26 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA

Sus líderes, Padilla, Bravo y Maldonado, fueron ejecutados por levantarse contra Carlos I en defensa de su madre Juana de Castilla

Cinco siglos de la derrota comunera en Villalar: Símbolo histórico del primer republicanismo español

/ Ejecución de los comuneros de Castilla, del romántico Antonio Gisbert Pérez (1860).
La localidad vallisoletana de Villalar fue el descolorido escenario del Día de Castilla y León a cuenta de la crisis sanitaria. La Junta gobernada por PP y Cs recordó los cinco siglos que se cumplen de la derrota comunera frente a las tropas reales tras una revuelta que fue reinterpretada por el liberalismo español en el siglo XIX y por el republicanismo del pasado siglo como símbolo a reivindicar.

Este viernes se cumplieron 500 años de la derrota comunera en el municipio vallisoletano de Villalar frente a las tropas de Carlos I de España, nieto de los Reyes Católicos y posteriormente entronizado emperador (bajo el nombre de Carlos V de Alemania). El Republicanismo español frecuentemente ha reivindicado esa memoria, pero la llamada Guerra de Comunidades que acabó con la muerte de Padilla, Bravo y Maldonado, en realidad fue entre los partidarios de Carlos I, que venció, y los partidarios de su madre Juana de Castilla.

El primer Austria

Carlos I, que fue el primer monarca que reunió todos los reinos hispánicos y fue el primer rey de la Casa de Austria (gracias a que su padre era descendiente de la dinastía centroeuropea Habsburgo), accedió al trono por la inhabilitación de su madre Juana I (mermada en sus facultades mentales, según la historiografía clásica, y considerada 'loca' por intereses de su padre y su hijo, según algunos contemporáneos).

La entronización del nieto de Isabel y Fernando fue advertido con recelos por las Cortes de Castilla. Y es que el monarca había nacido en Flandes (actual Bélgica) y sabía poco de la península ibérica. De hecho, las Cortes le realizaron cuatro requerimientos en 1918: que aprendiese castellano, que no nombrase a extranjeros en cargos de relevancia, que no dejase salir metales preciosos y caballos de Castilla, y que otorgarse un trato digno a su madre.

Castilla era por aquel entonces un reino próspero y sus lanas merinas controladas por las Mestas (pastores asociados por Alfonso X el Sabio en 1273) proveían de lana al textil flamenco. Pero las decisiones en materia fiscal de Carlos I iban en beneficio de la monarquía y los grandes mercaderes de Burgos.

Y eran contrarias a la Castilla agraria e industrial focalizada en Segovia, Toledo o Valladolid, donde germinó un descontento de Comunidades rebeldes (de ahí, comuneros) nutridas de clases medias que fueron al choque gracias a una chispa que se prendió tras un intercambio de golpes violentos que desembocaron en el incendio provocado por las tropas realistas en Medina del Campo en el verano de 1520.

Sitio de Segovia. 

En el inicio de la revuelta los comuneros demostraban su poderío popular y colgaron el siguiente texto contrario al futuro emperador en la entrada de las Iglesias de la Castilla rural: "Tú, tierra de Castilla muy desgraciada y maldita eres, al sufrir, que un tan noble reino como eres, sea gobernado por quienes no te tienen amor".

La revuelta antiseñorial no cuajó en las ciudades y los comuneros, liderados por Padilla, Bravo y Maldonado, cayeron finalmente derrotados el 23 de abril de 1521 y fueron honrados ayer, viernes, por haber exigido "libertad".

Los tres líderes comuneros fueron juzgados el día después de su captura y declarados culpables "en haber sido traidores de la corona real de estos reinos" con condena "a pena de muerte natural y a confiscación de sus bienes y oficios".

El 24 de abril de 1520 fueron decapitados con el espadón de un verdugo en una plaza pública. Pero tres años después sus almas celebraron que Carlos I aceptaba ante las Cortes muchas de sus reivindicaciones.

Resurreción decimonónica

Tras tres siglos de olvido, el liberalismo español, que pedía la muerte del absolutismo, 'resucitó' la memoria de los comuneros. En el único periodo de luz del reinando de Fernando VII, el Trienio liberal de hace dos siglos (1820-823), los dirigentes españoles más proclives al espíritu de la Revolución francesa utilizaron a Padilla, Bravo y Maldonado como mártires por su valentía y por la simbología de su derrota (que certificó, de una forma u otra, el final de cierta independencia peninsular).

