20 de abril de 2024
|
Buscar
FIN DE SEMANA
Patio de columnas

Patio de columnas

Sergio Martín Guardado

Distopía: Progresistas y reaccionarios

Pedro Sánchez.
Pedro Sánchez.

Las utopías son esas enemigas del buen hacer y de la gestión eficaz, son abstracciones irrealizables que buscan un interesado paralelismo de la realidad y que, cuando se pretenden poner en práctica, reviven el despertar de un mal sueño, aunque este fuera bueno, pues devienen en pesadilla. Si la utopía representa la humanización de las sociedades, la pretendida puesta en práctica de estas representa la distopía que, en tanto antónimo, representa la deshumanización social y política de una comunidad y, por ende, el desmembramiento de las estructuras jurídicas que le dan sentido y que representan su razón de ser. Tomás Moro y George Orwell, a los que podríamos categorizar como tratadistas de la utopía y de la utilización que hacen de ella los políticos, con casi un siglo de diferencia advertirán acertadamente que los sistemas políticos de uno u otro tiempo y, en una u otra cultura, podían derivar peligrosamente en sistemas distópicos.

La política española asiste a una peligrosa distopía, representada por la utilización miserable de la mentira y por el uso de la acción política y de la ideología como prebenda. La realidad, casi siempre, supera a la ficción y, jamás habrían pensado los padres y madres de la democracia que en nombre de esta se pudiera pretender acabar con ella. Hemos asistido a una de las más tristes semanas que este Estado Social y Democrático de Derecho nunca había vivido desde que España emprendió el camino real de ser un país democrático y pluralista. Unos y otros, interesadamente, se han envuelto en un falso pragmatismo que esconde sus verdaderas pretensiones escépticas, que no tienen más dirección que mantener ese statutos quo que les da el vivir de la política.

El vicepresidente Pablo Iglesias.

Tal es la distopía que quienes se abanderan como progresistas han alertado frente a la amenaza nada cierta de que se produzca un golpe militar. “Nos jugamos la democracia” decía Pablo Iglesias desde el banco azul del Congreso de los Diputados, lo cual abanderaba como verdad desde La Moncloa. Sin duda se equivoca, eso es una mentira interesada que busca hacer realidad su utopía de acabar con el régimen de 1978, pretendiendo convertir la nuestra en una democracia militante en torno al intervencionismo estatal. El único que desea un ambiente golpista es Pablo Iglesias, que parece no conocer mucho a nuestras Fuerzas Armadas, porque ahora, definitivamente sí, todo lo que hacen es por la patria: los españoles y no el Gobierno. Una utopía tan irrealizable como la nacionalización de una empresa japonesa, que no pretende otra cosa que dar alas a un gobierno cada vez más agónico a costa del engaño temprano de los trabajadores que serán despedidos, después; aunque la realidad convertirá, de nuevo, un sueño irrealizable en una pesadilla. El progresismo como utopía ha derivado en distopía claramente, una vez más.

Por otra parte, es responsabilidad de todos y cada uno de los españoles el haber idolatrado a un juez porque hemos dado a luz a un tirano, una vez aquel se ha convertido en ministro, lo que al principio vimos con buenos ojos. Podría decirse que la distopía es la negación con hechos, que son más importantes en la mayor parte de las ocasiones que las palabras, sobre todo las falsas y vacías. Y por mucho que nos repita el señor Marlaska que el no hace uso de ninguna injerencia, ningún español se cree ya que en la pérdida de confianza estén las razones de los ceses producidos en la Guardia Civil. Muchas razones habrá, aunque no las sepamos todavía, pues como bien dice el refranero español “se pilla antes a un mentiroso que a un cojo” y, no, la crítica no estriba en un ataque al feminismo ni a la diversidad, como usted pretendió hacer. La crítica no está en la celebración de las manifestaciones, no debe estar ahí, pues la oposición la coloca ahí interesadamente, en su particular forma de consolidar la distopía que es la misma que la suya, para el bien de unos y de otros, el seguir teniendo un argumento sobre como seguir viviendo de la política.

De igual manera, forma parte de la distopía presentar como logro la aprobación del ingreso mínimo vital. Esta prestación representa el mayor fracaso de nuestros políticos, de uno y otro lado, que nunca tuvieron la dignidad de afrontar una reforma estructural del mercado de trabajo y de su realidad más inmediata: El modelo productivo. Hablamos mucho de precariedad sin señalar la causa más directa, que no es la legislación sino la dependencia de sectores inestables y temporales, como la construcción y el turismo. Pero nunca nadie en este país gobernó pensando más allá de cuatro años vista, pensó siempre en las próximas elecciones y no en las futuras generaciones de españoles. Esta prestación solo es necesaria porque nuestros políticos, de uno y otro signo, se empeñaron en destruir las estructuras productivas no transformándolas, como está ocurriendo ahora con el automóvil. Tampoco es logro alguno que la Unión Europea nos riegue con miles de millones, pues una parte será en forma de préstamos, deuda que tendrán que pagar esos españolitos del futuro que, a pesar de ser la generación más formada, se verán resignados a emigrar al extranjero, que bien sabrá aprovechar nuestra educación universitaria, como ya lo ha hecho.

Gobernar a golpe de titular y basarse en el reflejo que tiene la acción de gobierno en las redes sociales que ellos, los unos y los otros controlan, no es progreso. Se basa en el mantenimiento de esa hemiplejía política, que decía el más acertado Ortega. Ser de izquierdas o de derechas no es en sí un argumento, ni mucho menos un programa cierto. Y, corrigiendo a uno y otro bloque, ya que nuestra política es una política de lo más viejo, articulada en torno a bloques y rupturista con cualquier ápice de consenso: no se ha trasladado la crispación de la calle al parlamento, como decía el señor García Egea. La crispación pretenden trasladarla ustedes hacia la sociedad, para seguir siendo mantenidos por ella, para seguir viviendo de la política y no por la política. Recuerden que sólo la buena política puede ser un instrumento de cambio, la mala solo sirve para mantener en el cargo a unos políticos incapaces.

Quiero creer en una utopía: Hay un centro que representa el sentido común, el que cree que puede hacerse política conservando las reglas de la democracia y que no cree que defender derechos e intereses legítimos ante los tribunales sea juridificar la política, porque sin Estado de Derecho no hay democracia ni tampoco creo que la democracia pertenezca a nadie. El juego de la política, de la buena política, no puede basarse en la confrontación ideológica vacía y falta de propuestas entre la izquierda y la derecha. Deben saber que el trabajo es un derecho y la falta de este no puede convertirse en una vana resignación, que jamás derivará en un conformismo vacío, por mucho que exista un ingreso mínimo vital. Eso no es progreso real, es un regreso vacío de propuestas y de futuro, que ha entregado la política al juego de la comunicación política que obvia que sin producción no hay Estado, porque el Estado existe por la contribución a través de impuestos.

El que nos gobierna no es un socialismo humanista, como el que proclamaba Fernando de los Ríos, que se basaba en cambiar la sociedad desde las reglas de la democracia liberal de la burguesía y que es el mismo que inspira el Estado Social de Derecho, como perfección del propio Estado Liberal en tanto corrector de sus errores, que no puede ser tal sin una práctica política constante y plenamente democrática. Este progresismo reaccionario que inventa artificios para tapar sus malas prácticas quebrantadoras de la democracia y que ataca la separación de poderes, no es nada humanista, no se lleven a engaño.

La utopía progresista devino en distopía porque raras veces la realidad no supera la ficción, por desgracia España no ha entendido que en el centrismo no hay nada malo, porque con sentido común todo es posible. Deben quedar románticos de esos que como Aute pensaban que, entre morir y matar, prefieren amar, que no hay blanco o negro sino distintas escalas de grises que pueden hacernos progresar como país, como sociedad. Esperemos los centristas que no consientan los españoles que les sigan encasillando en uno u otro lado del espectro para el sólo bien de algunos que pretenden servirse de la política como medio de vida, porque la democracia no tiene otro camino que derivar en un paraíso como ese que a Perales le contaron que existía: Ese en que no había sitio para aquellos que mienten desde su tribuna. Seamos utópicos y no distópicos, solo así habrá progreso real.

El Cierre Digital no se hace responsable de las opiniones vertidas en esta sección que se hacen a título particular.

COMPARTIR: