Javier Urra nos habla del compromiso social ante a la nueva amenaza del Covid-19
“Un segundo confinamiento podría intensificar la angustia y llevar al suicidio”, advierte el psicólogo.
El primer confinamiento ha dejado una muy visible huella en la salud mental de la población, ahondando en quienes ya eran pacientes y en el 25% que lo son específicos surgidos de la situación de angustia generalizada padecida durante varios meses. Nunca dudemos de nuestra alta capacidad de adaptación, de resiliencia, no es que seamos fuertes, es que somos flexibles, pero el riesgo es el de que los más vulnerables quiebren ante una segunda oleada de soledad, de ansiedad, de sentimiento de desprotección, por eso hay que reforzar la atención psicológica y psiquiátrica.
El malestar difuso que padecemos se explica desde la ansiedad anticipatoria, donde sufrimos tanto o más al imaginar lo que acontecerá, que, por el hecho en cuestión, pues hemos aprendido a gestionar esta situación, comprobando que podemos superarla sin que el encierro repercuta de manera catastrófica y devastadora. Dicho lo cual, estamos saturados de frustración, de impotencia, al comprobar que no vencemos al virus que nos impone una forma de vida artificial, defensiva, limitada. Un primer y sacrificado confinamiento, no nos permite adquirir la completa libertad.
Volver a empezar en el otoño, es volver a atrás, es plantearse para qué sirve el esfuerzo realizado, es buscar culpables, ya sean responsables políticos o colectivos irresponsables propagadores de rebrotes. Aceptamos desde la sorpresa y el miedo la imposición del encierro; cuando lo que se nos transmite son recomendaciones, la respuesta es desigual; y ante la perspectiva de nuevas restricciones no son pocos quienes se posicionan desde la rebeldía y no aceptación de un nuevo confinamiento.
Es esencial realizar un análisis de realidad, para entender que tenemos un reto individual y colectivo, un problema al que los investigadores buscan solución, siendo que nosotros hemos de convivir con una situación no buscada, no deseada, y que nuestra conducta revierte en los demás, como la de ellos, en nosotros. Vivimos en la incertidumbre que es un mal vivir, que conlleva ansiedad, la cual cronificada nos aproxima síntomas depresivos. Estamos en permanente y agotadora alerta de datos, de miedo a colapsos hospitalarios.
Un segundo confinamiento agravaría síntomas, que se desesperanzan ante la debacle económica, la quiebra del horizonte, ideándose el suicidio como forma de acabar con una angustia que ahoga. Hay que acompañar, tratar, apoyar a quienes padecen problemas mentales, conductuales, adictivos, y también a quienes no cuentan con el suficiente apoyo socioeconómico. Precisamos contratar mucho más personal experto en salud mental que trabaje presencialmente y en su caso mediante videoterapias de forma continuada.
Pudiéramos acordar que el 50% de la población se ha sentido durante el confinamiento triste, incluso deprimida, y en no pocos casos desesperada. Claro que los más vulnerables son quienes no cuentan con red de apoyo social, viven en hogares precarios, parten de desigualdades previas. Téngase en cuenta para una rápida prevención no solo individual, sino colectiva.
Hemos de atender también prioritariamente a los sanitarios con un reconocimiento constatable, más allá del aplauso ciudadano, no son pocos los que siguen en un necesario tratamiento psicológico. Y claro a los supervivientes del Covid-19 que sufren severas y limitativas secuelas. Podemos y debemos normalizar los padecimientos leves, pues son provocados por las adversas circunstancias, pero hemos de anticipar la necesaria socialización de los niños en los colegios, y el cálido acompañamiento a los más mayores ya sea en sus hogares o en residencias que no pueden ser vividas por ellos como una fatal encerrona.
Un re-confinamiento, reabrirá heridas, duelos, soledades, y una lacerante pregunta: ¿no pudimos evitarlo? Seguimos muy cansados, arrastramos pesimismo y la percepción de muchos, de no tener una fuente de ingresos económicos, de haber perdido lo que tanto esfuerzo ha conllevado, sin visos de recuperación. Una sociedad precisa de un objetivo. “Sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor” fue la famosa frase de un verdadero líder, de un creíble líder: Winston Churchill, un llamamiento colectivo, un señalamiento intransferible, personal, individual, para un logro común, el mantenimiento de la libertad.
Sin abdicar de ideologías y posicionamientos, hemos de adquirir un compromiso cívico, ciudadano, intergeneracional, sin dejar fuera a nadie. Saber que luchamos por el presente de nuestros mayores y el futuro inmediato de nuestros jóvenes y a medio plazo de nuestros niños, nos empuja a apretar los dientes, a convivir con sufrimientos e incomodidades, a ser solidarios, a tener una razón para vivir, para ayudar, para comprometerse, para sentirse concernidos. Y es que el sufrimiento aislado de los demás es desesperante, devastador. Nos une la dificultad, el dolor, la tragedia. Más que curarnos las heridas, hemos de entonar un himno de perseverancia, de esperanza, mostrar una bandera de confianza en un futuro por construir.
No nos ha fallado la distribución de alimentos, ni el sostén tecnológico para comunicarnos, ni las noticias. Hemos aprendido más de lo que conscientemente enumeramos. Han aflorado grandes y tiernos sentimientos, nos estamos conociendo más y mejor como individuos y como colectividad. No es hora de esconderse bajo la cama, ni de adoptar una cobarde o incómoda pasividad. Es tiempo de compromiso, de sentirse concernido, de sorprendernos gratamente a nosotros mismos por la capacidad de iniciativa, de ayuda, de ilusionar.
Los estragos económicos y sociales inciden de forma grave y directa en el equilibrio mental, añádase colectivos vulnerables como pacientes con autismo y con discapacidad mental. Por ello hemos de fortalecer el sistema de salud mental, pues son muchos los afectados y específicamente los que ya padecían problemas mentales previos a la crisis sanitaria. Nos acechan 5D. – Decepción; Desánimo; Desilusión; Desesperanza; Depresión. Y hemos de afrontarlas con expectativas laborales, saberse no olvidado, explicitar la capacidad de regeneración social en los diversos ámbitos, económicos, de justicia, de cultura, de imaginación, creatividad, investigación, de arte.
La depresión colectiva conduce a la inercia, la quietud. Para modificar el ánimo precisamos de creencias, de aspiraciones por todos sentidas. Hay que ponerse en marcha. Pensar, sentir, hacer (cogitare, sentire, facite). Los humanos somos solidarios por etiología neurobiológica, por desarrollo empático, por convicción, por necesidad. Sumemos voluntades, motivaciones. Comprometámonos desde la humildad individual para mejorar la existencia en este planeta y quien sabe si en otros, más allá de nuestro efímero vivir.
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