
Patio de columnas
José Francisco Roldán
Obtusos

Un buen porcentaje de personas suelen mostrar cierto complejo de inferioridad al compararse con elegidos por lo mejor de la inteligencia. Talentos privilegiados nos hacen mejorar, sencillamente, siguiendo su estela de capacidad para aprender, analizar e interpretar una realidad enclaustrada en textos o empíricamente contrastable. Son el paradigma de lo excelente, y deseamos copiar con la sana envidia de quienes buscan superarse.
Hay precoces personajes emblemáticos, que inventan o generan expectativas inigualables, a los que se les ha permitido plasmar con eficacia todo su saber y hacer. Los sabios, seres que dejan huella en cada gesto o frase, nos sirven de guía imprescindible para otear horizontes pertrechados de calidad y firmeza con argumentos; reflexiones dignas del mayor encomio. Así es como se progresa y ganamos la catadura ética y moral de sociedades a medio construir, cuyas deficiencias son acometidas con eficiencia y rigor.
Es esencial fijarnos en lo mejor de cada uno, como las lecciones de sabiduría que otras naciones suelen mostrar al mundo, tras tomar decisiones correctas en el momento adecuado. Es imprescindible, aunque pueda parecer complicado, entender dónde está la virtud o el mejor de los caminos posible, como en qué recodo de nuestras vidas se esconden los traidores, esos seres egoístas, absolutamente concentrados en el estropicio general, enemigos del sentido común, adueñándose de los recursos públicos para manosear las conciencias ajenas. Cuando un colectivo no es capaz de identificar la falacia, o se deja envenenar por los brebajes de la vileza, se hace imposible enderezar el rumbo adecuado.
El futuro se ensombrece y la nebulosa del embrollo acapara las voluntades estratégicas. Hay demasiados amuermados aplaudiendo mentiras para cerrar las ventanas de lo digno y demasiadas manos quemando las cortinas de lo justo. No se puede negar que semejante conducta avergüenza a muchos españoles cabreados, que no hacen otra cosa que incentivar la lógica más adaptada a lo correcto.
Vemos a pleno rendimiento rebaños de seres obtusos alardeando de una ideología perdida en las páginas del tiempo. Pocos postulados políticos pueden superar la criba en esa hemeroteca de la tragedia. Demasiados difuntos sabrían qué y cómo decírselo a los criminales, que lideraron contiendas empujando sin piedad a tantos corazones equivocados. Las ánimas entristecidas deberían tocar campanas de arrebato para silenciar a tanto petulante peligroso. Porque esos ilusionistas ideológicos, que manosean trolas bien elegidas, no hacen más que derivar sentimientos hacia la desgracia. Mentir es no hacer lo que se promete.
Romper España es demasiado importante como para justificar el incumplimiento de las leyes, por muchos eufemismos que seamos capaces de inventar. Pactar con los enemigos del Estado no se disfraza apelando al patriotismo, porque son argumentos contrapuestos absolutamente. Repetir la misma trola no la convierte en verdad, sino que demuestra la carencia absoluta de calidad moral. Pero los mentirosos no tienen capacidad para imponerse en el escenario político sin el respaldo de engreídos tragaldabas sin escrúpulos o personajes yermos, elegidos entre quienes meten su inteligencia en los atrojes del error.
Usar el nombre de España en vano es denigrante, porque se pretende embadurnar de hipocresía lo que es un vetusto anhelo colectivo. Pactar con los enemigos no es más que dilapidar objetivos comunes, asentados en un esfuerzo inigualable, a prueba de iluminados llenándose los bolsillos. La salud democrática no puede infectarse de componendas aberrantes, sencillamente, porque una buena mayoría de ciudadanos no puede tragarse una patochada más, por mucho que la divulguen esos sicarios del pensamiento. Los sectarios no tienen hartura. Ladran para asustar a los que tienen demasiado que perder, menos su honra, que la regalan sin mayor problema. Tensan el cordel de la impertinencia para arrancar las entrañas éticas de buena gente en las manos manchadas de los obtusos.
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