24 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA
Patio de columnas

Patio de columnas

Felicísimo Valbuena

Pablo Iglesias y parte de su cuadrilla: Una visión cómica

Irene Montero y Julio Rodríguez.
Irene Montero y Julio Rodríguez.

En este 2021, se cumplen 90  años del estreno de una gran película sobre gángsters: “El enemigo público”, de William A. Wellman. Al año que viene, también los 90 años de “Scarface”, de Howard Hawks.

Hay dos escenas que son muy parecidas en esas dos obras de arte y que luego han imitado otras muchas películas y series: Los gángsters visitan cervecerías y obligan por la fuerza, a los propietarios, a que compren sólo la cerveza que ellos suministran y al precio que ellos quieren. Aquí reproduzco las dos de “El enemigo público”.

De las películas de gángsters…

- "Si tenéis algún problema, Nails tiene unos muchachos muy serviciales con los guantes preparados.

- ¡Dios mío! Temo que eso significa...

- ¡Significa que compran nuestra cerveza o no compran ninguna!.

- Bueno, Dutch, adelante. Y una cosa, que esos charlatanes no te cuenten su vida. Sólo diles aquí está la cerveza que habíais pedido. Y si tienen alguna duda llama a Matt y Tom. Vamos, Matt. Tom. Venga…

- Hola, Steve ¿Cómo van los negocios?.

- ¿Los negocios? Están de capa caída.

- No empieces con el cuento de las lágrimas. Sabemos el dinero que ingresas en el banco todos los viernes.

- Te repito que van mal.

- Danos un par de cervezas. Eso ayudará un poco... (La prueban) ¡Esta no es de la nuestra!

- ¿De dónde has sacado este aguachirle?

- Es buena, ¿no?. ¡Y más barata que la vuestra!

- ¿Cuánto te cobran por eso?

- Cincuenta centavos.

- ¿Lo ves? Es una estafa. Vete y no pagues.

- Ya decía yo, la nuestra vale lo mismo.

- ¡Deja eso! ¡No lo toques! Alguien tiene que proteger a tus clientes.

- Pero, ¿qué voy a hacer? No tengo más remedio que comprar a Eskirmen. Ellos me han dicho lo mismo que vosotros.

- ¡Eres un cobarde!

- Por favor, no me des una paliza.

- Hoy a lo mejor no ¡Pero no pienso repetírtelo! ¡Cuando venga Dutch te va a dejar cerveza y la vas a coger! ¡Y le vas a soltar la mosca! Si no lo haces, vendrá alguien que te arrancará los dientes a patadas uno a uno, ¿entiendes?”

… Al escrache de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón a Rosa Díez

En Octubre de 2010, Pablo Iglesias, junto con Íñigo Errejón, organizaron un escrache o acoso a la política Rosa Díez, entonces de Unión, Progreso y Democracia, en el salón de Actos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense.

¿Qué tienen que ver los acontecimientos de 1931 con los de 2010?

Pues que Toni Camonte (Paul Muni, en “Scarface”) y Tom Powers (James Cagney, en “El enemigo público”) imponían un solo tipo de cerveza. Iglesias y Errejón querían prohibir la cerveza intelectual que no era la suya. Y claro que la prohibieron… aquel día. Con lo que no contaba Iglesias es con que él iba a ser objeto de escraches continuos en su chalé de Galapagar.

La grabación del escrache a Rosa Díez dejó retratado a Iglesias como si fuera una estatuilla de Tanagra, del siglo IV A.C. Algunas de estas célebres estatuillas reproducen personajes típicos de la Comedia Nueva de Menandro. Por ejemplo, Iglesias aparece como el tipo que no da la cara, al que no le sobra ni un átomo de valentía, que mueve los hilos y que aparece ya decidido cuando ve que el escrache ha tenido éxito y él puede salir ante la cámara.

Y a partir de esa tanagra, se ha ido formando la imagen de Pablo Iglesias según una categoría que lo envuelve: El cotilleo. La mejor manera de concebir una categoría es como una esfera arquitectónica. Las categorías son esferas reales de mayor o menor radio. Según esto, cualquier realidad del campo informativo pertenece a una categoría, bien porque ella misma es una esfera máxima, bien porque está envuelta en una de radio mayor.

La categoría que engloba las acciones de Iglesias es el cotilleo. Todo su quehacer se reduce a cotillear: Hablar de manera indiscreta o maliciosa sobre una persona o sus asuntos. De una persona sola, no: De muchísimas. Y ahí no reconoce límites.

Le dio por crearse un orgullo basado en sus ancestros, su abuelo y su padre, y habló indiscretamente sobre las vidas de éstos. Las aureoló, vamos. Al final, ha logrado convertirlos en personajes enteramente ridículos de los que la gente se ríe y se seguirá riendo durante años.

La falta de valentía de Iglesias le hace negar las pruebas más evidentes. Si alguien busca en Internet, verá que Iglesias niega que él hiciera un escrache a Rosa Díez. Toda su tarea consiste en borrar con el codo lo que escribe con la mano. Y así se ha pasado años.

Si hubiera leído más, no se le habría ocurrido “iglesear” sobre su abuelo y su padre. Sí, ahora usted me pregunta lector/a qué es “iglesear”. Pues muy sencillo: Es lo mismo que D. José Ortega explicaba sobre la teoría del amor de Stendhal: “Proyectar sobre otra persona las cualidades que ésta no tiene”. Como una rama seca que parece llena de adherencias, pero que se queda enteramente al desnudo cuando alguien se limita a pasar unos dedos.

Como Iglesias parece ser alguien de muchas menos lecturas de las que presume, tendría que saber que hay dos personajes muy célebres que admiraban mucho a Gilbert K. Chesterton: Gramsci y Borges. Seguramente los dos compartían este diagnóstico que Chesterton hacía sobre la nobleza inglesa a través de su célebre personaje, el Padre Brown:

“El sacerdote lo miró intensamente, aunque con una expresión algo desconcertante e impenetrable y luego dijo:

-Yo no digo nada.  Dejo el resto en sus manos.  Su revista del corazón dice que su título fue resucitado recientemente.  Dice que durante su juventud estuvo en Estados Unidos; pero en conjunto, la historia parece bastante extraña.  Tanto Davis como Falconroy son dos cobardes de calibre considerable, pero también lo son muchos otros hombres.  No pondría mi mano en el fuego por ello.  Pero creo -prosiguió en tono pausado y meditabundo-, creo que ustedes los norteamericanos son demasiado modestos.

Creo que idealizan ustedes a la aristocracia inglesa, incluso dan­do por supuesto que es muy aristocrática.  Ven ustedes a un apuesto inglés vestido de esmoquin; saben que es miembro de la Cámara de los Lores; y se imaginan que desciende de una prestigiosa fa­milia.  Y es porque no tienen ustedes en cuenta nuestra tendencia nacional al optimismo y al progreso social.  Muchos de nuestros y más influyentes aristócratas no sólo han alcanzado su posición hace poco tiempo, sino que...

-¡Basta! -gritó Greywood Usher, intentando nerviosamente espantar con su delgada mano la sombra de ironía que se leía en el rostro de su amigo” (G.K. Chesterton: “El error de la máquina”).

Si Iglesias hubiera estudiado más, si hubiera leído a Chesterton, nunca se le hubiera ocurrido “aureolar” a su abuelo y a su padre a través del franquismo. Desde luego, tiene una asignatura pendiente ante sus tres criaturas. Incluso, y a propósito de su fallido “orgullo ancestral”, ¿qué tal si les canta a sus tres criaturas aquella canción de Serrat?

“Niño
Deja ya de joder con la pelota
Niño, que eso no se dice
Que eso no se hace
Que eso no se toca”

¿Cómo es que no me ocupo de su quehacer como ministro? Porque carece de interés. Sólo ha utilizado su puesto para cotillear. Sobre Sánchez y sobre los demás ministros, claro. Ha hecho todo lo posible para quitarles el protagonismo de sus proyectos. ¿Y qué interés tiene eso? Ya he afirmado que su vida está regida por el cotilleo. En los debates de 2015-2016, atacó más a Sánchez que a Rajoy.

¿Y aquí se acaba la historia de Iglesias? No. Puede dar mucho motivo para la risa. Se podría hacer una serie de él como impostor, uno de los tres caracteres básicos de la Comedia, según el Tractatus Coislininianus. Al hablar, se comporta como Tartufo. Incluso, daría mucho juego caracterizándolo como F.W. Murnau lo hizo en su película de 1926. No es ingenioso, ni mucho menos. Es de un vuelo gallináceo. Su cerebro se parece al de los volátiles; no tiene frenos, como éstos no tienen esfínteres y sueltan el guano cuando les place. La vida de Iglesias, siendo tan carente de ingenio, puede convertirse en una mina para una serie.

Walter Redfern , Paul Grawe, Maurice Charney, y otros estudiosos clasificaron muy bien a los charlatanes, necios malintencionados, a los que hablan con un estilo equivocado y endurecido… Actualmente, Iglesias se ha convertido en lo que los españoles llamamos un “plasta”. Y ya es hora de que haya comedias sobre los plastas. Groucho Marx era un especialista en desenmascarar a los plastas. Y no sólo en las películas. También, en sus libros. ¿Por qué los españoles vamos a cargar con que Iglesias tenga muchas señales de los hijos únicos? Al menos, vamos a divertirnos.

