28 de marzo de 2024
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FIN DE SEMANA

A Isabel la conocían como "La China" entre los miembros del gobierno socialista y Boyer se hacía pasar por el "señor García" para sus citas parisinas

"Vuela alto", descubrimos los secretos mejor guardados de Isabel Preysler para atrapar al todopoderoso ministro de Economía y Hacienda del PSOE Miguel Boyer

Isabel Preysler y Miguel Boyer
Isabel Preysler y Miguel Boyer / Archivo
"El Cierre Digital" sigue el repaso de la biografía de una de las mujeres más controvertidas de nuestro país. Hoy contamos cómo su relación con Miguel Boyer pilla por sorpresa a todo el país, provocando incluso la caída del "Superministro" de Economía y Hacienda del Gobierno de Felipe González. Junto con su tercer marido alcanza el paroxismo de la fama. Glamour, belleza y poder se unen subyugando a los medios de comunicación y la sociedad española

Fue en la primavera de 1982, en una España que quería salir de la televisión en blanco y negro, cambiar los célebres Seat 600 por un vehículo más veloz, pasar página a los planes de desarrollo y sustituir las películas de Alfredo Landa por las de Ingmar Bergman. En ese contexto de apertura, Miguel Boyer e Isabel Preysler sellaron el inicio de su relación. Fue en un encuentro “casual” en las famosas lentejas de Mona Jiménez.

Volvieron a repetir la escena en mayo de 1982. Con ese motivo, la revista Protagonistas publicó un reportaje donde aparecía la joven y guapa Isabel Preysler flanqueada por los entonces socios y empresarios de moda, Mario Conde y Juan Abelló. En otra de las esquinas de la sala se podía ver dialogando al duque de Cádiz, ya ex marido de su íntima amiga Carmen Martínez Bordiú, y al empresario Ramón Mendoza, entonces compañero sentimental de Jeannine Girod, la ex mujer del marqués de Griñón, todavía esposo de Isabel. De nuevo, todos juntos y revueltos. Y en la mesa presidencial, Miguel Boyer, radiante y feliz. Desde entonces, Isabel y Miguel, entablaron una amistad que se fue estrechando durante las fiestas y reuniones en casas de amigos comunes en las que coincidían. Éstas se convirtieron en la coartada perfecta para que ambos se encontraran de un modo nada sospechoso. Muchas fueron las ocasiones, como los conocidos ágapes que organizaba María Asunción García Lomas, Chuny, que trabajaba en una de las empresas del Instituto Nacional de Hidrocarburos donde coincidió con Boyer.

A la vuelta de ese verano, Boyer se volcó con todas sus fuerzas en la campaña de las elecciones legislativas del 28 de octubre de 1982. Se trataba de las terceras elecciones libres en España en apenas seis años. Las del 77 fueron las primeras después de 40 años; las del 79 las de la consolidación de Adolfo Suárez como presidente y las del 82 las del auténtico cambio. El éxito de la acción del PSOE no sólo se demostró en su posterior y abrumadora victoria, sino también en la espectacular asistencia a los mítines. Por ejemplo, en el mitin que cerraba la campaña de los socialistas, asistieron cerca de 500.000 personas a la Ciudad Universitaria madrileña. La fiesta, a la que acudieron Boyer y todos sus compañeros, comenzó con la actuación del grupo Suburbano, para seguir con las canciones de Luis Eduardo Aute y el grupo catalán de la Orquesta Platería. La nota de humor la pusieron José Luis Coll y el cómico andaluz Josele y se terminó el acto con las actuaciones de Georges Moustaki y el rockero Miguel Ríos. Tras el apabullante triunfo socialista (con 202 escaños en el Congreso de los Diputados sobre un total de 350), con el 80 por ciento de participación, Miguel Boyer fue nombrado súper ministro de Economía, Hacienda y Comercio del nuevo Gabinete. Pero esta faceta política de Boyer reclamaba todo tipo de precauciones en su nueva relación amorosa, cada día más firme y consolidada, con una Isabel Preysler que a cada pregunta que le hacían siempre respondía: “Yo de política no entiendo nada”.

Los encuentros secretos

Fueron tan sólo unos días antes de que Felipe González asumiera oficialmente la presidencia del Gobierno, cuando Isabel Preysler se desmarcó con unas declaraciones explosivas, donde dejaba clara su manera de vivir y lo que representaba para ella el amor. Se las hizo al periodista Fernando Múgica en un largo monólogo: “Yo creo en el amor, pero no en el amor eterno, no dura para siempre. Lo maravilloso y lo súper bueno no puede durar mucho. Aunque dure tan poco tiempo creo que merece la pena. El amor se rompe, se acaba. Te hablo del amor como una cosa muy grande, de una felicidad completa. El amor sólo le llega a la gente privilegiada, cuando dejas de admirar a una persona el amor se termina, llegan otras cosas, pero el sentimiento se acaba de forma involuntaria. Al principio crees que va a durar para siempre y a todo el mundo le gustaría que así fuese, luego pasas a un segundo plano de cariño. Si lo piensas conscientemente entonces no te casarías nunca, estoy convencida de que el amor se acaba en el 98 por ciento de los matrimonios, luego queda un cariño muy grande que no tiene nada que ver con el amor apasionado, hay que ser fría para no dejarse llevar por ese amor apasionado del principio. Si yo lo hubiera seguido me habría tenido que casar catorce veces, pero tampoco es necesario ese enamoramiento total. Creo que puedes seguir queriendo mucho a una persona, aunque eso se haya ido. Hay mucha gente que me dice que yo tal vez no me he enamorado nunca de verdad y que por eso pienso así, no lo sé. Me encantaría que no se acabara, pero hay que ser realista, no hay nada que me guste tanto que ver a un matrimonio que lleva veinte años juntos, pero sólo te podría nombrar a uno y a lo mejor ése tampoco está diciendo la verdad. Me da mucha envidia, tal vez algún día me enamore para siempre…”.

Isabel Preysler en un anuncio para T.V. / Youtube

A principios del año 1983 había una cierta tranquilidad en la opinión pública. Los socialistas tenían el mando y las riendas del poder. Se hablaba ya de una posible intervención estatal en el Grupo Rumasa, propiedad del empresario gaditano José María Ruiz Mateos. El superministro de Economía y Hacienda mantenía al mismo tiempo un idilio con la ex mujer de Julio Iglesias, Isabel Preysler, por entonces todavía marquesa consorte de Griñón. Pero a diferencia del compañero Guerra, reaccionó con desdén ante cualquier rumor que le pudiera unir con la bella filipina, a la que ya en los círculos gubernamentales apodaban La China. Se limitó sólo a comunicárselo en privado al presidente Felipe González. Sin embargo, estos romances movilizaron ese año de 1983 a las principales agencias de la prensa del corazón y modificaron muchas estructuras preestablecidas, incluso en el seno del Gobierno socialista.

La pareja viajaba con frecuencia a París para evitar ser descubiertos en sus citas amorosas. En la capital del Sena vivía la mejor amiga de Isabel, Carmen Martínez-Bordiú que servía de anfitriona en ocasiones de la pareja. Miguel Boyer utilizaba en el seudónimo de "señor García" para registrarse en los hoteles. En una ocasión, durante una cena a la que asistió la pareja de incógnito, uno de los invitados criticó abiertamente la política económica del Gobierno del PSOE, ante el silencio del propio Boyer que no podía descubrir su verdadera identidad. 

La pareja no quería dar ningún paso en falso. No era todavía el momento de hacer pública una relación que podía ensombrecer la carrera política de Miguel Boyer, un hombre respetado y temido, con un amplio margen de maniobra debido al gran ascendiente que tenía sobre el presidente del gobierno Felipe González. Era una relación clandestina de la que la prensa no se atrevía a hablar con claridad por miedo a las represalias que pudiera tomar contra los medios de comunicación el superministro de Economía (inspecciones, deudas tributarias, préstamos, publicidades, etc.). Cualquier posible osadía por parte de alguna publicación era paralizada inmediatamente desde el Gobierno, como ocurrió en su día con varias fotografías tomadas la salida de un conocido restaurante de Madrid. Hasta 8 millones de pesetas se llegaron a ofrecer por una sola fotografía de la pareja. Por eso, los enamorados siempre se mantenían lo más lejos posible del foco de los fotógrafos, en un ímprobo esfuerzo para evitar que uno de los grandes romances nacionales fuera descubierto por la prensa. Pero ya era muy difícil de parar. Iba de boca en boca.

No sería hasta la noche del 4 de abril de 1984 cuando se les pudo fotografiar por primera vez en compañía. Ese día, los dos acudieron a recoger los premios anuales que concedía la peña Primera Plana, del Club Internacional de Prensa, compuesta por una veintena de periodistas en su mayor parte de la prensa del corazón. Su presencia conjunta levantó una gran expectación. Miguel Boyer tenía que recoger el Premio Limón especial de ese año e Isabel Preysler el Premio Limón normal, ambos por las pocas facilidades concedidas en su labor a los medios de comunicación. Por su parte, el premio naranja especial recayó en el general José Antonio Sáenz de Santamaría y el naranja normal en el tenor Plácido Domingo. El presidente del Jurado, el veterano periodista del cuore Javier de Montini, director de la revista Lecturas, no dudó en hacer público que Boyer era un hombre estrella para las mujeres y que estaba considerado como uno de los diez hombres más elegantes de España. Sin embargo, como no atendía con suficiente simpatía a los compañeros de la prensa era merecedor de este galardón. El premio se lo entregó la conocida actriz Concha Velasco, que tenía junto a ella a Carmen Romero, la esposa de Felipe González, muy amiga de Boyer. Por su parte, Isabel Preysler recogió su diploma de manos del periodista Eduardo Sotillos, por entonces portavoz del Gobierno socialista, compañero de Miguel en el gabinete ministerial y conocedor de las andanzas amorosas de éste con la China.

Mona Jiménez, famosa "socialité" que presentó a Boyer e Isabel / Archivo

Estos actos públicos tan difundidos, más los rumores y los dimes y diretes, hicieron que la convivencia del ministro socialista con su esposa, Elena Arnedo, desembocara en una situación insostenible en la casa familiar de Maestro Ripoll. Las relaciones entre ambos se deterioraron por completo. Miguel Boyer se vio obligado a dejar la vivienda conyugal, tras la drástica decisión de su todavía mujer de expulsarlo. Por su parte, Carlos Falcó, cuentan sus amigos, “sabía perfectamente cuál era la situación, pero como seguía tan enamorado como el primer día quiso entender que aquella nueva relación sería algo pasajero, sin más importancia que la de una aventura que el tiempo acabaría por borrar”. Pero no fue así. Las entradas y salidas de Miguel Boyer de la casa del matrimonio Falcó eran ya demasiado frecuentes para pasar inadvertidas. Como también los regalos, por cierto, siempre muy caros, o los ramos de rosas y arreglos de flores silvestres, que el político solía mandar por las tardes a la casa de Arga 1, donde vivía Isabel. Por las noches, el dirigente socialista acudía a sus citas con la entonces marquesa en un automóvil marca Citroën CX. Solía esperarla amagado en el interior del coche, sin escolta alguna, aparcado en la calle Sil, una discreta vía sin apenas luz de la colonia de El Viso, entre las calles Ega y Arga. Así lograba pasar desapercibido. Todo lo tenían organizado. Y mientras que esto ocurría, Isabel, que obraba como una esfinge incapaz de saltarse el papel atribuido, no paraba de decir a sus amigas: “Miguel es el hombre más inteligente que he conocido en mi vida. Le veo muy, muy de verdad, sin añadidos superfluos. Tiene el carácter más fuerte que he conocido nunca. Y no me aburro con él. Es muy divertido”.

