Así fue 'ninguneada' la socialité durante su relación con el Marqués de Griñón
La boda de Tamara con Onieva, en la que su hermano Manuel Falcó será el padrino, hará que ambos clanes se reencuentren
Los preparativos de la boda de Tamara Falcó e Íñigo Onieva ya están en marcha. La pareja del momento ha sido vista por Madrid organizando todos los detalles de su enlace, que se celebrará el próximo 8 de julio en la finca El Rincón, ubicada en Aldea del Fresno, a las afueras de la capital. Este palacio, que tiene más de 160 años de historia, perteneció al padre de Tamara, Carlos Falcó.
Ante la ausencia de su ya fallecido progenitor, Tamara Falcó llegará al altar acompañada de su hermano mayor, Manolo Falcó. Precisamente será en esta ceremonia tan importante para la socialité donde se reencontrarán los miembros del clan de los Griñón con Isabel Preysler, después de sus diferencias tras separarse Isabel de Carlos Falcó.
A propósito de este reencuentro, elcierredigital.com recuerda varios de los episodios de la vida pasada de la socialité junto al entonces Marqués de Griñón, que ya relató Juan Luis Galiacho –director de elcierredigital.com– en su libro Isabel y Miguel: 50 años de historia de España.
La historia de Isabel Preysler y Carlos Falcó
Tras su ruptura ya oficializada con Julio Iglesias, Isabelita, reconvertida de niña a mujer, apareció muy pronto al lado de otra persona. Era un aristócrata: Carlos Falcó y Fernández de Córdova, marqués de Griñón y de Castel-Moncayo y uno de los grandes de España. Hacía ya unos meses que se veía secretamente con él, tanto en su casa de Madrid, en la calle Fortuny, como en la finca “El Rincón”, heredad convertida en un zoo privado, donde los animales vivían en semilibertad.
No tardaron en hacerse grandes amigos y sus encuentros fueron cada vez más frecuentes. Poco a poco, fueron salvando la gran diferencia de edad, catorce años, y fueron intimando. Esta amistad semifurtiva le ayudó a afrontar de nuevo su propia identidad y la reafirmó en sus creencias de que podía volver a seducir a los hombres. Cuentan sus allegados, que el hecho de unirse a Carlos Falcó fue un pretexto para sí misma, quizá por puro despecho.
Carlos Falcó se dedicaba a la producción y comercialización de sus vinos; al negocio de la reserva de animales en su Safari Park, un parque con fieras salvajes en libertad en su finca de El Rincón, en la localidad de Aldea del Fresno a 54 kilómetros de Madrid; y a la actividad política, con una aventura frustrada dentro Alianza Popular, coalición por la que intentó ser senador por Cáceres en las primeras elecciones democráticas de 1977. Pero su verdadero despegue social se produjo a finales de los años setenta gracias a su romance con Isabel Preysler. Su noviazgo con 'la china', como ya empezaban a llamar a Isabel sus detractores, no sólo su ex suegra, fue objeto de persecución de los paparazzis y portadas de las revistas del corazón.
Su relación era el runrún de Madrid. La clase aristocrática comenzó a culpar a la filipina y a sentenciar que lo único que pretendía Isabel era un título nobiliario. Pero eso no mermó el declarado interés del marqués por casarse con ella. Así, el domingo 23 de marzo de 1980, contraían matrimonio, esta vez con absoluta discreción, en la pequeña y antigua capilla de la finca familiar de “Casa de Vacas”, en Malpica de Tajo (Toledo). Siete meses antes de la boda, Isabel había conseguido la nulidad de su matrimonio con Julio Iglesias gracias al Tribunal Eclesiástico de Brooklyn, en Nueva York (EEUU), famoso por su rapidez y eficacia como coladero. Fue el abogado Antonio Guerrero Burgos, fundador y ex presidente del Club Siglo XXI, de Madrid, perteneciente al cuerpo jurídico militar, duque de Cardona y grande de España, amigo íntimo de Carlos Falcó, quien ayudó a Isabelita a conseguir su objetivo.
