28 de marzo de 2024
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FIN DE SEMANA

El aumento del tiempo compartido puede desencadenar el hartazgo de la pareja, que durante el año se distrae de sus problemas conyugales con el trabajo

Los factores que potenciarán el aumento de los divorcios después de las vacaciones de verano

Una pareja en la playa.
Una pareja en la playa.
Con el fin de las vacaciones de verano, son muchas las parejas que deciden poner fin a su relación, lo que conlleva un incremento notable de los divorcios después del periodo estival. El abogado Alberto García Cebrián explica para elcierredigital.com por qué tiene lugar este aumento, qué hacer para solucionarlo, y cuáles son los riesgos de posponer este tipo de decisiones aún a pesar de que el matrimonio ya esté deteriorado.

En España, aproximadamente el 30% de los divorcios se produce después del periodo vacacional de verano. Esto se debe a varios factores, entre los que cabe destacar la convivencia conyugal en el periodo estival, pues los cónyuges salen de la monotonía y rutina de todo el año y pasan mas tiempo juntos, lo que provoca que, en los matrimonios con problemas, puedan surgir desavenencias que provoquen la ruptura.

Por ello, la estacionalidad del divorcio debe hacernos reflexionar que el refuerzo de una relación a lo largo del año puede evitar que cada año los Juzgados se saturen por la petición masiva de divorcios tras haber compartido el verano juntos. Una congestión en la que también influye el hecho de que el mes de agosto es inhábil para los Juzgados civiles y, por ello, las peticiones judiciales de divorcio se retrasan y acumulan en el mes de septiembre.

Matrimonios con dificultades 

Una tónica que se repite en los divorcios que se producen después del verano es que el matrimonio ya contaba con grandes dificultades, situaciones que durante el periodo estival suelen llegar al límite. Como se suele decir, la gota que colma el vaso. Por ello, siempre es mejor intentar adelantarse a las situaciones límite y, en caso de no ser posible superar las dificultades matrimoniales, lo mejor sería separarse antes de verano para que, al menos, no sea necesario compartir este periodo de descanso con una mala convivencia que acaba estallando por no haber sabido divorciarse a tiempo. Se está normalizando el hecho de que en septiembre amigos, familiares, compañeros de trabajo, vecinos o conocidos nos den la noticia de que se divorcian. Pero el divorcio no debería estar ligado a una estación.

A muchos matrimonios se les hace largo el año trabajando y dedicándose a sus propias tareas, acomodándose y aferrándose a la rutina de su monotonía. A medida que va pasando el año, tendemos a cansarnos y anhelar que llegue el periodo de vacaciones estivales para descansar, pero en algunos casos, cuando uno se va de vacaciones de verano con la familia, la situación lejos de mejorar y favorecer el descanso, empeora y provoca graves desavenencias.

Y es que hay matrimonios que están todo el año esperando que lleguen las vacaciones de verano y, una vez que llegan y pasan más tiempo juntos, están deseando que acabe el periodo de vacaciones compartidas y volver a la rutina ya que el periodo estival acaba siendo un suplicio. Es una pena, pero cuanto más tiempo pasa junta una pareja mal avenida mayores fricciones surgen, cuando debería ser al revés y, justamente, que el tiempo común sirviera para poder reforzar la relación dedicándose el tiempo, cariño y amor que tal vez durante el año no ha sido posible.

Es una pena saber que algunas personas casadas, en su día a día, salen antes y vuelven después a casa para reducir en todo lo posible el contacto y relación con la pareja. ¿Eso es normal? Es triste, y una opción cobarde de la vida que no se atreve a apostar por una felicidad plena y que se centra en trabajo, actividades, relaciones superfluas o incluso dobles vidas en las que nos sentimos reconfortados y realizados, ocultando nuestras carencias afectivas en pareja.

Pareja en la playa. 

Hay muchos matrimonios que, de hecho, llevan años yéndose de vacaciones, pero temiendo y padeciendo que se sigan repitiendo las mismas situaciones año tras año, aunque no hagan nada para cambiarlas. Si se lo plantearan, podrían incluso esforzarse por reanimar la relación, al igual que pasa con una persona que entra en el servicio de urgencias de un hospital por no encontrarse bien: se sabe que tiene un problema, podemos detectarlo y se pone remedio a la situación, pues de no ser así puede complicarse cada vez más.

Estar dispuesto a enfrentarse a una situación y poner los medios que estén a nuestro alcance evidentemente condiciona que nuestra salud y padecimiento mejoren o se conviertan en una verdadera agonía hasta la muerte anunciada en la que nosotros mismos hemos sido cooperadores necesarios.

Una vida que no se desea 

Hay parejas en las que a lo largo del tiempo mantienen grandes discusiones y apasionadas reconciliaciones con las que parece que, como si se tratase de una varita mágica, todo se ha arreglado de repente. Sin embargo, los episodios vuelven a repetirse una y otra vez, como la pescadilla que se muerde la cola. Tal vez, cuando no aguantamos más nos revelamos y echamos un pulso con nuestra pareja que no lleva a ningún sitio, pues llegado el punto en el que la conclusión lógica y coherente debería ser la ruptura, reculamos y no nos atrevemos a tomar esa decisión.

Si se piensa fríamente hay un perfil de matrimonio contencioso que está harto, hasta las narices de la relación y que, después de años en los que han compartido sus vidas, optan por divorciarse después del verano cuando no lo soportan más. Esta decisión tardía les ha supuesto pasar un verano traumático, lo que se podría haber evitado si antes de las vacaciones se hubiera sido valiente y sincero con uno mismo y se hubiera optado por ahorrarse compartir unas vacaciones a sabiendas de que era cuestión de tiempo que el desgaste provocara la ruptura definitiva.

Lo mismo es aplicable al periodo de vacaciones de Navidad, así como a las restantes celebraciones y compromisos familiares en los que algunos matrimonios protagonizan periódicamente un verdadero paripé haciendo a desgana aquello que no quieren, fingiendo querer algo que no quieren, discutiendo y revelándose por hacer algo que no quieren o lo que es aún peor, enseñando a sus hijos y a los demás a vivir una vida que no quieren.

Gastamos tiempo, dinero y dedicación a compartir el verano en una relación que en muchos casos hace recíprocamente infelices a ambos miembros de la pareja. Si se llegara a la conclusión de que una relación no tiene futuro, se debería tratar de resolver la ruptura amistosamente, de manera cordial, antes de las vacaciones, para que ambos esposos puedan aprovecharlas individualmente y no forzar la situación hasta el límite sin necesidad.

Ninguna relación es perfecta, pero sí que se pueden distinguir relaciones valientes que luchan por lo que quieren y otras cobardes, agonizantes y acomplejadas que se acomodan a no tomar una decisión que saben que llegará en el futuro cuando todo sea más difícil.

Cada matrimonio es diferente pues está formado por personas únicas que han desarrollado su proyecto matrimonial de una manera muy concreta, lo que les hace diferenciarse de cualquier otra relación. Partiendo de la base de que cada matrimonio es diferente, cada divorcio también lo es. Por ello, que se generalicen las peticiones de divorcio después de haber compartido tiempo juntos en verano nos debe de hacer replantearnos nuestras relaciones de pareja, de manera que no se espere a momentos de tensión para gestionar la ruptura, que se puedan poner soluciones a tiempo que eviten la separación o que de considerarse necesaria, se produzca a tiempo sin que tenga que ser el motivo las vacaciones de verano en las que en muchos casos se ha sometido a la relación a más presión de la que puede soportar.

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