A raíz de esos comentarios, las revistas del corazón comenzaron a hablar, ya sin ningún tipo de censura, del idilio que ambos mantenían. Isabel Preysler tuvo que aguantar una lluvia de fotógrafos y se convirtió en portada de varias revistas. Seguía negando cualquier desavenencia en su matrimonio con el marqués de Griñón, del que decía que era como el de tantos otros, un matrimonio “muy feliz”. Sí se quejaba, en cambio, del daño que estos rumores sobre su separación matrimonial hacían a las personas de su entorno, como sus hijos. A pesar de estas declaraciones, a finales de septiembre de 1984, un mes antes de las elecciones presidenciales de Estados Unidos en las que el presidente republicano Ronald Reagan consiguió su reelección al vencer al demócrata Walter Mondale por una aplastante mayoría, el Spanish Institute de Nueva York rindió homenaje a don Juan de Borbón, padre del Rey, y Carlos Falcó viajó hasta Estados Unidos en solitario. Su presencia en el emotivo acto, acompañado de varias amigas de Isabel Preysler pero sin su presencia, desató por completo los rumores de una crisis matrimonial, que pudo finalmente desactivarse. Esas fiestas navideñas se pasaron en aparente concordia familiar, con los todos los hijos de Isabel en casa.

 El ataque final

Corría el mes de febrero de 1985. Filipinas, el país de Isabel –aunque tiene la nacionalidad española, ya que cuando se casó con Julio Iglesias sólo podía tener una y eligió la española-, vivía intensamente el inicio del juicio por el crimen del líder de la oposición Benigno Ninoy Aquino. Este conocido  periodista fue asesinado dos años antes por orden del entonces presidente Ferdinand Marcos en el propio Aeropuerto Internacional de Manila nada más descender del avión que le traía de su exilio forzoso en Estados Unidos. Su viuda, Corazón Aquino, se convirtió en su heredera política venciendo al dictador Marcos en las elecciones posteriores celebradas en 1986, en un clima de permanente rechazo popular a ese régimen generado tras el asesinato de su marido. Pero mientras esto ocurría en la ex colonia española, Miguel Boyer celebraba el día 5 de febrero su 46 cumpleaños. Para eso decidió dar una pequeña fiesta privada en el apartamento que se hizo acondicionar en el ático del propio Ministerio de Economía, en la callé de Alcalá, muy próximo a la puerta del Sol, un “refugio” que ya existía desde los tiempos de la UCD. Su jefa de gabinete Petra Mateos, su útil recadera, fue la encargada de organizar la intendencia y convocar a los escogidos invitados. Sólo estaba avisado el núcleo de amigos más directo del ministro. Eran doce, entre ellos Carlos Solchaga y su mujer, Gloria Barba; Manolo Guasch y Margarita Vega-Penichet; Manolo de la Concha y Paloma Jiménez Altolaguirre; Juan Antonio Ruiz de Alda y Pilar Moreno; Mariano Rubio; Joaquín Leguina, Petra Mateos y, por supuesto, Isabel Preysler, que ejerció de anfitriona, incluso llevó una tarta de chocolate y moka, con las 46 velas, de su pastelería favorita Embassy. “Eran días -contaba el periodista José Luis Gutiérrez- en los que Boyer estaba ya harto de jugar al ajedrez contra el ordenador que se había instalado en su habitación con el fin de pasar las largas y solitarias noches de su recobrada soltería. Por eso, cada día daba un paso más en el abismo que se colocaba frente a él y no tenía más remedio que saltar al otro lado (…) Una frase típica a sus amigos era la siguiente: “Una regla general de la política es no abandonar nunca una posición salvo que te echen” pero Miguel Boyer la abandonó en su momento de mayor gloria, cuando se jugó toda la partida a un órdago, precisamente él, considerado un hombre frío y ambicioso, calculador, que no conocía ninguna de las señas del mus”.

Empujada por el hecho de que ese mismo día Boyer llamó a su amada para decirle algo que nunca antes le había comunicado tan seriamente: “Te necesito. Quiero vivir contigo”. La filipina no titubeó y, ya sin esperar un minuto más, planteó su situación conyugal a su marido, el marqués de Griñón, que por entonces estaba pasando una temporada en su finca de Malpica de Tajo. Isabel sabía que la casa de Arga 1 era suya y lo único que había que negociar, de entrada, era la custodia de la pequeña Tamara. La filipina quería a toda costa que la niña siguiera a su lado. El marqués cedió, dicen sus amigos que en un gesto de gran caballerosidad (en su primera separación se había quedado con la custodia de sus dos hijos). Cuatro días después de la dimisión como ministro de Boyer, Carlos Falcó abandonaba definitivamente el domicilio familiar de El Viso, trasladándose a su finca de Casa de Vacas, mientras que sus hijos, Manuel y Alejandra, fruto de su primer matrimonio marcharon a casa de su madre Jeannine Girod. Y tan sólo una semana después, el 14 de julio, Isabel Preysler y Carlos Falcó ya hacían pública su ruptura, después de cuatro años y medio de matrimonio oficial y siete de relación. Lo hacían a través de una exclusiva -como ocurrió con la separación de Julio Iglesias- en la revista Hola. Días después de este anuncio oficial, Isabel volvía a ocupar la portada de “su” revista hablando de su nuevo idilio: “No puedo negar que me une una profunda amistad con Miguel Boyer. Pero es absolutamente frívolo y ridículo creer que he tenido que ver con la decisión de Miguel de abandonar el Gobierno, nadie medianamente inteligente puede creer una cosa así y por supuesto el hecho de que yo conozca a Miguel Boyer no ha tenido nada que ver con su decisión, muy personal, de abandonar el gabinete”. El último día del mes de julio, antes de marcharse de vacaciones, Miguel Boyer firmaba ya con Elena Arnedo la solicitud mutua de divorcio. Además, le pedía que le devolviera algunos de los regalos que su abuela materna Carmen Sainz de Vicuña le había echo a lo largo de su matrimonio y que estaban en el domicilio conyugal, como un comedor, una vajilla china antigua o una cubertería de plata, entre otros artilugios, todo “por el valor sentimental que tenían”. Sorprendida por ese inusitado cariño, su ya ex mujer los empaquetó y se los envió al domicilio de los Boyer en la calle Velázquez. Meses más tarde, Elena Arnedo se volvió a casar de nuevo. Esta vez, con el arquitecto y urbanista zaragozano Fernando de Terán Troyano, también socialista y amigo de ella de toda la vida, una de las figuras más respetadas en su área de conocimiento, tanto nacional como internacionalmente.

Contra todo pronóstico lógico, la pareja Boyer-Preysler acabó por consolidarse. El político, después de abandonar el Ministerio, se había acomodado en un apartamento de alquiler en la calle de Miguel Ángel, muy cerca del Paseo de la Castellana, donde solo estuvo unos dos meses. A su regreso de las vacaciones, en el mes de septiembre de 1985, Miguel Boyer se instalaba definitivamente en su nuevo hogar de Arga, 1. Trasladó allí su voluminosa biblioteca que tenía en su anterior domicilio conyugal, pero dado el tamaño limitado de la vivienda de Isabel, con los niños y los numerosos muebles, se vio obligado a confiar la mayor parte de sus libros a un guardamuebles madrileño. Durante esos primeros meses la pareja intentó mantener el tono ilusionante de los encuentros clandestinos de años atrás, creando en la casa un ambiente cargado de cierto erotismo que auspiciaba la propia filipina. Cuenta la periodista Assumpta Roura que “Isabel ponía cuidadosamente la mesa, que se mostraba perfecta ante sus dos comensales, ella misma y su marido, con una mantelería de hilo bordada, la vajilla checoslovaca, copas de cristal sueco… todo de increíble finura y transparencia y unos candelabros antiguos de plata entre los dos, que aportan una cálida nota al conjunto. Tras una breve sobremesa en el salón blanco, donde el mayordomo les servirá el café, se retiraban a la salita del piso superior, completamente solos. Miguel descubrió con Isabel el placer que proporciona la más antigua de las artes, observar a su compañera, recrearse en sus modos, en su pelo y en su sonrisa”.  Cuentan sus allegados, que el ex ministro sólo rompía su conocida incapacidad para comunicarse cuando estaba con Isabel. Su perfil intelectual, que le hacía dedicar todo su tiempo al estudio y análisis, le hacía ser un personaje estricto, severo, hipercrítico y a la vez vehemente. Seguía conservando esa tendencia hacia el desdén intelectual sobre quien consideraba menos consistente culturalmente y mantenía la descalificación despectiva sobre quienes discrepaban con sus posturas.  

El nacimiento de Ana Boyer

La relación se consolidó del todo con la llegada de Ana Boyer Preysler, cuya gestación se había materializado en las noches calurosas del verano marbellí en el chalé de La Luna. Fue el 18 de abril de 1989 cuando vino al mundo y se convirtió en el gran alivio y la mayor satisfacción posible para un Miguel Boyer un tanto desequilibrado a costa de tanta turbulencia vivida. Era el quinto hijo para Isabel y el tercero para él, quien ya tenía por entonces dos nietos. La filipina dio a luz en la clínica Ruber Internacional, situada en el noreste de Madrid.

Ana Boyer Preysler, aquí junto a su hermana Tamara y su madre, completó el clan / Archivo

Aquellos años de 1988 y 1989 fueron ciertamente delicados para la pareja, de auténtico acoso mediático, moral y político. Un periodo repleto de contrariedades profesionales y personales. Por ejemplo, poco antes del fallecimiento de su padre, el día 3 de mayo, Boyer era agredido por José María Ruiz Mateos en el vestíbulo de los juzgados madrileños donde el empresario gaditano le propinó un golpe que lanzó sus gafas al suelo ante las cámaras de televisión. Previamente, en el mes de diciembre de 1988, un camarero contratado por Ruiz Mateos también intentó pegarle, aunque finalmente sólo fue un amago de golpe tras increparle con gritos de traidor y carterista durante un acto público de la Asociación para el Progreso de la Dirección. Además, por entonces, en los cenáculos madrileños se hizo correr el falso e interesado rumor de un supuesto intento de suicidio del ex ministro, contado con todo tipo de supuestos detalles clínicos, venas cortadas, ingesta de somníferos, ambulancias que iban de hospital en hospital, etc. Esos años fueron el auténtico bienio negro de Isabel y Miguel. Fueron los años más duros y amargos de su vida antes de la enfermedad que hoy padece el propio Boyer. Nunca hasta entonces había tenido percances de ningún tipo. En aquellos difíciles momentos, el propio presidente Felipe González tuvo que salir en defensa de su amigo y ex ministro, hablando ante un grupo de periodistas del injustificado acoso que sufría, como si fuera un apestado social y político.

Villa Meona

Un acoso mediático y popular que se incrementó con la construcción de la nueva casa de la pareja, no exenta de todo tipo de lujos. La gran mansión la situarían en la elitista urbanización madrileña de Puerta de Hierro, muy cerca de las residencias que poseían los empresarios Jacques Hachuel, Enrique Sarasola, Marc Rich, el banquero Jaime Argüelles, el aristócrata Ricardo Gómez-Acebo o el ex ministro Francisco Fernández Ordóñez. Pasaban a ser  vecinos de la crème de la crème de las altas finanzas. La expectación en los medios de comunicación volvía a estar al límite. De nuevo, se escucharon fuertes críticos contra el ex ministro, sugiriéndole que abandonara el PSOE por hacer ostentación de una forma de vida nada acorde con los principios socialistas. Los planos de lo que iba a ser su nueva mansión hicieron correr ríos de tinta. Fueron filtrados al periodista Julián Lago, entonces director de la revista Tribuna, por el empresario Ruiz Mateos, que se hizo con ellos tras pagar una importante cantidad de dinero a una persona próxima a los arquitectos. Todo era excesivo y ostentoso. Hasta sus 44 habitaciones, con trece cuartos de baño (alicatados con azulejos de Porcelanosa), quince lavabos, siete bidés, siete bañeras, seis duchas, nueve dormitorios, tres cocinas e incluso, las casetas de los perros que estaban dotadas de calefacción solar. La nueva mansión fue bautizada por el escritor Alfonso Ussía como “Villa Meona”.

La reacción de Boyer tras la publicación de los planos de la nueva casa del matrimonio fue impropia de él. Un personaje que no era capaz de soportar humillaciones, que no tenía paciencia alguna, que carecía de perseverancia en su actitud docente, que no se tomaba la menor molestia en explicar sus decisiones o propuestas, compareció, sin embargo, ante los periodistas desmintiendo y matizando toda suerte de detalles sobre la mansión. Parecía un experto arquitecto hablando con minuciosidad sobre el propio plano. Pero lo que más irritó al ex ministro socialista fue el dato publicado de que tenía dieciséis cuartos de baño, “cuando en realidad sólo tenía trece”, y que su dormitorio tenía más de cuatrocientos metros.

Pero a partir de entonces un cierto declive social pareció envolver a la pareja, que fue haciéndose más patente en el tiempo. La mansión de Isabel Preysler se convirtió en el símbolo de la decadencia socialista felipista. El inicio de la caída surgió a raíz de la publicación en el otoño de 1992, en la revista Hola, de un reportaje a todo color y extensión sobre la inauguración oficial de la mansión de Puerta de Hierro. La ampulosidad y ostentación sorprendió a ciudadanos y políticos que comenzaron desde entonces una caza de la diva y un manifiesto menosprecio al antiguo dirigente socialista. Sin embargo, estos dimes y diretes no preocuparon en absoluto a su nueva inquilina, que seguía con su plan trazado. Meses antes, Isabel había conseguido la nulidad eclesial de su matrimonio con el marqués de Griñón, que él había solicitado personalmente en diciembre de 1988. El aristócrata había basado su demanda en el hecho de que su ex mujer siempre fue contraria a las exigencias del matrimonio canónico y era una defensora del derecho natural a buscar la felicidad. Sin embargo, el proceso fue largo y duro. Hubo que esperar tres años más para que el Tribunal de la Santa Rota en Madrid se lo concediera. Un proceso en el que Isabel estuvo representada por el sacerdote y abogado matrimonialista José Salazar, el mismo que consiguió la nulidad para el premio Nobel Camilo José Cela. Pero a pesar de conseguir la nulidad eclesial y de la suculenta exclusiva que de nuevo le podría haber supuesto, Isabel no volvió a casarse por la Iglesia al ser Miguel Boyer un agnóstico y ateo reconocido, aunque su primer matrimonio con Elena Arnedo se celebró en la parroquia del barrio madrileño de El Viso.

Los rumores de separación

Durante los más de treinta años que llevan juntos, el matrimonio ha hecho frente a constantes rumores de crisis, siempre desmentidos. Alrededor de la pareja se ha creado tal cúmulo de habladurías y tantas versiones contradictorias que se llegó a la ridícula situación de haber internado a Miguel Boyer en cinco hospitales al mismo tiempo por un intento de suicidio. Los años ochenta y noventa fueron un periodo informativo de construcción de leyendas urbanas en torno a ellos. En pocos días el rumor adoptaba diferentes interpretaciones, todas ellas contradictorias. Por ejemplo, el mencionado intento de suicidio de Boyer recorrió todas las redacciones de España basado en consideraciones sobre sus constantes depresiones, el desamor de su pareja y su pasión a la bebida, especialmente al güisqui y al licor de pera de la marca Williams. De entrada, se indicaba que el intento de suicidio se debía a una sobredosis de barbitúricos; luego a un corte de venas; para terminar con una escopeta de caza. Su cuerpo, apunto de expirar, había sido trasladado al Hospital Clínico, al Doce de Octubre, a la Clínica La Luz, al Ruber Internacional y hasta la Clínica Psiquiátrica del doctor López Ibor. Pero ninguno de esos centros hospitalarios en los que supuestamente fue internado Boyer, confirmaron en su día al autor del libro el ingreso de ese paciente. Fue una noticia desmentida categóricamente por todos.  

