Seis mujeres navarras fueron quemadas vivas en 1610 tras ser condenadas por participar en akelarres, practicar brujería y adorar a Satanás
Las Brujas de Zugarramurdi regresan cuatro siglos después: Logroño rememora su auto de fe


Cueva de Zugarramurdi.
Fiesta por las Brujas en Logroño
Logroño acogió este pasado fin de semana unas jornadas festivas que servirán para homenajear a 'las Brujas de Zugarramurdi'. La capital riojana, todavía sin digerir Halloween, se embarcó en un programa de casi treinta actividades organizado por la Asociación Histórico-Cultural Guardias de Santiago 1521 y la Asociación de Vecinos Centro Histórico, en colaboración con el Ayuntamiento de la capital riojana.
Este sábado se escenificó en la Plaza de San Bartolomé el auto de fe de 1610 tras el cual fueron quemadas seis mujeres navarras, y la efigie de otras cinco que ya habían fallecido con anterioridad al proceso inquisitorial.
Fiebre irracional
A inicios del siglo XVII Francia sufría una fiebre irracional de caza de brujas y brujos. Por aquel entonces, en 1608, volvió del país galo a Navarra la criada María de Ximildegui, que había practicado la brujería al otro lado de la frontera (Labrot) y aseguró haber visto practicando esos rituales a una vecina de Zugarramurdi, María de Jureteguía, que confesó ser bruja tras haber sido instruida por su tía.
De Ximildegui denunció a otros vecinos de su municipio, que acabaron confesando en la iglesia parroquial. El asunto se agravó cuando la polémica llegó a oídos del tribunal de la Santa Inquisición en Logroño, que tenía jurisdicción en Navarra gracias a la invasión del viejo reino por parte de las tropas castellanas en el siglo anterior,
Un comisario de la Inquisición visitó el municipio pirenaico de Zugarramurdi para comenzar un proceso judicial en cuya sentencia ha quedado un resumen de lo que se entendía por akelarre: "(al participante) se le frotan las manos, el rostro, el pecho, las partes pudendas y la planta de los pies con agua verdosa y fétida, y luego se le hace volar por los aires hasta el lugar del aquelarre; allí aparece el demonio sentado en una especie de trono; tiene el aspecto de un hombre negro, con cuernos que iluminan la escena; el recién llegado reniega de la fe de Cristo, reconoce al demonio como dios y señor y le adora besándole la mano izquierda, la boca, el pecho y las partes pudendas; el demonio se da la vuelta y muestra su trasero, que el brujo ha de besar también".
Al año siguiente de la infame sentencia, que conllevó que 18 personas confesasen mentiras y otras 6 fueron asesinadas, se aportó luz al proceso por obra del humanista Pedro de Valencia, que presentó a la Santa Inquisición un clarificador informe sobre esta cacería que se universalizó gracias a dos best seller de la época.
El informe
De Valencia señaló, con el castellano de la época, que los acusados tenían que ser estudiados ("se deve examinar lo primero si los reos están en su juicio o si por demoníacos o melancólicos o desesperados") y afirmó que la obra de estos parecía "más de locos que de ereges y que se debe curar con açotes y palos más que infamias ni sambenitos".

'El aquelarre' (Francisco de Goya, 1798).
En el informe titulado 'Discurso de Pedro de Valencia a cerca de los quentos de las Brujas y cosas tocantes a Magia' se asegura que a estas reuniones nocturnas, en realidad, se iba "con deseo de cometer fornicaciones, adulterios o sodomías" y se afirma que los acusados inventaron "aquellas juntas y misterios de maldad en que alguno, el mayor vellaco, se finxa (finja) Sathanas y se componga con aquellos cuernos y traxe (traje) horribe de obscenidad y suciedad que cuentan".
De Valencia resumió los akelarres como "torpeza carnal" que emparentaba con las célebres bacanales que se sucedían en la Antigua Roma.