“Bernarda y Poncia (Silencio, nadie diga nada)”: teatro dirigido por Manuel Galiana.
La obra de Pilar Ávila, en la sala 'La Encina', es una espléndida adaptación de La Casa de Bernarda Alba de Lorca.
Tiempos de pandemia, sí. Pero no de parón en el teatro de Madrid. La capital de España ha sido, sigue siendo, y lo será, la resistencia cultural y hostelera de España. Y lo dejo aquí, porque hoy en día se confunde todo con la política dichosa y no es cuestión de estropear para nadie esta crítica teatral. Hablo de libertad, de cultura. Que quede claro.
Nos acercamos al off Madrid teatral que es el barrio de Embajadores de Madrid (con salas como “Estudio2 Manuel Galiana”, “Cuarta Pared”, “Mirador”, “La Encina”, etc.), de la mano de un grande de la escena, don Manuel Galiana. Por cierto, estos meses sin verlo a causa del “innombrable”, no le han venido mal. Manuel está en plena forma y como él me dijo: “que el morir me pille encima de un escenario”.
Manolo Galiana, a quien conocí en mi casa de Albacete cuando yo era muy niño y llegó de la mano de la amiga de la familia, la actriz doña Maria Bassó con la Compañía de Lope de Vega de Tamayo, formando parte de un extraordinario elenco como Esperanza Navarro (hija de la Basó), Amparo Pamplona, etc. Fue como meter el mítico “Estudio 1” de TVE en el salón de mi casa familiar albacetense. Luego la vida me regaló la amistad de Galiana y le pedí, tras la muerte del gran Tony Leblanc, presidir honoríficamente AMIThE (Amigos de los Teatros históricos de España) y nuestros premios nacionales de teatro Pepe Isbert que, por cierto, él tiene.
Galiana tiene su teatrito muy cerca de esa calle de Embajadores donde nació y quién sabe si volverá allí a vivir, porque su vida profesional ya está circunscrita a esta zona donde se ubica su sala “Estudio2 Manuel Galiana”, en la que actúa y dirige, con montajes tan sobresalientes como “La herida” o “El baile de huesos”, obras ambas de Elena Belmonte.
Y casi haciendo pared medianera con su sala, está el “Teatro La Encina”, una salita de lo más coqueta, con pinta de pub inglés de los 70, al frente del cual está un uruguayo como Paco Sáenz, amante de la cultura, valiente en tiempos donde azota el temporal económico y donde la lírica de la vida escasea. Pero amigo, nacer en Montevideo, patria de ese maravilloso Teatro Solís, donde actuó la Xirgu con mi bisabuelo López Alonso, debe marcar.
En “La Encina”,Manuel Galiana dirige “Bernarda y Poncia (Silencio nadie diga nada)”, un montaje intimista, de teatro puro, que hay que ver, sí o sí, porque planteamientos así de sinceros sobre un escenario no abundan en Madrid y menos en provincias.
La actriz Pilar Ávila se ha atrevido, y ese intento ya es de aplaudir, a realizar una adaptación de la lorquiana “La Casa de la Bernarda Alba”, para ponerse ella en la piel de una Bernarda, que le va como anillo al dedo, y enfrentarla con el otro personaje que es también eje de este clásico de Lorca, como es la Poncia, interpretado en este montaje por otra habitual del elenco “galianista” como es una actriz de amplios registros como Pilar Civera.
Solo recordar, porque la gasolina de esta obra, que no pasa de la hora y cuarto (ojo cómo el teatro se va acortando en todos los montajes), se ha repostado en la obra de García Lorca, que el genial granadino la escribió dos meses antes de ser ejecutado vilmente. Pero no sería estrenada hasta 1945, ya en Buenos Aires y de la mano de la gran Margarita Xirgu.
En esta obra icónica del teatro español, Lorca dibuja aquella 'España cainita', violenta, sectaria, machista, del primer tercio del siglo XX. Una España rural de códigos secretos; un tiempo donde la mujer jugaba un papel muy secundario en la sociedad, pero que, en contraste, tenía abiertos sus ámbitos de influencia en el hogar familiar, como lo tuvo la mujer de la Grecia clásica en el gineceo.
En la Casa manda la Bernarda Alba, viuda, con su ejército de cinco hijas (Angustias, Magdalena, Amelia, Martirio y Adela, pero ojo con la losa para ella de ningún varón como hijo), también a su lado su madre y su criada La Poncia.
La Bernarda es dura, implacable, un hombre dentro de un sexo femenino. Ella reina bajo la opresión, en un ambiente de envidia, odio y cuentas pendientes. Por eso es acertado sobre titularla como “Silencio, nadie diga nada”, en esta adaptación de Pilar Ávila, con dirección de Galiana, enfrentándose con valiente ambos, como autora y director, a una obra que han bordado las más grandes (Cándida Losada, la Xirgu, la Espert, Berta Riaza, la Valdés, Margarita Lozano, el propio Ismael Merlo o la grandísima actriz inglesa Glenda Jackson), o en cine una inconmensurable Bernarda a cargo de Irene Gutiérrez Caba.
El tiempo de la escena es ocho años después de haber perdido Bernarda a su hija Adela, quien se suicida por el amor negado de “Pepe El Romano”. Esta Poncia pasa los 60 años y habla duramente. Sabe todas las miserias, y alguna grandeza, de esa “Casa”. Especialmente conoce los amores de Adela, la hija muerta de Bernarda, con Pepe El Romano. Aguanta todo La Poncia, como esas mujeres que hasta hace no muy mucho veíamos en el campo, en los pueblos, incluso entregadas al servicio doméstico en casas familiares. Está harta de Bernarda, pero Poncia calla porque sus hijos varones, que son envidia de su “dueña” por no tener hombres como descendientes, siguen trabajando para su señora.
Son los últimos días de Bernarda. Se vislumbra la muerte final. Tiempos de oscuridad, de velas en la noche y de sol de justicia al mediodía, que la eficaz escenografía y luminotecnia resuelven con una austeridad jesuítica.
Me gusta el duelo de actrices en ese pequeño escenario de La Encina. La recomendamos vivamente. Contundente, dura, esta Bernarda que encarna una Pilar Ávila que se conoce los pilares de este oficio. Se le nota a Pilar su paso por buenas escuelas de teatro y maestros. La intensidad del planteamiento de su Bernarda deja sin aliento al espectador (por cierto, vimos una buena entrada en plena tercera ola pandémica), hasta un final de vida clamoroso en la interpretación.
Siempre me ha gustado como actriz Pilar Civera, que resuelve también con éxito el papel de La Poncia. Civera me resultó muy creíble en un papel que no lo puede hacer cualquiera. Por lo menos me lo pareció ese día que asistí, porque ahí radica el misterio del teatro, que al ser en total directo uno trae en su piel de actriz la sensibilidad de cada día y este, Pilar Civera no puede ocultar que es puro sentimiento.
Galiana las conoce muy bien como actrices, también se sabe el teatro de Lorca, y por eso el mejor elogio con el que se puede envolver su trabajo es que el duelo entre Poncia y Bernarda queda artísticamente en tablas.
Al final, con el público puesto en pie, y dibujando en su rostro esa sonrisa que le niegan los personajes de Poncia y Bernarda, las dos Pilares recibieron una de esas ovaciones que los revisteros taurinos calificaban de rotunda.
Quisieron en justicia compartirla con su director, el maestro Manuel Galiana, que como lleva el teatro desde la suela de sus zapatos hasta ese pelo que Dios le conserva, las lleva por el camino del éxito, atravesando ese estrecho desfiladero que para cualquier actor o actriz es meterse en “La Casa de Bernarda Alba”.
Si este país estuviera dirigido por personas sensibles con una estrategia de fomento de la cultura, del teatro, para nuestros jóvenes, mañana mismo estaría esta obra vendida por colegios e institutos de una España secuestrada hoy por turbas que defienden a un maleducado y faltón rapero. Ojalá que los programadores sepan ver la calidad que atesora porque este montaje tiene recorrido.
Mientras esperamos, como un Godot, la llegada de otros dirigentes culturales y educativos para España, vayan a “La Encina” a disfrutar teatro del bueno, de pata negra. Saldrán mejor de cómo han entrado.
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