
Patio de columnas
José Francisco Roldán
Mar de dudas

La procesión mediática que dicen padecer determinados ciudadanos escuchando una retahíla de entrevistas en estos últimos días está ocasionando una evidente perplejidad colectiva. Habrá quien disfrute atendiendo monsergas políticas regalando argumentos para entendederas repletas de prejuicios. Una avalancha de matracas en clara beligerancia con la lógica filosófica no hace más que escandalizar a mentes lúcidas, absolutamente abochornadas por el descaro de un comportamiento henchido de engreimiento.
Ha cambiado el paradigma de la razón pura, basado en la férrea construcción de un acervo de sabiduría acumulado por eruditos durante muchísimos años. No hay manera de interpretar argumentos pergeñados con falacias insostenibles, pero el desahogo de quienes presumen de atractivo popular no tiene límites. Hay que aceptar, aunque sin esconder el desagrado, que las mentiras no son más que la interpretación libre de verdades incontestables. Los entrevistadores soportan la insensatez disfrazada de contundencia aderezada con un histrionismo desvergonzado.
La puesta en escena en algunos casos no hace más que desprestigiar gravemente a quien busca sacar rédito de su apasionada manera de embaucar. No está mal reducir gastos en espectáculos domésticos colocándose en el escenario mediático y defender postulados. Es bueno escuchar y ver las evoluciones de nuestros líderes políticos sorteando preguntas y cuestiones de todo tipo, incluso incómodas, porque se debe lidiar con la problemática de los ciudadanos y todas las propuestas planteadas para mejorar el bienestar colectivo.
No valen trolas indecentes, sino aguantar envites serios con los que explicar aciertos y errores de toda condición alejándose de los reproches habituales, que suelen ser difundidos con el consabido ventilador de basura. Es buscar enemigos por doquier justificando una posición de debilidad falsificada demandando la comprensión mezquina. No hay excusas para la maldad manifiesta. La mentira pertinaz no blanquea perversiones normativas, que han causado tanto daño.
El colmo de la corrupción informativa es edulcorar una entrevista para ofertar la mejor imagen de quien carece de atractivo ético. Pero acaramelar un momento de tensión con cla adiestrada sobre las gradas no hace más que ridiculizar lo que de por sí no es más que esperpéntico. No son pocos los que sienten vergüenza ajena aguantando sandeces sin poder interpelar a quien no hace más que escurrir el bulto charlataneando minutos interminables para esquivar escollos complicados. Muchos opinan que no deberían valer artimañas para esconder arbitrariedades, como el uso despreciable de la matemática parlamentaría para regalías o trueques políticos inconfesables.
No se puede aceptar la desactivación del Código Penal para canjear favores estratégicos. Descomponer figuras legales imprescindibles para garantizar la convivencia no es más que traicionar la buena voluntad de los ciudadanos, que entregan sus libertades a quienes no lo merecen. Embarrar los instrumentos esenciales para asegurar la eficacia del Estado de Derecho no es más que traicionar la confianza de una población decepcionada. Una serie de elegidos avasallan con interpretaciones absurdas a demasiadas mentes adiestradas en el valor de la verdad, lealtad, compromiso y el bien común.
Las trampas articuladas sobre frases equívocas o comparaciones inciertas no sirven nada más que para manipular conciencias cautivas. La consulta electoral es soberanamente respetable. No hay nada más sagrado en una democracia moderna. Las maniobras para conseguir manosear el procedimiento legal sitúan a quienes lo hacen en el bando de los peores. La calidad moral de nuestros representantes políticos debe garantizar la limpieza absoluta obviando tentaciones sectarias, recurrentes y acosando libertades. Habría que dejar en paz a sobres y papeletas para concurrir abiertamente en una confrontación limpia y generosa. Cuidado con las trampas electorales y, sobre todo, erradicar las promesas que no han de cumplirse. No vale calificar una falacia como el cambio de opinión política. No cuela en este mar de dudas.
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