Luego fue su relación con el ex jugador de fútbol argentino y ex director deportivo del Real Madrid, Jorge Valdano. Bulos a los que el matrimonio ha hecho siempre frente con cierto decoro, incluso interponiendo demandas en los juzgados correspondientes. “No te acostumbras nunca a los bulos, aunque ya casi los esperas. Nunca sabes por dónde van a salir y cómo van a ser, pero siempre me los espero. Cuando tengo un momento de mucha tranquilidad y un largo plazo de no salir, sé que me tienen que sacar como sea y que alguien va a salir con algo. Lo que no sé nunca es por dónde van a tirar. Son muy pesados, muchos de ellos son muy desagradables…. Ya sabes que hay periodistas de todo tipo y hay periodistas serios que no caen en eso jamás, aunque tengan necesidad de vender y hay otros que continuamente caen en la tentación de inventarme vidas, y todas ellas fantásticas”, le contestaba Isabel Preysler al periodista Juan Cruz en una entrevista en el diario El País acerca de su supuesta relación con Jorge Valdano, que la revista Tribuna llevó a su portada en el primer numero de marzo de 1997 con el título El encuentro furtivo de Jorge Valdano e Isabel Preysler en Navarra. “Lo que más rabia me dio de este asunto es que el director [Antonio Pérez Henares] me confesó que se habían equivocado pasado un tiempo… incluso, un director de información me mandó un recado por una antigua jefa de gabinete de Miguel Boyer [la fiel Petra Mateos]: “dile a Isabel que no se preocupe, que no nos lo creemos nadie pero no tenemos más remedio que sacarlo”, reflexionaba la filipina.

Del supuesto romance de Isabel Preysler y el futbolista argentino Valdano se estuvo hablando durante varios días seguidos en las televisiones y en las radios nacionales, aunque, según los afectados, la noticia era notoriamente falaz. Lo publicado situaba el encuentro en el Parque Natural de Señorío de Bertiz, en Navarra, el 9 de febrero, día en el que Isabel Preysler decía tener pruebas de haber estado en la estación invernal suiza de Gstaad junto a su hija Ana. El origen de la filtración parecía encontrarse en el vigilante del citado parque, quien declaró a la revista Tribuna que "seguramente se trataba de Jorge Valdano e Isabel Preysler". Además, al comienzo de la información se señalaba que “este encuentro, que ellos pretendían mantener en secreto, confirma los anteriores rumores sobre la relación entre ambos..." El propio Jorge Valdano evocaba así los momentos vividos: “Recuerdo que esa información salió publicada estando mi equipo [el Valencia] en Gelsen-kirchen, en Alemania, para jugar un partido de cuartos de final de la Copa de la UEFA que era importantísimo y perdimos por 2-0. El resultado me dejó preocupado, todo eso que provoca el fútbol cuando uno lo vive con la obsesión con que está obligado a vivirlo un entrenador. Llegamos a las cuatro de la mañana a Valencia y me esperaban tres periodistas con micrófonos afiladísimos, sin pedir permiso, con la cámara encendida, cosa que me parece siempre una agresión imperdonable, con preguntas relativas al famoso romance: “¿Es verdad que se vieron? ¿Es verdad que la conoce? ¿Qué opina de ella?” Mi única defensa fue no contestar pero al día siguiente pasaron el reportaje en un programa de televisión, y como no dije nada, la conclusión del presentador fue: “El que calla otorga”. Cuando los medios de comunicación deciden que ahí hay producto de consumo y tú estás en medio de la venta, es igual lo que hagas, no hay defensa posible, tú no le arruinas la venta”, afirmaba al suplemento dominical del diario El País. Tanto él como Isabel Preysler, ésta a través del abogado de su marido, Javier Ruiz Paredes, interpusieron las correspondientes demandas por haber atentado contra su honor, sobre las que el Tribunal Supremo les dio la razón en noviembre de 2008. La resolución obligaba a la editora de la revista Tribuna a pagar 12.000 euros a cada uno de los implicados, así como a sus respectivas parejas.

 

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