Hay quien opina que hay demasiados incultos descarados repitiéndonos monsergas falsas tratando de esquivar la realidad. Nos están gobernando jóvenes torpes, pero osados, envanecidos sin fundamento, contándonos milongas absurdas, sobre todo porque no vivieron esos días que muchos otros contemplaron en directo. La vida en diferido, en ocasiones, no es testigo fiel de lo que ocurre exactamente.

No hace mucho escuchamos decir una de tantas idioteces, que soportamos cada día dejando en evidencia al que las dice. La Constitución Española no es ni de derechas ni de izquierda, tampoco de medio pensionistas. Ese ejemplo de conciliación, esfuerzo, capacidad y, sobre todo, generosidad, estuvo en manos de los que llamamos, porque así se lo merecen, Padres de la Patria. Una inmensa mayoría de la representación parlamentaria, que suponía un respaldo social inusitado en términos democráticos, redactó y refrendó un hito histórico del que muchos nos sentimos orgullosos.

Y quienes vivieron la zozobra del cambio sosegado, aunque no exento de tragedia, no aceptan sin rechistar las tontadas de unos niñatos hablando de lo que interpretan al gusto de sus dictados ideológicos impostados. Hay demasiado progre de pacotilla alardeando de un pasado de lucha falso, mientras la gran mayoría de los españoles se dedicaba a trabajar y buscar el mejor modo de seguir aguantando con esmero un presente en equilibrio y el futuro que se pudo disfrutar. Una panda de intransigentes de salón cuestiona con descaro e ignorancia absoluta el gran compromiso social, que pudo afianzar semejante nivel de convivencia solventando dificultades y propiciando un nivel de bienestar inimaginable al que no será posible regresar.

Una generación de ciudadanos, absolutamente privilegiados, recogieron el testigo de lo mucho y bueno de la naturaleza humana para afianzar un modo de vivir, que consideraban adecuado. El progreso no es discutible, pero la mal llamada progresía política se arroga unas virtudes falsificadas. No faltan quienes se apropian de todo para sacarle provecho manoseando sentimientos y ofender gratuitamente a los que opinan de otro modo. Los que abominan del sistema democrático reconocido en las naciones más avanzadas, ancladas en el respeto a los derechos y libertades que conocemos y deseamos conservar, están acumulando resortes de poder para imponer un modelo denominado en su tiempo como democracia de nuevo cuño. Hay una caterva de tragaldabas empeñada en disponer de los bienes ajenos para repartírselos con la coartada falaz de una supuesta justicia social fracasada.

Un desmedido afán recaudador para ir regalando limosnas con las que sujetar clientelarmente a la mayor parte de los potenciales votantes. Las ayudas, los esfuerzos, el compromiso de quienes gobiernan deberían ir orientados a facilitar la creación de puestos de trabajo, no afianzar el paro estructural y dependiente de la beneficencia oficial.

Nos están rompiendo la sociedad para modelarla con criterios autoritarios mediante la demagogia, que tan eficaz resulta en momentos de dificultades. Se inventan una realidad que no vivieron para justificar una refundación política avocada al fracaso. Hay demasiados torpes organizando la vida de los demás, que no demandan. Dejemos en paz a la gente y permitamos desarrollar sus derechos y libertades sin pretender intervenir en el modo de hacer, hablar o pensar.

El dispendio injustificado no hace más que enriquecer a estos nuevos corruptos legislando para esquivar la ley. Sufrimos la presión de algunos historiadores de cabecera, inventores de milongas, manipulando la opinión de quienes ni saben ni aprenden. Lo que han vivido muchos, no lo pueden cambiar determinados ingenieros de la opinión, que no hacen otra cosa que tergiversar para malmeter a los mal vulnerables.

Las leyendas negras en general, y la nuestra en particular, supone el guión perverso de estos sectarios de pacotilla ordenando el pensamiento ajeno. Quien pone en peligro la democracia acusa a los que desean protegerla inventando una bien pergeñada serie de milongas y derivados.