29 de marzo de 2024
|
Buscar
FIN DE SEMANA
Patio de columnas

Patio de columnas

José Francisco Roldán

Perder y mejorar

Un niño jugando con una pelota.
Un niño jugando con una pelota.

El prolongado proceso de socializarnos sirve para que los ciudadanos, entre otras variables, aprendan a relacionarse mediante la actividad deportiva, sobre todo en los deportes de equipo, donde se trata de lograr objetivos sumando habilidades y esfuerzos. Desde muy niños aprovechamos las oportunidades mezclándonos con variadas formas de ser, moldeadas en familias de toda condición y estructura. Nuestra generación creció en las calles, espacios sin vehículos y pendientes de asfaltar, que nos permitían realizar todo tipo de juegos marcados en el abstracto calendario de una costumbre compartida.

Nadie sabe cómo, pero en cada periodo temporal alguien advertía que estábamos en tiempos de la lima, canicas, suela, zompo, comba o cualquier pasatiempo que nos hacía competir en buena lid. Algunos ya mostraban su especial predisposición al ejercicio deportivo, que fue cimentándose para crear personalidades exitosas en lo que emprendieron. Y en verano, más que nunca, se jugaba al balón con el descanso obligado que imponía una voz femenina entregando el bocadillo. La iluminación era natural, lo que suponía seguir regateando mientras la luna dejara, porque no había tiempo que contar; en todo caso, el descuento superaba lo aceptable y dejábamos el balón cuando era imposible verlo.

Cada talante se desnudaba para enfrentarse a los demás, y ese aprendizaje nos orientaba hacia la tolerancia y lo que siempre hemos considerado como la deportividad. En la actividad física reglada, como en cualquier competencia, nuestros mayores nos pedían sinceridad, coraje para mejorar y tratar de vencer sin marrullerías. No se consideraba aceptable la afrenta por ganar o perder. Hemos padecido derrotas de todo tipo, ante las que debíamos mostrar entereza y comprensión. No estaba permitido denostar al vencido ni buscar justificaciones mendaces frente a las victorias ajenas. Había que aguantar decepciones y felicitar, incluso, con los ojos encharcados, al ganador, a pesar de haber tenido que aguantar conductas poco edificantes. Se aprendía perdiendo, porque en el siguiente entrenamiento, tras repasar lo acaecido, se hacía autocrítica y nos ejercitábamos para enmendar errores y perfeccionar fortalezas con el fin de aumentar la eficacia, que se consideraba adecuada para intentar ganar. Y cuando se vencía, también, se daba la mano al oponente para dar muestras de gallardía y deportividad, un modo de ser y vivir que nos marca para siempre.

Dos niños dándose la mano. 

Las personas aprenden mucho más cuando han ido perdiendo y mejorando. Y esa capacidad para repasar las conductas va cimentando el conglomerado social que forja una sociedad justa y comprometida con el bienestar general. Los tramposos y malos deportistas, si no cambiaban su comportamiento, poco a poco iban siendo apartados de las competiciones mediante sanciones ejemplares, que se les imponía por ofender a la deportividad. No se puede aceptar la mala baba en ninguna competición, a la que se debe acudir para hacerlo en buena lid. En esa escuela de vida, los ciudadanos muchas veces actuaron imponiendo respeto y el repudio social.

Nuestros representantes políticos deberían seguir las pautas que dictan las reglas de cualquier deporte. La sociedad, como buen comité de competición colectivo, debería revisar conductas irregulares y aplicar sanciones ejemplares para que los que hacen trampas sean apartados de la contienda.

Los tribunales de justicia deben vigilar el cumplimiento de las normas para que nadie haga el juego sucio o perjudique el enfrentamiento mediante conductas antideportivas o violentas. Las tarjetas amarillas y rojas se inventaron para advertir o expulsar a los malos deportistas. Con demasiada frecuencia vemos auténticos piscinazos para engañar al que controla, en un juego que debe ser claro y limpio.  Simular faltas no es ejemplo de deportividad.

Hay mucho “chupapostes”, que se esconde en la refriega esperando un balón ventajoso para sacar provecho. Hay palomeros, que no corren ni arriesga, a la espera del pase que les permita chutar sin oposición.

En estos últimos partidos ideológicos hemos contemplado el despreciable mal perder de los que no aceptan la derrota y ofenden al vencedor buscando excusas incongruentemente falaces. Hemos conocido gestos de gallardía, deportividad y determinación como respuesta a muchas jugadas complicadas para intentar superar al adversario. Después, tras la derrota, mientras se ofrece la mano al vencedor, hay que aguantar la humedad de los ojos por esa disimulada frustración. Los éxitos reafirman la confianza, pero hay saber perder para mejorar.

El Cierre Digital no se hace responsable de las opiniones vertidas en esta sección que se hacen a título particular.

COMPARTIR: