24 de marzo de 2023
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FIN DE SEMANA

La angustia y el miedo a morir por el COVID puede derivar en patologías psicológicas que debemos tratar a tiempo

La fatiga pandémica: Cómo identificar los síntomas psicológicos y aprender a luchar contra ella

La fatiga se traduce en angustia vital.
La fatiga se traduce en angustia vital.
Hoy ya nos damos cuenta que el virus cada vez lo tenemos más cerca y que tarde o temprano nos puede tocar al que no lo ha tenido. Mucho se ha hablado de cómo prevenir al coronavirus para cuidar nuestra salud y para no saturar más los servicios sanitarios, pero poco se habla de cómo gestionar la angustia cuando uno padece o ha padecido el coronavirus. Es la llamada fatiga pandemica.

Hoy en día, y después del primer contagio hace un año, algunos están cayendo en la cuenta de que el virus es una realidad. Lo tenemos, lo hemos tenido o cada vez lo tenemos más cerca, con la incertidumbre de que antes o después nos puede tocar a nosotros, incluso dos veces. Mucho se ha hablado de cómo gestionar el miedo al coronavirus para cuidar nuestra salud y para no saturar más los servicios sanitarios, pero poco se ha hablado de cómo gestionar el cansancio, la fatiga que acarrean las nuevas oleadas, la sobreinformación y la información contradictoria ni de cómo gestionar una expectativa emocional, social, empresarial y financiera tan incierta. 

El miedo a morirse es el miedo más generalizado, es global, universal, y ahora ha encontrado otra vía para acomodarse en nuestra mente. Afecta intensamente al que tiene ahora el coronavirus, al que puede contagiarse y al que ya lo ha pasado, por miedo a la reinfección.

En nuestra consulta de psicología, cada vez son mas numerosos los casos de psicoterapia que comienzan declarando: soy positiva/o en Covid-19 y tengo miedo a morirme; tengo miedo a contagiarme; qué pasa si me vuelvo a contagiar; mi situación económica me da miedo, ¿me ayudáis?

Ese miedo adquiere dos formas. En unos, con una sensación de miedo a perder la vida y en otros, por el miedo a perder el control de esta. Los primeros sienten miedo a no poder respirar y morir ahogados por la dificultad cardiorrespiratoria que provoca el virus. Los segundos,  temen una pérdida de control de su vida por el impacto negativo en lo económico o por la ansiedad que les produce un futuro más incierto que nunca, que pueda hacerles sufrir o enloquecer. Este miedo, después de un año de pandemia, ha originado una fatiga pandémica que en cada persona se manifiesta de forma distinta. La mayoría sienten angustia y síntomas depresivos; otras, ataques de pánico; también son comunes los procesos emocionales obsesivos y, crece la incidencia de trastornos obsesivos compulsivos.

Estos cuadros emocionales, producto del que ha sufrido, cree que va a sufrir o está sufriendo la COVID-19 se pueden convertir en algo patológico, debutando con trastornos mentales obsesivos, fobias, depresiones y ansiedad, que se pueden mantener en periodos futuros post pandemia si no se tratan a tiempo.  

La fatiga pandémica va en aumento tras cada oleada de contagios. No sabemos si será la última y además, a partir de cada ola, nos encontramos en la cumbre de una fase que será aún más dramática para muchos y donde la desescalada no tiene efectos tranquilizadores. Esta fatiga puede dar lugar a la aparición de actitudes extremas con respecto al peligro y la amenaza que existe y ha dividido la forma de afrontar el miedo al virus en tres perfiles muy diferenciados: el de la sobreprotección de uno mismo y de los demás,  el del descuido y el desaprensivo por ingenuidad o por irresponsabilidad, provocando enfrentamientos políticos y socioculturales.

Estar en casa ha resultado para muchos incluso una etapa de relativa tranquilidad. La casa les proporcionaba la seguridad que necesitaban frente al virus. Como en un gran vientre materno, la realidad y el peligro se encontraban claramente localizados fuera de nuestra casa sintiendo que dentro todo está bajo control.

Sin embargo, para estas personas, la percepción de seguridad se acaba cuando hay que enfrentarse al mundo exterior, haciendo saltar las alarmas. La economía, el trabajo o la familia harán que tengan que salir, redoblando el control y la precaución, o desarrollando rituales protectores que les permitan recuperar la calma que la nueva situación les arrebata y que les provoca una pérdida de ese control, lo que puede producir graves problemas familiares con alto impacto sobre la economía y el confort de los que conviven con el sobreprotector.

Y cómo cambiar esta conducta, pues analizando que la verdadera fortaleza nunca la ha conseguido la raza humana o cualquier otra especie, protegiéndose de los cambios del ambiente, evitándolos, sino adaptándose a ellos para evolucionar. Es lo que define la supervivencia de la especie.

A salvo de enfermedades

Pensemos en las tribus más aisladas de la selva, supuestamente más protegidas de enfermedades por estar lejos de la civilización. Estas, al contrario de lo que pueda pensar el sobreprotector, en realidad son las más vulnerables y cualquier estornudo fortuito de un visitante puede ponerlas en grave peligro, el aislamiento solo ha aumentado su vulnerabilidad y limitado la capacidad de respuesta y defensa de su organismo.

Estar a salvo de miles de enfermedades es algo que ha conseguido nuestra especie gracias a la experiencia de la inmunización y la creación de anticuerpos ante la presencia de antígenos en sangre. La propia vacuna supone una exposición a pequeñas dosis del virus y es donde está la solución final.

La evitación y el exceso de precaución también generan más debilidad psicológica. La evitación de aquello que uno teme, solo aumenta el temor a lo que se teme. Y esto es algo que en la persona que tiene miedo podría repetirse cada mañana, a modo de recordatorio aversivo. Cuanto más nos protegemos, más nos asustamos y más nos limitamos en consecuencia.

Se trata de conseguir un término medio entre la protección extrema, que me impide salir de casa, por ejemplo, cuando llega la hora de recuperar mi vida (cuando los demás lo están haciendo ya y yo me quedo rezagado), y el descuido, que me hace olvidar la mascarilla, los guantes o la distancia de seguridad pese a que el virus sigue al acecho.

Incluso la obsesión por aumentar los controles y manías también cae, sin darse cuenta, en una psicotrampa que les acaba por debilitar. Cuanto más se enredan en complejas ritualidades, más se descuidan de las precauciones realmente necesarias. Cuanto más se preocupan por repetirse fórmulas mentales tranquilizadoras cuando caminan, por ejemplo, más se acercan por descuido a potenciales contaminadores y contagiadores.

Tanto los extremos como lo rígido se convierten en patológico y nos ponen en una situación de tremenda debilidad.

En el polo opuesto, la fatiga pandémica ha creado aquel perfil que, pese a las evidencias, los peligros de salud y los económicos a causa de la COVID-19, mantiene una actitud descuidada e irresponsable. Estas personas, con una creencia errónea, tienden a sobrestimar su fortaleza física, creyéndose inmunes ellos y su familia, pudiendo presentar una tendencia a infravalorar el peligro del virus. Se convierten en personas necias que hacen que el virus crezca. Cada día que pasa es un día sin contagiarse, crece la irresponsabilidad.

La fatiga ahora es más mental que física.

Aunque el propio virus se ha encargado en muchos casos de zarandear personalmente a los desaprensivos, recordemos el llamativo caso del propio primer ministro del Reino Unido o de Bolsonaro en Brasil, no cabe duda de que esta irresponsabilidad o ingenuidad supone un tremendo peligro.

Esta fatiga pandémica ha provocado en estos grupos un concepto mal entendido de lo que supone la libertad. En estos casos, debemos ayudar a estas personas haciéndoles reflexionar, comprender que su libertad termina donde empieza la del que está al lado. Esto significa, como decía el filósofo Kant, que no somos libres siempre, “No hemos nacido para ser libres sino para vivir con dignidad”, que solo tenemos derecho a la porción de libertad que no haga daño al que tengo al lado.  No se dan cuenta de que el virus es el medio que nos ha recortado esa libertad.

Están ante un terrible error, pensando que pueden seguir haciendo las cosas que hacían antes pese a que el ambiente ha cambiado. Y es un problema para la evolución como especie y como individuo. Una peligrosa falta de flexibilidad que dificulta la adaptación por la que los demás estamos luchando.

Este virus sorprendente, tiene la habilidad de señalar, con su pequeño tamaño, errores muy graves e irreparables, y lo hace con tremenda habilidad, tanto a nivel social como individual y político, mellando a la sociedad y aumentando una fatiga pandémica patológica.

La Covid-19 está imponiendo el desarrollo de una conciencia social y ambiental que permita protegernos unos a otros, estamos ante un dilema que nos desgasta, pero que sólo podemos solucionar pensando que salvar la situación solo será posible si aprendemos a confiar en el otro, y que el otro a su vez confíe en que yo confío en él. A este grupo de fatigados que no lo entiende, se les ayuda logrando que piensen de la siguiente manera: Yo te protejo a ti, confío en que tú me protegerás a mí y confío en que tú confiarás en que yo te proteja a ti, y así superaremos la situación. Ésta es la formula que ayudaba a sobrevivir a  los prisioneros en los campos de concentración y más cerca en la historia, el modo en que lo soportan los presos en las cárceles.

Escuchemos por tanto, las advertencias, busquemos información de fuentes fiables, científicas. Pongamos de nuestra parte el esfuerzo para adaptarnos a las nuevas exigencias y cambiemos nuestra forma de pensar, de actuar y de ayudar a los que tenemos cerca, porque es momento de dejar evolucionar y de evolucionar nosotros mismos. 

 

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