18 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA
Patio de columnas

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José Francisco Roldán

El bozal

/ Políticos en el Congreso con mascarillas.

Siempre habrá quien no conozca el significado de algunas palabras, como tantos que no saben las capitales más importantes del mundo o los ríos principales de España, entre otras razones, porque, probablemente, han sido eliminadas del plan de estudios. Para esos bozales deberíamos entretener minutos con los que recordar que la ignorancia es osada y se acomoda en mentes torpes que, demasiadas veces, detentan poder y capacidad para cambiar nuestro modo de vivir y desarrollarnos.

Para la mayoría de los ciudadanos, hasta los menos instruidos, el bozal es un objeto que se pone en la boca de los animales para impedir que coman o muerdan. No sería descabellado incluir a seres racionales empeñados en dañar con dentelladas y expresiones. Desde que no eran necesarias las mascarillas, según indicaban fuentes gubernamentales, allá por el primer tercio del año dos mil veinte, hasta decidir su eliminación casi total, porque la pandemia está erradicada y habrá que atender a los afectados como enfermos infectados de gripe, ha muerto mucha gente. Tampoco debemos olvidar los cientos de miles que enfermaron, muchos de los cuales arrastran secuelas diversas que harán de su vida un calvario o la rémora incómoda de quienes ya no volverán a ser como antes.

No deja de ser curioso cómo una mascarilla puede hacer de bozal para tapar bocas, demasiadas, a las que se ha impedido comer o morder con firmeza debido a la desgracia que deben soportar. Nos quitamos el bozal para gritar el derecho a disfrutar de unas libertades, que se han encogido por obra y gracia de una clase política empeñada en controlar el modo de explicar o denunciar lo que no estamos dispuestos a admitir, por mucho que el adoctrinamiento sectario esté decidido a imponernos.

Para una cantidad evidente de ciudadanos, que tratan de estar informados sorteando el mensaje oficial, obsesionado en colocar bozales a determinados intermediarios de la comunicación, es evidente el modo de manifestarse utilizado por algunos parlamentarios para reconocer la necesidad inaplazable de repartir tapabocas con los que impedir que muerdan con saña y evitar el intercambio obsceno de desprecios y falacias, además de vomitar estupideces.

El bozal, con arreglo a la normativa vigente, es obligatorio para determinadas razas de perros considerados peligrosos. El legislador, que no suele estar atento a la realidad social, ha obviado la necesidad de controlar la boca de otros seres, que hacen daño y, especialmente, degustan con generosidad los presupuestos públicos. De eso se trata, de tapar bocas que no deberían tener capacidad para hacer daño y dejar libres las de quienes pueden facilitar la información veraz y mejorar el bienestar de sus semejantes. Permitir que respiren abiertamente sin necesidad de mantener la distancia social o permanecer en espacios cerrados a los que saben y pueden iluminar la inteligencia. En eso están los incompetentes, bozales del conocimiento, empeñados en silenciar cualquier descaro sincero de la sabiduría, porque perjudica su propaganda infecciosa, que sí se debe alejar, aislándola hasta la máxima distancia posible.

Desde cualquier resorte de poder, en muchos casos detentado por los peores de la clase, se limita la libertad de expresión de quienes deben tener su boca despejada para explicar, orientar o dirigir el pensamiento que favorece el bien común. No hay que temer al contagio de lo correcto, esas infecciones construyen futuros y permiten avanzar hacia mejores cotas de bienestar. La formación, fomentar la capacidad analítica de la población, supone el mejor modo de aumentar la salud colectiva para la que no es preciso inyectar vacunas o ponerse mascarilla.

Una parte de la presión política prefiere protegerse de la cultura, por eso buscan esconder el peligroso contagio social. Se hace callar a quienes deberían hablar, enmudecidos con normas imperativas para castigar y represaliar. Se han conocido ejemplos palmarios de extorsión para cerrar bocas que no querían llevar bozal. En organizaciones disciplinadas, donde la jerarquía sin razón invade cualquier atisbo de sentido común, las bocas se taponan con denuedo. A profesionales ejemplares, algunos de esos bozales, les están colocando sin remilgos ni vergüenza, su bozal.

El Cierre Digital no se hace responsable de las opiniones vertidas en esta sección que se hacen a título particular.

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