Cierto es que aquí se abre una paradoja detectada por Gregorio Marañón, que denunció el siglo pasado que los comuneros eran proclives al ruralismo, las viejas costumbres y lo antiguo (en contraposición con la modernidad supuestamente europeísta y el aperturismo de Carlos V).

El célebre médico e historiador estaba en lo cierto a costa de errar en el espíritu de las reivindicaciones románticas. Y es que cuando Pasionaria en Radio Madrid, en la resistencia del 'No pasarán' del otoño del 36 invocaba al 2 de mayo (revuelta castiza contra la modernidad bonapartista), o gurús culturales cercanos a Euskal Herria Bildu glorifican hoy en día el carlismo (amantes del carca 'Dios, Patria, Rey'), estos no aceptan el medievalismo. Sino que beben del espíritu de la izquierda y 'se ponen' en favor de David frente a Goliath. 

Es decir, se posicionan a favor de las revueltas populares, sean comunales, malasañeras o carlistas, frente al abuso con la excusa de la modernización (llámese Carlos V, Napoleón, Isabel II o Jeff Bezos).

El morado de las banderas

"Para el socio del limpia un carajillo

Para el estraperlista dos barreras

Para el corpus retales amarillos

Que aclaren el morao de las banderas".

Con estos versos recuerda Joaquín Sabina a la tricolor en 'De purísima y oro'. Y esa tricolor enarbolada hace nueve décadas tras la derrota de los partidarios de Alfonso XIII en las municipales del 12 de abril de 1931, había surgido de los casinos y ateneos republicanos. 

El republicanismo español, durante el primer tercio del siglo pasado, había intentado cortar amarras con la rojigualda borbónica y quería lanzar un guiño a una España nueva con recuerdo a la 'protoEspaña' y un desprecio al absolutismo heredero de ese Imperio que, por mucho que se queje el nacionalismo español con la 'leyenda negra', acabó cronificando hambre y atraso (a cambio de convertir al castellano en una lengua universal).

       Instauración de la II República en Madrid. 

El Gobierno que se autoproclamó tras el vacío de poder dejado por Alfonso XIII antes de las elecciones constituyentes de junio de 1931, que otorgaron otro triunfo inequívoco a las izquierdas, decretó la inclusión de un tercer color: "Hoy se pliega la bandera adoptada como nacional a mediados del siglo XIX. De ella se conservan los dos colores y se le añade un tercero, que la tradición admite por insignia de una región ilustre, nervio de la nacionalidad, con lo que el emblema de la República, así formado, resume más acertadamente la armonía de una gran España".

De 'El Empecinado' a Azaña

Esa 'gran España' era reivindicada por el liberalismo decimonónico en contraposición al absolutismo borbónico. Y algunos de los que derrotaron a las tropas napoleónicas, véase el famoso guerrillero 'El Empecinado', organizaron en 1821 una expedición a Villalar para buscar los restos de Padilla, Bravo y Maldonado y para hacer un acto de homenaje a los comuneros el 23 de abril de hace dos siglos.

El recuerdo a los comuneros estuvo presente en el liberalismo español del XIX: tanto en el Trienio Liberal como en la I República impulsada por unos federalistas que se decían herederos de los comuneros contrarios al centralismo absolutista. 

De hecho, en el Pacto Federal Castellano previo a la primera instauración republicana se dice que "la sangre de los Padilla, Bravo y Maldonado que corre por vuestras venas y al ardimiento de que guardan memoria estos pueblos de las comunidades, garantizan el éxito de nuestras aspiraciones y deseos".

Pi y Margall, presidente de la I República, dijo que "Castilla fue entre las naciones de España la primera que perdió sus libertades en Villalar bajo el primer rey de la Casa de Austria". Y los impulsores de la II República también homenajearon a los comuneros, véase Manuel Azaña (cuyos textos sobre el tema acaban de ser recopilados por Isabelo Herreros en el ensayo 'Comuneros contra el rey').

Villalar en la II República, la Transición y el primer aznarismo

Es sintomático que Villalar se convirtiese en Villalar de los Comuneros nada más instaurarse la II República. El nombre pervivió durante el franquismo y esta pequeña localidad, que hoy no alcanza los 500 habitantes censados, fue el escenario de la reivindicación autonomista: el 23 de abril de 1976.

Celebración del Día de Castilla y León junto al monolito de Villalar en recuerdo a los comuneros. Foto: Wiki.  

Aquel día alrededor de 400 ciudadanos llamados por el protopartido o asociación política Instituto Regional de Castilla y León se saltaron la prohibición gubernamental para honrar a Padilla, Bravo y Maldonado antes de torear a la Guardia Civil, que hizo acto de presencia en la localidad.

Al año siguiente, esta vez sin el Gobierno central enfrente, 20.000 castellano-leoneses festejaban por los comuneros, y la Junta de Castilla y León socialista de 1986 convertía el 23 de abril en el Día de la Comunidad.

Al año siguiente la Junta pasaba a manos de la Alianza Popular liderada por un joven José María Aznar, que supo aprovechar la injusta defenestración judicial del socialista Demetrio Madrid (por cierto padre de uno de los productores de 'Sálvame') y el apoyo de un extraño partido burgalés relacionado con Michel Méndez Pozo (primer constructor español encarcelado por corrupción).

Aznar no quería saber nada de comuneros ni de pendones morados republicanos a pesar de que se decía liberal y azañista para que no le recordasen los artículos que escribió en plena Tranasición. Y por eso, en su primer Día de la Comunidad como presidente, ordenó que el festejo se lo llevasen a la mística Ávila. ¿Su excusa? Un ciudadano amante del punk había muerto apuñalado en Villalar en la víspera del festejo del año anterior.

Aznar decía que el Día de la Comunidad tenía que ser itinerante: "No está escrito en ningún sitio que tenga que celebrarse ahí. Ha habido muertes e insultos y vejaciones a diversas autoridades. Yo, mientras sea presidente de la Junta, no contribuiré a que eso se repita".

Herri Batasuna en Villalar

El 23 de junio de 1988, con Aznar bostezando en Ávila, más de 8.000 personas se citaron en Villalar de los Comuneros. El PSOE intentó capitalizar el volantazo aznarista al grito de "Castilla entera se siente comunera". Pero lo cierto es que el acto no salió como los socialistas esperaban.

Así lo contó Luis Miguel de Dios el domingo 24 de abril de 1988 en El País: "La fiesta de Villalar transcurrió con normalidad y en un tono alegre y festivo hasta las tres de la tarde. A esa hora, una pequeña manifestación, promovida por grupos políticos afines a HB y en la que figuraban militantes de esta organización vasca, llegó a la plaza Mayor de Villalar. Algunos de sus integrantes trataron de arrancar la bandera española que ondeaba en el ayuntamiento. La Guardia Civil, provista de equipos antidisturbios, cargó dos veces contra ellos".

Ahora suena raro, pero Herri Batasuna (HB) en aquel momento estaba en plena expansión estatal tras su éxito en las europeas de 1987. Y es que esa fue la primera vez que se pudo testar la simpatía que recogía ETA y su entorno fuera de Euskadi y Navarra.

Y la respuesta evidenció que la izquierda abertzale era apoyada por aquella izquierda alternativa a la izquierda del PCE que no había entrado en las instituciones (principalmente maoístas, trotskistas e independentistas catalanes, gallegos, valencianos, aragoneses, asturianos y canarios).

HB logró colocar en el Parlamento Europeo a Txema Montero con 360.000 votos, 110.000 de ellos fuera de Euskadi y Navarra, y entre esos apoyos también se encontraban marxistas castellanos, Unidad Castellana, que posteriormente se convertirían en la Izquierda Castellana que durante décadas impulsó la histórica y recordada abogada ya fallecida Doris Benegas, hermana de Txiki.

El giro del PP

El salto de Aznar de Valladolid a Madrid provocó un cambio de rumbo del Partido Popular en Castilla y León respecto a Villalar, sede de la escuálida identidad castellano-leonesa. De hecho, el presidente autonómico Juan Vicente Herrera, más moderado en las formas y menos conservador que su antecesor, se convirtió durante muchos años en el invitado estrella del 23 de abril en la localidad vallisoletana.

Juan Vicente Herrera en Villalar. 

La fiesta popular de Villalar, que glosa a la que es considerada la primera revolución moderna, es apoyada por todo el arco parlamentario castellano-leonés, a excepción de una fuerza residual en la región como Vox. De hecho, en 2015 más de 25.000 castellano-leoneses visitaron la campa de Villalar para honrar a los valientes Padilla, Bravo y Maldonado.

Acuerdo y pocos recuerdos

No están ahora para demasiados recuerdos hacia esta efeméride en el PP de la Comunidad de Madrid, zambullidos en plena campaña electoral, a pesar de que las Cortes de Castilla y León, la Asamblea de Madrid y las Cortes de Castilla-La Mancha firmaron recientemente un protocolo de colaboración para celebrar el quinto centenario de una efeméride que, al igual que la Diada catalana y el Dos de mayo madrileño, festeja de forma romántica una de esas derrotas militares que, con el paso del tiempo, son advertidas como victorias en el campo de las ideas.

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