Errejón e Iglesias.

Hasta que forzó a Sánchez a que lo hiciera ministro, tenía una cosa clara. Lo resalté en un estudio sobre su imagen. Lo llamaban “el coletas”, despreciativamente. Pues, no. Había dado con lo que Francisco Izquierdo Navarro, un gran intuitivo, llamaba el “Big One” cuando Iglesias estaba en el mundo de los posibles. A Stalin, la gente lo reconocía por su mostacho; a Hitler, por su bigote; a Churchill, por su puro; al General Patton, por sus cartucheras; al General Dayan, por su parche en el ojo; y así sucesivamente.

Cuando vi que Iglesias cambió la coleta por otra cosa, comprobé que definitivamente él ya no sabía quién era. Le pasó como a Aznar, cuando decidió quitarse el bigote y convertirse en esa persona que hará muchos abdominales y jugará mucho al pádel, pero que perdió su “Big One”. O como cuando Casado decidió pasar de imberbe a barbitas.

Y finalmente, los españoles ya saben que a Iglesias le encanta la pasta y el lujo. ¡Qué horror! Cuando el General De Gaulle convocó al banquero Pompidou para ofrecerle ser Primer Ministro de Francia, dejó caer: “¿No será usted uno de esos a quienes les gusta más el dinero que Francia?” Y Pompidou fue un gran Primer Ministro.

Me quedo aquí. Quiero pensar que un/a periodista de investigación esté siguiendo a estas horas el rastro del dinero de Iglesias. Ya sabemos que él negará todo. No importa. Como decía uno de los discos del Método Assimil para aprender francés: “Avec de la patience on arrive à tout” (“Con paciencia se llega a todo”).

Julio Rodríguez, el General de Podemos

Empiezo reconociendo mi error, mi gran error. Durante años y años y años, y aquí me paro, yo estaba convencido de que el personaje más vanidoso, fatuo y cursi, y aquí me paro otra vez, de la historia del siglo XX y XXI era José María Setién, obispo de San Sebastián durante décadas. Vivió sólo 90 años, que empleó constantemente para irradiar su vanidad.

Resulta que un día decidí leer las 900 páginas de “Confesiones” (1996), la biografía del Cardenal Vicente Enrique y Tarancón que salió a los dos años de su muerte. Y a la vez, “Un obispo vasco ante ETA” (2007), de José María Setién. Me di cuenta de que el primero sabía distinguir muy bien entre Ética, Moral y Política. Y Setién leía y escribía mucho, pero tenía pocas ideas y muy poco claras y distintas. No sabía distinguía entre Ética, Moral, Política y Derecho. Y de ahí le venía toda esa nebulosa mental con la que no podía interpretar una realidad complicada. Quizá fue la persona más sobrevalorada en la España del Siglo XX.

Por el contrario, de las Memorias de Tarancón puede salir una gran serie. Con tal que la escriban quienes dominen las técnicas del guión. Si no, es mejor esperar a cuando sí cuenten con buenos guionistas.

Creer que Setién era el gran bluff de la segunda mitad del siglo XX y primer cuarto del XXI y encontrarme con que era superado por un militar que había cumplido los sesenta años ha sido uno de los hallazgos que sólo he podido superar con una botella de Verdejo. Es que leer el libro “Mi patria es la gente”, de Julio Rodríguez, exige bota y merienda. Siento haber prescindido de la bota.

Recuerdo que, en 2016, me fijé en un video de Rodríguez. Aquí ofrezco una fotografía. Me llamó la atención un aspecto: De los 5:40 minutos que Rodríguez está hablando, durante 4:12 se sujeta el brazo derecho con la mano izquierda. Esto es lo que más atrajo mi atención y me resultó mucho más interesante que lo que transmitía con sus palabras: Un conjunto de tópicos que ya conocemos por otros políticos de “Podemos”. Después, publique un breve estudio sobre Rodríguez en una revista profesional.

Invito a quien haya llegado hasta aquí, a que lean el libro de Rodríguez, que desborda de aspectos individuales. Reconozco que es un libro con el que me he desternillado de risa. Aquí sí que hay materia para varias temporadas de una serie de humor. La pregunta es ¿“De dónde ha salido “Julio el rojo” y la leyenda que él se ha forjado?”. ¿Ha escrito Rodríguez el libro o ha habido otra persona que se lo ha escrito?. Viendo la portada, parece que ha sido él. Tres hojas después, muestra sus cartas “Con la colaboración de Juan Fernández”. ¿Tiene importancia este detalle? Para mí, ninguna. Lo que importa son las ideas.

