25 de abril de 2024
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Patio de columnas

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Felicísimo Valbuena

Calleja ya sabía quién era Xabier Lapitz: un odiador en nómina

Las palabras de Xabier Lapitz

El día 21 de abril, próximo pasado, fallecía el periodista y profesor José María Calleja. Aquí mismo, en El Cierre Digital, escribí un obituario o necrológica. El día 23, saltó a la actualidad el comentario de Xabier Lapitz, en un programa de la televisión vasca 2, sobre el acto de clausura de la morgue del Palacio de Hierro en Madrid.

"Bueno pues, ¿hay que hacer un acto para clausurar la morgue de este pelo? Hombre, podría ser la alineación de hockey ¿no? En un Palacio de Hielo que ha sido un almacén de muertos, ¿hace falta esto?. ¿El himno nacional, los militares, la ministra de defensa, la presidenta de la Comunidad que era la que llevaba la cuenta de Twitter del perro de Esperanza Aguirre?”.

Inmediatamente comenzaron las respuestas de políticos y particulares en las redes sociales; la mayoría, desfavorables hacia Lapitz. 

Se puede ser buena persona en familia, un rígido ser del aparato en grupo y una calamidad en política

Una persona puede parecer excelente en el plano ético como padre o madre, y en el moral, porque no roba; sin embargo, en el político, puede comportarse como una auténtica calamidad. Es posible ser deficiente en el plano ético y en el moral, pero un político extraordinario. Estoy pensando el Talleyrand y lo muy beneficioso que resultó en el Congreso de Viena, de 1815, puesto que salvó a Francia de que las potencias de entonces la dejasen destrozada. 

También hay otras muchas personas que son un desastre ético, moral y político.

¿Es Xabier Lapitz una buena persona? No lo sé. Ni me interesa saber aspecto alguno de su vida particular. ¿Es un tipo con moral, es decir, que respeta las normas de un grupo? A la vista de lo que ya ¡hace veinte años! demostraba, y de los comentarios que lanzó el otro día aprovechándose de la posición de dominio que le da la televisión vasca, no. Y en el plano político, considero que es un auténtico desastre. Y sin embargo, tipos como Lapitz ofrecen muchos flancos para reírnos de él con una variedad de humor, incluyendo el negro.

Xabier Lapitz, desde hace más de veinte años, se viene dedicando a atacar a los disidentes de su partido, el PNV, y a los periodistas y medios de comunicación no nacionalistas

José María Calleja, dedicó todo un capítulo de su libro Algo habrá hecho. Odio, muerte y miedo en Euzkadi (2014), a los ataques de eta y del Partido Nacionalista Vasco (PNV) a los medios de comunicación no adictos al espíritu nacionalista. Con ese acierto que tenía Calleja para convertir en cercanas las palabras solemnes, escribió que “el miedo es el redactor adjunto” de los periodistas no nacionalistas. Y empieza a ilustrar los ataques de Arzallus, Ibarretxe, Anasagasti y eta a los periodistas.

Después, en un segundo escalón, Calleja se basa en un reportaje del ABC del 26 de Marzo de 2000, para destacar «los nombres del jefe de prensa del PNV, Javier Vizcaya, y de un columnista del diario del PNV, Xavier Lapitz, como abanderados de la agresividad con los medios críticos, individuos que elaboran a diario una revista de prensa que apostilla los editoriales de otros medios  y que lanza:

«Campañas contra colegas especialmente molestos. En esta tarea, Lapitz y el PNV se sirven de los artículos de Iñaki Anasagasti (entonces portavoz del PNV en el Congreso de los Diputados), del propio Lapitz y de González de Txabarri ( a la sazón parlamentario del PNV por Guipúzcoa en el Congreso de los Diputados), además de Javier Atutxa (presidente de la ejecutiva de Vizcaya del PNV), entre otros. Xavier Lapitz, por indicaciones de Vizcaya, se encarga también de reconvenir a cargos nacionalistas “heterodoxos”(...) »(Pág. 222)

O sea, que Xabier Lapitz ya se comportaba, hace más de veinte años, como esos sargentos que instruyen a los marines mediante insultos. Sobresalen el sargento Foley, de Oficial y caballero; Highway, de El sargento inmortal y Hartman, de La chaqueta metálica. Lapitz hizo méritos para lucir el correaje y los galones.

