29 de marzo de 2024
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FIN DE SEMANA
Patio de columnas

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Felicísimo Valbuena

La misa laica de Ferreras

Antonio García Ferreras.
Antonio García Ferreras.

Al rojo vivo es un programa diario de televisión, presentado por Antonio García Ferreras. A la vez, parece una Misa Mayor diaria. Laica, eso sí, pero con muchos feligreses.

Él viste de negro y podría actuar muy bien como arzobispo en una película. Hace años, podría representar a un sochantre, el canónigo que dirigía el coro en una catedral. Su ademán de extender los brazos hace recordar el momento en que un oficiante se dirige al público: “El Señor sea con vosotros” (antes, cuando la misa era en latín, decía “Dominus vobiscum”). Ferreras dice: “¡Dadme un titular!”.  Otro de sus ademanes preferidos es golpear ligeramente la mesa con su bolígrafo; salvando las proporciones, es como cuando un arzobispo golpea con su báculo, un gesto de poder con el que Ferreras suele cerrar cada asunto que aborda en su programa.

¿A quién se dirige Ferreras cuando pide un titular? Alrededor de una gran mesa se sientan varios personajes. Podríamos contemplarlos como un coro en el que hay varias voces e, incluso, categorías. Además, Ferreras conecta con personajes que están en sus casas. Es en lo que desborda las celebraciones religiosas. Hasta ahora, quienes celebran misas no efectúan esas conexiones.

Entre los personajes que aparecen periódicamente en esta misa laica, sobresale el periodista Jesús Maraña. Con su presencia, gestos y tono de voz, pasaría muy bien por un clérigo en cualquier película. El director mexicano Alberto Isaac rodó “En este pueblo no hay ladrones”, película basada en un cuento de Gabriel García Márquez. Pidió a Luis Buñuel que interpretase un papel en la película y el director español le respondió: “De acuerdo, pero yo sólo hago de cura o de policía”. Interpretó a un párroco y se marcó un breve y vigoroso sermón desde el púlpito. Sabía llevar muy bien la sobrepelliz.

También sobresale Ignacio Escolar. Podría pasar por un arcediano, archidiácono o vicario general en la jerarquía eclesiástica católica, encargado especialmente de administrar una parte de la diócesis. En su caso, administra un digital. Escolar es un predicador de mucho cartel por su fluidez verbal. Pienso que tiene éxito porque se atiene a la norma suprema que rige el periodismo televisivo: “Máximo contenido en un tiempo mínimo”. Gana a muchos predicadores eclesiásticos, que suelen hablar demasiado y acaban aburriendo al personal. El Papa Francisco ha aconsejado que los sermones no superen los ocho minutos. Si los clérigos siguieran ese consejo, habría un cambio importantísimo en la oratoria sacerdotal.

El periodista Ignacio Escolar.

También hay periodistas que todavía no han recibido las Órdenes Mayores. Por ejemplo, Antonio Maestre. Juzgando por sus tatuajes y por sus palabras, podríamos creer que es “terrible”. Sin embargo, si juzgamos por su expresión facial y sus ademanes, vemos que en él hay mucho de “enfant”. En otros tiempos, habría ganado los concursos de los Catecismos Ripalda y Astete. Se parece a esos defensas leñeros que aprovechan la pelota de un córner para dar un cabezazo y meter gol. Todas sus contorsiones manifiestan que no dejaban en la mesa nada de lo que su mamá le ponía en la merienda; y ahora, su pareja. 

En medio de esta misa laica, Ferreras conecta con un personaje que tiene aspecto y habla de cartujo y, a la vez, de vendedor de seguros: Daniel López Acuña. De cartujo, porque su discurso se limita a decir: “Hermano, morir habemos” y se ve que conoce la respuesta: “Ya lo sabemos”… si no hacen lo que él dice, claro está. Es un mexicano que ha estado trabajado en la Organización Mundial de la Salud. Este personaje concibe a los espectadores como partes homogéneas: el conjunto de monedas procedentes de un mismo cuño. Sólo utiliza categorías distributivas: “Todos los mamíferos son vertebrados”. Quiere que todos nos metamos en una celda, como cada cartujo. Es como los ciclistas que van a piñón fijo. Y también tiene hechuras de vendedor de seguros, cuando se inclina queriendo convencernos de lo que dice.

