25 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA
Patio de columnas

Patio de columnas

José Francisco Roldán

Bonhomía

/ Congreso de los diputados.

Nuestro diccionario, en demasiadas ocasiones, según la formación adquirida, puede sorprendernos con palabras absolutamente espectaculares. Determinadas conductas, hasta las peor consideradas, tienen una reflexión preparada para oponer o ratificar argumentos aplastantes. Hemos podido asistir al nacimiento de una palabrería política, que determinados grupos parecen acoger con fruición para dar una sensación falsa de solvencia lingüística, acogida en el diccionario.

También, lo que supone una insolencia de torpes, se inventan términos para tratar de cambiar el idioma por vía de la repetición. Desde hace unos años, porque así lo han decidido esos asesores, que redactan discursos, nos insisten sobre la resiliencia. Tienen razón, porque esa capacidad para superarnos se pone a prueba habitualmente, lo que se ha constatado por la velocidad en la que nos acomodamos a lo más zafio y una cultura de la desvergüenza.

Esa cobardía social va calando con persistencia, de manera que nada parece tener importancia, si los que dominan el cotarro y sus medios informativos afines se lo proponen. La corrupción puede ser calibrada con arreglo a quién la comete. Nadie debería olvidar aquella cacería despiadada de Rita Barberá, alcaldesa de Valencia, que pudo provocar su muerte, acusada inmisericordemente por recibir bolsos de regalo. El escándalo, que persiste, sobre aquellos trajes que regalaron a Francisco Camps, presidente de la Comunidad Valenciana.

Es curioso observar la tibieza que esos mismos paladines de la verdad y defensa de la honradez política muestran con respecto a las informaciones sobre la supuesta corrupción en la que podría estar inmerso el actual presidente de la misma comunidad, como las juergas canarias, aderezadas de extorsiones y favores políticos que se están investigando. Hay asuntos con vitola de perennes y otros, idénticos, etiquetados como efímeros. La propaganda oficial se empeña en tildar de superfluo lo que para una gran mayoría de ciudadanos es lacónico.

Y en esa amalgama de tropelías y maldades, nuestros gobernantes nos endilgan una legislación esperpéntica que produce estupor y mosqueo. Demasiados aceptan las opiniones de sus líderes carismáticos, sin preocuparles si son despreciables. La Ley de Protección Animal invade normas civiles y penales que avasallan. Nadie puede discutir que los animales deben ser protegidos, como su maltrato castigado, pero sin superar los ribazos de la cordura. Multar a una comunidad de vecinos por la conducta irracional de unos gatos parece desproporción.

La planificación familiar de los animales puede considerarse adecuada, siempre y cuando sea posible asumirla. Otorgar un carné para tener mascota no parece demencial, pero diseñar una red de academias para superar cursos de formación puede pasar de castaño a oscuro. Recoger como esencial la denominación de vertebrado puede suponer una aberración, menor, según nuestros legisladores, que practicar la zoofilia sin molestar al sujeto domesticado.

El que un hombre se registre como mujer en la administración pública y adquiera todos los derechos femeninos, supone una intromisión inaceptable en la intimidad y privacidad de las mujeres. Imaginemos un preso en el módulo de reclusas. Competir en algunas actividades deportivas es aceptar el abuso de superioridad. Asumir una decisión subjetiva para cambiar de condición sexual no puede aceptarse de buen grado; altera por fraude de ley infinidad de preceptos establecidos en defensa de la mujer. Un cambio de aspecto, hormonado o no, jamás supondrá ser del otro sexo, porque la diversidad biológica, salvo en algunos pocos supuestos, es imposible.

Aceptar las distintas sensibilidades, porque es lógico y justo, debe ser legislado para impedir la discriminación, pero una problemática de minorías no puede imponerse al resto con normas punitivas. Parecemos estar desprotegidos frente a tanta torpeza e incompetencia política en estos desgraciados tiempos. La insistencia normativa y mediática, que busca una desesperante indolencia, puede convertirnos en seres demasiado buenos e ingenuos; y eso se llama bonhomía.

El Cierre Digital no se hace responsable de las opiniones vertidas en esta sección que se hacen a título particular.

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