Se movía en dos frentes: Hacia adentro, para “poner orden” -y ¡qué orden!- entre los nacionalistas y, después, hacia fuera. Sería muy interesante hacerse con los artículos y grabaciones de Lapitz de aquellos tiempos en que hacía méritos. ¿A quiénes consideraba “heterodoxos” en el PNV?. Desde luego, figurativamente, Lapitz debía de gozar escuchando el «Caray con el mosquetón, cómo pesa, como pesa, caray con el mosquetón, cómo pesa el muy c…», que quería que entonasen los disidentes y los periodistas independientes.

Lapitz añora aquellos años en los que militares, policías y guarias civiles eran invisibles .

Vengamos al presente. ¿Qué es lo que, lógicamente, le molesta a él, un peneuvítico de lo que se lleva en el presente?

“Bueno, pues, ¿hay que hacer un acto para clausurar la morgue de este pelo?”.

Para Lapitz, las víctimas del Covid-19, que no sean de la Comunidad Autónoma Vasca, deberían ser como una madre que asistió al funeral de su hijo, según lo narra Calleja:

«En la iglesia hacía fresco. Una mujer, enlutada de pies a cabeza —con ese luto que en algunas mujeres parece eterno, casi previo a la muerte de los familiares—, de edad indefinible, con el sur marcado en el color de su piel, aguantaba de pie, silenciosa y rodeada de nadie, el comienzo del acto fúnebre por su hijo. El cura cumplía con su obligación por exigencia del guión. No habría más de diez personas en una iglesia atestada de nadie. Unos críos, ajenos al suceso y que entraron en el templo no sé si buscando la sombra o guiados por el morbo, eran los únicos signos de vida en aquella desoladora escena.
En medio de una soledad sobrecogedora, allí estaba plantado el ataúd con la víctima. No había otro periodista que yo en aquel cuadro de muerte solitaria y silenciosa.
No se sabe si el muerto no tenía amigos, o si los tenía y el miedo les atenazó lo bastante como para impedirles asistir al funeral, pero lo cierto es que allí no se veía a nadie. La víctima también parecía carecer de familia, excepto aquella madre eternamente enlutada y silenciosa. No había ni una sola autoridad: ni del pueblo, ni de la provincia, ni del Gobierno vasco, ni del Gobierno español, ni civil, ni militar, ni policía; nadie acompañaba a aquel muerto, que estaba allí por fatal obligación, a solas consigo mismo (Contra la barbarie, páginas 41-42).

Y todavía mejor para Lapitz, lo que ocurría en muchos funerales: El cura oficiaba la Misa en euskera y sacaban al muerto por la parte de atrás, lo metían en el furgón y acababa en su pueblo, donde sí lo acompañaban muchas más personas. Y ya, en el no va más, el obispo Setién puso la guinda: Nada de envolver el féretro con la bandera nacional. Eso era franquismo.

Sigue Lapitz:

“Hombre, podría ser la alineación de hockey ¿no? En un Palacio de Hielo que ha sido un almacén de muertos, ¿hace falta esto?".

A Lapitz le sale aquí el Patxi de los chistes de vascos que tanto nos hacen reír. ¿Qué hubiera dicho Patxi? Que La morgue del Palacio de Hielo había sido invadida por una “oleada de ratas procedente de Hispania'', pero que ya habían desaparecido. ¿Quién organiza un acto para celebrar una fumigación?

Comparar a los españoles con ratas es lo que escribió el diputado del PNV Carlos Caballero el 11 de marzo de 1998 en un artículo periodístico. Iñaki Anasagasti desautorizó en varias ocasiones a Caballero. Demostró que, cuando quería, sí tenía sensibilidad. Por supuesto, muy superior a la de Lapitz, que no despegó los labios.

“¿El himno nacional, los militares, la ministra de defensa, la presidenta de la Comunidad que era la que llevaba la cuenta de Twitter del perro de Esperanza  Aguirre?”.

