23 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA
Patio de columnas

Patio de columnas

José Francisco Roldán

Odo

Hay vocablos muy cortos y expresivos de origen desconocido y vetusto, que sirven para mostrar una disposición del ánimo. En lo que fuera el norte del Reino de Murcia quedó un dicho, escueto, que podía significar sorpresa, admiración, desdén o desaprobación. Odo fue muy utilizado por las generaciones de antes quedando como un residuo lingüístico al que aún recurren nuestros mayores más veteranos. Sentimos cierta melancolía recordando tiempos en los que se usaba cotidianamente, como el ea, otra palabra que puede servir, aunque más de aprobación.

Tratar de explicar las circunstancias sociales y políticas que nos está tocando vivir en este país -término muy bien traído por Forges-, nos hace acudir al odo de siempre. No parece aceptable que un Estado de Derecho traicione su fundamento ético para retorcer las normas que deberían proteger los derechos y libertades de sus ciudadanos. No hay más que reproches a la hora de contemplar el despreciable uso de las leyes para justificar ataques a la libertad, igualdad o propiedad.

La evidente protección a quienes usurpan propiedades ajenas no ofrece más que coartadas injustas. Y para esa deriva propia del comunismo libertario, aderezada con indolencia oficial, no hay más que decir: ¡Odo! No habría problema en apostillar un ¡ea!, porque puede llevar al sitio de lo indecente. Eliminar o suavizar la respuesta legal contra la actuación coactiva de un piquete, llamado informativo, no tiene justificación ética o moral; ya sabemos que ha sido legitimada una conducta que ataca a la libertad.

Algunos se ponen muy dignos defendiendo esa extorsión social, que supone una maniobra mafiosa. Si se lo contáramos a nuestros mayores, que pueden haberla sufrido, contestarían con un ¡Ooodo!  Y los que se han confabulado con quienes ayudan a intimidar promulgando esa norma injusta contestarían ¡Ea! Pero hemos conocido otro de los paradigmas de esta Ley del Embudo imperante en España.

Resulta que rezar, dar folletos, mostrar fotos o defender la vida de unos fetos delante de una clínica abortiva, donde algunos consideran que las chicas van enviadas desde centros de planificación familiar sin ofrecerles otras alternativas, se considera coacción y puede ser delito. Conducta más grave que la ejercida por un piquete informativo en plena huelga. Ante palmaria disyuntiva, unos dirán ¡ea!, como aprobación, mientras otros soltarán un ¡odo!, con el opuesto sentido.

Esos odos y eas suben de tono y gravedad cuando miramos en el perverso universo del blanqueamiento político. Muy pocos ya, aunque algunos mantengan silencio para proteger su futuro y hacienda, asentirán sobre semejante despropósito ético y moral, porque lo legal se ha completado mediante la promulgación de normas, que se precisan en cada caso. Hay quien dice sin rubor que es preciso pasar página con nuestro reciente pasado, repleto de actos terroristas pendientes de aclarar, al tiempo que se regala generosidad infumable con los que fueron condenados por cometerlos, que protagonizan la vida política y parlamentaria con inusitada influencia en la gobernabilidad del ¡país!

Y esos que reclaman olvido con los criminales de ahora, sin vergüenza alguna, exigen retribución legal, ética y moral para algunos de los que perpetraron tropelías hace noventa años, eso sí, los adecuados, no todos, porque hay criminales detentando más consideración, según el bando en el que actuaron. Es triste conocer la conmemoración interesada de una atrocidad como el fusilamiento de trece chicas en el año treinta y nueve, mientras se obvia la misma atrocidad sobre miles de mujeres, que eran monjas, también rosas, en el mismo periodo trágico.

El revisionismo interesado, según a quién se le pregunte, requerirá el comprensivo ¡ea!, o el desdén de un ¡odo! A propósito del impulso oficial contra la natalidad; los expertos advierten sobre el índice demográfico, que reclama atención para la imprescindible reposición con las generaciones venideras. Somos cada vez más viejos en una sociedad repleta de dudas, que olvidamos las consecuencias de no propiciar nacimientos en España. Seguro que habrá quienes digan ¡ea!, pero muchos, preocupados, responderán ¡odo!

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