La tristeza de los ángeles
Columna de opinión por José Francisco Roldán
En el cuartel general del cielo se reúnen los arcángeles para contrastar preocupaciones urgentes. La situación está deteriorándose y las posibilidades de revertirla presenta demasiadas dificultades, a pesar del innegable poder que detentan. Parecen desarmados y llevan un tiempo sin controlar las actividades de ángeles exterminadores, que están empleándose a fondo y con mucha eficacia. Sin querer alarmar demasiado, ese consejo supremo debe tomar medidas rápidamente.
Algunos representantes eclesiásticos no parecen facilitar la labor y protagonizan una decadente deriva pastoral. Algo absolutamente intolerable a los ojos de tantos buenos gestores de las almas tratando de recomponer un mundo desanimado y propenso a la desesperación. Hay muchas proclamas reclamando una intervención divina para orientar el desencuentro entre los hombres. No falta la incesante demanda para que se ordene a los ángeles custodios redoblar esfuerzos. Les exigen mayor empeño en una tarea, que se ha convertido en inaplazable.
La devastadora ofensiva de lo maligno gana influencia entre personas precisadas de protección, que no encuentran el consuelo donde debiera. La avalancha de afrentas impone resolución y rigor para tratar de recuperar una calma necesaria con la que seguir viviendo en paz. Los ángeles de la guarda parecen estar entretenidos, mientras la influencia de lo perverso acapara conciencias desguarnecidas.
El debate dentro de la cúpula celestial supone un nuevo reto, aunque las mismas circunstancias han sido abordadas muchas veces antes. Los españoles no tienen suficiente peso específico en los estudios estratégicos del cuartel general eterno. Las desgracias insufribles aderezan con tragedias otras partes del mundo. En los niveles inferiores del escalafón angelical aparecen necesidades improrrogables. La propaganda de los enemigos de la fe cristiana ha conseguido armarlos legalmente. Impiden así la mejor defensa eficiente, que en otros tiempos parecía fortalecida.
El desprecio de los insolentes acapara influencia desacreditando ferozmente sentimientos religiosos. Estos se muestran completamente desarmados frente a la avalancha de ofensas. Aunque hay quienes comienzan a dudar sobre si es adecuado poner la otra mejilla. En otros casos, la respuesta decidida y terminante de sus fieles, que imploran el poder de su cielo, aplica su ley para impedir semejante osadía.
El vacío de poder contra el pecado, como la carencia de autoridad frente al delito, se ha convertido en moneda de cambio para la concertación partidaria. Esta está dispuesta a desactivar los recursos imprescindibles para desarrollar una estrategia exitosa en la defensa y protección de los derechos y libertades de quienes desean vivir en paz. Las reformas legales promulgadas como otras pendientes de entrar en vigor desmantelan el principio de autoridad, esencial para preservar la seguridad de los ciudadanos.
No pocos adeptos de esos ángeles exterminadores patrios se frotan las manos comprobando su capacidad de persuasión para lograr el respaldo de una banda de filibusteros colocando a su pueblo en la estacada. Y un buen porcentaje de ángeles custodios, dispuestos a pelear en esa batalla injusta, comprueban cómo su esfuerzo se disuelve entre leyes indolentes, marionetas del procedimiento y el abandono de obligaciones constitucionales venidas a menos.
El enemigo, fuerte y decidido, extorsiona con éxito para alcanzar sus objetivos, que para la mayoría de los españoles son despreciables. Son demasiados los cobardes que ceden al chantaje y desacreditan instituciones para amasar ventaja y poder. El trabajo sucio es protagonizado por personajes poco nutridos de autoridad moral. Aunque osan pavonearse, escandalosamente, mientras perpetran abusos incuestionables.
Hay pocas razones para confiar en un futuro tan desastroso, que se embadurna entre ejemplos ignominiosos. A pesar de la incuestionable disposición de los profesionales de la Policía, que siguen empeñados en cumplir con su deber asumiendo una enorme retahíla de trolas, que camuflan la realidad, no es posible solapar la tristeza de los ángeles.
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