Años y años y años de decir Lapitz siempre lo mismo y lo mismo y lo mismo, ¿qué imagen arroja? La de un tíovivo, la de una noria. Lapitz estaría encantado en que ni policías ni guardias civiles ni militares apareciesen por parte alguna. Como la palabra “España” que los medios dominados por los peneuvíticos evitan por todos los medios. Él habla de la selección de hockey. Calleja se reía cuando, con tal de no decir la selección española, los periodistas peneuvíticos escribían y decían “la de Clemente”.

Lapitz seguro que se acuerda de cómo, el 6 de diciembre de 1984, un conductor de un autobús que  cubría la línea de Zumaya-Zarauz por la carretera de la costa, perdió el control y el vehículo cayó al mar. Rápidamente, la guardia civil de Zarauz acudió y, poniendo en riesgo su vida por el oleaje, salvaron a los pasajeros, aunque no pudieron impedir que hubiera nueve muertos. Testigos, voluntarios y supervivientes alabaron el comportamiento de la guardia civil. Al día siguiente, y cuando bajaban del funeral de la iglesia de Zarauz, Arzallus y otros compañeros del PNV esperaron a la representación de la guardia civil. Les agradecieron el rescate que los guardias civiles habían hecho el día anterior y se disculparon por lo que había ocurrido en la Iglesia hacía unos minutos. ¿Y qué había ocurrido? Que el oficiante , al ver que al fondo de la Iglesia estaban algunos guardias civiles asistiendo al funeral, detuvo la ceremonia y fue a decirles que le agradecería que abandonasen el templo. Ellos así lo hicieron.

¡Qué prodigio de curas vascos! Ay, si por lo menos tuvieran algún defecto.

En resumen, al menos Anasagasti en una ocasión y Arzallus en otra. salvaron la imagen de los nacionalistas. Y eso constará en las actas. Pero ¿Lapitz?  

Lo mismo que hicieron los guardias civiles de Zarauz lo llevan realizando los soldados de la Unidad Militar de Emergencia desde hace mucho tiempo y ahora, en la crisis del coronavirus.

Por cierto, Lapitz es como quien se empeña en tener la mano metida en el fondo del agua para que el tapón no salga a flote. Lo que Lapitz no quiere reconocer es que fueron la Guardia Civil y la Policía las que derrotaron a eta. Como diría Chesterton, es una «tremenda pequeñez (tremendous trifle)». Como, por supuesto, nunca querrá reconocer que uno de su partido, el PNV, pero muy superior a él en todo, Juan María Atutxa, fue uno de los hombres más valerosos en España, Europa y el mundo entero en su lucha contra el terrorismo. Y eso perdurará en la Historia, independientemente de los cambios que luego sufrió su vida. Como otras personas heroicas en los años de plomo, después tuvieron que pagar en su vida familiar tanto esfuerzo y sacrificio. La vida da muchas vueltas. Unas, para bien. Otras, para mal.

El muro mental y el callejón del odio de Lapitz

Lo que demuestra Lapitz con sus declaraciones es lo mismo que muchas otras personas que abandonan su vulgar vida, incluso cumpliendo muchos años, sin saber quiénes son ni de qué ha ido la película de su vida. No entro en la fama que tenga Lapitz como presentador. Sí estoy convencido de que, como les pasa a todos los personajes que han sido algo o mucho en radio o televisión, a los dos meses de abandonar un programa, muy poca gente se acuerda de ellos.

Su vida, como diría Calleja de tantos nacionalistas, está rodeada por un muro mental y va caminando por el callejón del odio. Muchas víctimas en la tierra vasca morían dos veces. La primera, con su desaparición física; después, por el desprestigio que hacían caer sobre ella. Lo que ha hecho ahora un Lapitz cualquiera.

La ministra de Defensa, Margarita Robles, se ha comportado como una mujer de Estado. El ritual, que ahora se llama evento, tiene mucha importancia en esta vida. Nos damos cuenta de la importancia que tiene cuando falta. Como un vecino que no responde a los buenos días. Como un telediario cuando empieza tarde. Como cuando un Lapitz cualquiera convierte una información en propaganda y cotilleo.

Felicísimo Valbuena

Catedrático de Universidad y periodista

El Cierre Digital no se hace responsable de las opiniones vertidas en esta sección que se hacen a título particular.

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