25 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA
Patio de columnas

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José Francisco Roldán

Los pródigos

Como tantos otros adjetivos de nuestro idioma, el de pródigo puede ser considerado en un doble sentido. El comportamiento identifica a las personas más allá de sus comentarios o explicaciones. La prodigalidad, especialmente en materia penal, supone un riesgo grave para la estabilidad económica de las familias y organizaciones.

En el ámbito comercial significa alcanzar muy pronto la ruina absoluta, resultado de una gestión basada en gastar más de lo que se ingresa. Pero el concepto de generosidad que lleva implícito, en ocasiones, permite sacar el mejor provecho de una conducta filantrópica en bienes y sentimientos. No habrá duda sobre la excelente disposición de quien regala amabilidad sin control, como habrá que estar prevenidos ante los manirrotos que gastan todo lo que tienen sin preocuparse de las consecuencias, que pueden ser determinantes para su entorno.

En el Evangelio de Lucas encontramos la parábola que ha servido de paradigma para entender la bondad y el perdón en una parte de la humanidad. Ese hijo pródigo no hizo más que dilapidar recursos y al verse arruinado regresó para ser admitido con generosidad por un padre comprensivo.

Hay mucho de ejemplo benévolo, pero no deberíamos ignorar la variable de injusticia que supone para el otro hijo, que permaneció en casa trabajando y protegiendo los intereses comunes. Poco o nada se habla del hijo que debió ser pródigo en compromiso y dedicación. El padre lo dejó a un lado cuando acogió de nuevo al despilfarrador egoísta, que abandonó su casa y el futuro de los suyos. De algún modo, con muchos ejemplos, hemos tenido la posibilidad de conocer pródigos sociales recibiendo una generosidad inmerecida, mientras quienes cumplen sus obligaciones, respetan normas y colaboran en el progreso compartido se ven ninguneados o relegados al olvido.

Los disciplinados, que regalan generosidad en cada momento, forman parte de esos seres anónimos que padecen las injusticias perpetradas por los pródigos. Cuando algún malnacido comete un delito sus víctimas deben asumir las consecuencias físicas e inmateriales que impone el procedimiento y aceptan de mala gana las molestias, gastos e inconvenientes de su posición secundaria. El protagonista absoluto, al que la ley otorga todo tipo de protecciones y ventajas, es el que le ha causado mal. El Estado, como padre generoso, lo acoge para reconducir su conducta y le proporciona cariño y consideración. Como el hermano que se quedó en casa trabajando, su víctima percibe casi siempre un trato injusto, que lo perjudica frente a la Ley. Además de esa estima oficial, surgen colectivos e instituciones filantrópicas prodigando atenciones a los que causan daño y dolor, olvidando a los afectados.

Y en el mundo comercial y financiero aparecen conductas que perjudican los intereses legales de quienes siguen luchando por su futuro. Los estafadores, tras ser descubiertos, reclaman la generosidad social para escapar de sus responsabilidades, mientras esconden bienes con los que deberían resarcir a los perjudicados. Muchos ciudadanos no pueden entender la parsimonia procesal que facilita las argucias de quienes se prodigan en timar a los demás. La retribución adecuada por afectar a los derechos ajenos, a veces, queda en regañina, que poco tiene que ver con lo justo o ejemplaridad.

Los que despilfarran recursos públicos, en demasiadas ocasiones, encuentran indolencia y silencio. Hay responsables públicos practicando prodigalidad injusta regalando dinero y ventajas sin control, sobre todo movidos por intereses partidistas o clientelares. Deberían ser inhabilitados para evitar que arruinen a la sociedad a la deben servir, cuyos miembros son obligados a sufragar gastos y tasas sin la menor justificación ética. Los empresarios que aguantaron con sus ahorros el cierre, ahora, serán peor atendidos. Entregar ayudas en situaciones no justificadas supone prodigalidad pervertida, que tantos perjuicios suele causar en instituciones, organizaciones y gremios.

Algunos se prodigan en palabras vacías y promesas falsificadas, mientras otros muchos deben hacer frente al pago de servicios necesarios y esenciales. En estas fechas, cuando la enésima ola de la pandemia abruma a una sociedad en libertad vigilada, los que se han negado a vacunarse ignorando las medidas de prevención sanitaria, están enfermando e ingresando en hospitales, donde se les acoge generosamente y acaparan recursos y espacio. Los que cumplieron decisiones profesionales y legales se están encontrando sin cama, aquejados de otras enfermedades que les pueden quitar la vida, pero no son los hijos pródigos.

El Cierre Digital no se hace responsable de las opiniones vertidas en esta sección que se hacen a título particular.

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