En realidad, la repetición una y otra vez de su único mensaje hace recordar lo que muchos sacristanes decían: “Esto es más viejo que el tijeto”. ¿Y qué era eso? La página del Misal que comenzaba con “Te igitur”. Era la más página más gastada por el sacerdote, porque a ella iba a parar el índice del sacerdote después de pasarse todos los Prefacios.

Entonces, agradecería a quienes saben de la pandemia mucho más que yo que me indiquen el nombre de algún médico, biólogo, virólogo, epidemiólogo, matemático, físico, estadístico, especialista en macrodatos o periodista dedicado a la información sobre salud que aparecen en las televisiones y que reconozca que ha aprendido algo nuevo de este Acuña, que marcha a piñón fijo. 

En el asunto de la pandemia, los españoles daríamos la bienvenida, como en el fútbol, a alguien como el mexicano Hugo Sánchez, ídolo de atléticos, primero, y de madridistas después; sobresalía porque hacía cosas que la mayoría de los futbolistas españoles de entonces no podían lograr. Eso es lo que no advierto en Acuña.

Profesores de la Universidad Complutense invitamos, durante años, al politólogo mexicano, el Catedrático José Luis Orozco, y siempre nos admiraba lo mucho que sabía y lo que aprendíamos de los libros que publicaba. ¡Qué gran científico social!

Si Acuña valiese tanto, ¿por qué no ha ido a predicar a México, que tan mal lo ha pasado y sigue pasándolo? Es lo que hicieron los actores ingleses, que estaban en Hollywood, cuando Hitler atacó Inglaterra. Regresaron a Inglaterra porque querían subir la decaída moral de sus compatriotas. Y el celebérrimo actor Leslie Howard no dudó en tomar un avión en el que iba hacia una muerte segura, haciéndose pasar por Churchill. La Luftwafe lo derribó, pero Churchill pudo ir a reunirse con el Presidente Roosevelt.

La resultancia, es decir, el efecto no deseado más notable de Acuña, es que, caído en desuso el término “oficinista”, ahora puede él acaparar el horrible polisílabo “confinacionista”.

Finalmente, no puedo olvidarme de las conexiones que Ferreras establece con el Catedrático Miguel Sebastián. Hay en éste cierto toque de alto cargo vaticanista, en el mejor sentido de la palabra. Me refiero a cuando en el Vaticano había algunos  diplomáticos excelentes.

Miguel Sebastián.

¿Cuál es la nota distintiva de Sebastián? Pues que emplea categorías atributivas. Estas categorías muestran cuándo no nos encontramos ante un dogmático. Es como cuando hablamos de los continentes: no todas las notas genéricas parciales se combinan siempre y de la misma manera y en la misma proporción. Es decir, no hay un continente igual a otro. O el conjunto de todos los vivientes. O el de los poliedros regulares. O las especies mendeliana. O las partes del cuerpo humano. En fin, también los elementos de la tabla periódica.

¿Cuál es la impresión que causa Sebastián cuando se encuentra predicando sobre la pandemia? Que suele sorprender, precisamente porque emplea categorías atributivas. ¿Las emplea porque es Catedrático de Universidad? No. Hay no pocos profesores universitarios que van a piñón fijo. Si una piedra no cabe en su sistema, peor para la piedra. Otro rasgo es que, de vez en cuando, suelta algunas ironías que refrescan la celebración de la misa laica. Y centrándome en la información sobre la pandemia, es muy superior interpretando los datos al epidemiólogo devenido cartujo-vendedor de seguros.

¿Cómo es que no hablo de las mujeres que están alrededor de la mesa? Porque me ha dicho una periodista que prefiere hacerlo ella. Así sea.

El Cierre Digital no se hace responsable de las opiniones vertidas en esta sección que se hacen a título particular.

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