerdo con la decisión tomada por el Ejecutivo de legalizar al Partido Comunista de España.

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Carmen Díez De Rivera. | El Cierre Digital

"He tenido que negociar con los militares hasta las cinco de la mañana y, a pesar de la calma, la situación es muy peligrosa. Todavía no me he acostado. Pepe, pide al PCE máxima prudencia, que traten de evitar reacciones contrarias. Me preocupa especialmente la Marina", afirmó Armero. 

En aquel ámbito político marcado por la presencia de figuras masculinas entró en escena una mujer, marcada por un terrible pasado y una inteligencia sobrenatural. Una mujer de atractivo envidiable a la que Francisco Umbral tildó de 'musa de la Transición'  y que fue clave en la legalización del partido que un día lideró Carrillo. Se trataba de Carmen Díez de Rivera, cuya historia ha sido recientemente llevada al teatro, y cuyo papel en aquellos días fue de vital importancia. Pero, ¿cómo logró la 'musa de la Transición' amainar a los militares?. 

El papel de Carmen Díez de Rivera en la legalización del PCE

Entre el 11 y el 15 de abril el país estaba al borde de un golpe de Estado. La tormenta levantada tras la legalización afecta, sobre todo, al Ejército. Los "sempiternos enemigos de España" —así tildaba a los comunistas la propaganda de la dictadura— se convertían ahora en adversarios que podrían ocupar sus escaños en el Congreso de los Diputados. "Intolerable", concluirá una cúpula militar anclada en los principios del 18 de julio y cada vez más distanciada de un Gobierno al que considera traidor, débil e incompetente.

Suárez lo preveía, pero constata que la tormenta militar no tardaría en caer cuando el 10 de abril, al día siguiente de legalizar a los comunistas, se reúne en la Zarzuela con el Rey, el general Alfonso Armada (secretario e íntimo consejero del Monarca) y el marqués de Mondéjar, jefe de su casa militar. Airadamente, Armada pone de manifiesto que considera la decisión un serio error.

Portada del periódico
Portada del 'Mundo Obrero' sobre la legalización del PCE. | Canal Sur

Suárez, sin ambages, le contesta que no está dispuesto a que se cuestione su autoridad y que la legalización del PCE es estrictamente necesaria para legitimar la reforma hacia la democracia. Sin el concurso del principal partido de la oposición antes de las primeras elecciones, las libertades habrían sido simple juego de artificio sin contenido real, pura fachada, inasumible para las potencias europeas occidentales.

El rey Juan Carlos de Borbón calla. Suárez lo ha mantenido informado, aunque al margen de la decisión final de legalizar al PCE, pues se trata de una operación cuyo riesgo asume el presidente en solitario, implicando lo menos posible a la Jefatura del Estado. Armada insiste en que la aceptación de Carrillo y los suyos es tan injusta como improcedente, lo cual hace concluir a Suárez que la brecha entre el Gobierno y el Ejército es cada vez más insalvable. Habrá que prepararse para sortear la tempestad.

Pero la lluvia de críticas, procedentes del ejército, no cesa. En la prensa o en privado, muchos militares acusan a Suárez de traidor, pues en la reunión mantenida con la cúpula el 8 de septiembre de 1976 aseguró, por activa y por pasiva, que "con sus actuales estatutos" el PCE no sería legalizado. Es cierto, lo dijo, pero también que el presidente no mintió en septiembre de 1976, y el archivo personal de Armero lo demuestra, pues a lo largo de todo ese año, Suárez niega sistemáticamente el pasaporte a Carrillo y, desde luego, no quiere la legalización del PCE antes de las elecciones de junio del 77.

Ello no es óbice para que, al mismo tiempo que cierra la puerta a los comunistas, pulse la actitud de su líder de cara al cambio político en curso, sopesando las posibilidades de que, en un futuro más o menos próximo (desde luego, Suárez prefiere después de las elecciones de junio), el PCE pueda ser aceptado si asume las reglas de juego de la democracia. Por eso, insiste ante los militares: "Con sus actuales estatutos, el PCE no entrará". En esa guerra cruel de opiniones aparece en escena una mujer libre y solitaria. Así definían los que conocían a Carmen Díez de Rivera.

"Aquí hemos venido a hacer política"

La política de melena rubia y ojos azules se convirtió en uno de los mitos de  la Transición española. Aunque todos parecían conocerla, muy pocos sabían quién fue la mujer que reivindicó su propia voz en una política dominada por hombres y que pasó a la posteridad como un personaje de la trastienda de la historia. La vida de esta mujer estuvo marcada por la tragedia y las mentiras.

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Carmen Díez De Rivera. | El Cierre Digital

Su belleza y su inteligencia cautivaba a la clase política masculina, que la consideraba una "pija progre". Entabló una estrecha amistad con don Juan Carlos, que hizo de intermediario para que entrara a trabajar con Adolfo Suárez  durante su época como director de RTVE, al lado de quien se mantuvo hasta la muerte de Franco.

Su ambición política la convirtió en la primera mujer directora de gabinete de un gobierno y de su llegada a la Moncloa se recuerda la frase: “no quiero ni un papel sobre la mesa, aquí hemos venido a hacer política”. Dimitió en 1977, justo cuando Adolfo Suárez se estaba preparando para participar en las elecciones como UCD, y se afilió al PSP (Partido Socialista Popular) que entonces lideraba Tierno Galván. Su labor política dejó huella, destacando su implicación en la legalización del partido comunista que fue aplaudida en los corrillos.

Uno de los hitos más importantes junto a Suárez  fue su ahínco por la legalización del PCE en abril de 1977. Todo ello se fraguó en enero de ese mismo año. Adolfo Suárez recibía el Premio de Español 1977 en Barcelona, la revista Tiempo y organizaba una cena para el evento en la que estaba presente gran parte de la sociedad civil y política de la época. Las conversaciones entre Carrillo y el político abulense aún no se habían iniciado. 

A través de la escritora Rosa Regás, amiga de Carmen y cercana al PSUP, la aristócrata había sido avisada de que el líder comunista acudiría a esa cena. Aunque en un principio Carmen se sentía reticente a entablar cualquier tipo de conversación con Santiago Carrillo, la complicidad entre ambos acabó siendo mutua y fue la hija de Ramón Serrano Suñer quien apostó finalmente por la pluralidad política y allanó el camino para la posterior legalización de la formación comunista en España.

Tres personas conversando en un evento social.
Santiago Carrillo y Carmen Díez de Rivera. | El Cierre Digital

Eduardo Regás, fotógrafo de la ceremonia e hijo de la escritora, se encargó de inmortalizar la imagen de los dos que apareció en una de las portadas de 'Diario 16'. Y los medios de la época recogieron frases tan célebres como la que le espetó Díez de Rivera a Carrillo: “A ver si nos tomamos un chinchón”, por no saber que decir contó luego ella, ya que la política de la UCD pensaba que decir un whisky sonaba mal, y el vodka mucho peor. 

Primer Comité central del PCE

Lo más grave de la situación vivida fue que la publicación de este comunicado de apertura democrática coincidió con la celebración del primer Comité Central del PCE en la legalidad. Reunidos en el Hotel Meliá Castilla de Madrid, Carrillo y sus correligionarios reciben del presidente Suárez una noticia demoledora: el Gobierno no puede garantizar la seguridad del cónclave comunista, pues en las próximas horas puede producirse un golpe militar de imprevisibles consecuencias.

Fue entonces cuando José María Armero habla por teléfono con Suárez desde la cafetería del Meliá Castilla y, apresuradamente, toma nota en una servilleta de papel de las recomendaciones —casi exigencias— de Adolfo a Santiago: "Aceptar la Bandera Nacional, la monarquía, la unidad de España y renuncia a la violencia".

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Carmen Díez De Rivera. | El Cierre Digital

Al día siguiente, 15 de abril, en una multitudinaria rueda de prensa pronunciada en el gran salón de reuniones del Meliá Castilla, el secretario general del PCE se dirige solemnemente a los periodistas en los siguientes términos: "Nos encontramos en la reunión más difícil que hayamos tenido hasta hoy desde que terminó la guerra. En estas horas, no digo en estos días, digo en estas horas, puede decidirse si se va a la democracia o se entra en una involución gravísima[...]. No dramatizo: digo en este minuto lo que hay". La bandera rojigualda, junto a la comunista, está desplegada a la espalda de Carrillo, que con este gesto espectacular, solicitado por el Gobierno, pretende sortear el malestar militar y conjurar el peligro de golpe.

Aquel día los militares no se movieron, pero la herida seguiría supurando. Suárez se convirtió en el objetivo a batir para buena parte de la cúpula del Ejército y, con el tiempo, también para una considerable proporción de una clase política que, tanto dentro como fuera del Ejecutivo, comenzaba a conspirar contra el presidente. Aquel 15 de abril de 1977, la tempestad desencadenada con la legalización del PCE parecía disiparse, pero una nueva tormenta —casi perfecta— se incubaba al combinar el malestar militar, el azote de ETA, el acelerado desgaste del presidente durante el tránsito político, la dura oposición, las disensiones en el seno de UCD y la emergencia de planes que preveían un gobierno de concentración, con militar al frente (al estilo De Gaulle) para sacar al país del marasmo en que, a la altura de 1980, se encontraba.

Las zozobras provocadas por la legalización del Partido Comunista se habían superado, pero aquel terremoto agrietó sin remedio la relación entre Suárez y las Fuerzas Armadas. Y el 23-F vendría a corroborarlo.

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