28 de abril de 2024
|
Buscar
FIN DE SEMANA

Una vida que quedó marcada cuando "Timador" lo volteó en las arenas de Beziers un 13 de agosto de 1990 dejándole parapléjico en una silla de ruedas

Veinte años sin Julio Robles: Su toreo y su drama perviven entre los aficionados a la tauromaquia

El torero Julio Robles.
El torero Julio Robles.
El presidente del Círculo Taurino Universitario Luis Mazzantini, Javier López-Galiacho, profesor de Derecho Civil de la URJC,escribe para elcierredigital.com una semblanza del papel del torero salmantino Julio Robles, cuando se cumple el vigésimo aniversario de su muerte. Una vida que quedó marcada cuando "Timador" lo volteó en las arenas de Beziers un 13 de agosto de 1990 dejándole parapléjico. Diez años más tarde fallecería, pero dejó en el recuerdo su toreo artista, capaz, variado y completo.

Hace 20 años murió aquejado de una peritonitis aguda el salmantino Julio Robles, torero de toreros, uno de los últimos catedráticos en tauromaquia, figura indiscutible del último tercio del siglo XX.

Pero como profesional del toreo, Julio Robles había muerto casi once años atrás, una tarde plomiza del 13 de agosto de 1990, cuando un toro de nombre “Timador”, del hierro del ganadero extremeño Cayetano Muñoz, le partió la crisma en la francesa y torera plaza de Beziers.

Al abrirse de capote, vestido de azul y oro, cuando lanceaba por el pitón izquierdo, el toro “Timador” se le coló enredándole por la ingle, volteándolo dramáticamente y, con el peso de su caída, romperle la quinta y la sexta vértebra, llevándose por delante 23 años de su extraordinario paso por el toreo tras dejarle tetrapléjico y confinado en una silla de ruedas. 

                                                                                         Julio Robles tras su dramática cogida.

La tragedia se había cebado de nuevo con la tauromaquia. Hacía tan solo un año que el francés Nimeño II quedó también tetrapléjico por otra tremenda cogida en la plaza de Arles, con una caída que le partió el cuello. Dos años después, ese Nimeño, el más grande torero que había dado Francia, se quitó de en medio de la vida, suicidándose.

Muchos años después, un toro voltearía en Méjico al grandísimo torero mejicano, “El Pana”, y le rompió la vida por el cuello en una cogida muy parecida a la de Julio Robles y Nimeño II.

Julio Robles y su silla de ruedas 

Julio Robles decidió no darle ventaja al toro de la desgracia y se vino arriba desde una silla de ruedas, que fue empujada metafóricamente por el mundo del toreo entero. Festivales en pro de su persona se celebraron en Salamanca y en Madrid con las máximas figuras. El periodista Manuel Molés lo incorporó a televisión como comentarista.

El toreo salmantino montó una ganadería en su finca de “La Glorieta”. Le ayudaron, con vacas y hombres del campo, compañeros de la tauromaquia como Dámaso González, José María Manzanares o Enrique Ponce y ganaderos como Alipio Tabernero, Sepúlveda o los propietarios de El Sierro.

Pasó por dificultades anímicas, entre ellas la separación, que no fue nada fácil, con su entonces mujer, la colombiana Liliana Mejía, con quien no tuvo hijos, y de la que terminó separándose solo tres años después de su percance.

Sacó fuerzas como un estoico desde ese perfeccionismo y carácter que le acompañó desde niño. Se agarró a su fe y pidió ayuda al Cielo para que le sacaran adelante. Fue mucha la gente buena que le demostró no querer solo al torero como tal, sino principalmente al hombre. El gran torero que fue Robles salvó al hombre. 

   El torero Julio Robles en su silla de ruedas homenajeado.

Cuando estaba en el hospital de parapléjicos, sin mover piernas y manos, pidió ver la serie televisiva de “Juncal”, ese torero retirado que era una lección andante de valores y que pergeñó el gran Jaime Armiñán bajo la magistral interpretación de Paco Rabal. Desde su silla de ruedas volvió a vivir la pasión por la caza, por el fútbol (era seguidor del Atlético de Madrid), se sacó el carné de conducir especial e, incluso, llegó a pegarle cuatro muletazos a una becerra en la finca de Enrique Ponce, el último muletazo, dicen, que fue eterno; saliendo a hombros, con la silla de ruedas, a lomos de sus compañeros como el propio Enrique o Litri.

