18 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA

La venta ilegal de animales mueve millones de euros en el mundo, un cuerno de rinoceronte puede alcanzar hasta 40.000 euros en el mercado negro

La caza furtiva en Burkina Faso, lo que se esconde detrás del reportaje que costó la vida a los dos periodistas españoles

Los dos periodistas asesinados.
Los dos periodistas asesinados.
El periodista David Beriáin y el cámara Roberto Fraile fueron asesinados en Burkina Faso junto con otras dos personas mientras trabajaban en un reportaje sobre la caza furtiva en Pama, una zona especialmente peligrosa. La caza y el tráfico ilegal de fauna salvaje permite a los furtivos conseguir dinero fácil en un país castigado por la pobreza y duramente golpeado por la insurrección yihadista, que ya ha provocado la que es la crisis de desplazados que más rápidamente crece en el mundo.

La noticia saltaba a primera hora de este martes, dos periodistas españoles habían sido secuestrados y asesinados tras sufrir un ataque en el este de Burkina Faso. El reportero David Beriáin y el cámara Roberto Fraile viajaban en un convoy formado por una patrulla mixta de unos cuarenta efectivos burkineses contra la caza furtiva cuando individuos armados les tendieron una emboscada, según medios locales. También fueron asesinados un escolta burkinés cuya identidad no ha trascendido y el irlandés Rory Young, cooperante que dedicó su vida a proteger la fauna salvaje.

El Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM) ha reivindicado el asesinato de los dos periodistas. El JNIM se creó en el 2017, a partir de una fusión de distintos grupúsculos islamistas que se habían activado en la región a raíz del conflicto del vecino país de Mali.

Los agresores actuaron durante el día en una carretera que conduce a la vasta reserva forestal de Pama, cuando los reporteros trabajaban en un proyecto sobre la caza furtiva en una zona especialmente peligrosa. El reportaje que realizaban daba cuenta de la formación y entrenamiento de un centenar de guardias forestales para combatir a los cazadores furtivos y evitar los continuos ataques a los animales salvajes.

Roberto Fraile (izquierda) y David Beriáin (derecha).

En Burkina Faso hay 41.158 quilómetros cuadrados de tierra protegida, donde destacan tres parques nacionales, cuatro reservas de fauna, un santuario de la naturaleza, una reserva de aves y un total de 60 bosques protegidos, además de otras zonas validadas con el reconocimiento internacional.

La reserva de Pama, donde han tenido lugar los hechos, se encuentra en la provincia de Kompienga, tiene una superficie de 2.237 kilómetros cuadrados y es una de las que cuenta con menor protección.

Ha sido precisamente la inferior salvaguarda la razón por la que la zona se ha convertido en un paraíso para los cazadores, furtivos o no. La caza de fauna silvestre genera auténticas fortunas y Burkina Fasso es un destino habitual para quienes disfrutan con ella. Aficionados de todo el mundo buscan en su sabana especies como el búfalo, el león, el roan, o el bubal hartebeest. Algunos llegan a pagar hasta 3.000 euros por especies de colección, como el antílope real y un paquete que incluya tres de las especies más deseadas puede costar más de 13.000 euros.

Una zona rica en vegetación y fauna exótica pero también especialmente castigada por la escalada de la violencia y la pobreza, donde los furtivos han encontrado una manera de conseguir dinero fácil. La caza furtiva y el tráfico ilegal de animales es un negocio que mueve miles de millones de euros en todo el mundo. El marfil del colmillo de elefante se paga a 1.500 euros el kilo en el mercado negro, y el cuerno de rinoceronte, considerado en China y Vietnam un afrodisíaco, asciende a los 40.000 euros. De los felinos son cotizados sus huesos y sus pieles y de los grandes monos su carne o su uso como mascotas. Sin embargo, también es habitual que la carne de los animales masacrados acabe malvendiéndose para sobrevivir.

El contexto lo explicaba a la perfección Rory Young, que se refería en una entrevista a “esa mezcla de pobreza, desesperación, guerra, desplazamiento de población, pero también avaricia, que genera un problema extremadamente difícil”.

Escalada yihadista

Burkina Faso es uno de los países más afectados por la insurrección yihadista. Más de un millón de sus habitantes, el 5 por ciento de su población, ha abandonado su hogar por el avance de los radicales. Es la crisis de desplazados que más rápidamente crece en el mundo. Cerca de 2.000 escuelas permanecen cerradas, algunas desde hace cinco años, cuando comenzó la revuelta comandada por el grupo Ansarul Islam.

La región más afectada por la inseguridad es la del Sahel, situada en el norte, y que comparte frontera con Mali y Níger. La porosidad de las fronteras y la débil presencia de las fuerzas de defensa y seguridad en las regiones limítrofes han facilitado la extensión del terrorismo que, especialmente desde el verano de 2018, afecta también al este del país.

Los actos terroristas se atribuyen con frecuencia al grupo local burkinés Ansarul Islam, a la coalición yihadista del Sahel Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (GSIM) y al Estado Islámico en el Gran Sáhara (EIGS), que también atacan en Mali y Níger.

Como consecuencia de la violencia, las zonas empobrecidas han centrado el interés de la industria y de las mafias por explotar los recursos naturales. La ley no ofrece demasiadas garantías y la corrupción es la tónica habitual entre funcionarios y policía. En este contexto, los bosques desaparecen, las minas se explotan, los animales se masacran y quienes se atreven a alzar la voz, como Beriáin, Fraile y Young, son silenciados.

Es fácil escribir desde la tranquilidad de mi casa, o de una redacción, pero es necesario subrayar que sin el trabajo de tantos periodistas que cada día exponen su vida para contar la verdad desde los lugares y las situaciones más difíciles, yo hoy no podría escribir este artículo. 

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