26 de septiembre de 2023
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FIN DE SEMANA
Patio de columnas

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José Francisco Roldán

El polígrafo

/ Prueba con polígrafo.

Para la inmensa mayoría, sobre todo los que tuvieron la oportunidad de comprobar sus prestaciones en determinados programas de televisión, es conocido como la máquina de la verdad, que indica sobre un papel determinados trazos con reacciones fisiológicas respondiendo a determinadas cuestiones. Como hemos constatado, sin valor científico absoluto, ha servido para dejar en evidencia a determinados personajes, conocidos o no, aclarando dudas o determinando el desenlace de conflictos planteados sobre un litigio cualquiera.

También se le llama detector de mentiras y supone un elemento añadido a tantos como tienen cabida en las pantallas que se prestan al juego. Requiere un experto, que pregunta obviedades para contrastar el funcionamiento adecuado, pero cuando de cuestiones esenciales se trata sigue dibujando un gráfico a modo de vibraciones sísmicas, algunas de las cuales pueden terminar en terremotos personales o sociales. No hace demasiados días, un conocido presentador de programas familiares se sometió al escrutinio de trazos electrónicos donde se delataba trolas absolutas.

El interrogado, que no sabía cómo justificarse, concluía quejándose de que esa maldita máquina estaba averiada. Las caras de los presentes reflejaban la condescendencia propia de quienes no desean hacer demasiado daño, pero acataban la evidencia. Nuestra vida cotidiana debería estar sometida a determinadas máquinas de la verdad para detectar a tanto pillo suelto, que nos suele traicionar, aunque sea en nimias circunstancias.

Un polígrafo a mano aclararía litigios judiciales complicados, lo que sería bien asumido por los que exigen justicia. Nada que decir sobre la eficacia de estos artilugios en la firma de contratos o cuestiones diversas. Imaginemos un especialista controlando los latidos en plena ceremonia nupcial o demostración de lealtad.

Y en la actividad política debería usarse detectores de la mentira, modernos, ligeros y funcionales para denunciar con sonido o destellos la sinceridad del personaje, que esté largándonos peroratas pidiéndonos el voto. La inteligencia artificial debe haber conseguido pequeños dispositivos que declaren la falsedad dejando en evidencia al autor del embuste. Habría que acudir a los mercados asiáticos para adquirir esos artilugios con garantías, no como esos ventiladores que compramos en lugar de respiradores durante lo peor de la pandemia.

Las intervenciones de nuestros líderes políticos tendrían que estar sometidas a esos polígrafos de última generación para impedir sus escandalosas mentiras. En los parlamentos o actos oficiales no deberían faltar. En algunas candidaturas sería necesario disponer de varios para asegurar que estarán disponibles cuando se lancen soflamas, porque sufrirán reiteradas averías cada vez que una trola queme el chip. Habrá quien necesite un furgón con repuestos para disponer de polígrafo cada vez que hable.

En el hipotético caso de una obligación semejante, fruto del rosario de quimeras, en determinados gabinetes estarían organizando cursos urgentes para esquivar los demoledores resultados de una máquina de la verdad. Nuestros líderes carismáticos, unos más que otros, estarían capacitados para mentir controlando sus pulsaciones y modo de sujetar reacciones traicioneras, pues lo importante es disimular, como hasta ahora, pero añadiendo lo fisiológicamente incontrolable.

El desprecio hacia los ciudadanos está alcanzando cotas inadmisibles. Nos insultan a la cara mediante todo tipo de artimañas verbales y con gestos aprendidos en esos talleres del teatro político. La decadencia ética y moral está abocándonos a la alienación y estamos huérfanos de una mínima capacidad de resistencia. No son fiables ni esos expertos del polígrafo, que parecen zombis caminando, mientras marcan el paso ordenado por un sátrapa cualquiera. Echamos de menos esa decidida apuesta por la verdad, que deberíamos exigir con rigor a los encargados de transmitirla desde los medios de comunicación, algunos cautivos del poder político más despreciable. Y muchos de esos intermediarios, más que nadie, también van necesitando, urgentemente, el polígrafo.

El Cierre Digital no se hace responsable de las opiniones vertidas en esta sección que se hacen a título particular.

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