¿Julio Rodríguez y las ideas? ¿Qué ideas? ¿Dónde están? Es la misma táctica que emplea Iglesias. Este libro, atribuido a Julio Rodríguez, está escrito para ocultar dos cosas: a) las catastróficas consecuencias que “su” intervención tuvo en Libia, ocasionando una de las mayores crisis humanitarias desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y b) que Rodríguez se presentó, como número 2 por Zaragoza en las Elecciones Generales de 2016, y no fue elegido. Los zaragozanos sabían muy  bien el papel que Rodríguez había jugado en Libia; meses después, José Julio Rodríguez encabezó la lista de PODEMOS-IU-EQUO por Almería. Y los electores tampoco lo quisieron.

Libro de Julio Rodríguez.

Él no hace constar nada de esto en el libro. Y no lo hace constar porque Rodríguez tiene un pequeño problema: Parece que tampoco sabe quién es. Emplea todas las preposiciones, artículos, adverbios… alrededor de su “yo”, y todos sus esfuerzos causan una risa incontenible. Están él y todos los enemigos que él piensa que le rodean y que están en este mundo para acabar con él. Rodríguez puede dar juego en un programa del corazón, pero no en los asuntos serios de la gran Política. Es triste escribir esto, porque tiene hijos mayores, pero su visión de la Política es lamentable.

Las explicaciones que Rodríguez da en las páginas 269-272 de su libro sobre la crisis de Libia recuerdan a los periodistas que escriben un Editorial impecable… una semana después de haberse producido los hechos. Él tendría que haberse adelantado y, después de comprobar los designios criminales de Sarkozy, haber renunciado a formar parte del problema.

Por cierto, ¿cómo es que no se da una vuelta por los campos de refugiados libios y les explica cuál fue su participación en Libia?

En cuanto al nivel de presunción de Rodríguez, recomiendo a estudiantes que tengan pendientes su Trabajo Final de Curso o de Máster, que establezcan unos indicadores de vanidad y sometan el libro de Rodríguez a un tratamiento estadístico. Y que luego lo publiquen. Ese trabajo puede ser una obra humorística. Incluso, pueden formar un grupo se dedique a diseñar una serie, valiéndose de las expresiones de Rodríguez. Una serie humorística, claro está.

Íñigo Errejón  y su capacidad para elevarse a la teoría

Me he pasado varios pueblos. De espacio, quiero decir. Pero no puedo dejar fuera a Íñigo Errejón.

Creo que en este reportaje sobran las relaciones actuales entre Errejón e Iglesias. Sinteticemos: No forma parte de la cuadrilla de Iglesias.

Si lo traigo aquí es porque, en el escrache representó el papel de joven estudiante que daba la cara y leía un papel en el que terminaba diciendo (a Rosa Díez): “… y ojalá nunca aparezca más por aquí”. Era la última idiotez de una sarta que debería retirar si no quiere que la gente acabe riéndose de él. Hay en la grabación otra estudiante que también aparece para decir boberías, como dicen los canarios y los cubanos.

Lo bueno de Errejón es que, con el paso de los años, ha demostrado que sabe mucho más que leer un papel. Tiene mucho fósforo, y mucho más que puede llegar a demostrar. Me di cuenta al leer la transcripción de un acto en La Morada, en mayo de 2016, entre el catedrático José Luis Villacañas y él. Villacañas lo presentó como un debate. Pues no fue un debate. Fue un auténtico baño el que Errejón le dio. Más adelante, el profesor Ignacio Sánchez Cuenca le pidió a Errejón que escribiera el Prólogo de un librito que publicó. Pues bien, el Prólogo vale más que el opúsculo.

Entonces, ese saber elevarse, que sí tiene Errejón, es algo que necesita mucho la Universidad española. Mucho más que tener un ministro. Nada hay más útil que una buena teoría. Truman Capote, que no era un intelectual, pero sí sabía intuir dónde había una persona muy inteligente, se reía de muchos de los Premios Nóbel de Literatura. Para él, quien sí se había merecido ese Premio, y no lo había recibido, era Isak Dinesen (Karen Blixen). ¿Y por qué? Porque la escritora sabía elevarse en cada página. Pues es eso es lo que he advertido en Errejón. Con agrado. Comprobar que un estudiante o un profesor son inteligentes es una experiencia con la que no se encuentra uno todos los días. Ah, y no conozco a Errejón. Ni tampoco voy a esforzarme por conocerlo. Prefiero leerlo y, después, poner mano en mejilla, como hacía el Arcipreste de Hita.

¿Voy a seguir escribiendo sobre la cuadrilla de Iglesias? Tengo materia humorística sobre esa cuadrilla, pero ¡es que Iglesias es tan plasta!

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