20 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA
Patio de columnas

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Julio Merino

"La maja desnuda" y Goya

Mucho se ha escrito sobre la genial obra de Goya (estrella del museo del Prado) y el personaje central que aparece en todo su esplendor físico: la Duquesa de Alba. Incluso algunos hicieron hacer creer que la mujer que aparece desnuda no era la Duquesa de Alba… por eso, poco más podría decir yo de la misma, aunque la tuve que estudiar a fondo en mis años universitarios.

Pero, sí les voy a contar algo que descubrí cuando investigué sobre las relaciones que tuvieron la joven y bella Duquesita y el viejo y sordo genio aragonés.

María del Pilar Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, XIII Duquesa de Alba tenía 33 años cuando conoció a Goya y al decir de Galdós:

 “La Duquesa de Alba era un tipo enteramente contrario a la de Osuna. Esta era una hermosura delicada y casi infantil, de esas que, semejantes a ciertas flores con que poéticamente son comparadas, parece que han de ajarse al impulso del viento, al influjo de un fuerte sol, o perecer deshechas si una débil tempestad las agita. La de Osuna agrada, pero la de Alba entusiasma. Cayetana era la belleza ideal y grandiosa que causa sentimientos extraños. Pensando en ella he creído que debió ser una hermosura humana de esas que nunca se olvidan

“Entre las mujeres que he visto en mi vida -le hace decir a uno de sus personajes- no recuerdo otra que poseyera atracción tan seductora en su semblante, así es que no he podido olvidarla nunca y siempre que pienso en las cosas acabadas y superiores, cuya existencias depende exclusivamente de la Naturaleza, veo su cara y su actitud como intachables prototipos que me sirven para mis comparaciones. Cuando yo la conocí debía tener algo más de 30 años. Con lo dicho podrán ustedes formarse una idea de la incomparable Duquesa de Alba, de aquella Duquesa de Alba de Goya, y excuso descender a pormenores, tales como su arrogante estatura, la blancura de su tez, el fino corte de todas las líneas de su cara, la expresión de sus dulces y patéticos ojos, la negrura de sus cabellos y otras muchas indefinidas perfecciones que no escribo porque no sé expresarlas. Y a sus vestidos y a su forma de llevarlos y a todas las elocuencias de sus innumerables encantos unan ustedes la elocuencia del abanico. ¡Qué mujer!”.

Bueno, pues el hecho es que al poco de quedarse viuda lo que había sido amistad se transformó en “Romance” (así se le llamaba entonces a lo que hoy se llama “vivir en pareja”), hasta el punto de que Goya instaló su estudio en el Palacio de los Alba (y allí pintó algunas de sus obras), para estar más cerca de su “muñeca” (al parecer así la llamaba el viejo don Paco).

Pues bien, fue en esos meses de “Romance” cuando se fueron a pasar una especie de luna de miel al viejo Castillo de la Casa de Alba, de Piedrahita, como dos recién casados. Largos paseos por los jardines y las arboledas de los alrededores, excursiones a las cercanas sierras de Ávila y Villafranca y muchas, muchas horas de amor, en cualquier parte y a cualquier hora. No sorprendió, pues, que la Duquesita volviera de Piedrahita embarazada del pintor. Por ello se decía en la Corte que “La maja desnuda” antes de ser una obra de arte, fue una mujer que se desnudó muchas veces, muchas, ante el artista y el hombre y que se contara esta escena situada en el Castillo de Piedrahita:

“--Paco, quiero que me pintes desnuda -le dijo un día la Duquesa después de hacer el amor.

--¡No! ¡Ni hablar! -respondió Goya a gritos.

--Pero ¿por que?... si será sólo para mí.

--¡No! Te he dicho. No quiero que nadie pueda ver que yo estoy viendo ahora mismo.

--¿Y qué estás viendo tú? -dijo provocativa- No sé lo que véis los artistas en un cuerpo desnudo.

--No seas pícara y tápate.

--No, sin que me describas lo que ves.

--Pues, eso depende. Si te miro como artista, como tú dices, sólo veo una modelo perfecta, yo diría divina... Si te miro como hombre veo... (Goya se quedó callado)

--Dime, hombre ¿qué ves como hombre y como amante?.

--Pues, veo una cara preciosa, veo unas tetas increíbles, aunque las tienes un poco separadas, veo un cuerpo divino y unos muslos y unas piernas más divinos...

 --¿Y nada más? 

--Nada, más ¿Te parece poco.

--Sí, porque te falta algo que también estás viendo.

--Ya, ya sé... ¡Eres una sádica!

--Pues, dilo, me encantaría que lo dijeses.

--¿Sí?. Pues ahí va: tienes un coño de Diosa, más bello y más provocativo que los de Afrodita y Venus juntas.

--Anda, sordo mío, ven a mis brazos, que te voy a dar el cielo.

( Pero, lo que no sabía Goya es que además de “eso” la Duquesa le  estaba atiborrando de las hierbas “milagrosas” que nacían en torno al Castillo llenas de un jugo ciertamente afrodisíaco).

Sí, aquellos días de Piedrahita fueron una verdadera luna de miel para el pintor y para la Duquesa... y gracias a la petición de la de Alba hoy podemos contemplar la grandiosa “Maja desnuda” en el Pardo. (La otra, la “Maja vestida”, la pintaría más tarde, tal vez después de la muerte de la Duquesa).

Por la Transcripción

Julio Merino

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