Se movió esos duros años con el ánimo de volver a competir, ahora como ganadero, con aquellos toreros de su tiempo que, como él, escribieron una de las páginas más bellas de la milenaria tauromaquia como Palomo Linares, Ruiz Miguel, Paquirri, Dámaso González, Capea, Manzanares, Ortega Cano, Paco Ojeda, Esplá, Espartaco, Joselito, etc.

¿Pero qué aportó de verdad Julio Robles al toreo para permanecer en el recuerdo de los aficionados veinte años después de su muerte?

Un carrera para recordar

Julio Robles, que se había iniciado en el mundo del toro casi por igual que su paisano Pedro Moya "El Niño de la Capea", con quien tuvo una gran rivalidad en su plaza de Salamanca y en otras de España como Valladolid, Logroño, Almería o Madrid, tomó la alternativa en 1972 de manos de dos monstruos de la tauromaquia, Diego Puerta y Paco Camino.

Pasó casi por cuatro épocas de todo el espectro taurino, como él decía, aportando un toreo de valor sereno, un clasicismo que bebía de El Viti, Manolete, Paco Camino y Antonio Bienvenida. Manejaba un capote profundo, indiscutiblemente uno de los mejores intérpretes de la verónica de su tiempo, una muleta dominadora, muy castellana, y una espada muy ortodoxa. Fue sincero en su toreo, que no engañó nunca a nadie.

Su capote llamaba la atención por su anchura (algunos decían que era la carpa de un circo). Creo que los aficionados recordaremos a Julio Robles por ese capote extraordinario que dio tardes inolvidables en Las Ventas madrileñas, como la de julio de 1986, con aquel tercio de quites, vibrante, que ejecutó magistralmente con un extraordinario y superior Ortega Cano. Sin olvidar aquella tarde que, como le envió en una foto a Marcial Lalanda, remató en Madrid con una media verónica rodilla en tierra. Cosechó triunfos rotundos en Madrid (tres puertas grandes) y en Sevilla. 

Julio Robles en la famosa tarde de quites en Las Ventas junto a Ortega Cano.

También será recordado por su muleta dominadora, mandona, que nos evocó al mejor clasicismo de El Viti, Bienvenida o a ese poderío del Pedrés albacetense que admiraba. Robles necesitaba mucho percal en su hacer, mucha tela roja, porque su toreo era muy seguro, muy abierto, de desplazar mucho a los toros, para colocarse con su elegante porte en el siguiente pase.

Julio Robles siempre cuidó y mimó los fundamentos de la suerte de Cúchares. Fue elegante su paso por el toreo. Él lo era en la palabra, en la forma, y hasta en el vestir. Como seres humanos, todos aspiramos a ser recordados por algo. Robles lo dijo semanas antes de morir: “solo quiero que me recuerden como buen torero y buena persona. No aspiro a más”. Cumplió con creces esas dos aspiraciones vitales.

Pero tuvo muy mala suerte. Cuando había cuajado un extraordinario año de 1989, con esos triunfos rotundos en Sevilla y Madrid, el verano de 1990 lo apartó para siempre. El toreo es así de duro. Es el dolor o la gloría. Como la vida misma. Casi siempre es dolor y muy pocas veces gloria. Pero esa es su grandeza. Robles conoció las dos caras. Siempre toreó la vida igual que fundamentó su toreo, con el pecho por delante. Se jugó la vida por el todo y por la nada. Su respuesta favorita fue la que le dio a una pregunta de su sobrina: “tío, ¿por qué te juegas la vida? Y él contestó, rotundo: “niña, por el todo y por la nada”.

En una de sus últimas entrevistas en vida, concedida a Manolo Molés, le confesó que cambiaría todos los éxitos, las fincas, las tardes de gloria, por recuperar la salud. Me impresionaron sus palabras finales que me recordaron a aquel magnate Charles Foster, el “Ciudadano Kane” de Orson Wells, quien rodeado de riquezas y obras de arte, antes de morir, solo echaba de menos su trineo de niño (“Rosebaud”).

Julio Robles le dijo aquel día a Molés: “daría todo, pero todo, por volver a ser aquel chaval que, con el hatillo al hombro y una muleta bajo el brazo, recorría los caminos de Salamanca en busca de una oportunidad”. Desde hace ya 20 años, Julio Robles, el hombre, descansa en paz. Pero el torero permanece en el corazón y en la memoria de los aficionados. Eso solo lo logran los buenos toreros. Objetivo cumplido, Julio. Que la tierra te sea leve.

 

COMPARTIR: