20 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA

Un identificado, un coche 127 color blanco y un testimonio clave, otras vías de investigación que no siguió la Guardia Civil en esta desaparición

Nuevos datos sobre las niñas de Aguilar de Campoo: Esperanza en la resolución del caso casi treinta años después

Virginia y Manuela.
Virginia y Manuela.
La desaparición de Virginia y Manuela en abril de 1992 es uno de los expedientes x de la historia de la crónica negra española. Ahora, sin embargo, tras el trabajo del Despacho Criminológico y Jurídico Balfagón y Chippirrás han aparecido nuevos indicios que pueden solucionar el asunto cuando están a punto de cumplirse tres décadas de este suceso. Un identificado, un coche 127 color blanco y un testimonio clave, otras vías de investigación que no siguió la Guardia Civil en su momento.

La desaparición de Virginia y Manuela en abril de 1992 sigue siendo considerada uno de los casos más misteriosos de la crónica negra española. Sin embargo, el caso, que llevaba años en vía muerta, parece presentar novedades. 

Gracias al trabajo del  Despacho Criminológico y Jurídico Balfagón y Chippirrás ha aparecido un testigo que puede arrojar luz. Se trata de una mujer que decidió denunciar su experiencia tras visionar en el programa de Telecinco 'Viva la vida' un reportaje sobre el caso de las niñas de Aguilar de Campoo. En ese mismo espacio televisivo contó que el conductor de un Seat 127 habría intentado llevársela por la fuerza hace ya más de treinta años. Entonces, tanto la mujer como la amiga que la acompañaba lograron huir. “Cogí el volante y lo tiré para la cuneta”. 

Tras su denuncia, fuentes próximas al caso confirman a elcierredigital.com que el conductor del vehículo ha sido identificado. Se trataría de un hombre residente en un pueblo del norte de España, a apenas 30 kilómetros de Reinosa, el lugar donde Manuela y Virginia fueron vistas por última vez, precisamente, subiéndose a un Seat 127. 

Un caso de 1992

En abril de 1992 España vivía una época de euforia colectiva. Faltaban unos meses para que se iniciaran los fastos de los Juegos Olímpicos en Barcelona y de la Expo en Sevilla. Además, Madrid era capital cultural y se cumplían 400 años del descubrimiento de América. El país sacaba pecho ante el mundo. Quería dar una imagen lejos del oscurantismo con el que los tópicos adornaban la idea de España en el extranjero. Habían pasado 15 años de democracia y quería mostrarse al mundo.

Seat-127. 

En ese contexto, una desaparición inquietante echaría sombras sobre tanto fasto. Dos adolescentes, Virginia, de 14 años, y Manuela, de 13, de Aguilar de Campoo (Palencia), fueron las protagonistas. Las jóvenes eran muy amigas. Virginia era del pueblo de toda la vida. Manuela había llegado de Francia junto a su madre Karima, que era de origen palentino y al divorciarse de su marido había decidido volver a su pueblo. Iban juntas a clase e incluso a veces se quedaban a dormir en casa una de otra. Las dos jóvenes desaparecieron cuando hacían autostop a las afueras de Reinosa (Cantabria) para regresar a su casa en el pueblo palentino, el 23 de abril de 1992. Las niñas acudían con regularidad a la localidad cántabra a divertirse los fines de semana, tal y como hacían otros jóvenes de la zona, al contar con más lugares de ocio.

Manuela era más extrovertida y Virginia más tímida, y solían acudir a la plaza de la Constitución, cerca del parque de Cupido, donde había numerosos bares y locales de copas. Aquella noche, las jóvenes fueron a una discoteca llamada Cocos, que cerró en 1997. Su rastro se perdió cuando se les hizo demasiado tarde para regresar en tren y decidieron hacer autostop para volver a casa. Entonces, esta forma de viajar era muy habitual. No empezó a vislumbrarse el peligro que acarreaba hasta que ocurrió, a finales de año, el crimen de Alcàsser. Varios testigos declararon después haberlas visto subir a un coche Seat 127, de color blanco y matrícula de Valladolid, conducido por un hombre. Nunca se llegó a encontrar el supuesto coche.

Virginia y Manuela. 

Los investigadores estudiaron entonces el entorno de las menores. Virginia era huérfana de padre y tenía una relación normal con su madre y su hermano Emilio. La Guardia Civil investigó al padre de Manuela, un súbdito francés que había trabajado como jefe de seguridad en un complejo de ocio en Marsella, por si la hija hubiese huido para estar con él.

La investigación se realizó con los rudimentarios métodos de la época. No había móviles ni cámaras en las carreteras o en los bancos. Además, cuando los padres acudieron a denunciar la desaparición les dijeron que tenían que esperar 48 horas por si se trataba de una escapada voluntaria. Hoy en día, los protocolos ante las desapariciones han cambiado radicalmente, considerándose las primeras horas como fundamentales para la búsqueda. Tampoco se había puesto aún en marcha el Proyecto Fénix que almacenar los datos genéticos de los desaparecidos en España para cotejarlos en caso de que aparezcan restos óseos u orgánicos.

Las fotos de Virginia y Manuela empapelaron la zona y las provincias limítrofes. El programa de televisión ¿Quién sabe dónde?, recién estrenado, les dedicó muchas de emisiones. Sin embargo, fuera de la actuación de algunos desaprensivos que se burlaron de las familias, no se obtuvo ningún resultado. 

Las líneas de investigación

Se investigaron todos y cada uno de los clubes de alterne de las provincias de Palencia y Burgos, donde algunas llamadas situaban a las niñas. Era habitual en la época que muchas chicas secuestradas fueran obligadas a ejercer la prostitución. Por otro lado, también se recibieron pistas que las situaban en Cádiz, en León o en Madrid. La más fiable para los investigadores fue aquella que las situaba en Asturias. Se rastreó esta pista y finalmente se encontraron dos chicas fugadas de casa que no eran ni Virginia ni Manuela.

Mediáticamente, el suceso pasó al olvido tras irrumpir, unos meses después, el caso de Alcàsser, que era mucho más morboso y que revolucionó la forma de tratar los sucesos en televisión.

En octubre de 1994, unos caminantes encontraron un saco con dos cráneos y algunos huesos bajo el puente de Pontinos, en el pantano de Requejada, cerca de Aguilar de Campoo. Pero los análisis descartaron de nuevo que los restos fueran de las menores. Correspondían a unas mujeres de mayor edad y posiblemente pertenecían a un osario cercano. Un periódico de la zona se había atrevido a afirmar, aún sin los resultados, que eran de Virgina y Manuela. Esto acrecentó nuevamente el dolor de las familias al conocerse el resultado negativo.

La pista más fiable surgió en marzo de 1997, cuando una joven okupa declaró que había visto a las chicas de Palencia viviendo entre los grupos alternativos de Madrid. Con estos datos se elaboraron unos retratos robots, que mostraban a Manuela con el pelo corto y un mechón azul y a Virginia con un aspecto similar a cuando desapareció. La Guardia Civil abrió entonces la operación Cupido, para intentar dar con las jóvenes. Un mes más tarde, una mujer de edad madura declaró haber visto a las jóvenes en un autobús, que iban con estética okupa y acompañadas de un joven de estética punk, lo que coincidía con la pista aportada por la otra joven. A pesar de las investigaciones realizadas en el universo okupa de la capital de España no se obtuvo resultado.

Veinticinco años después se encontró una mandíbula que podía pertenecer a una joven de la misma edad de las desaparecidas. Finalmente, el resultado fue nuevamente negativo. Las familias nunca han perdido la esperanza. Los padres de Manuela se dieron nuevamente una oportunidad como pareja y hoy residen en Vélez (Málaga). Las dos familias habían recibido una colecta de casi 2.500 euros realizada por los vecinos de la localidad palentina para ayudar a la investigación. Decidieron no tocarlo y cuando la fábrica de galletas Fontaneda declaró suspensión de pagos decidieron donarlos al Comité de Empresa. El cierre de la fábrica supuso toda una depresión económica para la zona. Ni la empresa se salvó ni aparecieron las niñas a las que aún esperan en sus casas.

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