24 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA

Estaba ingresado en la Fundación Jiménez Díaz de Madrid desde el pasado viernes y día 7 de marzo estuvo en los toros en Illescas junto a Esther Doña

Muere Carlos Falcó, Marqués de Grinón, a los 83 años por coronavirus: Su idilio con Isabel Preysler cambió su vida

Carlos Falcó con su hija Tamara.
Carlos Falcó con su hija Tamara.
Ha muerto a los 83 años de edad Carlos Falcó, Marqués de Griñon, a consecuencia del coronavirus en la Fundación Jiménez Díaz, de Madrid, donde se encontraba ingresado desde el pasado viernes. Carlos Falcó había estado hace unos días, el pasado día 7 de marzo, en la plaza de toros de Illescas en el inico de temporada junto a su actual mujer Esther Doña. Precisamete fue allí donde habló maravillas sobre hija Tamara, fruto de su matrimonio con Isabel Preysler, la mujer que le cambió su vida.

Carlos Falcó y Fernández de Córdova ha fallecido este viernes a los 83 años de edad víctima de la epidemia del coronavirus. El Marqués de Griñón se encontraba ingresado en estado grave en la Fundación Jiménez-Díaz, de Madrid, desde el pasado viernes que dió positivo en la prueba del coronavirus. Desde entonces su estado se fue agravando.

Falcó saltó a las páginas del papel couché en los años ochenta, tras contraer matrimonio con Isabel Preysler, con quien tuvo una única hija en común: Tamara Falcó Preysler. Pero el Marqués de Griñón y de Castel-Moncayo ha dejado atrás una gran familia no tan conocida por el público tras su repentino fallecimiento a causa del coronavirus, enfermedad por la que, tal y como se conoció el pasado viernes, permanecía ingresado en el hospital 'Fundación Jiménez Díaz', de Madrid.

Su vida con Isabel Preyrler

Carlos Falcó y Fernández de Córdova, marqués de Griñón y de Castel-Moncayo, tenía una herencia nobiliaria a sus espaldas, era uno de los grandes de España.  Su idilio a finales de los años setenta con Isabel Preysler le cambió su vida. Su romance con la filipina, entonces recien separada del cantante Julio Iglesias, comenzó en total secreto, con citas clandestinas, para así evitar a la prensa. 

La pareja se veía secretamente con él, tanto en su casa de Madrid, en la calle Fortuny, como en la finca “El Rincón”, que éste poseía en Aldea del Fresno (Madrid), heredad convertida en un zoo privado, donde los animales vivían en semilibertad. No tardaron en hacerse grandes amigos y sus encuentros fueron cada vez más frecuentes. Poco a poco, fueron salvando la gran diferencia de edad, catorce años, y fueron intimando. Esta amistad semifurtiva ayudó a Isabel Preysler a afrontar de nuevo su propia identidad tras la separación de Julio Iglesias. Muy pronto la filipina sedujo a Carlos Falcó, que cayó enamorado en sus redes a pesar de la negativa inicial de su madre, la marquesa de Hilda Fernández de Córdova.

El cómo conoció a Carlos Falcó lo cuenta Isabel Preysler de este modo en sus memorias que escribió para la revista Hola: “Empecé a salir con un grupo de amigos. Un día me invitaron a una sesión privada de la película Fiebre del Sábado Noche. Estábamos unas veinte personas y, entre ellas, Carlos Falcó, con quien coincidí poco después en una cena. Cuando entré en la casa vi la sorpresa pintada en el rostro de Carlos. Sonreímos divertidos por la coincidencia, no se separó de mí en toda la noche. Hablamos, entre otras cosas, del Safari Park, le comenté que a mis hijos les encantaban los animales y prometió enviarme una invitación y un plano. Una semana más tarde me invitó a visitar su Safari Park. Tuvimos tiempo de charlar largo y tendido. Descubrí que lo que más me gustaba de él era su sentido del humor, su refinada educación y su cortesía. Empezamos a vernos con más frecuencia. Un buen día, al llegar a casa, comprendí que entre los dos había nacido una atracción mayor. Entonces le dije que debíamos andar con cuidado, porque a mí me seguía la prensa a cualquier sitio que fuera”.

Cada día que pasaba, la extremada amabilidad y la delicadeza de la filipina estimulaban aún más a Carlos Falcó, un personaje elegante, educado, de gran caballerosidad, con un destacado papel de seductor y con facilidad para enamorase de bellas mujeres. Por aquellas fechas, año 1978, este aristócrata tenía novia oficial, la joven Sandra Gamazo, sobrina del Conde de Gamazo e hija de Pimpinella Hohenlohe y de Claudio Gamazo.

Muy pronto abandonó a la glamourosa Sandra para caer rendido ante la dulzura de Isabel Preysler, “una cualidad no prefabricada sino utilizada por ella como una forma de respeto”, dicen sus amigas. Pero paralelamente a que el marqués iba introduciendo a la joven filipina con más intensidad en su vida, se iba adentrando en el terreno pantanoso de la prensa del corazón. “Cuando la conocí yo no tenía ni idea de ese mundo rosa de las revistas, ni de nada de eso. Recuerdo que, al principio de nuestra relación, la invité a que viniera a una especie de reserva de animales que habíamos montado con Félix Rodríguez de la Fuente en la provincia de Madrid. Con mucha delicadeza ella me preguntó si habría gente, y yo le dije que habría previstas visitas de colegios, niños, profesores. Pero que qué problema había. Me dijo: “No, el problema es que me conozcan”. Yo le dije que cómo la iban conocer, que nada, que allí íbamos y fuimos y cuando Isabel apareció, en fin, uno se puede imaginar lo que ocurrió”.

La filipina, a pesar de su juventud, entonces tenía 27 años de edad, ya había hecho de la fama su medio de vida. Los periodistas de entonces contaban como Carlos Falcó salía a veces metido en el maletero del coche de casa de Isabel, entonces situada en la calle madrileña de San Francisco de Sales, para que no pudiera ser visto por los fotógrafos que ya hacían guardia en la puerta. Este ímpetu amoroso de Carlos Falcó sorprendió a muchos que sabían de su pulcritud en las formas a pesar de ser un aristócrata atípico, de espíritu liberal, una característica no muy frecuente en los círculos de nobleza entre los que nació y se crió.

Su boda con el Marqués

Su relación era ya el runrún de Madrid a fnales de la década de los setenta. La clase aristocrática comenzó a culpar a la filipina y a sentenciar que lo único que pretendía Isabel era un título nobiliario. Pero eso no mermó el declarado interés del marqués por casarse con ella.

Así, el domingo 23 de marzo de 1980, contraían matrimonio, con absoluta discreción, en la pequeña y antigua capilla de la finca familiar de “Casa de Vacas”, en Malpica de Tajo (Toledo), donde apenas cabían treinta personas y en la que todos los días el párroco de la propia finca, don Basilio, recitaba misa en latín para los aristócratas, mientras el servicio la escuchaba desde la sacristía. Se trata de una hacienda de unas 700 hectáreas dedicada al cultivo de la vid y que había heredado a los 18 años de su abuelo el duque de Arión.

Solo siete meses antes de la boda, Isabel había conseguido la nulidad de su matrimonio con Julio Iglesias gracias al Tribunal Eclesiástico de Brooklyn, en Nueva York (EEUU), famoso por su rapidez y eficacia como coladero. Fue el abogado Antonio Guerrero Burgos, fundador y ex presidente del Club Siglo XXI, de Madrid, perteneciente al cuerpo jurídico militar, duque de Cardona y grande de España, amigo íntimo de Carlos Falcó, quien ayudó a Isabelita a conseguir su objetivo.

Ya antes, también por indicación de Falcó, la había ayudado a conseguir las rentas monetarias adecuadas de su separación matrimonial con Julio Iglesias. Cuentan que Isabel Preysler, que vivía por entonces un apasionado romance con el marqués de Griñón, estaba deseosa de obtener cuanto antes la anulación de su matrimonio para casarse nuevamente y que renunció a su derecho sobre la mitad del patrimonio de Julio Iglesias que le correspondía.

Reclamarlo judicialmente hubiera retrasado sine die su anulación matrimonial. Un largo pleito por los gananciales hubiera complicado ciertamente las cosas al ser ella quien rompió el matrimonio con el cantante Y no estaba por esa labor. Quería ser marquesa consorte, aristócrata de España, cuanto antes.

Isabel y el Marqués de Grinón en los primeros años de su matrimonio / Archivo

Parecía que una nueva vida sonreía a los recién casados. Desde el principio el marqués conectó muy bien con los tres hijos de Isabel, que todavía vivían con ella, aunque los dos varones ya estaban a punto de dar el salto a América con su padre. La pareja había programado pasar la luna de miel en las Islas Vírgenes, pero no querían abandonar inmediatamente después de la boda a los cinco niños (tres de ella y dos de él), por lo que pasaron los primeros días con ellos en la finca de Toledo y después otros cuantos en la nueva casa de Madrid hasta que llegaron las vacaciones de Semana Santa.

Los niños de Isabel (Chabelí, Julio y Enrique) marcharon a casa de su padre en Miami y el matrimonio, recién casado, emprendió unos días de libertad por el Caribe. Un nuevo horizonte se abría ante la ambiciosa y, a veces, esperpéntica, filipina. O al menos así lo pensaba Isabel Preysler. Pero poco o nada aportaba ella a este cerrado círculo aristocrático, salvo la seducción, siempre envuelta en un halo de misterio que pronto supo explotar, revalorizar y promover.

Los flashes de los fotógrafos continuaban a su lado y la apuntaban con mayor interés y asiduidad. Tenía ya un buen álbum de fotos de prensa con las que obsequiar a su ex marido Julio Iglesias. La promesa se había cumplido. Isabel se había convertido a sus 30 años en una de las protagonistas indiscutibles de la vida social madrileña, aparecía en las listas de las mujeres más elegantes y mejor vestidas. Su presencia era requerida en inauguraciones, presentaciones, desfiles y ocupaba puestos de honor en destacadas fundaciones benéficas. Era su época más gloriosa. Y, además, contaba con un marqués que la protegía. Nada hacía presagiar por entonces que el matrimonio acabaría por derrumbarse.

Y nació Tamara Falcó

Pocos meses después del primer aniversario de boda llegó a sus vidas una nueva hija a la que pusieron por nombre Tamara Isabel, a quien su madre llama familiarmente Tami, sus hermanastros Tamarik y el servicio doméstico del marqués definía como “la Presyler chica”. Fue el 20 de noviembre de 1981 cuando vino al mundo, justo seis años después de la muerte del General Franco, y en su bautizo también actuaron Los del Río, de quienes Isabel Preysler fue, más tarde, madrina del lanzamiento de sus discos de sevillanas. El nacimiento de Tami sirvió para reforzar a la pareja, cuya unión conyugal empezaba a dar señales de debilidad

Entrado ya el segundo año de casados la cosa cambió. La convivencia con Carlos Falcó se hizo cada vez más agobiante para la filipina. Cuenta la periodista Asunta Roura, su biógrafa. Los días transcurrían en medio de una rutina difícil de soportar y los temores al fracaso fueron cuajando paulatinamente.

En los medios de comunicación empezaron a surgir los primeros rumores de una posible separación, que ellos desmintieron rápidamente. La convivencia había desgastado ya su primer impulso amoroso. Habían nacido dudas no deseadas. El marqués de Griñón quiso creer que se trataba de una crisis pasajera de la que saldrían ambos reforzados con nuevas ilusiones para continuar. Pero no fue así. El gusto por la vida campestre que tenía el marqués no era compatible con la intensa vida social que anhelaba Isabel. Por ejemplo, mientras él madrugaba para ir al campo, Isabel dormía plácidamente (no le gusta nada madrugar). Y mientras él disfrutaba en su finca de los almuerzos diurnos a base de huevos fritos con chorizo, Isabel tomaba un preparado de conchas de ostras trituradas que decía mantenía tersa su piel.

Tamara Falcó de niña / Archivo 

El marqués quería conseguir a toda costa que Isabelita no consumara su separación matrimonial que ya barajaba en su mente. Y, al igual que hizo Julio Iglesias en su día, en su último intento para arreglar su matrimonio recurrió a su suegra Beatriz Arrastia, una mujer de gran personalidad, buena cocinera a diferencia de su hija, y que por entonces regentaba una agencia inmobiliaria en Manila gracias a los influyentes contactos de su hermana Mercy Arrastia.

Sabía que su suegra estaba muy disgustada con su hija, ya que ésta, con profundas creencias religiosas, no aceptaba las ligerezas de Isabel de las que ya se empezaban a hablar profusamente por todo Madrid, además de una veleidad por un hombre que se declaraba públicamente ateo. Ya en su día tuvo que ser su futura consuegra, la duquesa de Montellano, la madre de Carlos Falcó, quien la convenciera de que Isabel podía casarse sin problema con su hijo Carlos, que no era una blasfemia que Isabel se separara canónicamente de Julio Iglesias en el tribunal eclesiástico de Brooklyn. Y que lo verdaderamente importante era la felicidad de sus respectivos hijos.

Crisis matrimonial y “fichaje” por la revista ¡Hola!

Paralelamente a estos conflictos conyugales, también salían a la luz los problemas económicos del marqués de Griñón, que los más atrevidos achacaban a la vida de lujo asiático que llevaba su esposa, con la que se había casado en régimen de separación de bienes. La economía de Carlos Falcó no era tan boyante como para seguir el ritmo de vida que ella iba determinando en cada momento. Durante la primera mitad de los años ochenta, Carlos Falcó sufrió varios reveses económicos.

Por ejemplo, el entonces Banco Hispano Americano, al que adeudaba 120 millones de pesetas, inició un proceso de embargo contra sus propiedades. También el Banco Español de Crédito había comenzado un contencioso contra su finca de La Barquilla, en Cáceres, que se encontraba hipotecada por los préstamos que el marqués había solicitado por un importe total de 300 millones de pesetas. La no buena marcha de la cartera del marqués contrastaba con el bolsillo saneado de su mujer, que además del patrimonio conseguido de la separación de su primer marido, éste seguía pasándole mensualmente el famoso y millonario cheque Chábeli por la pensión de sus hijos.

Además, Isabel contaba con los cada vez más frecuentes y abultados ingresos por sus negocios del corazón. Sabía que, si se producía la ruptura con el marqués de Griñón, tenía que tener solucionado su futuro económico. Sobre todo, se emocionó, cuando la revista Hola a través de su director, su gran amigo ya fallecido Eduardo Sánchez Junco, le encomendó una serie de entrevistas –que por supuesto, no escribió ella- y que, en una jugada magistral, inició con la realizada en Miami a su primer marido, Julio Iglesias, quien le facilitó las cosas pues aceptó, gracias la intermediación de su hija Chábeli, ese cara a cara. Por cada una, cobraba un millón de pesetas.

Esta millonaria oferta de Hola suponía una tranquilidad para sus ahorros. Así realizó una decena de entrevistas a personajes conocidos, como Gregory Peck (aprovechando un viaje a Estados Unidos), Clint Eastwood (en Munich), Richard Chamberlain (en Zimbawue), Ives Montand (en París), Farrah Fawcett-Majors, Paul Newman, Carmen Martínez Bordiú, etc.

Lo que todavía se comenta es cuando en una de éstas se salió del texto preestablecido preguntándole a Robert Redford si algún día pensaba dirigir películas: “Yo ya voy por la tercera, señora”, le replicó estupefacto el actor californiano. Aunque llevaba cuestionario y hasta respaldo de un auténtico profesional, ella era la reina del baldosín y poco importaban sus fallos de comprensión y de documentación. Precisamente, lo extraño de su éxito radica en que no se debe a ningún determinado esfuerzo profesional sino simplemente a la capacidad de seducción que encierra su fuerte personalidad y su exótica figura.

Miguel Boyer llega a su vida

Ya en su vida había aparecido otro hombre, doce años mayor que ella (le gustan los hombres maduros) que acabaría rendido ante su encanto y fragilidad, aún estando casada con el aristócrata. Se trataba de Miguel Boyer Salvador, súper ministro de Economía, Hacienda y Comercio en el primer gobierno socialista de Felipe González. Isabel ya no viajaba con su marido y los trayectos al extranjero del marqués para promocionar sus vinos eran una buena ocasión para cerrar sus encuentros secretos con el político socialista.

Corría ya el año 1985, las disputas en el Gobierno de Felipe González por la toma de poder entre los guerristas y los liberales eran vox populi. La forma en la que de una manera semioficial se enteró el marqués de Griñón de la nueva relación sentimental que mantenía su mujer con otro hombre fue anecdótica. Cuentan allegados que estaban comiendo los tres (Isabel, Carlos y la pequeña Tamara) cuando en la televisión salió Boyer, por entonces relevante ministro, y la niña inocentemente comentó en voz alta: "Papi, papi, ayer estuvimos mami y yo en casa de ese señor". Los rumores de crisis matrimonial eran más que constantes en la capital de España.

Sin embargo, según contó el periodista José Luis Gutiérrez en su libro Miguel Boyer: El hombre que sabía demasiado,Carlos Falcó retrasó la decisión hasta meses después, refugiado en las esperanzas de un hombre enamorado y en la creencia de que aquella relación no podía ser más que un capricho pasajero y que no podría funcionar. Estimaba que tanto Miguel como Isabel eran incompatibles, que el carácter alegre y positivo de Isabel no podía sintonizar con el sentido agrio del político socialista, con su despectiva arrogancia y con el tipo de vida que le esperaba frente al ex ministro que era como la de la esposa compañera de un profesor y que no podría ofrecerle el tipo de vida que a ella le gustaba, el glamour social que había disfrutado hasta entonces junto a Carlos Falcó.

Según el marqués, Isabel no podría prescindir de las fiestas en Montecarlo, París o las cacerías en Inglaterra o en Alemania, no se la imaginaba en los cenáculos intelectuales de Boyer, en las reuniones con sus compañeros de partido de la Agrupación de Chamartín”.  

Isabel y Miguel Boyer aparecieron juntos públicamente por primera en la entrega unos premios/ Archivo

El 14 de julio de 1985, ante un clamor popular, la pareja firmaba un comunicado publicado, de nuevo, en la revista Hola donde informaban oficialmente de su ruptura matrimonial. Habían pasado siete años desde que Isabel iniciara su relación formal con Carlos Falcó y otros siete años lo que duró su matrimonio con Julio Iglesias. Siete, un número que no se cumplió con Miguel Boyer. En torno al domicilio de la calle Arga 1 se congregaron curiosos y decenas de fotógrafos en busca de la ansiada foto de ver salir al marqués de Griñón con sus maletas. Pero cuentan allegados que, en un gesto de gratitud, los efectos personales del marqués permanecieron en la casa de Arga, 1, hasta después de ese verano cuando por fin dispuso de otro piso donde instalarlos.

Cuatro días después del comunicado publicado en la revista Hola, de común acuerdo también, la pareja estampaba su firma en un documento privado en el cual el marqués de Griñón reconocía mantener una deuda de 21.237.815 pesetas con Isabel Preysler. En una de las cláusulas se especificaba que, durante el primer año, el deudor Carlos Falcó y Fernández de Córdova, estaba obligado a abonar a la acreedora, María Isabel Preysler Arrastia el interés anual del 14% de la cantidad prestada, mediante el pago de recibos mensuales.

Asimismo, se hacía constar que la deuda debía saldarse en el plazo de dos años. Se trataba de un préstamo que le había dado en su día Isabel para salvar unas hipotecas que pesaban sobre sus fincas de El Rincón, Cantoblanco y Peña Halcón, colindantes y situadas en las inmediaciones de la localidad madrileña de Aldea del Fresno, a unos cincuenta kilómetros de la capital. Pero hubo que esperar todavía dos años más, hasta el 15 de junio de 1987, para que hubiera una sentencia definitiva de divorcio.

Ésta establecía que la pequeña Tamara siguiera viviendo con su madre sin cambiarse de casa y que el marqués de Griñón pasaría a Isabel Preysler una asignación mensual de 175.000 pesetas para la manutención y educación de la niña, importe que más tarde se aumentó.

Así fue el matrimonio de Carlos Falcó con Isabel Preysler, la mujer que le cambió su vida y que le dio una hija: Tamara Falco Preysler.  

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