Los Falcó deseaban a toda costa evitar más escándalos y se encargaron de defender celosamente el secreto del acontecimiento, que se llevó en el mayor de los anonimatos. Los invitados fueron alertados con un tiempo prudencial, para evitar la propagación de la noticia. Incluso al servicio doméstico se le comunicó que se iba a dar una fiesta familiar ese día pero sin más detalles. La madre del novio, la duquesa de Montellano, se ocupó personalmente de la organización, dejando sólo a su futura nuera la elección del vestido, un traje corto de color salmón claro con encaje de Valenciennes teñido al tono, que fue elaborado por el modisto Jorge Gonsálvez. Al ser segundas nupcias, se eligió el color asalmonado por ser el que más favorecía a Isabelita. Por su parte, el novio lucía un traje oscuro.
Un nuevo horizonte se abría ante la ambiciosa y, a veces, esperpéntica, filipina. O al menos así lo pensaba Isabel Preysler. Pero poco o nada aportaba ella a este cerrado círculo aristocrático, salvo la seducción, siempre envuelta en un halo de misterio que pronto supo explotar, revalorizar y promover. Los flashes de los fotógrafos continuaban a su lado y la apuntaban con mayor interés y asiduidad. Era su época más gloriosa. Y además, contaba con un marqués que la protegía. Nada hacía presagiar por entonces que el matrimonio acabaría por derrumbarse.
Los duques de Montellano, al conocer la decisión de casarse de su hijo, le habían ofrecido una planta de su residencia para que se instalara allí junto a su mujer si lo deseaba, pero a Isabel le pareció que eso podía restarle independencia y decidió instalarse en la capital de España, en la famosa casa de la calle Arga nº 1, en la elitista colonia madrileña de El Viso. Isabel no quería permanecer por más tiempo en el piso de la calle de San Francisco de Sales y había comprado meses antes un chalé (hotel), con cuatro plantas y jardín privado. Fue adquirido personalmente por la Preysler el 1 de junio 1979, por un precio escriturado de 16 millones de pesetas, a la empresa Compañía Española de Representación y Fabricaciones Industriales SA (Cerfisa).
El título de "marquesa" le dio a Isabel la oportunidad de introducirse en círculos más importantes e influyentes y de conocer a quienes de otra forma no hubiera conocido. Así coincidió en varias ocasiones con los Reyes.
Su primer año de convivencia transcurrió en medio de una intensa vida social. Pocos meses después llegó a sus vidas una nueva hija a la que pusieron por nombre Tamara Isabel, a quien su madre llama familiarmente Tami, sus hermanastros Tamarik y el servicio doméstico del marqués definía como “la Presyler chica”. Fue el 20 de noviembre de 1981 cuando vino al mundo, justo seis años después de la muerte del General Franco, y en su bautizo también actuaron Los del Río, de quienes Isabel Preysler fue, más tarde, madrina del lanzamiento de sus discos de sevillanas. El nacimiento de Tami sirvió para reforzar a la pareja, cuya unión conyugal empezaba a dar señales de debilidad
Entrado ya el segundo año de casados la cosa cambió. La convivencia con Carlos Falcó se hizo cada vez más agobiante para la filipina. Cuenta la periodista Asunta Roura, su biógrafa, que Isabel encontraba en su marido más al padre o al amigo que al amante. Su presencia le resultaba enormemente grata y necesaria, pero todo sentimiento apasionado iba desapareciendo en ella.
Sin embargo, cuentan su amigos, que Falcó estaba siempre allí, cuidando de satisfacerla en todo, tan profundamente enamorado que hacía que Isabel sufriera con los remordimientos. Incluso en determinados momentos le disgustaba verle tan predispuesto hacia ella, era como mostrarle el hombre débil que había en él, aceptando pasivo la indiferencia que su mujer le mostraba intencionadamente. Cuentan que Isabel se dio cuenta de la importancia del papel que había jugado el marqués en su devenir como mujer, que había sido el amigo que le tendió la mano en un momento difícil para ayudarla a encauzar su vida de nuevo. Pero que Isabel comenzó a advertir síntomas de que se había casado más por la necesidad de sentirse protegida, ante su ausencia en unos círculos sociales en los que no acababa de ser admitida, que por auténtico amor.
Rumores de separación
En los medios de comunicación empezaron a surgir los primeros rumores de una posible separación, que ellos desmintieron rápidamente. Fue a principios de 1983, días antes de que Miguel Boyer decidiese expropiar Rumasa, cuando los marqueses de Griñón salieron al paso de esta “maledicencia” con una rueda de prensa donde Isabel apareció pletórica, con una sencilla blusa blanca de corte romántico y una falda de tonos oscuros.
