20 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA

Durante décadas presentó formatos que aún se recuerdan y formó una carismática pareja con la actriz Laura Valenzuela en los años sesenta

Se cumplen 25 años sin Joaquín Prat, un histórico de la radio y la televisión en España

Joaquín Prat.
Joaquín Prat.
Hace 25 años, el 3 de junio de 1995, nos dejaba uno de los presentadores más característicos de la historia de la televisión: Joaquín Prat. Su nombre está vinculado a la pequeña pantalla desde los primeros años del medio, sin embargo, él siempre se consideró un hombre de radio.

El periodista nació en Xátiva (Valencia) el 27 de abril de 1927. Tras cursar sus estudios secundarios comenzó la carrera de Derecho, pero pronto la abandonó para trabajar como administrativo. Fue en 1959 cuando entró en el mundo de la comunicación formando parte de la plantilla de Radio Nacional de España. Joaquín pronto demostró su valía y su capacidad para conectar con el oyente que, lejos de las voces engoladas de la época, trasmitía cercanía, como si se estuviera dirigiendo a una persona en particular.

Pronto fue fichado por una radio privada, la SER para la que presentó formatos que pronto se hicieron clásicos de la radio como Ustedes son formidables, Carrusel deportivo o Las mañanas de Radio Madrid. También se hizo cargo de los múltiples festivales de la canción que se celebraban en la radio de la época como el de Benidorm.

A finales de los 60 ya era un imprescindible en el mundo radiofónico. Sin embargo, la verdadera popularidad le llegaría con la televisión. Un curso mítico, Un millón para el mejor, lo convirtió en una personalidad del medio que empezaba a hacerse masivo importante en aquella época.

Compaginó este programa con Galas del sábado, el programa de variedades más importante del momento. Formó con Laura Valenzuela una pareja querida. Muchos espectadores creían que incluso eran matrimonio en la vida real. Su química era evidente. Eran elegantes, modernos y cercanos al espectador. Se convirtieron en iconos de una nueva España. Además, presentaban galas y editaron un disco. La pareja profesional se interrumpió cuando Laura abandonó la televisión y el cine para casarse con el productor José Luis Dibildos con el que salía desde 1959.

En los años siguientes, Joaquín estuvo al frente de formatos como Buenas Tardes, Siempre en domingo, Cambie su suerte o Destino Argentina. Además, participó en dos de los experimentos de Valerio Lazarov: A la española, donde se repasaban los tópicos nacionales, y Anatomía de un festival, donde se hacía un acercamiento irónico a Eurovisión.

En los años de máxima popularidad también dio el salto a la pantalla grande participando en títulos como, Pero, ¿en qué país vivimos? (1967), Cuatro noches de boda (1969), Solos los dos (1968) o En un mundo nuevo (1971). Su última aparición en el cine fue Hermana pero, ¿Qué has hecho? (1995), junto a Lina Morgan.

Al tiempo que su carrera crecía, conoció a Marianne Sandberg, una bellísima azafata de vuelo de la que se enamoró perdidamente. Sin embargo, por aquel entonces, Joaquín estaba ya casado y era padre de dos niños. Cuando Marianne y Joaquín se conocieron, ella tenía 20 años y él 43, algo que los padres de la joven no vieron con muy buenos ojos.

Una denuncia de la primera mujer de Joaquín por abandono de hogar hizo que su relación tuviera muchos problemas. Su hijo primogénito, Joaquín, hoy convertido como su padre en un exitoso presentador de televisión, nació en Suecia para evitar los problemas legales de la época. Luego nacerían Alejandra, Federico y Andrea.

Tras unos años dedicado a la radio, los últimos de su vida profesional se centraron, de nuevo a la televisión al frente del exitoso programa El precio justo que presentó entre 1988 y 1993. Después llegarían Noches de gala (1993-1994) y Cómo lo veis (1994). Su último trabajo serían las Campanadas para despedir 1994 junto con Ana Obregón.

Seis meses más tarde Joaquín Prat fallecía después de estar dos meses en coma por un infarto de miocardio. Su imagen siempre fue de un hombre vital, cercano y que supo acercarse al espectador que encontraba en él a esa especie de ‘amigo de todos’ que hacía que, modas aparte, fuera durante 30 años un presentador de televisión querido y que sus programas, mejores o peores, estuvieran siempre marcados por su personalidad.

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