A pesar de lo manifestado públicamente, las cosas no parecieron funcionar mejor desde entonces. La convivencia había desgastado ya su primer impulso amoroso. Habían nacido dudas no deseadas. El marqués de Griñón quiso creer que se trataba de una crisis pasajera de la que saldrían ambos reforzados con nuevas ilusiones para continuar. Pero no fue así. El gusto por la vida campestre que tenía el marqués no era compatible con la intensa vida social que anhelaba Isabel.
El marqués quería conseguir a toda costa que Isabelita no consumara su separación matrimonial que ya barajaba en su mente. Y, al igual que hizo Julio Iglesias en su día, en su último intento para arreglar su matrimonio recurrió a su suegra Beatriz Arrastia, una mujer de gran personalidad, buena cocinera a diferencia de su hija, y que por entonces regentaba una agencia inmobiliaria en Manila gracias a los influyentes contactos de su hermana Mercy Arrastia.
Sabía que su suegra estaba muy disgustada con su hija, ya que ésta, con profundas creencias religiosas, no aceptaba las ligerezas de Isabel de las que ya se empezaban a hablar profusamente por todo Madrid, además de una veleidad por un hombre que se declaraba públicamente ateo. Ya en su día tuvo que ser su futura consuegra, la duquesa de Montellano, la madre de Carlos Falcó, quien la convenciera de que Isabel podía casarse sin problema con su hijo Carlos, que no era una blasfemia que Isabel se separara canónicamente de Julio Iglesias en el tribunal eclesiástico de Brooklyn. Y que lo verdaderamente importante era la felicidad de sus respectivos hijos.
Paralelamente a estos conflictos conyugales, también salían a la luz los problemas económicos del marqués de Griñón, que los más atrevidos achacaban a la vida de lujo asiático que llevaba su esposa, con la que se había casado en régimen de separación de bienes. La economía de Carlos Falcó no era tan boyante como para seguir el ritmo de vida que ella iba determinando en cada momento. Durante la primera mitad de los años ochenta, Carlos Falcó sufrió varios reveses económicos.
Falcó hacía todo lo posible para que su mujer le acompañara en sus viajes de promoción de los vinos de sus bodegas (que ella no bebía ya que es abstemia y sólo bebe zumos naturales, ni siquiera refrescos). Pero ya en su vida había aparecido otro hombre, doce años mayor que ella (le gustan los hombres maduros) que acabaría rendido ante su encanto y fragilidad, aún estando casada con el aristócrata. Se trataba de Miguel Boyer Salvador, súper ministro de Economía, Hacienda y Comercio en el primer gobierno socialista de Felipe González. Isabel ya no viajaba con su marido y los trayectos al extranjero del marqués para promocionar sus vinos eran una buena ocasión para cerrar sus encuentros secretos con el político socialista.
Cuentan que el marqués prefería no hacer indagaciones aunque en la intimidad llegó a comentar: “No sé porqué se va a estudiar ahora a París como si tuviera 15 años, Tamara es aún muy pequeña y creo que echa de menos a su madre”. De aquellas fechas son unas declaraciones de principios de Isabel: “Yo creo en el amor, pero no en el amor eterno. No dura para siempre... y cuando dejas de admirar a una persona el amor se termina... Luego pasas a un segundo plano de cariño. Si lo piensas conscientemente, entonces no te casarías nunca. Estoy convencida de que el amor se acaba en el noventa y ocho por ciento de los matrimonios. Luego queda un cariño muy grande que no tiene nada que ver con el amor apasionado... Hay mucha gente que me dice que yo, tal vez, no me he enamorado nunca de verdad y que por eso pienso así, no lo sé. Me encantaría que no se acabara pero hay que ser realista. No hay nada que me guste tanto como ver a un matrimonio que lleva veinte años juntos... Me da mucha envidia, tal vez algún día me enamore para siempre... Siempre pienso que es injusto que la felicidad de unos sea a costa de la infelicidad de otros. Me gustaría que no fuera así, pero es una trágica ley de vida…”. El problema de Isabel Preysler es que siempre ha comenzado las nuevas relaciones sin haber terminado las anteriores.
Los rumores de crisis matrimonial eran más que constantes en la capital de España. El 14 de julio de 1985, ante un clamor popular, la pareja firmaba un comunicado publicado, de nuevo, en la revista Hola donde informaban oficialmente de su ruptura matrimonial.
En torno al domicilio de la calle Arga 1 se congregaron curiosos y decenas de fotógrafos en busca de la ansiada foto de ver salir al marqués de Griñón con sus maletas. Pero cuentan allegados que en un gesto de gratitud, los efectos personales del marqués permanecieron en la casa de Arga, 1, hasta después de ese verano cuando por fin dispuso de otro piso donde instalarlos.
Isabel Preyler intentó mantener a sus hijos fuera de todo el tsunami social que se había formado con la separación del marqués y la paralela dimisión de Miguel Boyer del Gobierno socialista.
El marqués de Griñón no pidió compensación alguna en su separación y sí, en cambio, se convirtió en deudor de su ya ex mujer. Cuatro días después del comunicado publicado en la revista Hola, de común acuerdo también, la pareja estampaba su firma en un documento privado en el cual el marqués de Griñón reconocía mantener una deuda de 21.237.815 pesetas con Isabel Preysler. En una de las cláusulas se especificaba que durante el primer año, el deudor Carlos Falcó y Fernández de Córdova, estaba obligado a abonar a la acreedora, María Isabel Preysler Arrastia el interés anual del 14 por ciento de la cantidad prestada, mediante el pago de recibos mensuales.
Asimismo, se hacía constar que la deuda debía saldarse en el plazo de dos años. Se trataba de un préstamo que le había dado en su día Isabel para salvar unas hipotecas que pesaban sobre sus fincas de El Rincón, Cantoblanco y Peña Halcón, colindantes y situadas en las inmediaciones de la localidad madrileña de Aldea del Fresno, a unos cincuenta kilómetros de la capital. Pero hubo que esperar todavía dos años más, hasta el 15 de junio de 1987, para que hubiera una sentencia definitiva de divorcio. Ésta establecía que la pequeña Tamara siguiera viviendo con su madre sin cambiarse de casa y que el marqués de Griñón pasaría a Isabel Preysler una asignación mensual de 175.000 pesetas para la manutención y educación de la niña, importe que más tarde se aumentó.
La relación deteriorada con la duquesa de Montellano y los Falcó
A pesar de su separación, las relaciones de Isabel Preysler con Carlos Falcó siguieron siendo buenas, no así con la duquesa de Montellano, la madre del marqués, que había acogido a Isabel como a una hija. Fue precisamente, gracias a ella, como pudo entrar y ser reconocida en ciertos salones de la aristocracia. Tras la separación de su hijo, la duquesa de Montellano tuvo que tragar sapos y dar la razón a muchas de sus amigas que, desde el primer momento, desaconsejaron la presencia de la seductora y ambiciosa filipina.
Otro al que tampoco gustaba la relación de su hermano con la Preysler era a Fernando Falcó, por entonces casado con Marta Chávarri. Para el marqués de Cubas, luego unido en matrimonio a la dueña de FCC Esther Koplowitz, “Isabel es una mujer muy lista, que sabe muy bien lo que quiere en la vida. Su carácter es reservado… tiene esa nota oriental de impenetrabilidad. Yo, la verdad, prefiero a personas más comunicativas. Mis relaciones con ella han pasado por diferentes momentos, al principio nos llevamos muy bien, después se enfriaron y luego fueron distantes”.
Mientras tanto, Isabelita ya había unido su vida “para siempre” a Miguel Boyer Salvador, al que llamaba Miky en la intimidad. Un idilio mantenido en secreto desde mayo de 1982 hasta el verano de 1985. Aunque ella lo negaba en cualquier ocasión que se presentaba ante los medios: “No es cierto que Miguel Boyer sea el causante de mi ruptura con Carlos y por supuesto, es una tontería pensar que ha dimitido de su cargo por mí”.
Una vez más, Isabel Preysler hacía tambalear los escenarios del poder. El entonces todopoderoso Boyer renunciaría a todas sus prebendas por la China. Muchos de sus amigos no entendían cómo había podido desbaratar de la noche a la mañana una biografía política tan dilatada y brillante. Había caído fascinado ante el encanto estudiado de una mujer, toda candidez y dulzura, la mejor de las amantes, hermética y matrícula de honor en el arte de la seducción.
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